En el momento actual, de desesperanza construida, atreverse a imaginar escenarios históricos humanos y de cuidado de la vida popular se constituye en un radical desacato contra el mandato del capital delirante y su esbirro de ocasión: el fascismo sigiloso.
Por Rocco Carbone*
(para La Tecl@ Eñe)
«… cuando no estamos en casa, cuando se nos pregunta de dónde somos o quiénes somos, o incluso qué somos, experimentamos un chip, chip, chip, un martilleo en nuestro ser. Experimentar ese martilleo es recibir un martillo, una herramienta a través de la cual nosotras también podemos picar las superficies de lo que se es, o de quién se es, incluidas las categorías mismas a través de las cuales se ha hecho significativo el sujeto.».
Sara Ahmed, Una afinidad de martillos
Me gustaría compartir una oración muy conocida de Lenin que tiene que ver con los sueños. Es tan conocida que la encontramos incluso en algunos memes: “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía”. Esta frase leninista, tal como la conocemos, y tal como acabo de citarla, no fue escrita por Lenin, pero la idea que sintetiza está en uno de sus textos más emblemáticos. Lenin allí cita a Dmitri Ivánovich Písarev, filósofo nihilista ruso que en la década de 1890 impulsó la tendencia democrática-revolucionaria. La generación posterior a la de Písarev, que participó en el Soviet de Petrogrado de 1905 y en la experiencia revolucionaria de 1917, fue influenciada por él. Entre ellos, Lenin, que lo cita en ¿Qué hacer? (1902).
“Hay diferentes clases de desacuerdos […] entre los sueños y la realidad. Mis sueños pueden rebasar el curso natural de los acontecimientos o bien pueden desviarse a un lado, adonde el curso natural de los acontecimientos no puede llegar jamás. En el primer caso, los sueños no producen ningún daño, incluso pueden sostener y reforzar las energías del trabajador… En sueños de esta índole no hay nada que deforme o paralice la fuerza de trabajo. Muy al contrario. Si el hombre estuviese completamente privado de la capacidad de soñar así, si no pudiese de vez en cuando adelantarse y contemplar con su imaginación el cuadro enteramente acabado de la obra que se bosqueja entre sus manos, no podría figurarme de ningún modo qué móviles lo obligarían a emprender y llevar a cabo vastas y penosas empresas en el terreno de las artes, de las ciencias y de la vida práctica… El desacuerdo entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que la persona que sueña crea seriamente en su sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje escrupulosamente en la realización de sus fantasías. Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien” (“El error de la idea poco madura”).
Este pasaje de Písarev tiene una vibración aristotélica. De hecho, para Aristóteles, la imaginación (que el viejo filósofo llama phantasía) es una facultad que permite crear imágenes. Imágenes mentales, creadas a partir de sensaciones actuales, o reelaborando imágenes pasadas (o sea, recuerdos) o formando nuevos conceptos generales. Además, la imaginación, para Aristóteles, es una forma de movimiento (kinēsis, le dice). Movimiento que se activa en los seres dotados de sensación. La imaginación está vinculada a la percepción, pero también y sobre todo está nexada a la capacidad creativa. Para Aristóteles implica “un movimiento de la sensación en acto” (De anima, III 3).
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Estimular algún modo imaginativo alternativo es una tarea y un gran desafío para una fuerza emancipatoria pensante, imaginante y movilizadora que actúe a contrapelo del flujo libidinal del capitalismo. Esto lo ha entendido muy bien el capitalismo porque imaginar el futuro, predecirlo, o sea decirlo antes de que acontezca, es un gran negocio. El capitalismo es experto en elaborar escenarios futuros. Lo hizo históricamente con la ciencia ficción, con el cine más recientemente, y ahora con las plataformas tipo Netflix y con las redes sociales. Con esos aparatos culturales organiza escenas materiales para perpetuar la codicia, esa insaciabilidad depredadora que lo alimenta. Por ejemplo, la industria cinematográfica yanqui, de tipo belicista, ha cultivado en todo el mundo occidental una cultura de aceptación de la guerra. Cuando esta se materializa, cuando se manifiesta en la vida de los seres humanos, ya ha sido aceptada como posibilidad de futuro devenida presente por la acción naturalizante de esos aparatos culturales. La larga serie de películas bélicas norteamericanas naturaliza la guerra, los exterminios y todas las modalidades posibles de la violencia. O sea, prepara el terreno para la aceptación material de la guerra, no cinematográfica sino real. Es por eso que no decimos nada o decimos muy poco ante el acto de exterminio que vemos en Gaza, porque nos han inculcado su aceptación: su naturalización.
