Cuento: El Chele – Por Juan Chaneton

El odio concentrado y rancio – Por Hugo Presman
19 julio, 2021
Foto: Ignacio Corbalán, Télam.
La Democracia en cuestión y los indiferentes – Por Jorge Alemán
20 julio, 2021

Cuento: El Chele – Por Juan Chaneton

Ilustración: Brigada Muralista Felicia Santizo.

Ilustración: Brigada Muralista Felicia Santizo.

El cuento que Juan Chaneton nos envía tiene su tiempo de ocurrencia en los iniciales meses de 1990, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) perdió las elecciones a manos de la candidata de la derecha, Violeta Barrios, al frente de la Unión Nacional Opositora (UNO). Para los gobiernos revolucionarios, las elecciones y la democracia son una necesidad, pero la democracia burguesa con reglas burguesas, constituye una encerrona histórica de difícil pronóstico.

Por Juan Chaneton*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Había sido duro con la  Guardia, ni modo…[1] Puta digo… si son los mismos que ahorita nomás están ahí, en la frontera.

No se termina más esto… –musitaba el Chele-[2] a un interlocutor imaginario, mientras escupía las briznas de tabaco que se le enredaban entre los dientes después de cada chupada,  los Valencia[3] cada vez vienen peor, puta digo.

No se termina más esto… Y los ojos azules se entrecerraban, perforando, sin verlo, el humo soplado con  cansancio, en un profundo suspiro.

Las horas, aflojadas siempre lentamente en la rutina exasperante de los expedientes, se habían ido rápido esa mañana, cosa rara. Quizás fuera porque pensaba mucho el Chele ese día, y el pensamiento, ya se sabe, lo sume a uno en un ensimismamiento que le gana al tiempo, parece que los minutos no tuvieran ya sesenta segundos, ni que las horas tuvieran sesenta minutos. El tiempo del Chele había muerto.

No tenía apetito y no había querido ir a comer el vigorón[4] cuando la Arline lo había invitado. Prefirió alejarse dos cuadras, calle abajo, hacia el lago, llegando casi a donde fue Mansión Teodolinda. Se sentó en un tronco volcado, de malinche, y allí se quedó, quieto y silencioso, rumiando su soledad  poblada de presentimientos, en tácita complicidad con los garrobos[5] que, insinuándose la siesta, ya asomaban sus cabezas puntiagudas entre la hojarasca calcinada.

Hacía calor, como siempre en Managua. A la una debería estar de nuevo encerrado en el Modular 1 de ese ministerio que lo había acogido como empleado tres años atrás, después que dejó la milicia, no sabía ahora si para bien o para desgracia suya, una desgracia más, en todo caso, en esa larga lista de desgracias que había sido su vida.

El Chele nació y vivió descalzo hasta los catorce años. Octavo de once hijos, iba siempre de la mano de su madre, acompañando a ésta en el trajín diario de la venta de cuajada y otras menudencias.

Papá no tenía. Es difícil tener papá en Nicaragua.

Iba también de la mano de su madre aquel día, cuando los chigüines[6] de la EEBI les dieron duro a las mujeres de Ampronac,[7] allá en Chontales. Nunca supo bien cómo ni por qué, pero intuía una lógica en todo aquello. Lo cierto es que su mamá le aflojó la mano para siempre, aquel día. Agonizó contra los adoquines, y el chelito no soltó ni una lágrima, sólo miraba, absorto, esos borbotones, rojos y espesos, que iban cubriendo, poco a poco, la blancura del vestido de su máma. Tenía doce años esa vez, y todavía no había ido a la escuela, así que se fue a vivir con un tío, en Matagalpa, a trabajar en el café.

Ese año conoció a la Lisbeth, se hicieron amigos y después novios. Muchos años más tarde recordaría, trepado al IFA[8] que se zangoloteaba como un paquidermo en celo, la voluptuosidad de su debut en el amor y las promesas que se hicieron, una noche, desnudos y transpirados, a orillas del Tuma.

Malos presagios ese año. En Managua había habido tiroteo en el Palacio y todo mundo[9] hablaba de eso. Un día, la Lisbeth le dijo que tenía un amigo, Marvin, que era del Frente y que hacía mucho que le venía diciendo que entrara ella también, y que qué le parecía, y que no sabía qué hacer, que quería entrar pero quería que lo hicieran juntos.

Él, por puro amor, se metió también. Todavía hoy lo recuerda a Marvin, que ni bien supo que él era huérfano y analfabeto le quiso enseñar a leer.

A veces, para los pobres, la vida es como para enloquecer, le había dicho Marvin, y el Chele se acordó, en ese instante, que no había llorado, de chavalito, la muerte de su madre.

Ya militante, estuvo en el Repliegue, cuando el Frente simuló retirarse hacia Masaya para contragolpear después. Luego, el triunfo, que no se escribía así, sino el Triunfo, con mayúscula, y la voz de Daniel que resonó aquel día –todavía lo recuerda–, cálida y firme, anunciando a los burgueses: se morirán de nostalgia, pero no volverán nunca … Todavía lo recuerda, y se le nublan los ojos.

Durante los tres años siguientes buscó, con tenacidad de hormiga, realizar tanto sueño incumplido. Lo agarró la campaña de alfabetización y aprendió a leer. La Lisbeth, que ya sabía, lo ayudó mucho. Enseguida se casaron.

