El sociólogo Sebastián Russo despide a Horacio González, y comparte con sus amigos, con los lectores, la herencia liberada y liberadora del gran escribiente, el gran orador, el gran conversador. El de la tenue y tenaz voz pública. Una voz ante otros, una voz responsable.
Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)
A mis amigxs
Qué es heredar, qué marcas se impregnan, cual el acto de tal impregnación. Heredar es un acontecimiento, una construcción altiva, activa, intransferible. Lejos de la concepción aristocrática, sanguínea, in-voluntaria, heredar es un hacer, un lidiar con fantasmas (como) hechos, con des-hechos. Un intercambio múltiple e infinito de y entre generaciones. Una conversación.
Una estudiante me da el pésame, otra me desea que el duelo dure poco. Les agradezco, pero les digo que solo podría ser pésame si invocamos cierta idea de peso, pero del que no aletarga, ni impide sino que acompaña y da consistencia. Un pesar existencial, vital. Como el de un duelo, que no acaba, sino que infinito nos convoca a una conversación. Con aquel que (no) se fue, que no se va, ni se queda; con aquel, que nos marcó para siempre, en tanto una presencia que insiste, persiste, constituye; con aquel que hizo de nuestros oficios (terrestres) todo (el cielo); del oficio, el de la palabra, el de la mirada, la compartida, “enseñada”, una totalidad móvil desde donde estar/ser en el mundo. Expandir estos descubrimientos, salvíficos, comunales, donde sea: no más, no menos heredamos. Decimos, gestualizamos, ante estudiantes, que obligan, salvan.
Escribir un texto sobre Horacio. Escribir sobre el gran escribiente. El que hizo de la escritura una amalgama infinita, entusiasta, entusiasmante. Escribir sobre el que nos enseñó/animó a escribir de todo, sobre todo. A ensayar y errar. Vagabundear por las palabras, las cosas, la plaza, las patas, la fuente. Escribir sobre Horacio en medio de un maravilloso fervor memorial, que atiborra las redes, los espacios de comunicación. Fervor amistoso, querendoso, de una cofradía expandida, de un archipiélago fraterno, sin fin. Donde cientos de imágenes, hechos, textos, de/con/sobre Horacio, lo inundan todo, las almas, los ojos, las teclas. Todos tenemos fotos con Horacio o de Horacio. Vistas, compartidas. Y es que ha sido fotografiado (también) por la cantidad de veces que ha tomado la voz. Me dice el amigo Darío Capelli que algo de lo que más se va extrañar es su voz. Hay algo singular en esa voz quizás, arriesga, por las tantas veces que ha tomado la voz en público. Imágenes, inflexiones de una voz pública, de todxs. Estamos ante un hombre que ha tomado innumerable de veces la voz ante otrxs. No hubiera vez que estuviendo Horacio presente no tomara la voz, no terminara diciendo algo, incluso a pedido del auditorio que sea. Tomar la palabra, para reinventarla, impregnarla, liberarla.
Me dice una amiga que siente desamparo, un desamparo colectivo. Le digo desamparo y responsabilidad. Me cuentan que Liliana dijo “ahora, a laburar muchachxs”. Formas de lidiar con la soledad, con la herencia. Me dice un amigo que siente congoja. Le digo que es una palabra justa, y la traduzco como llanto por dentro. Voy a google, y dice lo contrario, exterioridad en el llanto, pero algo más que me interesa: pena intensa. Me interesa, digo, Pero la pena intensa es más que interesante, es vital. Como el placer intenso, como todo lo intenso.
Herencia Horacia. Invocada, reconstruible, fabulada. Y lxs guardianxs de la memoria, como todxs, se alistan, se abisman. Sensibilidades a flor de piel. Quienes y cuantos pueden recordar a quien y como. Digo (sin entusiasmo, sin claridad): mientras más se lo nombre, más y mejor se pensará, menos se hablará de “patriotas importados”, más deberá ajustarse la palabra justiciera pa con el único héroe en este lío. No sé. El silencio es también un homenaje. Su rostro calmo, ferviente y calmo, ante la alocución de otrxs, es también Herencia Horacia. Que expandida, liberada, restituye las partes de un cristal, hoy doliente, pero que dicta que hoy ya es mañana.
Mi padre, luego de un saludo por el día en que nos sugieren saludarlos, a ellos, los padres, saludo en el que le reconozco públicamente su influencia, me dice algo que me impacta. Algo que en acto, expresa lo que enroscados filosophers proponen desentrañar en supuesto gesto audaz. Mi viejo lo hizo simple, contundente. Dice «ustedes, por ser buenos hijos me forzaron a intentar ser buen padre». Dice, sin decir: si ustedes hubieran solo esperado algo de mí, sin hacer nada al respecto, posiblemente hubiera sido un mal padre. Evidenciando el carácter no dado del heredar, sino a construir, incluso del mismo “dador”. Un «mis hijos me parieron», como el de las Madres (de Plaza de Mayo) Mi padre hereda su herencia. Entendió, me hizo entender todo. Herencia e invención.
