El posteo de Alejandro Fargosi contra Myriam Bregman expresa la radicalización de la derecha neoliberal, naturalizada y avalada por las propaladoras mediáticas corporativas.
Por Jorge Auat* y Jorge Elbaum**
(para La Tecl@ Eñe)
Necesitamos la historia, pero no como la necesita el ocioso hastiado en el jardín del saber.
Friedrich Nietzsche
Semanas atrás un abogado ponderado y ensalzado por la derecha doméstica publicó un mensaje judeofóbico dedicado a la candidata Myriam Bregman. Ese posteo realizado en una red social motivó un álgido debate público, múltiples cuestionamientos hacia su emisor y variadas muestras de solidaridad hacia su víctima. Más allá del hecho comunicacional per se –planteado en plena campaña electoral de las PASO–, la embestida no fue analizada en términos de las condiciones de posibilidad que hacen posible su redundancia histórica luego del genocidio producido por los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Walter Benjamin advirtió que los discursos del odio son difíciles de clasificar en tanto su peligrosidad estratégica: estamos frente a una perorata marginal o frente a la “sonoridad del bronce” que anticipa la restricción de derechos y las persecuciones. En cualquiera de los casos, aparece como imprescindible desmontar y analizar los posibles escenarios
La naturalidad con la que fue emitido el posteo judeofóbico –e incluso las disculpas tibias con las que se buscó eludir su gravedad– posee la misma característica que las diatribas altisonantes enunciadas en forma reiterada por las usinas mediáticas de la derecha local, en relación con diferentes colectivos estigmatizados: pobres, musulmanes, gitanos, integrantes de pueblos originarios, o simples portadores de rostros estereotipados.
El twit decía “Myriam Bregman, militante judía del Frente de Izquierda”. ¿Cuál podría ser el sentido al asociar una postura política con una condición hereditaria o identitaria? Simplemente la convocatoria a su etiquetamiento despectivo, a su racialización para despertar el viejo prejuicio antisemita. Con el término judía ¿pretendió invitar a sus conciudadanos a reestablecer formas de clasificación social propugnadas por las Leyes de Nuremberg? ¿Buscó que sean excluidos quienes detentan pensamientos políticos diferentes a los que sustenta? ¿Quiso reinstalar a determinados grupos humanos como los nuevos enemigos a ser aniquilados? Desde la lógica insidiosa del odio cualquiera de esas preguntas tiene la peor respuesta.
Su enunciación no puede ser atribuida a un acto de descuido o de ingenuidad. No es pasible de ser engendrada en el marco de una simple decisión espontanea. En vista a la historia del Siglo XX –donde la caracterización de judío/judía supuso un señalamiento justificador de genocidio, tal enunciación no puede ser evocada como un descuido. Su encarnación remite a lo más rancio de la derecha fundamentalista. “La historia solo es útil cuando sirve a la vida y a la acción”, escribió Michel Lowy.
El autor de ese twit es un abogado que fue integrante del Consejo de la Magistratura y como tal, conoce el orden jurídico que tipifica como delito la discriminación por raza, religión o posicionamiento ideológico. Sin embargo, su íntimo e indisimulable desprecio hacia concepciones del mundo alternativas a su adscripción ideológica lo empujó –con total desparpajo– a soslayar el indiscutible vértice moral y ético de la democracia: el principio de pluralidad.
No alcanza con borrar el twit. No es suficiente la solidaridad discursiva. Se impone una reflexión profunda sobre qué hace posible que referentes de la derecha local sean capaces de difundir, sin pudor, sus fobias y sus odios. Las derechas neofascistas –que se escudan en nuevas titulaciones– pueden ser aporofóbicas, supremacistas, xenófobas, islamofóbicas o racistas, pero la matriz es la misma y ese es su rasgo más saliente: militan por un ideal social excluyente de toda diferencia. En eso consiste la lógica de la dominación. En impedir la pluralidad democrática, la diferencia en equidad. Somos diversos, pero debemos ser iguales en derechos.
Noche y Niebla
Pensar la política desde la discriminación racial o religiosa supone una amenaza a la convivencia democrática. Es una práctica inadmisible para una sociedad que se construyó después de la barbarie de la dictadura, luego de asumir la existencia de un genocidio.
“El antisemitismo –escribe Reyes Mate en La piedra desechada– no es pues solo una categoría que permita explicar el destino de los judíos, sino que es la categoría interpretativa mejor situada para explicar la violencia de la sociedad que pensó, planificó y ejecutó ese crimen contra la humanidad.” Y agrega, en un intento por reinterpretar a Theodor W. Adorno, que se propuso pensar los crímenes de lesa humanidad desde Auschwitz: “Si queremos dejar atrás la violencia ejercida no solo contra el judío sino contra cualquier ser humano hay que atacar la ignorancia… Se entenderá entonces por qué luchar contra el antisemitismo es tan decisivo: es que el reconocimiento del judío como judío supone poner fin a la violencia en general porque la negación del judío ha sido sistemáticamente un momento de la violencia causada por la ignorancia.”
Con el agregado “judía” al mensaje, se pretendió asociar en forma deshonrosa al predicado “de izquierda” con el objetivo de mancillar a quien se busca instituir como enemigo interno, como cáncer de la sociedad. Como el extraño enquistado en el cuerpo sano de la Nación. La reminiscencia respecto de la dictadura genocida, y de sus antecesores de la Gestapo, son evidentes. El responsable de esta poco sutil combinación de macartismo y judeofobia es el mismo que años atrás denunció a los miembros de Justicia Legitima en el Consejo de la Magistratura. Su imputación, sin embargo, fue rechazada en duros términos al resultar “clara su temeridad”. Toda una definición.
La postulación de odios hacia grupos sociales diversos ha sido una de las formas a través de las cuales se han garantizado la continuidad de sus privilegios. Instituir desconfianza entre los colectivos dominados les ha permitido invisibilizar la opresión que ejercieron. Han trabajado para sembrar desconfianzas mediante la invención de chivos expiatorios utilizando discursos de odio para producir divisiones al interior de las mayorías populares. El objetivo de fondo ha sido impedir que se vea, se asuma y se haga transparente el modelo de control social que las oligarquías ejercen sobre el resto de la sociedad.
Algunos mensajes son portadores no solo de una forma de violencia política, también encierran una apología sombría que se convierte en una señal de advertencia que interpela a la sociedad en su conjunto. La convulsión que debe producir es la que seguramente intentó representar Ingmar Bergman cuando guionó el temblor enajenado del trapecista que conjeturaba los prólogos de la noche y la niebla en ácido chirrido del huevo de la serpiente.
Buenos Aires, 1 de octubre de 2021.
*Ex Fiscal General de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad.
**Sociólogo, Dr. en Ciencias Económicas. Profesor Universitario. UBA, UNLM, integrante del Llamamiento Argentino Judío.
2 Comments
Nada que agregar muy de acuerdo Gracias
Muy bueno