Ricardo Aronskind sostiene que hay una completa desproporción entre la actitud del gobierno, que es moderada, dialoguista y respetuosa de las instituciones, y la furia radicalizada de la conducción de la oposición. Aronskind afirma que esa asimetría de una actitud institucional y democrática, versus una actitud entre boicoteadora y golpista, debe ser explicada para comprender su sentido político.
Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
A 10 meses de haber asumido la gestión el Frente de Todos, la realidad política y económica argentina no se ha tranquilizado, a pesar de los esfuerzos del gobierno nacional en ese sentido. El efecto de la pandemia es muy negativo en lo económico, pero debió haber contribuido a aplacar las diputas políticas en aras de enfrentar una situación sanitaria grave. No está ocurriendo.
A pesar de que el gobierno muestra una política prudente y sensata en lo económico, con una hoja de ruta en la cual la reprogramación de los compromisos externos juega un papel destacado, para poder utilizar el gasto estatal plenamente en los próximos años en función de normalizar la economía e incluso promover un cambio en la estructura productiva, el tipo de cambio oficial está siendo asediado, mientras los responsables del desastre macrista y todo el coro neoliberal insisten en que las soluciones son facilísimas, que hay que devaluar y bajar el gasto público, y que el gobierno es un fracaso económico.
Ni qué hablar del clima político. El encono es la palabra que mejor define la actitud de una oposición de derecha, que en su mayoría acompaña todas y cada una de las posiciones del poder económico que en su momento entronizó al macrismo en el poder.
Derecha que trabaja –al menos- en cuatro planos: el estrictamente partidario parlamentario, el judicial, el económico-social y el mediático.
En el plano parlamentario, el objetivo es el obstruccionismo y la paralización de la actividad legislativa, además de teñir la labor de los legisladores de un manto de sospecha “antidemocrático”. El bloque de Juntos por el Cambio actúa el libreto de una indignación republicana frente al intento completamente legítimo y democrático del gobierno de hacer valer su relativa mayoría parlamentaria. Se intenta imponer el poder de veto de los que perdieron las elecciones y limitar las acciones de gobierno a lo que le parece bien a los poderes fácticos.
En el campo judicial, se trata de utilizar todas las posiciones logradas en ese ámbito institucional por la derecha, para impedir que el gobierno pueda desplegar acciones más allá del libreto aceptado por el macrismo político y el poder económico. La modesta reforma planteada por el gobierno, que alivia algunas cuestiones pero no resuelve viejas taras de la justicia argentina, también es rechazada desde la oposición. El poder judicial está actuando plenamente en defensa del legado institucional macrista, de la impunidad del grupo vaciador de Vicentín, o de quienes están quemando miles de hectáreas de bosques impunemente.
En el económico-social, se sigue operando como durante todo el período democrático, generando aumentos de precios arbitrarios, operando sobre el dólar marginal, defendiendo posiciones de privilegio injustificables que dañan el crecimiento económico, y evitando el pago de los impuestos vigentes. Es rechazado un impuesto moderado a las grandes fortunas, planteado por única vez, mientras se continúa una tarea de desgaste del gobierno vía remarcaciones constantes y presión especulativa sobre el dólar.
En el plano mediático, los principales grupos comunicacionales están en guerra abierta contra el gobierno, desplegando una batería constante de mentiras y difamaciones, siguiendo un libreto según el cual el gobierno sería autoritario, estatista, opresivo y chavista, cuando no inoperante y responsable del estado del país. Para quien atiende a esos argumentos, el gobierno macrista y la pandemia nunca existieron. En esos medios ha dejado de importar la realidad de las acciones y la rigurosidad de los argumentos. Esta prensa formal es acompañada desde las redes sociales con una catarata violenta de insultos y falsedades, que apuntan a empoderar a una derecha agresiva y golpista, que niega cualquier tipo de legitimidad al gobierno actual. Estos espacios han comenzado a instalar “ingenuamente” en la opinión pública la duda sobre si Alberto Fernández terminará su mandato. Pregunta que está fuera de lugar en democracia, pero que ayuda a instalar entre el público la meta final de las acciones desestabilizadoras.