El gran escribiente, el gran orador, el gran conversador. El de la tenue y firme y tenaz voz pública. Una voz ante otros, una voz responsable. Intenta condensar una idea, intenta entrelazar posiciones, libros, propuestas, fiel a la lógica del montaje. Que no solo conocía muy bien, expresada en sus muchos textos sobre cine, sino que llevaba a la práctica: su voz, una mesa de disección surrealista (la única verdad) Hechos y des-hechos entrelazados en una lengua, en sus tramas. El montaje es efectivamente este inesperado e intuitivo hacer (cosas, acontecimientos) con y desde los restos (pampeanos, y no solo) Debo decir que soy de los que cuando fue nombrado director de la BN, intuyó mal que la gestión pública era un universo en el cual HG iba a estar sobrepasado, que le sería un “paso en falso”. Me equivoqué enormemente. Horacio, el gran montajista, propuso una perspectiva político estética, que se fusionó con muchxs que llevaron adelante una práctica, devenida una praxis. Horacio hizo de la pragmática (institucional: de la Biblioteca, de toda estructura que lo alojó) una poética (libertaria). Algo de todo esto dije hoy en clase.
La herencia se disputa
es en sí mismo una disputa
entre uno, el que lega, el legado, los otros.
Una disputa que no es sino una/la conversación
la primera, la última, única forma del heredar
disputas internas, disputas por/con la palabra justa
conversaciones infinitas
La herencia es el nombre de tal disputa
el nombre de la disputa
incluso, toda disputa, en toda conversación, se dirime un legado
implica un legado,
y no solo eso
sino que disputa es el sino mismo del heredar
por lo que no hay herederos, sin una/tal querella,
sin un trabajo, por heredar, por ser heredero
no hay heredero legítimo, salvo el que lucha por serlo
el que lo desea.
Sin deseo no hay herencia
no hay deseo sin disputa
no hay disputa que no emerja por algún deseo insatisfecho, a satisfacer
y no hay satisfacción que no se vincule a un legado deseado.
Un chiste, una chanza, circulaba, entre los de sociales, entre los que querían chanzear a los de sociales. No te hagas el gonzaliano, o vos sos gonzaliano o aquel no lo es. Y si bien había mucho o casi todo en esa marcación, casi una separación de castas, no de clases, sino de espíritu, de postura y también de impostura se jugaba allí. Si bien eso (todo, el todo para los que circulamos esos vericuetos de la existencia, del ser universitario en los 90, dos mil) mucho se jugaba en una gestualidad. Particularmente una: mover la mano, girar la muñeca, rotarla de un lado a otro, con los dedos pulgar e indice como garra, que no agarran nada, sino que conectan, el gesto era el conectar, algo con algo, reiteradamente, como si tal conexión no fuera una y para siempre, sino múltiple y cambiante. Podríamos decir que allí anida una de las claves de una (podríamos decir) epistemología gonzaliana. La interconexión de temas, autores, zonas del pensamiento y el hacer humano, que requería de ese enlace porque no estaba cerca, o no sea las había pensado cerca; el gesto ponia en acto (no por arrogancia sino por pasión) lo que con dos deditos moviéndose podían vincularse, pero que aun nadie lo había hecho. Una herencia hecha carne, cuerpo, dedos, gestos.
