En la 75° Asamblea General de Naciones Unidas llevada a cabo hace cuatro semanas, quedaron reflejados los dos rumbos por los que transita la humanidad por estos tiempos. El de los puros mercaderes, el de la imposición, el “choque de civilizaciones” y la competencia entre laboratorios. Y, por otro lado, el de la necesidad de renovar instituciones perimidas, la cooperación, la organización de la convivencia entre la sociedad y el Estado y la vacuna como bien social universal. La intervención de nuestro presidente se inscribe en esta última dirección. También la del Papa Francisco, que no actúa sólo como líder espiritual de su comunidad religiosa, y que ha pasado a ocupar un rol central en la política internacional.
Por Carlos Raimundi*
(para La Tecl@ Eñe)
Cuatro semanas atrás tuvo lugar la 75° Asamblea de Naciones Unidas, y en los respectivos discursos, quedaron reflejados los dos rostros por los que transita la humanidad por estos tiempos.
Literalmente, los rostros, los semblantes. Cuando la intención de los discursos es más ostensible que las palabras, traspasa las apariencias y se revela indisimuladamente en los rostros. Cuando se pronuncia la palabra paz con las venas del cuello hinchadas, lo que se trasmite no es paz, sino tensión. Lo mismo sucede cuando se habla de cooperación con ojos de sospecha entreabiertos en lugar de la mirada clara. Es la mirada clara y profunda la que transmite que hay un horizonte de esperanza, no la mera palabra pronunciada con automatismo y displicencia.
¿De qué se trata la disputa? ¿Es sólo el liderazgo de la tecnología de quinta generación (5G), lo cual marcará los nuevos paradigmas de la producción, el trabajo, la cultura y las relaciones interpersonales? ¿Es sólo la conquista del territorio, como lo señala la llamada ´trampa de Tucídides´? O es que se trata del sostenimiento de valores esenciales a la condición humana como dignidad, justicia, autodeterminación, soberanía, derechos.
En esa Asamblea quedaron en claro los dos rumbos. El de los puros mercaderes antes que personas, el de la imposición, el “choque de civilizaciones” y la competencia entre laboratorios. Y, en otro sentido, el de la necesidad de renovar instituciones perimidas, la cooperación, la organización de la convivencia entre la sociedad y el Estado, la vacuna como bien social universal.
En este último se inscriben las palabras de nuestro Presidente en la Asamblea. Pero, más aún, esos valores se traducen en políticas que se hicieron responsables de lo complejo de la situación, de la vulnerabilidad de los vulnerados. Que trazan sus líneas de acción partiendo de la persona que sufre y no de la obsesión por reproducir a cualquier costo la tasa de ganancia del capital concentrado.
No están presentes físicamente Martin Luther King o Nelson Mandela, pero sí lo están algunxs líderes de Asia, Europa y nuestra América Latina. Y está Francisco, que no actúa sólo como líder espiritual de su comunidad religiosa, sino que asume posiciones políticas en nombre del compromiso social de Cristo como personaje histórico. Y ha pasado a ocupar un lugar en la política internacional. Cuando el evangelio de Mateo dice reconocer a Cristo en cada hermano, los creyentes se miran en el espejo de Cristo, los no creyentes, en el hermano, pero ambos caminan en la misma dirección.
Así lo indicó su intervención en la Asamblea de Naciones Unidas como jefe del Estado Vaticano, cuando solicitó un cambio en el Consejo de Seguridad, y dijo, por ejemplo, que “para garantizar un trabajo digno hay que cambiar el paradigma económico dominante que sólo busca ampliar las ganancias de las empresas” y se pronunció contra la “cultura del descarte”. Pidió “reconsiderar el papel de las instituciones económicas y financieras como las de Bretton-Woods y reclamó “justicia fiscal” en estos tiempos que considera propicios para “renovar la arquitectura financiera internacional”.
Cuando me han preguntado acerca de cómo será la post-pandemia, he respondido lacónicamente: depende de si la política decide intervenir o no. Si lo hace, se podrán detener los métodos productivos que sobre-explotan a la naturaleza y el medioambiente, los Estados pondrán límite a la voracidad de los grandes monopolios, los trabajadores y trabajadoras harán valer sus derechos y los grandes servidores de la tecnología digital no se convertirán en los dueños del mundo. Si la política no lo hace, el capitalismo desenfrenado seguirá indefectiblemente su curso hacia la destrucción de los lazos sociales. Por eso me sentí profundamente interpretado cuando Francisco, en su mensaje titulado “Tiempo para elegir”, señala de manera terminante: “De una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores”.
Francisco profundiza esta mirada a lo largo de su Encíclica “Fratelli tutti” del último 1° de octubre. Al citar como fuentes de su inspiración al Patriarca ortodoxo Bartolomé y al Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, trasciende su condición de guía del catolicismo para situarse en el plano ecuménico en términos espaciales, y en el plano eminentemente político en lo conceptual.
