La decisión de Cristina Fernández es de tal importancia que ella se relativiza por un lado y se fortalece por otro, dejando entreabierta una política de interpósita persona, que, si fuera solamente así, dejaría muchas dudas, y si no hubiera algún lazo de veracidad de por medio, tampoco sería verosímil. Pero no está escrito cómo ha de ser. Posibilitado ahora un triunfo electoral, es el candidato a Presidente el que tendrá que ver cómo reflexionar en torno a las fuerzas sociales y culturales que actúan en la historia argentina, donde reina la contingencia, el conflicto y las acciones de masas.
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
Sabemos de lo ocurrido. Se puede explicar de muchas maneras, pero algo se puede decir de antemano. La posición singular que ocupa Cristina en el momento político del país, le permite estos efectos escénicos basados en la sorpresa. Entre otras cosas, es una perseguida judicial. No se la persigue por bosques intrincados ni callejuelas tenebrosas como en los films de aventuras. Pero la persecución es también en medio de una selva de papeles y en medio de las penumbras infaustas bajos las cuales funciona hoy el sistema judicial. Cada una de sus apariciones imprevistas pueden realizarse porque carga con el sino de los hostigados, y en ese hostigamiento hay un relumbre trágico, que nadie exagera, pero no puede pasarse por alto. Está su familia de por medio, y no de un modo simple. La familia es una familia política, actúan en el Estado, pero saben de la gran marcha de las multitudes. Son vértice de amor y odio; el apellido comienza con una letra que podrían ser dos líneas paralelas, pero la del costado derecho se quiebra para tocar con su angulación la zona media de la línea vertical de la izquierda. No metáfora política aquí, examen excesivo de la vida dramática de una letra, una simple letra.
Se entiende entonces el video de lanzamiento, de muy buena factura, de corte épico patriótico, pero con un texto leído por Cristina, de su autoría, que toca una cuerda íntima, voz más cercana que la de cualquier otro político del país al trabajoso ideal de la verosimilitud, más si el extremo opuesto es Macri y su aflictivo balbuceo, sus simulacros constantes. Y más se entiende qué significa ver la política por el ángulo de la gran decisión, que paradojalmente es la que parece retirarla de la línea primera del poder institucional, de la aspiración al cargo presidencial. Hay un indicado para ocupar ese lugar que es primigenio, pero lo es a condición de pensarse que alguien que lo indicó, está por encima y simultáneamente por debajo de él. Extraña situación, única en la historia política nacional, sin parecidos a la vista. No es Cámpora y Perón, porque de entrada se sabía una cosa y se desconocía la otra. Lo primero, la distancia explícita de rango y espesura histórica entre los dos personajes. Y segundo, si la expresión “lealtad” iba a resistir los embates de lo que Walsh, pero a propósito de otra cosa, consideraba “contradicciones andantes”. Con Cristina y Alberto Fernández, si tuviésemos la regla de calcular asimetrías, con ese incómodo instrumento, diríamos que Cristina puede más y es más en lo profundo y Alberto Fernández es más en los planos visibles institucionales. O mejor: que Cristina podría menos, pero es mucho más importante lo que hace, y que Alberto, en la región en que puede más, no reviste la misma importancia dada por la historia y ese tipo especial de angustia que “empoza el alma” y es la “resaca del sufrimiento”. (César Vallejo, en las bien conocidas líneas citadas por Cristina.
¿En qué país sucede esto? Pues este juego de finas astucias no sería posible sino en un país donde se hunde la razón política, y mientras más sucumbe en la ciénaga, se lo va reemplazando por las operaciones de adivinadores de la inteligencia artificial y especialistas en esos quirófanos de las creencias llamados focus groups. Reinan en el país las palabras como piedras, las imágenes como gases asfixiantes, la foto como picadura de yarará. Ha triunfado, y seguirá triunfando mientras no la rechacemos con la urgente reposición de una nueva conciencia popular, la creación de conciencias a priori a través de diversos métodos. Uno, el inconsciente de la imagen, la idea de que el tiempo pasado es un hombre golpeando las puertas de un convento para enterrar en bóvedas de madrugada muchos dólares humedecidos. Ese plano asentado en una estratificación remota de lo social gobierna el corazón y la mente de muchos seres humanos.
