Mientras el gobierno ajusta sin anestesia, el Hospital Garrahan agoniza. La crisis salarial, la deserción profesional y el vaciamiento presupuestario golpean de lleno a las infancias, convertidas en víctimas del modelo que desprecia la vida cuando no da ganancia.
Por Claudio Altamirano*
(para La Tecl@ Eñe)
«¡Cuántos pobres son hoy aplastados! ¡Cuántos pequeños resultan exterminados! Son todos víctimas de esa cultura del descarte que cada vez se denuncia más.»
— Papa Francisco, Misa por los migrantes, Basílica de San Pedro, 6 de julio de 2018
Las infancias no son una prioridad en el modelo económico actual. Lejos de ser protegidas, son las primeras en sufrir las consecuencias del ajuste, convertidas en víctimas silenciosas de un orden que normaliza lo intolerable. En la Argentina de hoy, donde la crueldad se disfraza de libertad y el ajuste se presenta como virtud moral, se amenaza la vida misma de niñas y niños, especialmente de quienes requieren cuidados médicos complejos. El conflicto en el Hospital Garrahan —ícono de la salud pública pediátrica, orgullo de la ciencia y la solidaridad— expone con crudeza las consecuencias concretas del desprecio por la vida cuando no genera ganancias.
Médicos residentes con salarios que no alcanzan la mitad de una canasta básica. Profesionales agotados, mal pagos, que sostienen guardias interminables sin reconocimiento ni mejoras desde hace más de un año y medio. Renuncias masivas. Servicios críticos bajo presión. Y una administración que, lejos de dar respuestas, minimiza el conflicto, deslegitima los reclamos laborales y responsabiliza al personal de salud por las consecuencias del vaciamiento.
En este contexto, no se trata solo de un reclamo gremial. Lo que está en juego es la dignidad del trabajo en su expresión más noble: la del cuidado. Cada residente que se va, cada cirujano que abandona, cada equipo médico que se desintegra, es una alerta roja en el cuerpo de un sistema que agoniza. Y cuando ese sistema es el que cuida a niñas y niños con cáncer, con enfermedades cardíacas complejas, con trasplantes, entonces el conflicto deja de ser sectorial: nos interpela como sociedad, porque allí se mide también nuestro contrato moral con la infancia.
El ajuste no es neutro. Tiene consecuencias. Y en el caso del Garrahan, esas consecuencias son vidas concretas que se deterioran, trayectorias de formación que se quiebran, vocaciones que se frustran. En un país donde el Estado deja de garantizar condiciones mínimas para la salud pública, la medicina pediátrica de alta complejidad queda al borde del colapso. Y en ese derrumbe, no solo pierde el Garrahan: pierde la democracia sanitaria.
Si bien el presupuesto del Garrahan muestra un aumento nominal en 2025, la cantidad de dinero efectivamente transferida desde la Nación cayó un 7,2% respecto del año anterior. Este recorte real, sumado a la inflación y la falta de giros oportunos, redujo el poder de financiamiento del hospital, afectando directamente su funcionamiento. La consecuencia es concreta: cierre de salas, suspensión de guardias y más de 200 renuncias, entre ellas 50 médicos. Mientras tanto, en apenas cuatro meses, el gobierno destinó más de 33 mil millones de pesos a organismos de inteligencia, una cifra que equivale al presupuesto anual del hospital pediátrico más importante del país. ¿Qué mensaje transmite un Estado que elige financiar la vigilancia antes que la vida?
El discurso oficial disfraza el desmantelamiento de derechos como una “modernización necesaria”. Se enfrenta a los trabajadores entre sí, se reduce la legitimidad de sus reclamos y se presenta la pérdida de condiciones dignas como un sacrificio inevitable para el progreso. Este mecanismo no solo precariza la salud pública, sino que normaliza el abandono estatal, dejando a los hospitales sin recursos bajo la excusa de “hacer más eficiente el sistema” —cuando en realidad, eficiencia aquí significa exclusión y abandono.
La caída en los giros presupuestarios no es un error administrativo, sino una decisión política deliberada. Bajo la consigna de achicar el Estado, se desmonta un sistema de salud construido sobre el principio de equidad. La lógica es clara: el financiamiento estatal se retira progresivamente, empujando a hospitales como el Garrahan a depender de recursos cada vez más escasos, mientras se instala la idea de que la salud pública es un servicio prescindible, sujeto a recortes como cualquier otro gasto administrativo. ¿Qué dice de nosotros como sociedad que el Estado considere prescindible la salud de nuestros hijos?
Pero frente a la lógica del descarte, surge una respuesta que es también una forma de lucha: la ternura organizada. El compromiso de los trabajadores del Garrahan, la solidaridad de pacientes y familias, la voz de los sindicatos que no se resignan, son expresiones de una resistencia ética que se planta frente al cinismo con humanidad, y ante el mercado con dignidad.
No es casual que sea el Garrahan el escenario de esta batalla. Allí donde la ciencia y el amor se conjugan para cuidar la vida más frágil, se desenmascara el verdadero rostro de un modelo que convierte todo en costo, incluso el derecho a la salud. Lo que hoy se discute no es solo una recomposición salarial: es el sentido de lo público, el lugar de la infancia en la escala de prioridades, la pregunta por qué tipo de país estamos dispuestos a construir.
La esperanza no es ingenuidad. Es praxis colectiva. Por eso, frente al ajuste que enferma la esperanza, levantamos la voz con claridad:
La dignidad no se posterga. El cuidado no se ajusta. La salud de los niños no se negocia.
Buenos Aires, 30 de mayo de 2025.
*Educador, escritor y documentalista argentino.
1 Comment
Un escrito que conmueve, el cual es muy valioso, en especial para quienes pasamos por situaciones de salud con niños. Pero aún había Estado.
Gracias.