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El dilema social: la formación – Por Roque Farrán

A partir del análisis del documental “El dilema social de la redes”, Roque Farrán sostiene en esta nota que si la sociedad de la información ha devenido en la era de la desinformación, eso no se soluciona solamente con mejor comunicación, o educación, o terapia, o militancia, sino con la formación integral como proceso irreductible y consustancial de cada práctica, de cada instancia de gobierno.

Por Roque Farrán*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Me quedé pensando algunas cosas luego de ver el documental de Netflix, The social dilema, más acá de todo lo que ya sabemos o deberíamos saber al respecto: básicamente que somos la materia prima y el producto ofrecido a otros, no los clientes o usuarios directos de las redes. Pero además: (i) en términos socio-simbólicos, que la posición del tercero sea esencialmente manipuladora, algo dicho de manera casi ingenua por los mismos creadores y manifestado como algo difícil de acotar incluso por ellos mismos (sujetos a su misma creación); (ii) en términos afectivos, la adicción que genera esta necesidad de estar conectado y recibiendo señales de reconocimiento continuamente (y los fantasmas que genera en la de por sí fallida comunicación humana la multiplicación de los desencuentros); (iii) en términos temporales, la captura de la atención en una presentificación sin cortes y el continuo tiempo perdido (la dificultad para pensar las escansiones y resignificaciones); (iv) en términos lógicos, la recursividad que solo encuentra su efectividad en reproducir y acentuar lo peor, o sea, la lógica de gobierno no es para nada ambiciosa o inteligente, se limita a reforzar conductas pre-existentes o latentes en individuos, grupos y poblaciones (de ahí la deriva acentuada hacia el odio y la ignorancia, el terraplanismo, los antivacunas, etc.). Este es el factor determinante, la lógica de gobierno: al contrario de otras fantasías totalitarias y paradigmas de control absoluto, en este caso es innegable que solo se conduce en función de las tendencias latentes y no se aspira a ningún cambio o transformación radical de las almas. Nos queda claro entonces, incluso para quienes han participado de su creación y ahora toman distancia crítica, que la única vía posible es la regulación estatal y el cuestionamiento de lo que llaman allí el “plan de negocios” (o sea ganar rápido y como sea); pero en el fondo sabemos se trata de un cambio en la base de la economía política y las lógicas de subjetivación. Nada menos.

Lo otro que me sigue interrogando, desde hace años, es la dificultad para darle un uso potente a las redes sociales; un uso que fortalezca las lógicas de alianza, creación, formación, coordinación y cooperación. ¿Por qué casi todo entra en la lógica de la competencia y la disputa estéril? ¿Es propio del dispositivo o nuevamente son nuestros modos de subjetivación, montados desde otros dispositivos, los que ven en cada gesto de potencia algo que habría que reprimir o subestimar? Quienes nos abstenemos de consumir cualquier cosa, quienes no entramos en la lógica de la manipulación por reforzamiento, ¿no podemos acaso construir pensamiento en red, vía el deseo, o también somos excesivamente ingenuos al respecto? Podemos hablar de “singularidades en común”, pero ¿cómo exponer nuestras comparecencias en red sin caer en lógicas de influencer y seguidismos replicantes?

El problema principal, como vengo insistiendo en diversos lugares, es la formación. Si la sociedad de la información ha devenido su contrario, si estamos en la era de la desinformación, eso no se soluciona solamente con mejor comunicación, o educación, o terapia, o militancia. Aunque cada práctica sea necesaria, la formación es la que hace la diferencia. Si hoy es tan difícil contrarrestar los efectos negativos de la militancia anticuarentena, de la ignorancia sistemática, de la distracción permanente, o de la división incesante en el seno de cada movimiento democrático-popular, es porque no hay instancias de formación en la cual los sujetos puedan implicarse con verdades genéricas que les den apertura y sustentabilidad, confianza y valor para afrontar la incertidumbre, la pereza intelectual y el odio. Abolidos los paradigmas disciplinarios, de cuyas esquirlas aun recibimos efectos fragmentadores (el llamado ocasional a especialistas y expertos), hemos dejado los modos de subjetivación librados a la suerte del mercado (“arréglense como puedan”). Los sujetos, más sujetados que nunca a su supuesta libertad (“se creen libres porque ignoran las causas que los determinan a actuar”, diría Spinoza), encuentran en las redes sociales los mensajes que se adecuan a la replicación de su ignorancia: pasión cultivada por todos los medios posibles, junto al desprecio y la envidia por el otro que se supone gozar (bienes, saberes o posiciones existenciales). El acceso al saber está más abierto y al alcance que nunca, pero la verdad que lo tasa tiene un precio incalculable para la lógica del mercado: exige la división del sujeto. Soportar un tiempo lógico el no entender resulta crucial, pues la formación requiere aceptar la castración, o sea la determinación, o sea el deseo, y encontrar el punto de inconsistencia en el Otro a partir del cual forjar las propias herramientas para pensar. Esta es una operación fundamental, transversal a todas las prácticas, que los mecanismos de control y dispersión actuales cada vez vuelven más difícil de realizar.

En definitiva, para contrarrestar los efectos de dominación y la estulticia generalizada, la formación integral tendría que ser una parte irreductible y consustancial de cada práctica, de cada instancia de gobierno, no algo meramente accesorio o conveniente.

 

Córdoba, 20 de septiembre de 2020.

*Filósofo

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