El cuidado y/de los piolas. Un relato traserrano – Por Sebastián Russo

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El cuidado y/de los piolas. Un relato traserrano – Por Sebastián Russo

Por Sebastián Russo*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Le digo a mi viejo que se cuide, le digo a mi madre, a mi hermano, a mis sobrinos. Con mi compañera somos la avanzada AMBA cuida tutti: lxs que la vivieron. Y porque no solo aquí en la sierra cordobesa hubo pocos casos, sino porque los informativos son citadino céntricos. En los pueblos el cuidado en estos diez meses devino casi una puesta en escena, un deber hacer sobre un peligro no vivenciado. Ahora empieza la joda, ahora sí tienen que cuidarse. Decimos y un oído cansino, hace mover una cabeza y una mano que juguetea con un barbijo que cuando se había vuelto un antifaz exagerado, debería entrar en escena. Los noticieros trabajando por escándalo y repetición relajaron el músculo de la protección. Más aún lejos de los centros urbanos que consumen y miran con recelo las noticias de la(s) capi. El gesto arrogante del chuncano es expresión del históricamente narrado por otros. Hastío y resquemor funda el vínculo con el/lo porteño. Pero la apertura veraniega cambia las cosas y el virus está en el preciado/necesitado turista, que con su constitutiva prepotencia aquí se suelta. Como si los controles relajados de tierra adentro, acelerados por los “enamorados de la economía”, lo hiciera ser el hombre libre (mercado) que le hicieron soñar ser. El barbijo es de blandos, el cuidado de minas. De ahí que la propaganda estatal dé en el centro, en uno de ellos. La distribución del piolismo reenfocado. Perejil e ignorante el sin barbijo, orgulloso cuida-dano el otre. País de piolas, el piola argento es un producto intragable y simpaticón, propio de las grandes urbes, en particular Buenos Aires. Ventajero, al límite de la legalidad, seductor y arrogante. Un estereotipo tan infumable como entrador. Pero está la vieja, el viejo, o el pueblo, alguna zona afectiva en la que el piola se rendía y mostraba la hilacha sentimental. Lo que constituía y complejizaba y hacía querible al personaje (el Diego, el último de los piolas románticos). El piola neoliberal anda (y se infarta) solo. Y en tiempos de Covid, mata a otros. Los pone en riesgo. Sin riesgo no hay vida dijo un viejito piola aporteñado: Pichetto. Lo mismo pudo haber dicho un piola nefasto, Etchecopar. El turista citadino, algunos de ellos, pero como norma auto impuesta y sobre actuada, entra al bar sin barbijo. O dejando el naso afuera. Esa leve infracción lo vivifica, lo rebeldiza, en una concepción de vida individual y consumista. De algo hay que morir, puede decir, yo consumo mi vida como se me da la gana. Y si me llevo alguno, bueno, “daños colaterales”, como los de Bush invadiendo Irak, el que no arriesga no gana. Hombre canchero, hombre de toda y con toda la cancha, se la soban los cuidadanos. Perdedores, resentidos, esclavos de relatos setentistas. Me la chupan, mi libertad es lo único que tengo. Yo voy al resto bar que quiero. A mí no me cuida nadie, yo laburé toda mi vida, no como el trapito, nos dice el de un estacionamiento. A ese nadie le dice que se ponga el barbijo. Ese sí que la tiene fácil, ni labura, ni nadie le rompe las bolas con el fuckin barbijo. Mi familia trabaja con el turismo, están en un pueblo de Traslasierra. Desde que llegamos nos preocupamos por bajar línea sin querer hacerlo. Por cuidarlos, porque se cuiden, por cuidarnos, por hacer del cuidado una práctica ética, no bajonera, no embolante, no conservadora. Aunque cuidar está relacionado al conservar, en este caso la vida, a la de uno y otrxs. Allí el gesto disruptivo anti conservadurismo se revisa. Gran afrenta al relato progresista de la aventura tener que vincularla con el cuidado. La aventura es, siempre fue, preservar la vida en su estatuto de máxima potencia vital. No rifarla. Preservar la vida de los padres, madres, abuelxs, es hoy (siempre) una aventura superviviente, constitutiva. La aventura es siempre una afrenta. El embate justiciero es enfrentarse a lxs privilegiados, o aspirantes a, o resentido por no, que hacen de su bravuconada una farsa libertaria. Una afrenta también al relato libertario que debe reapropiar una/la palabra fundamento vital de una vida plena en común. Afrenta también del laicisimo citar al Papa, pero así lo es: nadie se salva solo. Ni mi familia ni nadie. Volveremos en unos días de Córdoba. Deseando que nuestras palabras calen, en lo posible hondo. La cosa va para largo, y lo primero, además de la familia, es la vida. Que solo cuesta, que sólo es ésta.

 

Córdoba, 16 de enero de 2021.

*Sociólogo UBA. Docente UNPAZ/UNGS/UBA

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