Ignacio Lewkowicz fue un pensador de la desesperación. Esa es su notable actualidad. A 20 años del fallecimiento del historiador, Diego Sztulwark dedica una lectura a su interpretación del 2001, a su libro Pensar sin Estado, a su práctica de organizar grupos de pensamiento, y se pregunta si hay una teoría de la política apta para pensar nuestra actualidad.
Por Diego Sztulwark*
(para La Tecl@ Eñe)
Los grupos como micropolítica
Estos días se realizaron unas jornadas por el aniversario número 20 del fallecimiento de Ignacio Lewkowicz y Cristina Corea. Me encuentro entre quienes no han dejado de contar como una presencia viva con la marca de Lewkowicz a la hora de pensar. Pero no me encuentro, en cambio, entre quienes pueden distinguir con nitidez qué, en lo que pienso, es un producto despejado de un intercambio con él. Quizás porque uno se devora a sus principales interlocutores. Se los va comiendo. De ahí que leer a Ignacio sea encontrar a otro autor. Aquel que ha resistido la deglución. Que persiste en su cuerpo de letras, palabras y frases con algo así como un “estilo” propio (pongo comillas, porque quien adquiere un estilo parte del no estilo. El estilo como tal es algo que pre-existe y se imita). Quiero decir que frente al texto de Ignacio Lewkowicz se debate la lectura y el recuerdo. Y que esta tensión provoca un tipo específico de conversación con él en uno mismo. Se descubre la presencia del otro en uno mismo. Otro en uno mismo, así siento el pensamiento. Como una conversación con personajes internos que se me imponen. Que se alborotan cuando trato de pensar las cosas sin consultarles.
Una jornada pública supone exteriorizar esa conversación susurrada. Y, por supuesto, pensar es pensar bajo la presión de un contexto bien preciso. En este, en particular, la conversación llamada «pública» ocurre en los rincones. En cápsulas: materias, talleres, seminarios, núcleos que amparan y crean una interioridad protegida de la brutal inclemencia que domina las redes: esa planta digital que tiende a colonizar toda comunicación. Pensar con Ignacio Lewkowicz supone tomar conciencia del espacio físico en que se procura el pensamiento. Esto no está en sus libros -hasta donde sé- pero sí en su práctica. A esas instancias de “cuidado del pensamiento” -al menos las que conocí y de las que aprendí un “oficio”- las llamaba con el nombre -no original, pero sí significativo- de grupos. Digo que el nombre no es original, porque grupos hay por todas partes. Pero agrego que sí es significativo porque el grupo como instancia de producción de conocimiento carece de atributos institucionales, acreditaciones y, muchas veces, de tema específico. El grupo es una reunión, un cuidado y una práctica. Sería, por supuesto, muy interesante hacer una suerte de investigación sobre los grupos de estudio en la Argentina, su historia. No sé a qué fecha habría que retrotraerse para captar algo así como un origen de estos grupos tal y como hoy funcionan aquí y allá. ¿Al 76? ¿Al 66? ¿Hay que indagar en la formación de los psicoanalistas del pasado? ¿En las reuniones de los militantes políticos? En cualquier caso, esos grupos suelen llamarse grupos de «estudio», porque allí se lee, se pregunta, se cuestiona. Otras veces, pasan por grupos de «pensamiento», acentuando quizá que lo propio de esa actividad no es el saber. Los “grupos” que coordinaba Ignacio Lewkowicz fueron evidentemente fuertes instancias formativas, inspiradoras, cobijantes e incentivadoras. Grupo y pensamiento funcionaban como condición el uno del otro. Y se trataba para él en cuanto coordinador -esto lo charlamos muchas veces- precisamente de dedicar toda su atención a esa mutua referencia. Una investigación sobre estos grupos, los de Ignacio y los previos, bien podrían formar parte de una indagación sobre la constitución de unos saberes micropolíticos.