La clase la empecé preguntando “cómo están”. Y respondiéndome raudo que en la pandemia es una estupidez preguntarlo, estamos mal, estamos en pandemia. Pero que yo además, estaba triste, estoy muy triste, dije, se ha muerto un maestro. Una referencia en la que, incluso en esta materia, Sociología, debemos inundarnos. No solo en términos conceptuales, sino de un compromiso con la universidad, poniendo en tensión sus regularidades. No haciendo de un trabajo docente, de un discurrir estudiantil universitario, una repetición automatizada sino un acto creativo. Un acto creativo, una práctica poética. Algo, también dije, que se expresó en una de las materias que cursé con Gonzalez. En todas, pero en una en particular: Teoría Estética, Teoría Política. En un vínculo que se ha vuelto casi un cliché en la actualidad, estética y política. Pero que en los 90 era algo novedoso, extravagante. Para un estudiante de sociología que pensaba en cuestiones sociales teóricas, sonaba a una aventura, una rebeldía, una intromisión anómala vital dentro de una institución. Rebeldía que no solo fue nuevamente conceptual, entreverando autores, tiempos, disciplinas de forma audaz, juguetona, arrasadora para cualquier preconcpeto sociológico, para cualquier currícula. Sino una rebeldía de la praxis docente, en la cual cada clase era una fiesta, una celebración. Al punto que no había parciales, y en el final a todos se le ponía 10. Haciendo que, en mi caso y el de muchxs, ese trabajo termine siendo el mejor, al que más ímpetu, pasión se le brindaba. Y como recuerda el amigo Norberto Salerno a todos diez, menos a Ochoa, y “por razones obvias”. Obviedad de una lógica que es la de entender que todo gesto burocrático, como tomar lista o un orden alfabético, también se debe inundar por una poética. Si suena a ocho queda ocho, que va a hacer Ochoa. No solo el examen final, sino las clases eran tan maravillosas, que una vez cursada la materia se seguía volviendo a oirlas, vivirlas. Una runfla docente lo acompañaba, que avanzaba por los pasillos como el septeto alucinado arltiano, y que no solo hizo/hace de su gesto una gesta poética sino universitaria y rebelde y eminentemente política. Todos tenemos también anécdotas de las intervenciones dey en la cursada. En mi caso terminamos las clases en las puertas de YPF, estando donde teníamos que estar en aquel entonces. Vinculando la práctica política, con una lengua, una política de la lengua, en tanto una invención y una intervención permanente. Política y poética, nunca más (me/nos) estuvieron disociados. Ese es un gran legado de HG, que le decía a mis estudiantes que intentamos humilde arrojadamente honrar: hacer de nuestras clases acontecimientos inolvidables, formativos que los/nos marquen, transformen, entusiasmen.
Solo si quiero heredar heredo
incluso, lo que sea
no hay un dador de la herencia más que el propio deseo y un trabajo por heredar
no hay mayor acto de amor que desear legar, que dar herencia,
que conversar, que un darse, darlo todo, mi palabra, mi gesto, mi cuerpo
como la herencia recibida, que sólo es tal, solo es un acto amoroso, si hay deseo
el dar aquí es total, sin cálculo
como el deseo,
si deseo, lo deseo todo, deseo el todo
y no hay nadie que pueda mediar en ello.
Mi amigo se quiebra, me pide perdón por quebrarse en un audio de wasap. Le digo que no se disculpe, que yo me quebré en clase y que necesito escucharlo quebrándose, es un momento único, irrepetible, y lo quiero, a él, quebrándose, porque sé que es un momento excepcional: la quebradura pasará y resurgiremos de esos restos. Eso también nos dio HG: podernos quebrar de emoción, poder abrirnos entre compañerxs y vernos en carne viva. Quebrarse no solo ante pérdidas íntimas, personales, sino ante una pérdida política, intelectual, que nos lleve a un estado de carne viva comunal: de los grandes y constitutivos momentos/legados de la vida en común. Nos pasó con Néstor, nos pasó con Maradona. Un llanto colectivo que es una marca persistente, infinita en un sujeto (así) político. Marcas que deben enorgullecer. Orgullosos pues de que las voces se quiebren. Porque somos esos sujetos, sí desgarrados, que siguen adelante con las balas que (sí) entran.
Ser a través de un duelo.
El duelo reordena, reúne:
prioridades, la muerte se acerca;
sentires, con el no-muerto, con los otros.
Dice Horacio en una nota publicada sobre la pandemia en el blog de su materia “La torpe filosofía del muertos hubo siempre de los hermanos Rocca”. Entender que la filosofía está en todos lados, en los hermanos Rocca, en Roca, en Borges, en Perón, en Macedonio, en los taxistas. Que la filosofía es un modo de pensar, como aquel que dice “esa es tu filosofía de vida”. Horacio no descarta nada, y menos aún lo que se anida e infiltra en el saber popular, el saber que anida en una frase hecha, incluso, las torpes y perversas. “Muertos hubo siempre”, como también que en su mayoría fueron de los nuestros. Desde donde se cuece la sabiduría popular de creer en santos, fantasmas y una vida eterna. Sin capital, ni cementerio privado, ni herencia originaria y “desértica”, a sangre y fuego. Reinventar la herencia en clave espectral como motor de la historia, de los restos. De los que faltan.