En otro tipo de plano habría que colocar al inadmisible cerco armado por la Policía Bonaerense en torno a la Residencia Presidencial de Olivos y a la Residencia del Gobernador Bonaerense, en ocasión de la protesta por mejores condiciones laborales de hace un mes. Un antecedente de insubordinación grave que no recibió una respuesta democrática clara. A pesar de no existir en este momento condiciones para un golpe institucional, el episodio escenificó una posibilidad que remite a otras situaciones ya ocurridas en América Latina, que contaron con el beneplácito de las potencias “democráticas”.
Explicar la asimetría:
Hay una completa desproporción existente entre la actitud del gobierno, que es moderada, dialoguista y respetuosa de las instituciones, y la furia radicalizada de la conducción de la oposición, que continúa atacando al gobierno con la misma actitud destructiva como en las épocas en que gobernaba Cristina Kirchner. Todos los denuestos son utilizados, no importa si coinciden con la realidad de la actual gestión o no. Todo lo actuado por el gobierno merece sospechas, ya que encubre a las malas intenciones que “se sabe” tendría el kirchnerismo. Esa asimetría de una actitud institucional y democrática, versus una actitud entre boicoteadora y golpista, debe ser explicada para comprender su sentido político.
No sabemos cómo lee el albertismo, desde su actitud dialoguista, el ataque en todos los planos de una derecha en proceso de radicalización antidemocrática. Nos da la impresión que realiza un enfoque político-electoral de la situación, confiando en las artes de la negociación política y la disposición de los actores a jugar democráticamente y a arribar a puntos intermedios entre las posiciones.
Nosotros entendemos que el aparente estado de delirio y exaltación de la oposición no es irracional desde el punto de vista político, sino que es funcional a un objetivo que precede a éste gobierno, y que hunde sus raíces en la década del 2000.
Se trata de que la derecha económica, política y social local, en parte satelital de los Estados Unidos, ha definido al kirchnerismo como el principal enemigo político a derrotar.
La explicación de esta posición, casi fundante de todo el andamiaje político de Cambiemos, está en estrecha relación con el proyecto estratégico del poder económico local y global, y con el obstáculo que representa el kirchnerismo para ese proyecto.
La derecha económica local carece de un proyecto abarcativo de la Nación, pero cuenta con un plan de negocios, articulado con las oportunidades que ofrecía la globalización, para rentabilizar diversas actividades, aun cuando el resto del país y de su sistema productivo queden al margen y no sean viables ni económica ni socialmente. Los obstáculos son los derechos laborales, los derechos jubilatorios, las leyes y regulaciones estatales, los sindicatos, las organizaciones de desocupados, el entramado productivo de la economía popular, los cientos de miles de pequeñas y medianas empresas, el mundo universitario y científico. Todos esos actores sociales encontraron cobijo y pertenencia en muchas de las políticas kirchneristas y nutrieron su fuerza electoral.
La irrupción del kirchnerismo como espacio político amplio e influyente, fue una pésima noticia para el poder económico concentrado porque obturó negocios y planteó problemas distributivos que ya fueron dejados de lado en la agenda pública de muchos países latinoamericanos. Además, los Estados Unidos vieron con muy malos ojos la aparición de un conjunto de gobiernos en América del Sur y Central que se fortalecieron mutuamente en torno a la perspectiva de una política exterior autónoma y una región más integrada internamente.
El kirchnerismo, si bien no significó una reversión completa de las reformas neoliberales –que vienen desde la dictadura cívico-militar de 1976-, implementó un conjunto de políticas públicas más abarcativas hacia el conjunto de la sociedad, y mostró una actitud más independiente de las grandes corporaciones en muchos terrenos. Esa actitud autónoma fue acompañada por un trabajo contra-cultural de discusión de la visión ofrecida por los medios, de rescate de las capacidades y la creatividad locales. Uno de los aspectos que más enoja a los defensores de la globalización neoliberal fue la negativa kirchnerista a seguir el camino del endeudamiento permanente y a someterse a los dictados subdesarrollantes del FMI.
