Las palabras y fórmulas de enunciado de las noticias que imponen las derechas y ultraderechas son definidas por Hugo Muleiro como un gran instrumento de poder. Opina que su repetición, aún por medios distantes del régimen de Javier Milei actúa, en definitiva, a su favor, y que hay que trabajar y poner esmero en un lenguaje propio.
Por Hugo Muleiro*
(para La Tecl@ Eñe)
La centralidad de la comunicación y sus lenguajes en las disputas por el poder está largamente estudiada y verificada. Hay una considerable acumulación de conocimientos y certezas sobre su importancia e incluso su supremacía en las acciones políticas, con rezago y hasta desplazamiento de prácticas que vienen de tradiciones que parecían intocables: el contacto directo con la población, las habilidades discursivas, el o la líder en el atril o al centro de la escena, con sus dotes para expresar ideas y hacer convocatorias, mientras flamean banderas y se alzan manos que acarician la brisa de la victoria.
Las estructuras políticas y sociales tradicionales fueron las que, en términos generales, más dificultades tuvieron y tienen para informarse sobre esta situación, aceptarla, digerirla y readecuarse para actuar con eficacia, lo que en este campo equivale a la conservación de la capacidad de conexión con el pueblo.
Esta dificultad debería ser estudiada visto que aquí y en otros paisajes facilitó el avance aterrador de fuerzas y dirigentes ultraconservadores, cuya mayor capacidad es destruir las estructuras que, aunque fuere solo a medias, tenían el propósito de servir al sueño de la democracia política y atenuar desigualdades en la distribución y usufructo de bienes materiales y simbólicos.
Esa lentitud contrasta fuertemente con la celeridad del aprendizaje y la eficacia en el uso de la comunicación en todas sus variantes por las fuerzas antidemocráticas, entre las que corresponde incluir al dispositivo de poder que instaló, consagró y sostiene a Javier Milei en la Casa Rosada, por más que se haya valido de los mecanismos electorales legales.
La distancia entre un lado y otro es por sí misma uno de los motivos centrales de la gran desdicha argentina del presente, pero puede ser considerada igualmente grave la dinámica de imposición de palabras y enunciados políticos, económicos, sociales y culturales que pasan casi sin filtro al campo que, con incertidumbres y dudas, podemos llamar nacional y popular, con sus recursos comunicacionales.
Uno de los ejemplos que se señorea en estos meses de 2025 es la denominación “ficha limpia” para el proyecto de ley que buscó, lisa y llanamente, la proscripción de Cristina Kirchner. Es una poderosa victoria semántica, en palabras de Eduardo Aliverti (Marca de Radio, La Red, 11.5.25).
La magnitud inconmensurable de esta perversión política está dada en que el enunciado fue instalado inicialmente por las huestes de Mauricio Macri, la última figura pública con derecho a cacarear contra la corrupción y el saqueo al Estado, vista su trayectoria por décadas asociada a negociados y delitos de toda clase.
Sin embargo, la consigna “ficha limpia” goza de bienestar sin distinción entre medios, incluidos los de orientaciones que se oponen poco o mucho al discurso del poder político-económico actual y, en su momento, al de Macri.
Pero la desventaja en la llamada “batalla cultural” no es de ahora, lo que nos quita derecho a darnos por sorprendidos. El mismo Macri llegó al poder político mentando “el cambio”, cuando vino a postrar al país con la restauración del modelo del tiempo anterior al surgimiento del movimiento peronista.
Sobran ejemplos: comunicadoras y comunicadores, cuyo compromiso con la democracia y el humanismo no deja ningún margen de duda, no han encontrado solución para eludir otra trampa alevosa, la del enunciado del régimen mileista sobre la “casta”. Suelen decir, por caso, que Milei prometió erradicar los privilegios de la “casta política” pero está ajustando y reprimiendo a los jubilados, con lo que convalidan inadvertidamente la existencia de tal “casta”, diagnóstico que bien podría ser puesto en discusión. Y mucho más debería discutirse que cierta gama de privilegios y hábitos de la burocracia política sea causante de injusticias estructurales.
La formulación “oposición dialoguista” sirve para encubrir a fuerzas políticas que son cómplices de leyes y decretos indispensables para la devastación que el dispositivo que representa Milei está consumando. De paso, impone indirectamente la idea de otra oposición, tan malvada que ni siquiera quiere dialogar. Y ni hablar de la palabra “piquetero”, con un sentido que ya no se discute, ni del “acatamiento” a una huelga, que refiere a un universo de personas que obedecen una disposición dirigencial, por ende incapaces de protestar por decisión propia.
El sistema convencional de medios que, con sus componentes más poderosos, empujó el ascenso de Milei, se da ahora por dolido por los insultos que recibe de las oficinas gubernamentales y su pandilla digital organizada y bien pagada. Difícil de desnudar la patraña, pues una perversión está montándose sobre otra: son los medios del mismo sistema que tituló “Todo está dicho”, en marzo de 1976, que organizó el relato de los “enfrentamientos con subversivos” y, en suma, encubrió al Terrorismo de Estado. El mismo sistema que trabajó sin desmayo para denostar al espacio público y preparó el terreno para el gran ataque consumado por Carlos Menem.
El ADN que lleva a la naturalización de la apropiación de los cuerpos no se extinguió con la democracia. Ni siquiera se atenuó. Morales Solá pronosticó más de una vez que a Cristina Kirchner le espera la guillotina, apenas una variante del título: “La bala que no salió, el fallo que sí saldrá”, de Clarín. En este regocijo constante con la muerte, las notas políticas sobre la angustiante interna justicialista bonaerense suelen proponer dos soluciones: matricidio o filicidio.
El azoramiento mediático por los mecanismos que determinaron la no aprobación del proyecto contra Cristina Kirchner en el Senado constituye una enorme estafa, pues da por verdadero el grotesco histórico según el cual Macri y el macrismo luchan contra la corrupción.
No obstante, este enunciado y muchos otros se instalan y repiten en los medios distantes de Milei, en las redes digitales y, claro, en la conversación social.
No parece posible que un panorama político tan adverso pueda ser revertido si no se enfocan los sistemas que lo legitiman. Ya sería hora, por caso, de dejar atrás la dicotomía torpe entre intervenir en las redes y actuar en el “territorio”, palabra que siempre conviene usar si uno se propone sacar patente de progre.
Entonces, una parte de los imperativos de la época es la capacidad de definir y expandir discursos propios de ese campo que llamamos nacional y popular. Es necesaria una fuerza estudiosa y creativa, capaz de idear claves de comunicación que tan bien aprendieron a imponer las derechas y ultraderechas. Es necesario después expandir esas claves. Y, con la esperanza de que eso llegue, prevenirse para no repetir formas de nombrar –formas de dar significado, en suma- de quienes, como muestra la historia argentina, se especializan en la aniquilación para apropiarse del país y desbaratar, para siempre, sus mejores sueños.
Buenos Aires, 15 de mayo de 2025.
*Escritor y periodista