Espionaje y política – Por Rocco Carbone

Pensamientos sin costuras – Por Horacio González
31 mayo, 2020
La Pandemia del odio – Por Hugo Presman
3 junio, 2020

Espionaje y política – Por Rocco Carbone

Luego de la denuncia de la titular de la AFI Cristina Caamaño, comenzó a hablarse de “espionaje ilegal”. Rocco Carbone afirma en esta nota que no estamos ni frente a la ilegalidad total ni a formas de inteligencia ilegal ya que la AFI llevó a cabo prácticas de espionaje desde una computadora de ese organismo y esas tareas se llevaron adelante sin una orden judicial.

Por Rocco Carbone*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Inteligencia remite al conjunto de actividades informativas con el objetivo de adquirir los conocimientos necesarios para tomar decisiones de naturaleza compleja. Es una categoría conceptual que acaso sintetice la necesidad de conocer y la gestión de las informaciones, elementos esenciales para la vida política y para la definición de elecciones estratégicas en distintos ámbitos de la vida pública. Su campo de aplicación primigenio es el ámbito militar. Sobre el tema existe una bibliografía de ficción literaria y una producción cinematográfica profusas, que marcan la ampliación del espionaje del sector bélico a otros ámbitos: económico, científico, político, diplomático, criminal, industrial, comunicacional, informático, religioso. Los servicios de información y seguridad, más comúnmente servicios secretos, son organismos militares o civiles que desarrollan actividades de espionaje, contraespionaje, recolección de informaciones con vistas a tutelar la seguridad del Estado. Uno de los personajes emblemáticos de este submundo es James Bond, perteneciente al MI6 (Secret intelligence) británico, protagonista de las novelas de Fleming. Otros tantos personajes surgieron de la confrontación entre el occidente liberal y occidente/oriente comunista en ese arco de tiempo suspendido entre el final de la Segunda Guerra y la caída del muro del Berlín: Bridge of Spies de Spielberg o Das Leben der Anderen de Henckel von Donnersmarck. De esa industria cultural se desprende una “teoría de la inteligencia y el espionaje” integrada por la búsqueda de informaciones para conjeturar los designios del antagonista y evitar también crisis internas con ramificaciones internacionales; tareas de propaganda y contrapropaganda; manipulaciones de informaciones; penetración ideológica en el campo del adversario, etc.

Acaso las primeras huellas de la inteligencia/espionaje se encuentren en el segundo libro de la Biblia. Moisés, antes de guiar el éxodo de los hebreos del antiguo Egipto a la Tierra prometida envía a 12 hombres a explorar Canaán para saber qué tipo de pueblo la habita, si es poderoso o débil, numeroso o acotado, para averiguar si sus ciudades están fortificadas o si se organizan en campamentos abiertos, sin la protección de murallas. Algo muy parecido sucede en los capítulos de Il Milione de Marco Polo. Este veneciano que vivió en la corte de Kublai Kan cuenta cómo empezó a viajar hacia oriente por orden del Kan para registrar qué comían las poblaciones que encontraba, qué animales tenían, cómo conservaban los alimentos, cuáles eran sus costumbres, armas, caballos, tipo de organizaciones. Hoy leemos este libro como una novela, si bien su escritura se acerca más al protocolo de la práctica de la información preventiva. Otro libro, que hoy se vende casi como si fuera un texto de autoayuda, Sobre el arte de la guerra, atribuido a un general que vivió en el VI siglo a. C. –Sun-Tsu–, le dedica un capítulo a los espías e indica que son sujetos a quienes hay que pagarles dos veces, para evitar su traición. Propone una tipología de cinco agentes secretos, que con su trabajo coordinado constituyen una especie de tesoro, de “red divina”. Sobre las reflexiones vertidas en ese libro se creó en Japón una organización dedicada al espionaje: los Ninjas. En la guerra de Troya, las actividades de espionaje las llevó a cabo el hombre de los mil nombres: Ulises. Los speculatores en Roma eran soldados que operaban en las legiones, guardias del cuerpo del comandante y espías. Es el despreciable personaje de Quintus en Gladiator, de Ridley Scott. Ariel, en The Tempest de Shakespeare es un espíritu mágico y todopoderoso, y espía de Próspero. Alejandro III instituyó la Ojrana (protección) en Rusia: una policía secreta que tenía el objetivo de reprimir cualquier tipo de subversión y que ejercía su control sobre escuelas, universidad, prensa, justicia. Victor Serge le dedica un capítulo en Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión (Madreselva, 2010).