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La palabra fascismo nombra un mal endémico de la sociedad de masas, una especie de virus arraigado en la historia moderna de Occidente, y como tal en América Latina. El origen del fascismo -arqueológico- determina su esencia: el supremacismo, que es la condición necesaria del colonialismo. El fascismo hoy prospera en sociedades debilitadas por el capitalismo en una etapa delirante y hoy aspira incluso a la hegemonía cultural. La palabra fascismo sirve para nombrar esta etapa delirante del capitalismo, nombra su condición insaciable, su carácter violento e irracional, su deseo incontenible de romper fronteras humanas, perturbar vidas, atravesar modos civilizatorios. Las incursiones de este capitalismo delirante -del fascismo- ya no atañen al trabajo sino a la vida misma. Este ya no lucha por algo, sino que viene por todo y la contradicción principal que postula ya no es, como en el segmento democrático del siglo XX, capital versus trabajo, sino capital versus vida. Hemos pasado de la concepción vital de trabajar full time a la concepción vital de trabajar full life, sea bajo la modalidad del trabajo formal, informal, cooperativista, monotributista o intermitente. El capitalismo delirante expresado por el fascismo es un poder de conquista total, que afecta a todas las entidades vivientes. La naturaleza autodestructiva del orden económico del capitalismo delirante expresado por el fascismo sigiloso del siglo XXI afecta en igual medida al ser humano, al ser animal y al ser natural. El fascismo del que hablamos, con su plan económico, está animado por una lógica sacrificial que habilita dejar morir a poblaciones enteras, humanas, animales o naturales, pues las expone a prácticas de explotación, expulsión, extinción y, a una escalada planetaria, las expone –nos expone- a sistemas de guerra y de inseguridad. Esto que digo, entre nosotrxs, en la Argentina se experimenta con la línea quebrada de la economía, que todos los días sigue inclinándose bruscamente hacia abajo. El plan económico libertariano consiste en que suban los precios de la comida, que los industriales cierren sus fábricas, que la frecuencia del transporte se reduzca pese a que la mediaticidad monopólica, con sus héroes de la frase, y depósito inagotable de lugares comunes, diga lo contrario.
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Si esto se acepta, surge la necesidad inevitable de fraguar imágenes alternativas del mundo. Esta idea se puede inferir de las recientes elecciones legislativas en CABA. El resultado fue una imposición de minorías: sólo 16 porteñxs de cada 100 eligieron a Adorni. Escena que implica otra: la existencia de una gran mayoría que no fue a votar: 47 porteñxs de 100 emitieron un voto por la negativa. Esa mayoría nos habla de la necesidad de fraguar imágenes alternativas del mundo. Y me animaría a decir que la vía de acceso a esas imágenes es la lucha popular. La eventual derrota del fascismo acontece menos en las urnas que en las calles. O, mejor: antes en las calles y luego en las urnas. La lucha popular es una gran conversación movimientista. Habilitarla, asumirla, es tarea de una fuerza emancipatoria -es decir: capaz de convencer, organizar y educar-, una fuerza de confluencia de las grandes tradiciones políticas de lucha. Una fuerza que sepa mantener viva la consigna del antifascismo. Que tenga la capacidad de coordinar una acción con el propósito de asestar un revés al mayor de los males, al mal más peligroso del momento.
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Querer justicia social, igualdad (que es reciprocidad), dignidad, libertad es aspirar a un mundo mejor. Son ansias y empeños profundos. Quiero decir: ansias y empeños teóricos y políticos. Justicia social, igualdad, dignidad, libertad no son palabras que se rasgan en un papel o en un grafiti, son proyecciones -imágenes: fantasías- materiales que permiten una imaginación distinta del volverse humano, en su materialidad compleja, desordenada, contradictoria. Justicia social, igualdad, dignidad, libertad son palabras que movilizan pasiones que despiertan futuros posibles. Estas palabras expresan una profunda preocupación por lo que no tenemos y por lo que ya tenemos y habilitan una profunda confianza en lo que está por venir, cuya organización corre por cuenta de nuestro campo. Creer en la justicia social, en la dignidad, la igualdad y la libertad significa ser creyente. Y ser creyente quiere decir ser revolucionario.
El poder (de) soñar otros sueños nos sitúa fuera del presente y expresa libertad interior. Rosi Braditotti en Feminismo posthumano sostiene que esa facultad habilita los poderes transformadores de la imaginación radical, un sentido desenfrenado de liberación de las cargas materiales y simbólicas de la opresión. El poder (de) soñar otros sueños es el poder de la insubordinación contra este experimento teratológico, contra sus jerarquías de desigualdad, contra sus modalidades represivas y expoliantes. Contra su odio sistemático que produce el mayor de los males al lazo social.
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Las visiones utópicas son proyecciones políticas que anticipan futuros menos dramáticos y más placenteros, menos crueles y más sostenibles que este presente amargo que habitamos. La vena utópica corre fuerte en El Eternauta que es la historia de una rebeldía organizada y política que sobreviene ante un poder monstruoso, omnímodo. Hoy, bajo la modalidad de serie televisiva, esa historieta puede ser leída como una gran alegoría antifascista porque nos habla de una imaginación disidente, al margen de la perspectiva individualizante de la vida, de una inspiración singular de orden nacional y popular. Y tal como sugiere Rosi Braidotti en Feminismo posthumano: “El brillo de la inspiración nunca está demasiado lejos. La imaginación es una fuerza, una facultad, un poder (potentia) que solo puede encenderse y sostenerse de manera colectiva” (p. 262).
Políticamente El Eternauta podría nombrarse así: cookismo. Esta palabra expresa la idea de una ecología general de formas alternativas para reconvertirnos en seres humanos y evolucionar dentro de las fuerzas contradictorias del mundo. El cookismo expresa la idea de conexiones sin fusión entre las grandes tradiciones políticas de lucha: peronistas y de izquierdas. La idea de cookismo es una exhortación a formar una organización emancipatoria popular capaz de religar todas las fuerzas –en función de su disposición a la lucha– y de dirigir el movimiento no sólo nominalmente, sino en la realidad. Es decir, un poder dispuesto a apoyar toda protesta y toda explosión, capaz de congregar afectividades, conciencias, sensibilidades, y unirlas para una obra común, aprovechándolas para multiplicar y reforzar la lucha hasta el momento revocatorio decisivo. Imagino dos dimensiones de ese momento: la necesaria interrupción de esto que acontece y la institución de una -aún más necesaria- utopía. Además, esta idea cookista pone de relieve la diversidad de nuestro campo. Y en ella reverbera también la condición feminista (práctica y teórica) de la mano de Alicia Eguren, docente, poeta, ensayista, periodista, asesora de Perón, organizadora de la resistencia peronista, lugarteniente del Che Guevara y compañera de Cooke.
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El cookismo es el deseo de libertad, un anhelo de superación de condiciones injustas, insoportables, insostenibles: que son materiales, psicológicas, cognitivas y culturales. De lograr activar esta idea, nuestro campo lograría denunciar en unidad las indignidades y las injusticias del presente, y habilitaría visiones alternativas para su propia existencia. El cookismo en tanto idea de lucha por la libertad habilita abrir las compuertas de la historia para soñar e imaginar un futuro generativo. Una idea que abre posibilidades en el presente y crea fracturas inspirativas de cara al futuro. Una teoría crítica y una política sin visiones alternativas implican un ejercicio (árido) de negatividad; a esto, también, alude el cookismo. El empalme entre las grandes tradiciones políticas de lucha -peronistas y de izquierdas- remite a un pasado de logros y éxitos realizados a medias, que nos reclaman un renovado ejemplo colectivo para fraguar lo que queda por hacer en la Argentina popular. La energía cookista es una fuerza afirmativa infundida con poderes anticipatorios y visionarios, que necesitan ser actualizados y expresados por cada nueva generación a su manera. Este espeso entramado convoca otra palabra, inhibida dentro del campo de la emancipación y que indica otra idea que no es ni fija ni eterna, sino que nombra la posibilidad de constituirla en cada etapa histórica: socialismo.
Buenos Aires, 20 de mayo de 2025.
*Filósofo y analista político. CONICET.