Habría una memoria involuntaria que se despierta como una víbora dormida cada vez que un gobierno pone esos talismanes tenebrosos en la televisión o las redes y en contraposición deja caer unas frases como “no queremos parches y atajos” tomando mate en una mesa con mantel de hule. “Grieta”, “José López”. Al gobierno le basta sacar a su presidente en un “falso natural” para decir “Venezuela”, para que una palabra corriente se convierta en una inyección contaminante de suero tóxico semiológico, curare terminológico amazónico. Cuidado con recibir unas gotas de esa expresión tabú, cuya pronunciación viola las prohibiciones no escritas que se suponen que organizan toda convivencia. Un logro de cualquier gobierno sería convertir en tabú la mayor cantidad de palabras, cristina, kirchnerismo, la letra k, anticipo precario de la grafía de la crucifixión, Todos ellos, entes maldecidos que cumplen el papel de un obstáculo simbólico. Precisamente, un tabú, que condensa lo sagrado que, en su ambivalencia, su oscura fortuna negativa, puede volverse una fuente de peligro si se lo invoca. Cristina Kirchner se vio ante esa magia contaminante donde vocablos con nombres propios, sea el suyo o el de los gobernantes venezolanos, se pronuncian con la garantía de su inflamación hacia todo el que los toca como si fueran cables de alta tensión.
No podía aceptar la fabricación de una imagen donde saldría como reina de las metonimias, como si ella vistiera casco de la policía de la provincia, asombrada por haber transportado bolsos nocturnos Louis Vuitton -todo puede imaginarse-, e inundara todo el día la electrizada atmósfera nacional con una única iconografía sorprendida con monedas enviciadas al borde de las criptas. Entonces, la yegua corrupta, perseguida porque sustancialmente la persiguen las palabras, que es la peor condena que existe, hizo sus propias imágenes y leyó con calma dolorida su propio escrito de renuncia y relevo, de retiro y reentrada.
Se preguntará porque lo hizo así. ¿Pero no estamos cansados de escuchar a Durán Barba con especulaciones de inusual torpeza que motivan risa, pero no refutaciones serias? Es que no cesan los sistemas de producción de signos, blasones y locuciones que petrifican la lengua, la convierten en barrotes de una cárcel, o en figuras jurídicas activas, detención preventiva, arrepentido sometido a tortura moral o procedimiento judicial clásico reemplazado por un chantajismo que adquiere gravedad inusual. Esto es distraídamente aprobado por buena parte de la sociedad y aunque incómoda a lo que queda en pie del sistema judicial, no se lo destierra de las prácticas habituales por un indescifrable temor. Es lógico que se tema, pues se corre riesgos si se denuncia que la Argentina está recorriendo el rápido camino para convertirse en una sociedad primitiva, aunque gobernada por una justicia instantánea, rabiosa y sumaria. Ese riesgo implica fusilamiento de símbolos, patíbulo para el sistema de leyes cuya literalidad ha sido violada en el altar de una dictadura icónica. No hay duda que Cristina Kirchner se mueve bajo la mira telescópica de los Reyes taumaturgos que salen a cazar sus presas tocando las testas de los enfermos con curaciones mágicas. Desde su bosque, sostenida por la tupida arboleda de la que entra y sale, surge solo para defenderse con el desconcierto que crea, lanzando sus propias flechas. Juega así con su propio nombre y su condición de enunciadora que, al descartarse, queda ella misma mucho más señalada por su destino político, pero ahora tácitamente.
En la Argentina gobierna este tipo de acción: hay instituciones, pero todo se decide fuera de los sitios institucionales, en gabinetes secretos de operaciones. Los movimientos inesperados de Cristina son un minué refinado de siglos antepasados, ante las brutales tecnologías del secreto de los neo estados que actúan como carátulas de poderes financieros mundiales. Esto permite que haya ficciones de funcionamiento de las viejas instituciones. Ellas no importan, y cuando toman medidas que sí importan, como un simple pedido para revisar un expediente no peritado, lanzan sobre ese ente desajustado de la norma punitiva, a todos los fantasmas de la noche, ornamentados por algunas ristras de cacerolas bienudas. Están a la cacería de los que aun ya domesticados, pasan la raya de la tolerancia de lo que impone el Gran Tabú. Se reza por la foto de José López en la abadía -grieta de las bóvedas, más procacidad del dinero, más chaleco antibalas, más ojos desorbitados-, pues ese Tótem es una figura que define a un conglomerado humano con sus inhibiciones o sus imposiciones de obediencia y miedo. Organiza así a una sociedad en torno a una justicia rústica, primitiva, conspirativa y ventrílocua. Por magia de contaminación, basta acercarla físicamente a Cristina a ese ser totémico.
Las instituciones en la que piensa el macrismo repiten articulados de la Ley en público, y tiene sus carilargos rotos por dentro, su ficción ilegítima se convierte solo en el ejercicio de un poder tétrico que administra los tabús de una sociedad entera. Miles de personas, simplemente tecleando ante sus computadoras, sean periodistas así reconocidos o lanzadores de consignas por todos los sistemas de reticulación electrónica conocidos, se tornan jueces de un nuevo sistema de comunidad, donde en su centro hay un cadalso. ¿Hasta dónde pueden llegar? ¿Qué límites desconocerán? ¿Cuál regla se salvaría de ser declarada inservible? Una forma del poder es su contacto con el ahora, la ilusión de un eterno presente, la posibilidad de alcanzarlo todo. Lo saben, porque atribuyeron “el vamos por todo” leyéndole los labios a la ex presidenta, cuando ya no en sus labios, sino en su cuerpo entero, vibra el anhelo de persistir por encima de toda pauta, estatuto o derecho.
No lo saben. También están asustados. Ya no les alcanza decir “Venezuela” o “Cámpora” para desatar el resorte oculto del miedo. La tragedia lo dice. Pero no saben lo que es; si percibieran que hay varias clases de personajes trágicos, ellos cubren muy bien la del ignorante que no sabe las fuerzas que lo apresaron, y cree que administra la injusticia por propia deliberación. En ese sentido el propio Cámpora componía una clase de tragedia donde la acción tenía un trasfondo de vislumbre por parte de todos los personajes; la diferencia es que tenían voluntad de saber la parte en que su propia voluntad era obstruida por causas inmanejables. Nada que ver con lo que ocurre hoy con Cristina y su inesperada decisión, y no solo porque los personajes aquí en juego buscan su sentido en las corrientes internas de una sociedad resquebrajada en su sentido social, económica, cultural y humano. Es que también, si tiene algún sentido la idea que al desorden de la vida hay que oponerle un orden, este sería el de un autogobierno de las tensiones, hacia una colectiva y masiva transformación social. Debido a eso, está en juego el nombre que tendrán las cosas que serán nuevamente denominadas en y por la disputa desde ahora ya lanzada.
“Kirchnerismo o peronismo, o como se llame”. Esta frase la escribe Cristina en su libro. Ya anunciaba la creación de un nuevo campo de actividades. Se hacen señales que recuerdan estilos conservadores y de ánimo concesivo hacia indecisos, votantes arrepentidos o personas de inclinaciones por un securitismo pétreo o un sistema de prejuicios contra “vagos y mal entretenidos”. No obstante, en su libro, Cristina mantiene en todos estos casos sus conocidas posiciones progresistas, para llamarlas de algún modo, desposeídas de prejuicio y basadas en una reflexión sensible al reformismo social avanzado. La idea de contrato social ciudadano hace contrapunto con la idea patriótica. Insisto en que hay aquí más de Rawls que de Aristóteles. Pero, en fin, la discusión está abierta.
¿Se puede convencer a otro? No estamos ante el fin del pensamiento dialogal, de la confianza de que puede convencer un argumento mejor. La mayoría de edad sin embargo no ha llegado entre nosotros. Somos hombres de paja, cargamos bombas en nuestro cuerpo, nuestro cuerpo es un explosivo, pensamos con vísceras inadecuadas. No obstante, convencer a otro significa un proyecto imaginario de ser el otro, el que espera una mudanza en los demás, pero a costa de su propia mudanza. ¿Esto debe ser así o las tecnologías para conquistar indiferentes desvían también a veces severamente nuestro propio itinerario? Alberto Fernández, bastante mutante en sus desempeños anteriores, se encargó de decir que Cristina “había reflexionado”, es decir, que cambió hacia el lado que su cicerone imaginaba. Pero la sorpresa que ofreció Cristina implica la revisión de muchas cosas, sobre todo la idea de que su “cambio” habilita al temperamento más conciliador y acuerdista con los grandes poderes mundiales.