Los libros y 2001
Hay en particular dos libros de Ignacio Lewkowicz con los que discuto de modo más explícito. Diría que son sus dos libros sobre 2001. Sucesos Argentinos (2002) y, sobre todo, Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez (2004). Por supuesto, estos libros adquieren un sentido más pleno cuando se los lee junto a sus otros libros. Me refiero a sus últimos libros colectivos. A lo que escribió con el grupo Oxímoron, (La historia desquiciada 1993); con Marcelo Campagno (Historia sin objeto, 1998); con Cristina Corea (¿Se acabó la infancia?, 1999 y Pedagogía del aburrido, 2004,); con Mariana Cantarelli y el Grupo 12, (“Del fragmento a la situación”, 2001); con Pablo Sztulwark (“Arquitectura plus de sentido”, 2002); o con el Grupo de reflexión rural (El estado en construcción, 2003). Y el sentido es aún más pleno si se toman en cuenta dos observaciones importantes. La primera es que Pensar sin Estado es la introducción a un pensamiento en formación. Como se anuncia en sus páginas, IL lo consideraba como una instancia previa a otro trabajo en preparación al que llamaba La era de la fluidez. La segunda es que ese pensamiento admitía ser reorganizado por problemas. Así lo evidenció el año pasado la editorial Coloquio de perros cuando editó Todo lo sólido se desvanece en la fluidez, una formidable selección de sus textos dispuestos de modo tal que el trayecto de Ignacio Lewkowicz aparece organizado ya no de modo cronológico sino por cuestiones o categorías (Catástrofe, Estado, Mercado, Situaciones, Instituciones, Estrategias, Subjetividades), mostrando la potencia que tienen sus textos ya no en el contexto de sus otros trabajos sino actuando como “caja de herramientas” para prácticas actuales.
Como digo, leo a Lewkowicz sobre todo como un pensador de 2001. Cuyo recorrido previo, de historiador, converge en la elucidación de una coyuntura dramática y precisa. Una coyuntura que captó -de a acuerdo a su trayectoria- con el ojo que da el oficio. En 1999, habían sido publicados dos libros de Dardo Scavino. Uno de ellos, llamado La filosofía actual, organizaba las referencias teóricas que circulaban en la época. A Ignacio Lewkowicz le impresionaba el subtítulo: pensar sin certezas. Esa fórmula del “Pensar sin” fue para él una marca de los tiempos (quizás habría que decir una marca generacional). Una marca que Ignacio extremó y situó como clave de la historia del presente. 2001 era pensado por él como el agotamiento de una condición estatal para el pensamiento. La expresión “Sin Estado” -expresión poco aceptada durante los años del “Estado presente”- señalaba algo importante en la mutación de las subjetividades. Despojado de un centro de referencias, de todo organizador a priori del sentido, los modos de existir quedaban a merced de la dispersión. La actividad del pensar ya no sería estatal, pero tampoco antiestatal, sino “configurante”. Pura autoinstitución sobre el fondo de un medio desfondado e inconsistente. En su introducción a Pensar sin Estado, Ignacio Lewkowicz escribe: “Pensar sin Estado es una contingencia del pensamiento -y no del Estado-.” Esto es: el Estado no cesa, pero el modo de existir y pensar se transforma. Ahí donde el Estado ya no remite a una estructura -como celebraba el moderno y lamentaba el postmoderno-, y más bien vaga “sin certezas” (sin proveer a las prácticas una referencia estructural), se arriba a las angustiantes costas de la fluidez. El otro libro de Scavino se titula La era de la desolación. Ética y moral en la Argentina de fin de siglo. Pienso que a Ignacio Lewkowicz le gustaban los títulos de los libros de Scavino. Encontraba ahí nociones comunes -en este caso la palabra “era”- que sin embargo él desarrollaba en otras direcciones. Leo un viejo apunte de Ignacio que encuentro de casualidad en mi libro de Scavino. Allí se apunta la diferencia de orientación. La condición para el pensamiento político debe ser el pensamiento situacional. Ignacio Lewkowicz rechaza la filosofía política por general, y propone una teoría de las situaciones que parta de lo singular. Quiere un pasaje desde las categorías universitarias a las operaciones subjetivamente implicadas. Le gusta la palabra era y su referencia al presente argentino en la perspectiva del cambio de siglo. Que la “era” fuese “desolada” y aun así hubiese en ella espacio para una reflexión sobre ética y moral me parece que refleja bien el tono político de reflexiones de ese fin de milenio. Pero para Ignacio Lewkowicz esa reflexión debía desplegarse en términos de una ética de la enunciación situada, en la que la existencia de las cosas y los nombres nunca está asegurada. Lewkowicz apuntaba contra un cierto resguardo en lo epocal como borrante de la precariedad de las existencias concretas. Su esfuerzo iba dirigido a evitar que el arte del comentario disolviese la enunciación. La “era” a la que apuntaba Ignacio Lewkowicz era una en la que pensar sería crear dispositivos situacionales a partir de la lectura de síntomas y una producción de intervenciones.
