Hace tiempo que están sonando las alarmas: hablas del capital habilitan el daño, legitiman el alarde y la celebración de la crueldad.
Por Marcelo Percia*
(para La Tecl@ Eñe)
1.
Desdichas de la vida en común no se alivian con las ciencias. Necesitan tiempo, demoras estremecidas, suavidades que palpen espinas del daño, delicadezas que se sienten a conversar la vida.
2.
La civilización del capital practica la crueldad.
La realiza en tres formas: dañar, dañarse, consentir el daño.
3.
Crueldades de estos tiempos empujan, a sensibilidades dañadas, a hacerse más daño. Ofrecen, a cada cual, la opción de elegir cómo lastimarse.
4.
Sublimar consiste en tornar lo abyecto en sublime. Quizás en interponer tiempo entre el impulso y la acción. En introducir una pausa entre el terror y la huida, entre el incendio y la fascinación del fuego.
Puede que algunas psicologías crean que carnicerías y quirófanos dan asilo a almas homicidas. O que la sublimación sirva para canalizar, reformar, civilizar, tendencias malsanas.
5.
La crueldad no quiere transformarse en otra cosa. Concibe la piedad como declinación, como caída en la debilidad, como enfermedad del amor, inclinación al remordimiento.
Para la crueldad la culpa la tienen las víctimas.
La crueldad alienta la autodestrucción como última vanidad de existencias que se sienten fracasadas.
6.
Entre el impulso de dañar y la acción que daña, casi no hay pausa, intervalo, posibilidad de detención.
El impulso de dañar no se siente como el solo empuje que va a lastimar, sino como fantasía de cancelación de algo insoportable: una excitación, un nerviosismo, una obsesión, un desamparo, una maldición.
La acción de dañar, desencadenada, no se puede parar.
El después del daño, en ocasiones, sobreviene como adormecimiento, culpa, odio, derrota, indolencia. Como arrepentimiento o un no querer pensar en nada.
A veces, lo que no tiene vuelta atrás impulsa a ahondar lo que daña.
Componemos una civilización habituada al daño. O expuesta al daño. O aturdida de tanto daño.
7.
Existencias que hablan viven en riesgo de dañar o dañarse.
Amores pueden sanar y lastimar, amistades pueden alojar y decepcionar, afectos que ahíjan pueden arropar y condenar, alimentos pueden nutrir o enfermar. Y, así cada cosa que imaginemos.
Una paradoja del daño reside en que puede proteger destruyendo.
8.
Hablas del capital prometen felicidades, de consumos y posesiones, que dañan la vida.
Aunque la crueldad no procura la felicidad: aspira a una efímera omnipotencia que adormezca la angustia.
9.
Hablas del capital admiten el daño como costo necesario, como exageración sentimental, como insistencia de lo negativo. Como accidente, error, mala suerte.
Dividen el presente en mundos paralelos: uno, de pesadilla, en el que quienes tienen fuerza mandan, amenazan, suplician, matan; y otro, de una conflictividad de baja intensidad, en el que quienes tienen dinero pagan por su seguridad. Uno del daño liberado y otro del daño administrado y atemperado. En el abismo del miedo, se dibujan dos opciones sobrevivir en la pesadilla o salvarse comprando fuerza.
10.
De alguna manera que no se sabría decir, en la bruma de los días se entraman crueldad, angustia, desigualdad.
¿Qué le hace esta trama a los cuerpos que habitamos?, ¿qué le hace a los sentimientos que encarnamos?, ¿qué le hace al amor, a la sexualidad, al erotismo, al trabajo, a la vida en común?, ¿qué le hace al aire, al agua, a la tierra?
11.
Clínicas que practicamos se desvelan ante esas preguntas y ante esta otra: ¿por qué saber lo que daña no detiene el acto de dañar o dañarse?
12.
La fuerza luce arrogante, fascinada de sí, satisfecha. Daña para confirmar su poder.
Tal vez la crueldad no tenga que pensarse como insensibilidad, sino como adherencia a la fuerza, como repulsión de la debilidad, como huida de la vulnerabilidad provocando daño.
13.
Uno de los traductores de la obra de Freud al castellano, José Luis Etcheverry (1995), relata que se inclinaba a traducir el vocablo alemán Trieb como querencia en lugar de emplear la palabra pulsión siguiendo la tradición francesa.
Se podría pensar que asistimos a una cultura aquerenciada en la mortificación.
Una cultura aquerenciada en la crueldad.
Mortificación y crueldad se ofrecen como lugares a los que acudir en estados de confusión y de miedo.
Mortificación y crueldad se postulan como sitios a los que volver para untarse con el aceite de la fuerza.
14.