La figura que simboliza todo ese accionar, luego de la muerte de Néstor Kirchner, fue y es Cristina Kirchner.
El espacio político kirchnerista está estructurado en torno a su pensamiento y sus decisiones. Y ese espacio se transformó en el principal obstáculo político tanto para los negocios particulares de las corporaciones a costa del país, como para la colocación de Argentina dentro del conjunto de países latinoamericanos subordinados completamente a la geoestrategia norteamericana.
Intransigencia antikirchnerista:
La furia anti-k, por lo tanto, sólo tiene de “moral” o “republicano” un barniz para consumo publicitario. Ese encono encierra básicamente este conflicto de fondo con lo que el kirchnerismo expresa en este momento concreto de la historia argentina. Sin ser el “propietario” de una serie de valores vinculados a la equidad social, el desarrollo, la soberanía nacional, es la fuerza política que tiene la capacidad concreta para proyectarlos a la gestión estatal, frente al bando favorable a la debilitada globalización neoliberal, cuyos actores son locales e internacionales al mismo tiempo.
La decisión de Cristina de no presentar su candidatura presidencial y en cambio proponerlo a Alberto Fernández, tuvo al mismo tiempo el valor extraordinario de desalojar al inepto gobierno apoyado por el gran capital y los gobiernos occidentales, y el complejo efecto de constituir un gobierno de coalición entre sectores que no tienen exactamente las mismas prioridades políticas, económicas, y culturales.
La derecha local, en cambio, si bien es amplia y variada, y contiene diversos espacios, cuenta con una dirección unificada, en torno a los intereses del gran empresariado local y en última instancia, con la orientación estratégica de los Estados Unidos. Eso le otorga orden y potencia en la ejecución y despliegue de acciones del más diverso tipo, pero convergentes en una estrategia final: la neutralización completa del gobierno del Frente de Todos.
La neutralización implica despojarlo completamente de toda arista diferenciada de la anterior gestión macrista, continuadora a su vez de la gestión de la Alianza y del menemismo, prolongaciones a su vez de las políticas antinacionales inauguradas en la última dictadura cívico-militar.´
Para evitar que el gobierno del Frente de Todos logre imprimir a su gestión un sesgo popular y nacional, la derecha explora 3 caminos:
Introducir la grieta en el gobierno:
Desde el comienzo de la gestión, el gobierno es sometido a una intensa presión y boicot por parte de una oposición carente de todo espíritu colaborativo. La presión constante, ejercida sobre un gobierno que parece vacilar ante los conflictos que atravesaron a la democracia argentina en los últimos 37 años, cumple la función de amedrantar a los tomadores de decisiones, colocarlos a la defensiva, para que se sometan más o menos completamente a los poderes fácticos. Inundarlo de suficientes problemas y litigios para que lo que hay en él de voluntad transformadora se ahogue en una cotidianeidad marcada por infinitos obstáculos.
La infantil acusación de que Alberto Fernández es un títere de Cristina Kirchner no da cuenta de la realidad, pero delata la intención política opositora de introducir una grieta entre ambos líderes, y entre dos estilos de gobierno: si el Presidente toma alguna decisión que se salga del libreto neoliberal, es inmediatamente acusado de ser un “títere K”, cosa que sirve para galvanizar al fanatizado público anti-k. Pero más allá de los recursos de los medios para desgastar y desprestigiar al gobierno, no cabe duda de que existe una voluntad de quebrar la unidad política del Frente de Todos. Es que se deberán tomar varias decisiones difíciles en los próximos meses, y lo que se busca es crear una disputa insalvable entre un sector más propenso a acordar con el establishment local y que posee una mirada más convencional de la política, y el sector con mayor vocación transformadora, al que se trata de encorsetar bajo el infamante nombre de “kirchnerismo”.
Pero eso no quita que se siga abonando, entre tanto, al desarrollo de la tercera opción, es decir, la desestabilización completa del gobierno de los Fernández para facilitar su reemplazo prematuro.
Si se mira con atención los movimientos en torno al dólar, encierran todas las potencialidades deseadas por la derecha: desgastan a la gestión, provocan tensiones entre los funcionarios y áreas del Estado, y crean un clima de falta de gobernabilidad. Si el gobierno no toma medidas efectivas, las maniobras especulativas pueden llegar a provocar una devaluación no deseada. No hace falta resaltar que un salto del dólar, en el actual contexto de penuria económica provocada por la pandemia, puede tener un efecto muy duro sobre el bolsillo de la amplia mayoría de la población –la base de sustentación del Frente-, favoreciendo en todos los sentidos a una reducida minoría.
¿Qué hay frente a la derecha?
El estilo político de Alberto Fernández ha desarmado la argumentación sobre el estilo y los modos de Cristina como causante del fastidio de “la gente”. El argumento sobre la falta de diálogo y la intolerancia no se sostienen. Sin embargo, el embate desestabilizador continúa como si gobernara Cristina.
Sin duda hay un equívoco en el actual micro-clima político nacional. La pandemia ha restringido severamente la capacidad de expresión y movilización de los espacios populares, propiciando al mismo tiempo el agigantamiento mediático de la vociferación derechista.
Pero sería incorrecto explicar la apariencia de fuerza de la derecha por un hecho sanitario.
La realidad es que el espacio popular, democrático, en el que se encuentra el kirchnerismo, lleva mucho tiempo inmovilizado y desorganizado, y no encuentra la forma de expresarse con nitidez en la escena pública. Este estado de inacción es previo a la pandemia, y se hizo muy claro en el último año del gobierno macrista, a pesar del descalabro económico y social provocado por esa gestión.
La falta de organización, de respuesta rápida y clara a los debates planteados, la aparente falta de brújula política, la ausencia de formación de cuadros políticos y sindicales y de difusión política en general, redunda en la debilidad del espacio popular.
Es imprescindible superar estas limitaciones, porque son las que aprovecha la derecha para atacar y arrinconar al gobierno democrático, creando una falsa sensación de potencia incontenible.
Antes de las elecciones se decía que “sin Cristina no se puede, pero que con Cristina sola no alcanza”.
Hoy, la situación podría sintetizarse diciendo: “Sin el Gobierno no se puede mejorar el país, pero que con el gobierno sólo no alcanza para poder avanzar en los cambios que se necesitan”.
Buenos Aires, 10 de octubre de 2020.
*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
5 Comments
Muy bueno Ricardo, con el gobierno solo no alcanza, antes tampoco alcanzó por eso la «década ganada» se perdió. Hay que construir pueblo que trabaje junto al Estado
¡Clarísimo!
Felicitaciones por su nota. Comento: cuando el kirchneriamo perdió la elección se supuso que en buena parte ello se debió al estilo supuestamente personalista de Cristina. Entonces se buscó un candidato centrista en los objetivos y dialoguista en su modo de gobernar. Y resulta que también es atropellado por la oposición utilizando todos los medios a su disposición, incluyendo los antidemocraticos y antirepublicanos. Moraleja: nuestro contrincante no es un adversario sino un enemigo, que pretende destruir al kirchnerismo, hacerlo desaparecer. Por lo tanto, el manejo del Gobierno debe ser, a la vez, albertista con los actores que quieren dialogar de buena fe y cristinista con todos los demás, que son mayoría. Nunca olvidar que éstos últimos quieren destruirnos. Lo intentaron muchas veces desde 1955, no permitamos que esta vez lo consigan.
Correcto: con Cristina sola no se puede gobernar y con Alberto solo tampoco. Por lo tanto, hay que gobernar con los dos.
Gobernar al estilo albertista con los opositores de buena fe y cristinista con aquellos que desde 1955 solo quieren hacernos desaparecer.
Muy bien Ricardo. Tu aporte al debate del campo popular es imprescindible.