La catástrofe
2001, explosión o estallido, fue un desafío para ese pensamiento situacional que le interesaba a Ignacio Lewkowicz. Una reacción ante la aniquilación social -cierre de empresas públicas y de fábricas, aumento exponencial de la desocupación, desfinanciamiento público, baja salarial- que dejaba entrever las condiciones de existencia alcanzadas tras dos décadas y media de neoliberalismo. Leído en sus principales consignas –“que se vayan todos, que no quede ni uno solo”-, 2001 tiene una evidente fuerza destituyente. Pero Lewkowicz leyó la consigna de otro modo. Su acción no era de recusación sino la constatación. Su fuerza no era la del rechazo sino más bien la de la comprobación. Más que derrocar una instancia central, verificaba la ineficacia del Estado como meta-institución. Sólo en la medida en que esta verificación diera lugar a una lectura radical se abrirían las posibilidades para crear, sobre los vestigios de lo destituido, nueva experiencia. El significado histórico de 2001 es, pues, para Ignacio Lewkowicz, el de una constatación referida al arrasamiento de antiguos códigos comunes que garantizaban la consistencia del lazo social.
En Pensar sin Estado, Lewkowicz habla de 2001 como de una catástrofe. Y le da al término un valor de palabra-umbral. A través suyo se realiza un pasaje del pensamiento categorial a otro de tipo experiencial. La catástrofe es catástrofe de un modo de pensar por categorías. Una vez realizado el pasaje, la noción de catástrofe cierra tras de sí el mundo de los conceptos teóricos más o menos abstractos para adentrarse en el incierto mundo del nombrar situado. Para adentrarse en él, no obstante, es necesario despejar previamente el significado específico de la catástrofe distinguiéndola respecto de otras figuras de la crisis como el “trauma” y el “acontecimiento”. El trauma es “interferencia” o intromisión de un factor distorsivo y disfuncional para una estructura que como tal puede resultar pasajero, tratable y/o asimilable. Mientras que el acontecimiento es el nombre que se le otorga a un término nuevo, hasta entonces desleído, que de manera imprevista es capaz de instaurar la posibilidad de reorganizar la estructura en función de una invención. La catástrofe es otra cosa. Es una figura enteramente negativa respecto de la estructura, una suerte de devastación o diluvio. Una inundación que barre con lo anterior. 2001 fue para Lewkowicz la constatación de una catástrofe. El pensamiento posterior a 2001 está tomado por una exigencia de comprender y asumir el arrasamiento de las condiciones previas de existencia. Y de aprender a configurar situaciones en la naciente “era de la fluidez”. Esto es: ejercitarse sobre nuevas condiciones. O, dicho de otra manera, entrenarse en pensar las determinaciones históricas del presente a partir de una interioridad subjetiva que debe ser creada desde sí misma y en función de los lazos posibles con los otros. Pensar sin Estado es eso: descubrir las “operaciones de pensamiento” capaces de proveer estrategias eficaces para “habitar” una nueva condición post catastrófica.
¿Cómo hay que pensar esta nueva condición? Es notable que un historiador trabaje sobre la hipótesis de un arrasamiento total del pasado. Y es cierto que por momentos Lewkowicz daba la sensación de estar sólo interesado en algo así como una historia de lo nuevo. Pensar era pensar el acontecimiento. Pero ese pensar no excluía -al menos de derecho- ninguna forma de apropiación del pasado. Solo rechazaba que el pasado emanara como una fuente lineal de consistencias para el presente. Pero volviendo a la pregunta sobre el advenimiento de esta nueva era o diagrama de poder, Lewkowicz la presentaba como un desborde por parte de los flujos de capital respecto de la capacidad del derecho de contenerlos por medio de regulaciones jurídicas. La pérdida de la posición soberana del Estado era para él efecto de una nueva potencia capitalista. Una potencia que generalizada el colapso de todo aquello que era determinado por la antigua potencia de la posición estatal. Bajo los efectos de la potencia desbocada del capital, la actualidad discurre bajo unas “condiciones de mercado”. De allí que no haya otros 2001. Porque 2001 no fue un estallido entre otros, sino un despertar pesadillezco (quizás comparable al de Gregorio Samsa). La adquisición turbada de una conciencia sobre una metamorfosis irreversible. El punto de vista de Pensar sin Estado no es politicista sino nietzscheano. No anuncia una tesis sobre la política, sino que pone en circulación un razonamiento concerniente a la desfundamentación de una trascendencia. El “desfondamiento del Estado” es un lejano eco de la “muerte de Dios”. Ignacio Lewkowicz no anuncia una nueva política sino la conmoción de los modos de pensar toda política. De hecho, la práctica política queda afectada – ¿sin que sea fácil advertirlo del todo? – por este arrasamiento de los supuestos relativos a la soberanía sobre los que ella había funcionado.
La política en el laberinto del mercado
Antes de publicar su libro, Lewkowicz presentó una ponencia – “Condiciones postjurídicas de la ley” (Deseo y ley, Primer Coloquio Internacional; Biblos, Bs-As, 2003), en la que ofrecía una definición de las “condiciones estatales” destituidas como la potencia jurídica de soberanía estatal. En “condiciones estatales” la ley articula una definición simbólica de aquello que se entiende por “humanidad” y decanta un conjunto de las reglas sociales operativas. En la medida en que la soberanía del Estado era capaz de articular otras tantas prácticas -eso era su soberanía- se contaba con un principio organizador, donador de consistencias. El colapso de esta capacidad articulatoria no supone el fin de esas prácticas, ni tampoco el del Estado mismo. Pero sí generaliza una crisis de sentido que las prácticas derivaban de aquella articulación. Se trata de una crisis por debilitamiento de la instancia a cargo de normar lo social. Esta crisis es enunciada por Lewkowicz del siguiente modo: “destitución de la soberanía del Estado en nombre de los poderes del capital neoliberal”. Y también: “preponderancia absoluta del capital financiero”.
En el origen -como causa y efecto- del desfondamiento estatal aparece esta nueva potencia del capital. Es ella quien fuerza la catástrofe y también la que instaura y aprovecha las nuevas condiciones para modelar la existencia social. Es en ella, por lo tanto, que debemos estudiar las redefiniciones de lo humano en curso (no es forzado inscribir a Ignacio Lewkowicz entre los pensadores de una mutación antropológica). Es el propio capital “desbocado” (como dice Santiago López Petit) quien impone la destitución de lo público. En esta nueva era, el capital impera como “financiero y virtual” antes que como “productivo y real”. Si el capital productivo “se regulaba por la ley de la ganancia media” -continúa Lewkowicz – el capital financiero “funciona sobre el imperativo de ganancia infinita”. De ahí su velocidad y su violencia colonizadora. Si es que seguimos bien el razonamiento de Lewkowicz, es este cambio de énfasis en la dinámica de acumulación de capital -ocurrida hace largas décadas- la que instaura y concreta un nuevo imperativo de ilimitación. Ensamblando el andamiaje tecnológico de las comunicaciones y la información, la aceleración de la acumulación incrementa sus dinámicas destituyentes de toda tentativa regulatoria por parte la soberanía estatal (en condiciones de mercado, los propios Estados deben hacer pie en un “substrato fluido” para conquistar un poder -relativo- de limitación del capital).
La destitución de la potencia soberana remite entonces al desvanecimiento de una ligadura estructural entre los términos. En semejantes condiciones no hay consistencia garantizada de antemano. Por el contrario: toda consistencia debe ser instaurada a partir de un mínimo subjetivo capaz de ligar y sostener las ligaduras a fuerza de prepotencia de la subjetividad. (Por una cuestión de gusto propio, diría que este modo de pensar es el de un spinozismo en tiempos de radical adversidad). Ahí donde la pura velocidad de los flujos liquida toda preexistencia, el sentido debe ser creado casi desde la nada. Al depender casi exclusivamente de sí mismo -pues el sujeto debe hacerse sujeto sin referencias previas consistentes-, el pensamiento vive en la desesperación, cuya fórmula existencial sería la amenaza constante de una sucesión sin sentido. Bajo efecto de la aceleración, el tiempo es adverso a toda institución. En la era de la fluidez, toda subjetividad o institución que no se adapta a los imperativos de mercado queda en estado de perplejidad. Nada llega a ser por fuera del sometimiento a la veloz secuencia de las finanzas. Salvo que, quizás, se inventen operaciones subjetivas y/o institucionales capaces de crear para sí otro tiempo. De crear alguna esperanza para tanta desesperación.
No hay organización que se substraiga a este estado de cosas. Desesperada es la situación en la que no está garantizada la existencia. Y en la que sólo el pensar -no como mero acto de conciencia, sino como constituirse con otros- permite distinguir funcionamiento de existencia. En una línea que por momentos se acerca al spinozismo deleuziano, Lewkowicz también cree que no hay existencia sin variación. Que no hay preservación sin alteración. Pero ya no se trata del contexto del ‘68, que él da por cerrado en 2001. Si para Deleuze afecto es devenir, en el universo de Lewkowicz ya no hay devenires. Sólo actos configurantes que hacen -o no- existir. El sujeto sin estructura es – ¿paradojalmente? – sujeto (¿débilmente?) constituyente. Un sujeto constituyente para una constitución jamás asegurada. El sujeto es su propia desesperación y lo que haga con ella. Una desesperación acrecentada continuamente sobre el fondo de la depredación financiera. Si Deleuze ubicaba el sin sentido como una instancia creativa sobre la cual iluminar el carácter provisorio y gozoso de un sentido creado, en Ignacio Lewkowicz el sentido es lo que se desvanece en las aguas pantanosas de un caos del que se escapa agonalmente y por espasmos, a través de esforzados artificios que provocan algo así como jirones de una constitución subjetiva.
¿En qué se diferencia esta puesta general en desesperación -de sujetos e instituciones- de las tesis del Estado de excepción permanente con la que trabajan no pocos penadores del postobrerismo italianos? Para estos últimos la potencia desbocada del capital es una estrategia para subordinar la nueva composición técnica del trabajo, locuaz y menos dispuesto a la obediencia. Imposible de someter a la vieja disciplina fabril. También en Lewkowicz hay una correlación entre forma de vida y agotamiento de las condiciones estatales. Pero en su caso la aceleración de la acumulación del capital que destruye las condiciones de la rebelión del trabajo no entrega necesariamente las claves de una respuesta en el ámbito de la “lucha de clases”. (Lo que también podría querer decir la lucha de clases está tan sumergida en la desesperación como todas las demás luchas, y es desde ahí que debe adquirir sus propias consistencias). El “Estado de excepción permanente” se da para Ignacio Lewkowicz como celeridad impuesta al Estado. Es la temporalidad de la “necesidad y urgencia” como expresión del desborde capitalista respecto del orden legal. El Estado de excepción se vuelve “crónico”. Para Lewkowicz, en condiciones de “fluidez”, la excepción “ya no es excepcional”. Si Carl Schmitt podía insistir en que la soberanía consistía en la aptitud de declarar la excepción, ¿cómo piensa Ignacio Lewkowicz el tipo de poder del capital financiero que impone la excepción “sin decidirla”? En Lewkowicz la intuición “autonomista” se desliga de la composición del trabajo, pero enlaza con la financiarización por el lado ya subrayado de la desesperación. Autonomía es invención subjetiva capaz de crear mundo frente a la potencia disolvente de los automatismos financieros-comunicacionales que hacen de infraestructura al desbocamiento del capital. Son ellos quienes sostienen el andamiaje de la fluidez.
¿Es posible pensar la situación política actual, y la ofensiva de la ultraderecha con Ignacio Lewkowicz? ¿Es la ultraderecha una expresión específica de la desesperación propia de cinco décadas de neoliberalismo? ¿Es también un tipo de subjetividad reaccionaria que se ofrece para sostener un orden que se cae en pedazos, un intento de aliarse a los automatismos de época a falta de mejores respuestas? ¿Un cierto sueño con restituir jerarquías amenazadas? Durante los primeros meses del kirchnerismo, Lewkowicz procuraba dar crédito al decisionismo político como voluntad configurante, en la línea con la prepotencia de la subjetividad. Esa prepotencia le parecía la clave de cualquier política capaz de crear estatalidad en la fluidez. Pero ese Estado, para serlo, no debía creer en el restablecimiento de las condiciones pre-catástrofe. En ese punto, la lucidez adoptaba la forma de una lucha contra el negacionismo. ¿Es esa lucha la que está en retroceso? En condiciones hiper-neoliberales, la lucidez tiene al menos dos dimensiones simultáneas: el contacto con la desesperación, y una ética de la configuración. Creo que Ignacio Lewkowicz pensaba que el gesto de la autoridad que restituye estatalidad no le devuelve al Estado sus viejas prerrogativas. Una vez que se constata la inmersión en las “condiciones de mercado”, ya no se puede dejar de buscar una política específica y nueva, capaz de engendrar una eficacia justiciera apta y actuante en -y contra- esas mismas condiciones. Como enseñaba Lewkowicz en una viejísima clase sobre Kafka: “una vez que se ha decretado que se está en un laberinto no se puede salir ni evitar la búsqueda de una salida”.
Buenos Aires, 12 de julio 2024.
*Investigador y escritor. Estudió Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía y política.
4 Comments
Importante comentario y análisis de textos y pensamiento de Ignacio Lewkowicz, cuya necesidad de ser recordado hoy , es indispensable e iluminadora.
Importante comentario y análisis de textos y pensamiento de Ignacio Lewkowicz, cuya necesidad de ser recordado hoy , es indispensable e iluminadora.
Muy bueno!!!
Pensemos, fluyendo, creemos
En la desesperanza encontremos los caminos de salida del laberinto del hiper capitalismo catastrófico
Ojalá podamos!!!
Lo conocí a nacho durante lo peor de la década del ’90. Era una excelente persona, su pareja también. Gente con muchas inquietudes intelectuales. Me dio profunda pena el fallecimiento de ambos. Hoy los recuerdo con mucho cariño.