Cuando la inteligencia es practicada por los Estados se engarza con otro concepto: el de seguridad nacional. Ahí la categoría concierne a la recolección de información y análisis de datos que inciden en la toma de decisión del poder político para la salvaguarda de un país de potenciales amenazas internas y/o externas. Seguridad nacional es prevención estratégica para evitar eventos non gratos relativos a la emergencia de tal o cual amenaza. En el ámbito de los Estados hay estructuras que se dedican expresamente a esa “teoría política de la información” y para llevar a cabo su trabajo adquieren rasgos de secretismo (y en algunos casos hasta de clandestinidad). El carácter secreto de los servicios atañe a al menos tres aspectos: la sensibilidad de las informaciones, las formas y los procederes de las investigación, y la preservación de las fuentes. El secretismo tiene que ver con la eficacia del servicio y su capacidad de evitar las distintas dimensiones de la amenaza. Además de los propios Estados la inteligencia es practicada también por sujetos y agencias privadas con objetivos que son a su vez privados. Ahí tenemos las novelas de Paco Ignacio Taibo II con Belascoarán Shayne y más acá, la serie Killing Eve y el contrapunto entre Villanelle y Eve Polastri. No estaría bien terminar este veloz contrapunto sin mencionar algo consabido en la cultura de las izquierdas revolucionarias y literarias: el caso de Rodolfo Walsh. Tomó partido por la Revolución Cubana, trabajó en Prensa Latina y se desempeñó como “criptógrafo”. Ayudó a dectectar mensajes cablegráficos, a desencriptar sus claves secretas y contribuyó a localizar a los mercenarios que en 1961 desembarcaron en Playa Girón con el objetivo de invadir la isla.

La inteligencia es una suerte de espejo del país en el que se recoge. Implica un proceso de recolección de información que luego comporta momentos descriptivos, situacionales y especulativos que están repletos de innumerables inferencias. Su valor reside en la capacidad de proveer informaciones y datos acompañados de un juicio acerca de su confiabilidad. Se trata de una contribución de conocimientos puestos a disposición del decisor público acerca de alguna amenaza latente o concreta para el interés nacional y que puede provocar riesgos de naturaleza política, militar, económica, financiera, energética, sanitaria, etc. Si esa cadena lógica articulada por las legalidades propias del Estado de derecho se quiebra, porque en sus tejidos se manifiesta alguna forma de la ilegalidad, entonces aparece (por ejemplo) el espionaje macrista, que por estos días alcanzó estado público. Sorpresivamente, lxs espiadxs en la Era Macri no figuran en la agenda informativa de los medios ideológicos de este país (los diarios con distribución nacional). ¿Sorpresivamente? Por medio de la denuncia de Cristina Caamaño –interventora de la Agencia Federal de Inteligencia– descubrimos que una parte de los servicios de inteligencia con el macrismo se “reperfilaron” para dedicarse al espionaje interno de personalidades vinculadas a la actividad política, a la actividad intelectual, periodistas, dirigentes, sindicalistas, dependencias de fuerzas policiales y un gobernador, espiadxs sin orden judicial. El listado de direcciones de mails apareció en una computadora dentro de la AFI. Para la propia interventora de la AFI hubo un “proceso sistémico de inteligencia ilegal”. Pero ese procedimiento muestra más bien formas integradas de (i)legalidad. En esas maniobras espurias no hay errores sino mensajes. Estamos frente a otra madeja mafiosa que debe ser desenredada. Las mafias son sistemas de poder. Y la relación con el poder es un elemento constitutivo de la ‘Ndrangheta. La externalidad de la ‘Ndrangheta, su ilegalidad digamos, va permeando progresivamente el poder, la legalidad, hasta teñirlos y hacerlos funcionar con su propia lógica. Si estuviéramos frente a una manifestación estética podríamos hablar de grotesco, dado que es un hallazgo que tematiza elementos de índole distinta y contradictoria que se mezclan. Pero aquí estamos frente a un fenómeno social y político en el que legalidad e ilegalidad conviven. Para entender el fenómeno ‘ndranghetista hay que imaginar un espacio tripartito. En el primer sector operan los sujetos que producen bienes y servicios ilegales. En el segundo, los sujetos que los comercializan. En el tercero, los que gobiernan el territorio en el que esos bienes y servicios circulan. Este último es determinante para controlar los flujos electorales (condicionar los resultados), resolver disputas (ejercitar la justicia), condicionar la economía (alterar las reglas).

Luego de la denuncia de la titular de la AFI empezó a hablarse de “espionaje ilegal”, “proceso sistémico de inteligencia ilegal”, “producción de inteligencia ilegal”, “aparato de ilegalidad total”. Desde ya, estamos frente a un hecho de extrema gravedad institucional –que el macrismo había implementado incluso a nivel de CABA cuando en 2009 espió a funcionarios, empresarios, legisladores opositores, dirigentes gremiales, integrantes de la AMIA y de la colectividad judía, y hasta a un familiar del propio Macri– pero es un error conceptual y metodológico destacar sólo el aspecto ilegal de esas prácticas. Poner en foco la ilegalidad reduce la comprensión del fenómeno denunciado y que ahora será investigado. No estamos ni frente a la ilegalidad total ni a formas de inteligencia ilegal. Si desde junio de 2016 la AFI llevó a cabo prácticas de espionaje desde una computadora de ese organismo y si esas tareas no fueron ordenadas por un magistrado (es decir, se llevaron adelante sin una orden judicial), sino que fueron dispuestas por alguna autoridad de la propia estructura de inteligencia, entonces se trata de inteligencia (i)legal. Con “(i)legal” quiero expresar el sentido de la manifestación de una cosa que se da en otra que es (o debería ser) su opuesto. También en este caso estamos frente a un emergente más de una práctica mafiosa propia de la cultura macrista. Mafia es la permanente manifestación de un principio estructurante: el de ilegalidad ubicado dentro de todos los tejidos (in)imaginables de la legalidad.

 

Buenos Aires, 2 de junio de 2020

*Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *