Enrique Raab, periodista todoterreno y cronista ejemplar, el anunciador del acontecimiento capaz de observar aquello que para los demás se torna invisible.
Por Conrado Yasenza*
(para La Tecl@ Eñe)
Toda aproximación a un ser extraordinario tiene algo de inquietante y azaroso. Más aún cuando se avizora la presunción de que no muchos, por no decir sólo algunos, conservan vivo el recuerdo de ese mismo ser. Y se torna todavía más desafiante cuando el descubrimiento pasa por la propia dificultad de acercarse al conocimiento de uno de los tantos que el terror de esta tierra asolada por dictaduras recurrentes, quiso desaparecer en la penumbra del olvido.
Es el caso de Enrique Raab.
Y la pregunta, a esta altura es ya obvia: ¿Quién es Enrique Raab?
Variedad de respuestas iniciales: crítico de cine y teatro, periodista, cineasta, cronista de la calle y el acontecimiento – acontecimiento entendido como devenir, como hecho latente, por descubrirse, por revelarse. Es decir: Enrique Rabb como un periodista con una cualidad que lo distingue del resto. El cronista todoterreno, como lo definió con maestría María Moreno, del cual hasta no hace mucho tiempo el canon cultural y periodístico dejó fuera de ese panteón broncíneo al cual ingresan a algunos para lavarlos y luego momificados. Raab, el periodista que poco se lee y estudia en las carreras de comunicación o periodismo. María Moreno hace algunas preguntas al respecto: “¿Por qué no hay un mito Enrique Raab? O, aunque sea un mayor reconocimiento. Quizás porque él desconfiaba de las palabras sacralizadas que viven entre las solapas de los libros y no cultivó la novela —ese género fálico que permite pisar los papers— o la investigación a lo grande… ¿Será porque no pertenecía al grupo mayoritario en la militancia revolucionaria? ¿Porque su desobediencia a la heterosexualidad obligatoria no favorecía el mito para una izquierda que aún trata de asimilar a un Néstor Perlongher… ¿O porque los cronistas populares suelen ser populistas y él no era ni una cosa ni la otra?”.
Carlos Ulanovsky, que trabajó junto a Raab en Panorama y en La Opinión, y de quien aprendió los secretos del periodismo, define la cualidad que distinguió a Enrique Raab de la siguiente manera: “Una de las virtudes más destacadas de Rabb era el punto de vista periodístico, que no es ni el ojo avizor ni el olfato certero, sino aquello que hace realmente distinto a un periodista entre otros tantos: su posibilidad de ver en ciertos hechos lo que otros no ven.”
«Dejar al desnudo a los acomodaticios que quisieron hacer creíble la teoría de los dos demonios ante la realidad de víctimas y victimarios. Eran los mejores. » dijo Osvaldo Bayer al referirse a Raab.
Un anunciador del acontecimiento, que se anticipa a su manifestación y lo describe a través del registro casi fílmico de la realidad. Porque sus crónicas están construidas bajo ese registro óptico, el de la captación del detalle en la vida singular del individuo de la calle entrelazado con determinada realidad política, con determinados hechos objetivos o circunstancias históricas dadas.
Un narrador exquisito, culto y al mismo tiempo cotidiano, observador y sensible.
Ana Basualdo, en el prólogo de su libro Crónicas ejemplares, dice de la escritura de Raab:
«La fuerza de la escritura de Raab está en la rapidez, el fogonazo, el » travelling» de frases que persiguen multitudes peronistas hacia Plaza de Mayo y que captan, en cortes abruptos, el drama de la JP ante un Perón que se le muestra siniestro, sin máscara, en el último acto que compartieron (el 1º de Mayo de 1974)…. «Frases como cámaras que van detrás de las multitudes de Mar del Plata que se arrastran exhaustas y paran y se enfilan ante puertas de restaurantes de dos tenedores o vagan por la explanada del casino sin saber qué hacer en un día gris… Ubicuo, como debe ser un reportero, lo averigua y lo muestra todo…».
