Nuestra democracia fue parida cuando el relato basado en el arma para torturar y desaparecer había perpetrado un genocidio. Ante ello, un grupo de Madres se organizó y volvió al primer objeto cultural, el recipiente que contiene, transformándolo en el fundamento de nuestra democracia. Necesitamos volver a pensar nuestra democracia a partir del recipiente y no del relato individual del asesino.
Por David Sibio*
(para La Tecl@ Eñe)
Hace poco más de 40 años, la forma de gobierno adoptada por el pueblo argentino volvía a llamarse democracia. Desde entonces, hemos intentado poner en equilibrio los valores de la libertad y la igualdad, a veces con más éxito, otras, con cierta dificultad. Y en eso estamos: luchando para vivir en base a la fuerza del derecho y no en base a la fuerza de los hechos. La vida en base al derecho supone un esfuerzo de la imaginación ciudadana: frente a la fuerza de los hechos tenemos que imaginar cómo deberían ser las cosas para poder exigir nuestros derechos. Por ello, la imaginación ciudadana requiere una forma de la ficción para el pensamiento democrático. ¿Qué forma de ficción necesita nuestra imaginación ciudadana?
La escritora norteamericana Ursula K. Le Guin cuenta que, al evolucionar los homínidos a seres humanos, el principal alimento que consumíamos era vegetal. Lo que comíamos se recolectaba, y sólo en el extremo Ártico la carne era el alimento básico. A pesar de que las pinturas de cazadores de mamuts ocupaban las paredes de las cavernas y, actualmente, nuestras mentes, Le Guin sostiene que “lo que realmente hicimos para mantenernos con la barriga llena fue comer semillas, raíces, brotes, tallos, hojas, nueces, vainas, frutos y granos, añadiendo insectos y moluscos junto a la captura de aves, peces, ratones, conejos y otros pequeños animales inofensivos” con los que pudimos aumentar la cantidad de proteína necesaria. A los humanos de entonces no les requería mucho tiempo de trabajo poder alimentarse: solo se trabajaba durante quince horas a la semana para tener una buena vida.
“Quince horas a la semana para la subsistencia deja mucho tiempo para otras cosas. Tanto tiempo que tal vez los inquietos que no tenían un bebé cerca para animar su vida, o habilidad para construir, cocinar o cantar, o pensamientos muy interesantes para ser pensados, decidieron ocuparse y cazar mamuts. Los hábiles cazadores volverían entonces tambaleándose con un montón de carne, mucho marfil y un relato. No fue la carne lo que marcó la diferencia, fue el relato.” Lo que tenían para contar.
Según Le Guin, es difícil contar una historia apasionante sobre cómo se saca una semilla de su cáscara, y luego otra, y otra, y otra semilla. Contar que, después de eso, uno se rasca las picaduras de mosquito, y que alguien dice algo gracioso y entonces nos vamos al arroyo a beber agua, y que luego observamos a los tritones, y que, más tarde, encontré un grano de avena. Sí. Es difícil que semejante relato sea apasionante. Esto no se compara con la historia que puede contar un cazador que tuvo que enfrentar con una lanza a un mamut, mientras el mamut atravesaba con su colmillo a otro cazador del grupo, que se retorcía y gritaba entre torrentes de sangre provenientes de su cuerpo, para finalizar la historia con el mamut derrotado en el suelo, con la lanza clavada en la cabeza, luego de caer y aplastar, claro, a un tercer cazador del grupo. Este relato contiene acción y, además, unhéroe. “Los héroes son poderosos.” Tanto que todo es puesto al servicio del héroe y de su relato. Por ello, Le Guin propone una revisión del relato del héroe: “yo propongo la botella como héroe”: “[…] la botella en su sentido más ancestral y amplio de recipiente en general, una cosa que contiene otra cosa.” Un recipiente.
“El primer dispositivo cultural fue probablemente un recipiente… Muchos teóricos consideran que los primeros inventos culturales deben haber sido recipientes para guardar productos recolectados y algún tipo de bandolera o transportador en forma de red.” Le Guin continúa: “Así lo expresa Elizabeth Fisher en Women’s Creation. Pero no, esto no puede ser. ¿Dónde está esa cosa maravillosa, grande, larga y dura, un hueso, creo, con el que el hombre mono de la película golpea a alguien por primera vez y luego, gruñendo en éxtasis por haber perpetrado el primer asesinato propiamente dicho, lo arroja al cielo, donde girando [el hueso] se transforma en una nave espacial, [que] penetra en el cosmos para fecundarlo y produce al final de la película un hermoso feto, un niño por supuesto, a la deriva por la Vía Láctea sin (curiosamente) ningún útero, ninguna matriz en absoluto? No lo sé. Ni siquiera me importa. No estoy contando este relato. Ya lo hemos oído, todos hemos oído todo sobre palos, lanzas y espadas, sobre las cosas para aplastar, pinchar y golpear, sobre las cosas largas y duras, pero no hemos oído nada sobre la cosa para poner cosas dentro, sobre el recipiente para la cosa recibida. Esa es una nueva historia. Eso es noticia.”