El proyecto de la Ilustración de arrancar de su minoría de edad a la humanidad, como pensaba Kant (1784), no derivó en el progreso ilimitado de la razón, sino en el creciente anhelo de invulnerabilidad. En la ilusión de alcanzar un lugar seguro y protector: el hogar de la fuerza.
Vivimos en una época aquerenciada en la figura de la fuerza. En su parada de poder y suficiencia, en su alarde de inmunidad e impunidad.
15.
El nazismo sigue orbitando en el mundo como fantasma de poderío. La fuerza como orgullo de la razón, como elegancia viril, como agregado de heroísmos individuales.
El ideal de participar en una selecta sumatoria de vidas blindadas se impone sobre la posibilidad de imaginarnos como habitantes de una común debilidad.
16.
La fuerza practica la crueldad para autoafirmarse. Necesita hacer sufrir para sentirse a salvo del sufrimiento.
La crueldad no se ejerce contra otro, sino contra otra vulnerabilidad. Se necesita ensañarse ante el desamparo puesto en otra parte para sentir, mientras se lastima, que se está a salvo del dolor. Se ejerce o se consiente la crueldad para participar de la ilusión de pertenecer a la comunidad inmunizada de la fuerza.
17.
18.
En el después cruel de la crueldad, el verdugo dice a la víctima: “No te victimices”.
19.
En tiempos de crueldades racionalizadas, la palabra crueldad pierde su capacidad de denuncia o detención del daño.
20.
Una disyuntiva reciente se expresó así: tener una moneda fuerte o una moneda de mierda.
Lo que no se piensa como fuerte, se piensa como excremento.
Hablas del capital profesan el éxito de la fuerza, de la guerra, de la virilidad. Cultivan el ensañamiento contra las debilidades sucias, feas, malas, mendigantes.
21.
En una de las Aguafuertes de Arlt (1928), El pan dulce del cesante, cuando una pareja se debate sobre qué vender para hacer el pan deseado por las infancias, se lee la expresión “no hay plata”.
Desde entonces, esas tres palabras dicen la trama de crueldad, angustia y desigualdad en nuestra literatura.
Los sustantivos injusticia, inequidad, encarnizamiento, maldad, exclusión, vejación, estigmatización, abuso, violación, atrocidad, mortificación, ensañamiento, segregación, recuerdan algunos de los nombres que entran y salen de esa trama.
22.
Fernando Ulloa (1995) introduce la expresión cultura de la mortificación para indagar qué pasó en nuestras vidas durante los años del terrorismo de Estado. Piensa la mortificación como imposición de una vida mortecina: apagada, sin ánimo, sin deseo. La languidez de existencias abatidas que acatan el daño creyendo que, a través de la sumisión, se protegen de peores sufrimientos.
El terror de Estado conquista la complicidad y el consentimiento de quienes, entre cuestionar la crueldad de la desigualdad o acatarla, optan por lo último para quedar del lado de la protección de la fuerza.
23.
La espectacularización del daño en series, películas, noticieros, videos, pone a la vista cómo trabaja la incubadora de la servidumbre consentida que se vive como libertad.
24.
Alguna vez, en las sombras de los manicomios -recordando una idea de Bataille (1962)- se pensó que quienes no tienen ningún derecho, ninguna esperanza, ningún sosiego, ningún porvenir, terminan ejerciendo la única soberanía que les queda: cortarse la piel con un vidrio, tragarse algo cortante, tomar alcohol, exponerse a golpes y violencias, terminar en una zanja. Ejercer la soberanía de hacerse mierda. No dejarse excretar, una y otra vez, por poderes de una crueldad sumaria o fantasmas del ensañamiento. Actuar el único dominio posible: provocarse y consumirse en el dolor.
A veces, en el límite de la desesperación, sensibilidades aturdidas intentan anestesiar el dolor con más dolor.
25.
La idea de que siempre hay alguien que la está pasando peor compone la última suerte de sobrevivencias desencantadas.
26.
Angustias no se pueden evitar, pero un día crueldades y desigualdades se sabrán innecesarias.
27.
El peligro que enfrentamos reside en que el común vivir pierda, sin que nos demos cuenta o deje de importarnos, sus encantos. Que se expulse de la imaginación la potencia de una común debilidad sanadora, de una común suavidad de acogida, de una común delicadeza de la mano que se extiende, de la mano que sostiene, de la mano que evita la caída.
Se necesita, una y otra vez, el contento de lo común para reducir el daño. Y enfurecer la protesta.
Buenos Aires, 26 de marzo de 2024.
*El autor es psicoanalista, ensayista y Profesor de Psicología de la UBA. Autor de Deliberar las psicosis ( 2004); Alejandra Pizarnik, maestra de (2008): Inconformidad (2010). Su último trabajo publicado es «Sesiones en el naufragio, una clínica de las debilidades». Ediciones La Cebra.