Francisco asumió un rol que desbordó el clásico límite espiritual: decidió intervenir en el orden económico y social de manera explícita, algo que resultó desconcertante para muchos.
Por Hernán P. Herrera*
(para La Tecl@ Eñe)
Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa en 2013, el mundo no terminó de entender lo que venía. Su formación jesuita, con su tradición de pensamiento crítico y acción directa, ya marcaba una diferencia respecto a sus antecesores. Francisco asumió un rol que desbordó el clásico límite espiritual: decidió intervenir en el orden económico y social de manera explícita, algo que resultó desconcertante para muchos. «La iglesia no puede ni debe permanecer al margen de la lucha por la justicia social», dijo en una de sus entrevistas.
La Iglesia como institución tiene una mala imagen para varios sectores defensores de lo popular en la Argentina, porque no se le reconocen acciones para evitar la sangre que derramó la dictadura entre 1976 y 1983, con el terrorismo de Estado. Sin embargo, Francisco logró desmarcarse eso, en lo que configura un hecho político no menor.
Su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, publicada el 24 de noviembre de 2013, contiene varios pasajes que cuestionan el modelo económico vigente. Francisco denuncia distintos aspectos críticos del sistema actual, que se pueden explicar en base a sus propias palabras.
Primero, advierte contra una «economía de la exclusión» (§53). Señala que vivimos en un mundo donde «los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes'». La vida de quienes no participan del sistema económico no parece tener valor alguno. Francisco grafica esta realidad diciendo que «esta economía mata», llamando a considerar los dramas humanos más allá de los indicadores financieros. «Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive.» En este sentido también dice que “no puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa”.
Segundo, denuncia el «fetichismo del dinero» (§55). Según Francisco, el dinero deja de ser un medio y se convierte en un fin en sí mismo. «Se instaura la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano.» La autonomía absoluta de los mercados financieros genera una nueva forma de idolatría que degrada la dignidad humana. «El afán de poder y de tener no conoce límites.»
Tercero, critica un «dinero que gobierna en lugar de servir» (§56). Plantea que la primacía de la rentabilidad sobre el trabajo humano conduce a una cultura de consumo efímero, donde las personas quedan subordinadas a la lógica del lucro. «No podemos seguir confiando en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado», advierte Francisco. Esta subordinación de la economía a intereses especulativos debilita los vínculos sociales y profundiza las inequidades.
Cuarto, alerta sobre «la inequidad que genera violencia» (§59). Francisco sostiene que la creciente desigualdad social es «la raíz de los males sociales», y que una paz social estable no puede construirse sobre un modelo que excluye sistemáticamente a grandes mayorías. «Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera, no se resolverán los problemas del mundo.»
La intervención de Francisco en cuestiones políticas y económicas se reflejó en hechos concretos. En 2016, criticó las políticas antimigratorias de Donald Trump, diciendo que «una persona que solo piensa en construir muros no es cristiana». Trump respondió de forma agria, y la tensión entre ambos se hizo evidente. «No juzgo a las personas, pero digo: ese no es el Evangelio», agregó Francisco en esa ocasión.
En 2019, Francisco lanzó la «Economía de Francisco», un movimiento global que convocó a jóvenes para diseñar un sistema económico «que traiga vida y no muerte». No se trató de un simple encuentro simbólico. Fue un intento de poner en discusión el modelo capitalista dominante, en un contexto mundial atravesado por crisis financieras, desigualdad creciente y emergencia climática. «Necesitamos una economía que ponga en el centro a las personas y no el lucro», dijo ante los asistentes. Allí cuestionó abiertamente la teoría del derrame (de la corriente liberal/ neoliberal/ libertaria), diciendo que «jamás ha sido confirmada por los hechos».
También hizo observaciones críticas sobre la concentración de la riqueza. En 2020, destacó que 50 personas acumulaban una riqueza suficiente para garantizar educación y salud a todos los niños pobres del mundo. «Esa riqueza clama al cielo», denunció. Señaló que cada año morían cinco millones de niños por pobreza, una cifra que contrasta brutalmente con los patrimonios crecientes de una minoría.
En Argentina, Francisco fue objeto de ataques por parte de Javier Milei, quien lo calificó de «zurdo asqueroso» y «representante del maligno». Una locura. Las tensiones también fueron evidentes antes con Mauricio Macri, marcando distancia de sus políticas promercado. «La política, tan denigrada, es una de las formas más preciosas de la caridad», señaló en ese contexto, dejando en claro su visión de la necesidad de un Estado activo.
Su participación en temas financieros globales incluyó una presión directa sobre el FMI en 2024 para reducir sobrecargos a países endeudados, lo que benefició particularmente a Argentina. También cuestionó la especulación financiera y el rol de los paraísos fiscales, a los que acusó de «robar a la sociedad». «La deuda no puede convertirse en una condena para los pueblos.»
La dimensión ecológica de su pensamiento tuvo su mayor expresión en Laudato Si’ (2015), donde criticó la explotación salvaje de los recursos naturales, y propuso la idea de considerar la agresión sobre «la casa común» como un pecado. «No puede ser que quien contamina pague y continúe contaminando como si nada.»
Un capítulo aparte merece su discurso en Bolivia en 2015, durante el II Encuentro Mundial de Movimientos Populares en Santa Cruz. Allí denunció a los monopolios mediáticos por su rol en la uniformización del pensamiento y la promoción del consumismo. Francisco advirtió que «los monopolios comunicacionales buscan poner a todos en el mismo molde», alertando sobre los riesgos de una cultura global dominada por los intereses de unos pocos. «Cuando los medios concentran el poder, se anula la diversidad de pensamientos y se debilita la democracia», afirmó.
Con su partida, queda abierta una pregunta inevitable: ¿qué rumbo tomará la Iglesia en materia económica y social con el nuevo Papa, cuyo nombre y perfil aún desconocemos?
Buenos Aires, 30 de abril de 2025.
*Investigador del Instituto Argentina Grande (IAG)