La sociedad digital
La hiperconexión, lejos de unirnos nos ha ido fragmentando, dice Francisco para cuestionar los aspectos más negativos de la tecnología digital. La persona humana es tratada como un objeto, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro por el engaño o la constricción física o psicológica, es tratada como un medio y no como un fin. Tantas personas se sienten abandonadas por el sistema, dice, para luego añadir textualmente su condena a una pedagogía típicamente mafiosa. Las recetas inmediatistas del marketing destruyen al otro. En mis propias palabras, se alejan de la idea de que “La patria es el otrx”, a la cual tantos miles de argentinxs abrazamos como consigna de vida.
La velocidad del mundo moderno –agrega el Papa- nos impide escuchar bien lo que dice otra persona, y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir.
Mientras “hacen falta gestos físicos, expresiones de rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana, las relaciones digitales eligen la vinculación constante y febril, que favorece la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro.
Como sostiene la serie «El dilema de las redes sociales», “no se trata de que la tecnología sea la amenaza existencial. Es la habilidad de la tecnología para sacar lo peor de la sociedad, y lo peor de la sociedad es la amenaza existencial”. “No saben adónde van, no saben lo que quieren, pero saben lo que odian. Por eso no quieren vivir, quieren matar”, completa Jorge Alemán. Por eso, quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación (párr..114 de la Encíclica).
Local y universal
A pesar de la globalización, Francisco sostiene que los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan y reaparece la tentación por una fiebre consumista y por una “cultura de muros”, ya sean estos físicos o virtuales, que conlleva a nuevas formas de autopreservación siempre egoísta. Pero la apelación a una misma humanidad no presupone un “universalismo autoritario, digitado o planificado en orden a homogeneizar, expoliar y dominar. No busquemos eliminar las diferencias y tradiciones a través de una globalización que destruye la riqueza y la particularidad de cada persona, sino busquemos “vivir juntos en armonía sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos” (párr.. 100).
La Encíclica Papal no elude pronunciarse una vez más contra la mentalidad xenófoba y el maltrato a lxs inmigrantes, quienes, en muchos casos, son “atraídos por la cultura occidental que, con expectativas poco realistas, los exponen a grandes desilusiones”. “Tanto desde regímenes nacionalistas como liberales se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes, y que conviene limitar la ayuda a los países pobres de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que hay muchas vidas que se desgarran, que muchos escapan de la guerra, de persecuciones, de catástrofes naturales”.
“Cuando la casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, nos rescata lo global. Pero hay una falsa apertura a lo universal que procede de la superficialidad. La solución no es una apertura que renuncia al propio tesoro. Así como no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales”.
En realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país (párr.. 125 y 142-145).
Libertad, igualdad y fraternidad.
Este título de la Encíclica adquiere un relieve político especial por cuanto cuestiona, lisa y llanamente, el lugar al que han derivado empíricamente estos principios, incuestionables desde lo conceptual, durante estos siglos de modernidad euro-centrada. Cuestiona, por un lado, a una libertad devenida en individualismo que no nos hace ni más libres, ni más iguales ni más hermanos. Cuando dice textualmente que “la mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad”, contradice nada menos que a los mentores de la filosofía liberal y su corriente utilitarista.
La felicidad social no es más que la suma de las felicidades individuales, había dicho Jeremy Bentham en 1817, en pleno siglo de la burguesía, siguiendo a John Stuart Mill, para quien ´todo aquello que sofoca la individualidad, sea cual sea el nombre que se le dé, es despotismo´. El liberalismo de Adam Smith señala que es la ambición individual la que sostiene el bien común, y que el consumo es el único fin y propósito de toda producción. El Papa, en cambio, dice que no todo consiste en “dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común”.
El Estado
Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente. Lo tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido y crecido con limitaciones, porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro para la sobrevivencia de la humanidad (párr. 107).
El encargado de administrar los bienes comunes y ofrecer pautas para la organización de la convivencia es el Estado. En el párrafo 109 de la Encíclica, Francisco dice: “Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y la (mera) eficiencia, no hay lugar para ellos”. “Si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, se transforma en fuente de conflictos y violencias”.
El siglo XXI –continúa- es escenario de un debilitamiento del poder de los Estados nacionales, porque la dimensión económico-financiera trasnacional tiende a predominar sobre la política. Es necesaria una reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura financiera internacional.
Neoliberalismo y función social de la propiedad
“Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano. Aumentó la riqueza, pero con inequidad… y nacieron nuevas pobrezas”, dice el párrafo 21 de la Encíclica. El mercado solo no resuelve todo, aunque nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. El supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Es imperiosa una política económica que favorezca la diversidad productiva
Ya adentrado en el capítulo de la pandemia, nos exhorta a no olvidar “a los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año”.