Enrique Raab es un periodista que averigua y muestra todo. Cubre en 1975, las elecciones provinciales en Posadas, elecciones en las que los Montoneros participaron bajo el nombre de Partido Auténtico, luego de la muerte de Perón. En estas crónicas puede observarse el registro del color local, el timbre de un dialecto, la descripción topográfica, el sabor de ciertas bebidas, etc. Y todo elaborado desde un punto de vista firme, como lo señala Ana Basualdo: «Sin ganas, los recursos del oficio no sirven para decorar. Tampoco sirven sin un punto de vista secreto y firme… Energía y punto de vista son en realidad los útiles de este oficio…».
Al leer las crónicas de Enrique Raab uno comprende aquello que Elías Canetti, filósofo y poeta alemán, escribió alguna vez: «El verdadero poeta se entrega a su época, cae en su servidumbre…». Raab, a través de sus crónicas, en las que no dejaba dato sin consignar y a las que se entregaba con total energía, dio cuenta de su época vinculando su gran estilo de escritura con la militancia activa, tampoco reconocida o no considerada revolucionaria en términos del pasaje del periodista al militante que abrazó la causa de las armas.
Es aquí donde se nos presenta la oportunidad de no caer en la falsa ingeniería del blanqueo del pasado, porque Raab también fue un militante de revolucionario – fue militante del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores)- , aunque mal tramitado por las mismas organizaciones armadas, y en el sentido en que lo manifiesta Edgardo Cozarinsky: “Un intelectual sensible – aunque no el único – a la politización integral de toda experiencia, un espejismo de finales de los años sesenta que a principios de la década siguiente derivó en militancia armada. Judío y homosexual, se acercó a grupos donde abundaban el antisemitismo y la homofobia”; un ser humano atravesado por las fuertes concepciones ideológicas de un tiempo pasado – pero no desechable – que buscó en la justicia un profundo deseo de verdad, belleza y felicidad. Raab fue un militante de la izquierda revolucionaria que dio cuenta del conflicto establecido entre concentración y exclusión, es decir, incorporó el conocimiento profundo de los acontecimientos y sus consecuencias como principio superador de una mirada unívoca; promovió una teoría del conflicto vinculada a la mirada crítica de los hechos.
Otro testimonio, expresado en este caso por el periodista Carlos Alfieri:
«Creo que, en su caso, la militancia revolucionaria era la extensión de la estética por otros medios. No fue esta su debilidad: fue su grandeza, una acción muy seria que buscaba, como sus crónicas, entrelazar todos los pedazos sueltos del mundo. A ella le consagró su vida con espantosa despreocupación».
Ética y estética unidas a un cuerpo dedicado no sólo al goce de la vida, sino al análisis crítico de entramados sociales diversos que se entregan en la escritura de Raab a la formidable contaminación entre “alta cultura” y cultura de masas; un periodismo de cruces y comparaciones, que, como escribió el periodista Claudio Zeiger “lo llevó a detenerse, por ejemplo, en la figura del gordo Porcel como una representación acabada del hombre argentino de los 70, o indagar en la popularidad de Palito Ortega, o criticar fuertemente la cinematografía de Leonardo Favio, o auscultar la precariedad actoral y estética de Juan José Camero en la constelación del cine argentino”.
Encontrándose en Cuba, Raab escribió una serie de crónicas que el diario La Opinión no publicó, y que luego aparecerían agrupadas en un libro que, en el año 1975, Ediciones de La Flor editaría bajo el nombre «Cuba, vida cotidiana y revolución».
Entre 1962 y 1975, Enrique Raab trabajó en las siguientes publicaciones: las revistas semanales y mensuales Primera Plana, Panorama, Todo, Confirmado, Adán, Siete Días, Análisis (revista de economía hasta el año 1968), y en los diarios La Opinión y El Cronista Comercial.
Hacia el año 1971, Enrique «Jarito» Walker fundó la publicación clandestina Nuevo Hombre. Raab trabajó en ella, y también se sumó a otro proyecto de Walker, el cual naufragó sin siquiera partir de sus costas luego del golpe de 1976: La revista El Ciudadano. Al respecto, el poeta Alberto Szpunberg comentó:
«La revista se iba a llamar El Ciudadano, y la cabeza visible (se decía que también financiera) era una tal Borenholtz… Los militares ya habían dado el golpe. Según nos habían dicho, el proyecto era apoyado políticamente por toda la izquierda, incluyendo a los Montoneros, el PRT y hasta un sector del PC. Su objetivo era reivindicar la democracia… Eran días de superplomo. Ya habíamos empezado a pensar artículos y entrevistas, discutíamos el editorial, pero era evidente que nada de eso tenía sentido ya. Teníamos la sensación de que los milicos iban a entrar en cualquier momento. Un día Enrique llegó con la noticia de que habían secuestrado a Timerman. Entonces decidimos abandonar el local…».
Desde aproximadamente el ’74, Enrique Raab guardaba cartas que la siniestra Triple A de José López Rega le enviaba. Misivas en las cuales Raab habrá leído para sí las perversas anunciaciones del final: «Estás muerto», «comunista», «rusito», «judío». Claros ejemplos de la jerga lingüística propia de las bandas parapoliciales que desde esos años ya operaban con total impunidad en el país. Mensajes, cartas, amenazas que es conveniente recordar siempre, de lo contario la memoria puede esfumarse como polvo en el viento.
«Mi mamá le decía:» te tenés que ir, te tenés que ir.». Todos sus amigos ya se habían ido… ¿Por qué no se fue? Le mandaban cartas de Francia diciéndole que había trabajo para él. Pienso a veces que quedarse fue una especie de suicidio. Algo muy grande lo retenía aquí: de lo contrario no puedo explicarme por qué no tomó la decisión de irse». Testimonio que Evelina Raab de Rosenfeld, hermana de Enrique, le brindó a Ana Basualdo para su libro Crónicas ejemplares.
Hacia el año 1977, Raab vivía en un departamento de la calle Viamonte. El 16 de abril de 1977 lo secuestraron y desde esa fecha hasta hoy es uno de los más de cien periodistas desaparecidos en nuestro país.
La finalidad deseada de esta escasa investigación, de este rescate del olvido de una obra cuyos valores, como sostiene Ulanosvky, “no los desaparece nadie”, es la de confrontar con las ideas estáticas, a pesar de la velocidad del desarrollo tecnológico, de un presente que ofrece como manifestación dominante la queja individual y aislada, y el irrefrenable impulso argentino hacia la aceptación de lo dado como un hecho insuperable y definitivo.
Tal vez el propósito de este texto se halla reflejado en la frase de Osvaldo Bayer: Rescatar del olvido a uno de los mejores.
Bibliografía consultada:
-Basualdo, Ana, Crónicas ejemplares, diez años de periodismo antes del horror (1965-1975), Buenos Aires, Perfil Libros, 1999.
-Carlos Ulanovsky, Enrique Raab, texto que forma parte del libro Con vida los queremos editado por la UTPBA en 1986.
-Camaño, Juan Carlos y Bayer Osvaldo, Periodistas desaparecidos, Buenos Aires, Norma, 1998.
-María Moreno. Enrique Raab. Periodismo todoterreno, Editorial Sudamericana.
Avellaneda. 14 de febrero de 2025.
*Periodista. Docente en UNDAV.
4 Comments
Excelente nota sobre Enriqur Raab
Muchas gracias, Elvira.
Saludos.
Conrado Yasenza
En un momento donde el periodismo que practica Jonatan Viale hace suponer la muerte de la profesión, conmemorar la trayectoria de un periodista como Enrique Raab hace pensar que no todo está perdido. Nos cabe a nosotros los docentes mantener su llama viva y demostrarle a los alumnos que sí se puede hacer periodismo…!!!!
Coincido con tus palabras Héctor.
Muchas gracias.
Saludos.
Conrado Yasenza.