Antes del cuchillo o del hacha, o de un garrote, o de cualquier otro tipo de arma (que en definitiva es una herramienta tardía, lujosa y superflua), mucho antes que las indispensables guadañas y palas para trabajar la tierra, creamos una herramienta que nos servía para traer cosas a casa. Fisher, nos cuenta Le Guin, llama a esto “teoría de la bolsa de la evolución humana”. Nuestro primer paso evolutivo lo dimos cuando creamos un recipiente que nos permitió traer la energía a casa y no simplemente impulsar la energía hacía afuera, como el hombre-mono de la película de Stanley Kubrick, 2001: una odisea espacial. Nuestro primer instrumento cultural no fue un arma, fue un recipiente.
Le Guin afirma que pensar la cultura humana desde la teoría de la bolsa, desde la teoría del recipiente, nos permite evitar confusiones y teorías absurdas. Cuando pensamos la cultura a partir de objetos largos y duros construidos para pinchar, golpear y matar, Le Guin no quiere tener ningún tipo de participación en ella. No quiere ser leal a esa civilización y a esa forma de ser humano en la que se narra la historia de cómo el mamut cayó sobre un cazador, “y cómo Caín cayó sobre Abel, y cómo la bomba cayó sobre Nagasaki, y cómo los misiles cayeron sobre el Imperio del Mal, y todos los demás pasos en la Ascensión del Hombre.”
“La teoría de la bolsa de la evolución humana” nos permite pensar una “teoría de la ficción alternativa” a la teoría de la ficción (del héroe) que se funda en un arma para pinchar, golpear y matar. Le Guin propone una teoría que no sea el relato del asesino. Hay que hacer una teoría de la ficción fundada en el primer objeto cultural: el recipiente. De esta manera no nos vamos a convertir en parte del relato del asesino, ni a reproducirlo.
Creo que la democracia también debe ser pensada a partir del recipiente. En una democracia no hay un héroe individual, ni es el lugar de los asesinos. Es el lugar de la ciudadanía, del héroe colectivo, del pueblo. El relato del héroe es el relato de la tiranía, del tirano que pincha, golpea y mata con un arma. Un relato asociado con el “poder cinegético”[1] del que nos habla Grégoire Chamayou en su libro Las cacerías del hombre;una forma de poder(el poder del cazador de humanos) querima con la lógica darwinista social del neoliberalismo imperante. “Ver la vida como una batalla es tener una visión del mundo muy limitada, social-darwinista y muy masculina.”, sostiene Le Guin. Esto no implica que debemos negar o eliminar el conflicto de nuestras historias, solo no nutrirlas exclusivamente del conflicto, porque “las historias pueden tratar de un sinfín de cosas diferentes”. No todo se reduce a preguntarnos dónde está el conflicto de nuestros relatos.
Nuestra democracia fue parida cuando el relato basado en el arma para pinchar, golpear, torturar y desaparecer había perpetrado un genocidio. Entonces un grupo de mujeres (madres ellas) se organizó y en lugar de responder con un palo, construyeron un recipiente, volvieron al primer objeto cultural y lo convirtieron en el espíritu de nuestra democracia. Hasta el día de la fecha, el recipiente procuró poner a todos y todas adentro. Por supuesto que hubo (hay y habrá) conflictos, pero no todo fue absurdamente reducido al conflicto, como pretende el relato del asesino, el relato de los cazadores.
Le Guin sostiene que escribir un relato apasionante de cómo pelamos una semilla es muy difícil, pero no es imposible. Su obra literaria es un ejemplo de ello. La obra de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, también. A ellas les debemos este recipiente que llamamos democracia. El recipiente donde llevamos el poder del pueblo.
Referencias:
[1]Cinegético: adjetivo que refiere al arte de cazar. Chamayou usa la palabra “cinegético” para caracterizar la forma de poder desplegada en la cacería de seres humanos: “designa fenómenos concretos en los que los seres humanos fueron acosados, perseguidos, capturados o muertos mediante formas de caza; prácticas regulares, a veces masivas, cuyas primeras manifestaciones fueron teorizadas en la antigüedad griega antes de conocer un auge formidable en el período moderno, junto con el desarrollo de un capitalismo transatlántico.”
Buenos Aires, 22 de julio de 2024.
*Docente de filosofía en Universidad Nacional de General Sarmiento.
1 Comment
El relato de la historia siempre a cargo del patriarcado. Tal vez por eso sobrevalora la caza, la conquista, el avasallamiento y resalta a través de esos relatos que esa fuerza brutal es la que marca el valor de la historia. La semilla, el morral quedan relegados a lo inferior, lo doméstico, la mujer.