En el capítulo tercero propicia, como lo hace la Constitución argentina de 1949, “reproponer la función social de la propiedad” y, como si fuera una implícita justificación ética de nuestro actual proyecto de aporte solidario de las mayores fortunas, dice textualmente: “si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando. Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo” (párr. 119). Y, en una clara alusión al neocolonialismo, señala que “la convicción del destino común de los bienes de la tierra requiere que se aplique también a los países (párr..124).
La noción de Pueblo
Como si no bastaran las consideraciones políticas hasta aquí vertidas, decide intervenir en defensa de la categoría Pueblo. En los últimos años –expresa el párrafo 156- la expresión populismo invadió los medios de comunicación y se convirtió en una de las polaridades de la sociedad dividida. Ya no es posible que alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno de los dos polos, populista o no populista, para desacreditarlo injustamente. La pretensión de instalar esto como clave de lectura tiene por objetivo ignorar la legitimidad de la noción de Pueblo, y el intento de hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llegar a eliminar la misma palabra Democracia, es decir, gobierno del Pueblo. Para afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos se necesita la palabra Pueblo. Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales, un proceso lento y difícil hacia un proyecto común.
La categoría de pueblo suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas –dice el Papa- donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses. En desacuerdo con Margaret Thatcher, para quien “la sociedad no existe, existen individuos”; esta última consideración es mía. “Es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles”, prosigue Francisco en el párrafo 163.
Corolario
Igualdad de derechos (“es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer”), abolición de la pena de muerte (“la pena de muerte es inadmisible”) y diálogo de cultura contra el choque de civilizaciones (“la relación entre occidente y oriente es una necesidad mutua indiscutible”), son otros tópicos políticos abordados por la Encíclica.
Pero lo fundamental es englobar en un todo el espacio geopolítico en el que el pronunciamiento papal se ubica, lo haya buscado o no.
Con antelación a la propia pandemia, el mundo avanzaba hacia una concentración descomunal de la riqueza, y por lo tanto un ensanchamiento igualmente descomunal de la indigencia. De la mano de la sobre-explotación de la tierra y de la producción animal que derrochan energía y provocan emanaciones lesivas de la salud del planeta. Y sobrevino el covid-19.
El covid-19 nos deja algunas enseñanzas:
Este conjunto de factores nos ubica en un contexto favorable para la construcción de nuevos paradigmas que guíen tanto el mundo productivo como las relaciones interpersonales a medida que se vayan disipando las fases más agudas de la pandemia. Pero ese proceso no es automático, sino que, insisto, depende de la voluntad de intervención de la política, de su liderazgo ético y pedagógico.
Del otro lado, se está gestando una corriente político-social muy peligrosa. Un “pandemónium”, en términos de Jorge Alemán. Una derecha que abreva en la ruptura de lazos sociales provocada por la fragmentación de partidos y sindicatos, ayudada por el repliegue al individualismo y el debilitamiento de lazos sociales que causan el teletrabajo y la educación a distancia, intensificada por la cultura de lo desechable y la respuesta de impacto que nublan la reflexión profunda, crítica y analítica, y exacerbada por la atmósfera de malestar, angustia, agravio y resentimiento que estimulan las redes sociales más usadas.
A las puertas de Brandemburgo, en pleno Berlín histórico, se movilizaron conjuntamente libertarios y neonazis. Los que creen que el Estado debe desaparecer, junto a quienes en nombre del Estado justificaron crímenes horrendos, unidos por el común denominador de cuestionar el orden político-estatal y la existencia de un sujeto social organizado.
La izquierda, las fuerzas populares, tradicionalmente orientadas a cuestionar el orden social, somos hoy las que intentamos sostenerlo, tomarnos de un manojo de postulados que guarden cierta coherencia. Azorados cuando vemos marchar a quien enarbola una consigna, codo a codo con quien propala la consigna contraria, nos cuesta obtener una explicación a semejante paroxismo.
Hasta ahora sólo encuentro la siguiente: se trata de sembrar el caos, para justificar la aparición del orden neo-fascista que Steve Bannon está auspiciando. Esta vez no encarnado en Estados, sino en grandes conglomerados monopólicos, dispuestos a asumir la gobernanza mundial.
Francisco, el gobierno argentino y otros líderes mundiales, que los hay, marcan el camino alternativo de la paz, la articulación de culturas, la multipolaridad y la estatalidad.
Buenos Aires, 24 de octubre de 2020.
*Embajador argentino ante la OEA.
2 Comments
Comparto a ampliamente la postura del papa y confío en qué la política interna y externa de este gobierno..se encaminen por esa senda..
Muy bueno, de acuerdo , gracias. Dan ganas de bautizarse