Horacio habló de las balas, de las del 2017. Principio y fin del nuevo experimento neoliberal. El que con mi amigo Juan Ciucci, desde su comienzo, habíamos necesitado conjurar, desde la creación de una agrupación fantasmal, maldita, mal-decida. La llamamos Negra Mala Testa. En la cual participaron muchxs compañerxs y muchxs de herencia gonzaliana. Hicimos mítines en un subsuelo del abasto, convocamos textos, e imágenes, hicimos una revista, escribimos e invitamos a escribir artículos, hicimos cuadernos: tal nuestro plan conspiratorio de operaciones. Como había sido años antes el de la Verbena, con otrxs amigxs, pero la misma pasión chamuyera, conversadora tangueril, en tiempos menos dramáticos, siempre discutibles, pero los nuestros, los recreadores de una patria también de la amistad, sentirse dentro de un mismo tren, allí también Horacio estuvo y unió tácitamente la runfla verbernera. Que como la negra malatestiana tuvo su último acto, en la calle, Verbena para la victoria, bailando, cantando, lo que sería el último estertor de una época, ante la noche larga macrista que se avecinaba. En medio de ésta, Negra Mala Testa hace su última aparición, y allí también estuvo presente HG. El que definió (lo indefinible) lo que nosotros no pudimos terminar de asir (justamente por su materia indómita): el anarco peronismo. Lo que creímos se debía asuzar entonces para reinventar y conjurar herencias. HG allí lo boceteó en el aire, con palabras, invocaciones entreveradas con los cartuchos de las balas que el macrismo desparramó ese diciembre en la plaza y una decena de libros que arrojamos en la mesa donde habló, en la que confluían Fanon, Cooke, Perlongher, Eva. En sus palabras, como siempre, como cada vez, el gesto libertario, que mi amiga Flor Mazzadi bien señala que debemos recuperar de y como su legado. El libertarismo que anida en sus palabras, dice, y agrego una obviedad, en sus actos. El acto de la palabra, el acto de confluencia anarco popular nacional latinoamericano de herencias. Los actos, de un cuerpo incansable, como balaceras a la indolencia, a un pensar/hacer lineal.
Ese mismo año, 2017, lo había visto en el penal de José León Suarez, en el CUSAM, donde habló del Martín Fierro. Del cuchillo, los basurales y de la no fácil distinción entre libertad y estar en prisión. Una oda al cuchillo en un penal, así como la abjuración a la bala, a la bala del policía macrista, en pleno macrismo. Tuve el privilegio de estar allí, gracias a la querida Luciana Strauss, y escribí una nota sobre aquel momento. Vuelvo a ella y termina diciendo algo con lo cual intentar finalizar este texto, incluso, sobre la variabilidad del matar/morir, el de su gesto y gesta infinita, persistente, como los detritos de una cultura que leyéndosela a contrapelo, restos sobre restos (como los del basural que delimitaba tenuemente el adentro del afuera, la capital del conurbano), se la libera, al menos, se le imprime una contagiante herencia libertadora: “Había terminado la charla diciendo que a Martín Fierro le cuesta mucho matar. Pero que a la gendarmería hoy pareciera que no le cuesta nada. Como no le costó nada en el basural matar a los militantes peronistas. Pero que nunca es fácil matar (tampoco morir), no es nada fácil construir/destruir una voz”.
Una voz común, organizada, que vence al tiempo, y que se entrelee en sus libros, precisamente en aquello que lo en marca, da marco/vida, posibilidad de existencia (común) Desde sus dedicatorias: a Liliana, “Siempre”, “Una vez más”, “Cada vez”. A sus bibliografía, incluyendo conversaciones en bares con amigxs. Lo paratextual en Gonzalez da marco (y texto) a un texto que codificado a través del discurrir vivencial y asociativo de pensamientos y lecturas, vislumbra una clave vital del pensar, del leer, del mirar (más allá del texto). Lo paratextual en Gonzalez, mejor dicho, es un acto de amor por la comunidad, que da “condición de posibilidad, de existencia” a su posibilidad de existir, en un texto, y más allá, la inundación y fundación, de una herencia (en) común.
Agradecer y celebrar pues a lxs amigxs con quienes conversamos siempre, pero en estos días de espera angustiosa más: Darío Capelli, Camila Newton, Fabiana Di Luca, Matías Farías, Natacha Scherbovsky, Natalia Torrado, Martín Prestía, Maia Vargas Gattas, Juan Manuel Ciucci, Pablo Russo, María Iribarren, Hernán Ronsino, mis padres, entre tantxs otrxs; sosteniéndonos, entendiendo que en esa trama, muchas veces hilada por una tenue y potente y clara voz de wasap que daba partes como mantras, y las muchas otras tejidas de múltiples formas, cual promesa no dicha, Horacio podría conseguir alguito de ese aire que le era escaso. Y con él una nación de naciones que narrada y pensada por él, por la trama de voces que cual médium invocaba, también requería, requiere siempre bocanadas de aire fresco. Una comunidad de emanaciones, de respiraciones no artificiales, que reinventen la esperanza, una herencia libera(dor)a.
Buenos Aires, 28 de junio de 2021.
*Sociólogo UBA. Docente UNPAZ/UNGS/UBA.