Es una reflexión también sobre el que dice que solo ella ha reflexionado, sin percibir que muchos aún deben su propia reflexión, no en el sentido de desactivar su voluntad de agitación y lucha, sino de atestiguar sobre la inexorable condición del tiempo ido. Su decisión es de tal importancia, que ella se relativiza por un lado y se fortalece por otro, dejando entreabierta una política de interpósita persona, que, si fuera solamente así, dejaría muchas dudas, y si no hubiera algún lazo de veracidad de por medio, tampoco sería verosímil. Pero no está escrito cómo ha de ser. Posibilitado ahora un triunfo electoral, es el candidato a Presidente el que tendrá que ver cómo reflexionar en torno a las fuerzas sociales y culturales que actúan en la historia argentina, donde reina la contingencia, el conflicto y las acciones de masas. Las conversaciones en el salón de la Facultad de Derecho -todo un estilo-, deben dejar lugar a una apertura del vocabulario hacia las zonas tormentosas, donde anida el latido y el reclamo de la vida real de un país semidestruido. No es solo astucia ni una movida de ajedrez. Es lo que alguien hace con lo que le hacen.
Buenos Aires, 19 de mayo de 2019
*Sociólogo, escritor y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional. Director de la filial argentina del Fondo de Cultura Económica.
3 Comments
Todo muy bellamente escrito ahora, ¿cuál es la idea rectora? ¿Qué se argumenta? ¿Hay siquiera un planteo como puntapié de debate? Creo que más allá de la «bella palabra» en éstos tiempos que corren y sobre un tema tan delicado y susceptible de despertar angustias y derivas interminables, los intelectuales debemos arriesgar un poquito, tomar riesgos y definir siquiera una pregunta, algo que permita pensar sobre alguna referencia sólida. En fin…
HG pone en el centro la ambiguedad inobjetable de la paradoja de que quien es la Nª1 simbólica, es ala vez la Nª2 institucional. Esto jamás ocurrió en la historia política planetaria. Los resultado entonces están abiertos, y al menos una mayoría de quienes la hemos seguido tenemos puestos los ojos muy atentos sobre el Nº 1 institucional por los eventuales sesgos que su historia pueden inducirle a sus decisiones políticas.
Siempre se ha dicho «que el poder cambia a la gente», qué sino el cargo de presidente. Todos confiamos en ella y ella está en la fórmula. Me pregunto ¿cuánto hay del renunciamiento de Evita? Cuánto del Perón acuerdista -prima facie- del 73/74 en la decisión de Cristina. Como sea casi todos sentimos cierto alvio por no tener que iniciar hostilidades frente a las diatribas y brulotes -que de todas maneras vendrán- de estx tipxs e incluyo todo el complejo. Todo nos lleva al concepto de orden -que González le dedicó también un artículo-. ¿Tendremos que volvernos todos conservadores, aun los que, religiosos ,confiamos mucho en la historia de nuestro país y sus tradiciones, y la historia del mundo «occidental» y sus tradiciones pero no nos consideramos conseervadores porque el sentido de lo comunitario cuya raíz está en Platón y Aristóteles resulta una forma virulenta de ver el mundo frente a esta forma última del capitalismo neoliberal y su «panmercancía». Por eso decía que esa raíz aritotelica había que volver a tallar porque en definitiva en los países europeos que más influyó el derecho romano, no así en los anglosajones, más restos de humanismo quedan en el aire. Y Rawls, anglosajón él tiene más espíritu de los beneficios para cada uno y aquellos mas de beneficios para la comunidad. Comunidad que debe salir de la sociedad civil enloquecida en los intereses de cada uno para restaurarlos y caminar hacia lo demás hacia «el otro», y el otro no descarta a la patria, y la patria no resplandece en el libro de Rawls. ¡Excelente artículo!