Ingresaron los dos al ministerio. El Chele nunca supo para qué servía ese ministerio lleno de papeles y que nunca salía en el Barricada.[10] Pero allí estaban los dos, ella, como empleada en la procuraduría, él, a cargo del archivo de los tribunales especiales, los que juzgaron a los guardias después del triunfo. Con los ocho mil córdobas que ganaba cada uno vivían  como podían.

En diciembre del 84 fueron al café, trabajo voluntario. Conocían bien el lugar, Matagalpa. Atacó la contra una noche, las cuatro de la mañana, mucho grito y balacera en la oscuridad, fue herida la Lisbeth y no aguantó, se fue de a poquito en cada gota púrpura que teñía su camisa blanca, que él usó como torniquete, con desesperación y rabia, pero que no sirvió. Y ahí sí que lloró. Toda su vida lloró en ese momento, toda su historia y la historia de los suyos. El vestido es blanco, la sangre es roja, la bala no tiene color, pensó el Chele y esos pensamientos le parecieron extraños a él mismo.

Con las primeras luces de una nueva mañana enterraron a los muertos y se prepararon a partir. Dejaron atrás las cenizas humeantes de las cabañas donde habían dormido y soñado durante dos meses.

El regreso, bajo un cielo destemplado y gris, fue sólo alterado por la caravana de Ifas que toparon en el cruce con el camino a Jinotega. No menos de doscientos adolescentes saludaban con los Aka[11] en alto y los gritos se acallaron con la cola del último camión que se perdió tras la curva de una carretera gastada y llena de agujeros.

Fue poco ese año de oficina para tapar tanto dolor. El Chele seguía taciturno y reconcentrado cuando 1985 se iba para no volver.

Miró el reloj de pronto y sacudió la cabeza como para librarse de un molesto sopor. Era la una en punto de la tarde y todavía estaba allí, sentado sobre el tronco de malinche. Apretó los dientes después de dar la última chupada al cuarto o quinto cigarrillo.

Volvió sobre sus pasos, calle arriba.

Una humedad pegajosa impregnaba el mediodía del barrio de Bolonia.

El sol caía pesado, calcinándolo todo. En la esquina se cruzó con la Arline, que le sonrió mientras se limpiaba los dedos, todavía engrasados tras el almuerzo frugal. El Chele se le acercó y la besó en la frente.

 

-¿No lo has visto a Carlos?, preguntó él.

-Ahorita nomás pasó para su oficina… ¿Quiubo…?

-No, nada… Tengo que hablar con él, dijo con tranquilidad mientras se alejaba.

-¿Volvés Chele…?

-Claro…

 

El secretario político del ministerio estaba arrellanado detrás de su escritorio, hojeando un libro. Levantó la vista. El aire helado del ambiente refrigerado dio de lleno en la cara de su visitante, que entraba con pasos lentos, sin llamar. Eran amigos. Se conocían de la guerra. Y un amigo que se gana en la guerra más que amigo es un hermano.

 

Galería Mural – Nicaragua Murals

 

***

El aguacero era firme y decidido por la tarde. Como si el cielo mismo se desprendiera, a pedazos, de su matriz abovedada, la lluvia se desplomaba con estrépito ensordecedor sobre los platanales verde oscuro,  mientras el viento agitaba las copas de los árboles más altos que, lúgubres, rumoreaban su quejumbre de a ratos.

Chapoteando en el barro, los soldados intentaban darle marcialidad a una formación apresurada que un oficial del epeese[12] había ordenado, ya casi al salir el sol, después de haber sido informado que la contra andaba cerca.

Rompieron filas enseguida. Con un eco improbable resonándole en los oídos (caudalosos ríos de leche y miel…) y trepándose al camión, el Chele se sintió más cerca de su Aka que nunca. A los bufidos, lentamente, arrancó el Ifa. Encuclillado y con la culata del arma apoyada  en el piso del vehículo, entre las botas embarradas, las manos agarrotadas sobre el caño vertical, el soldado sandinista discurría en silencio. El agua caía a torrentes sobre la lona verde olivo que parecía perforarse de un momento a otro, pero el Chele no oía el traqueteo ni el rumor de la lluvia.

Un breve codazo lo sacó de su ensimismamiento.

 

-¿Fumás hermano…?

Miró unos segundos el cigarrillo que le extendían, dentro de su paquete.

-Un Royal, ¿querés?, le ofrecía un compañero con una semisonrisa amable.

-Claro… Claro, hermano… Gracias…

 

Mientras aspiraba el humo con fruición pensó que si nuevamente era soldado nada había tenido que ver la casualidad en eso. Recordó su charla con Carlos, en el ministerio, y el último consejo que éste, entre paternal y autoritario, le había dado cuando se despedían: Para ser soldado en Nicaragua, lo principal es tener rabia y apretar los dientes. Recordalo, Chele…

A los tres días lo llamaron y se presentó en el Mint.[13] La instrucción fue rápida porque él no era un novato. Se despidió de sus dos hermanos (los que vivían en Managua), de todo el ministerio y especialmente de la Arline y del Toño, sus amigos más queridos.

No es posible la rutina en Nicaragua, supo aquel día en que compartía su soledad, sentado sobre un tronco de malinche, con garrobos y culebras. No tenía sentido estar todo el día metido en una oficina archivando expedientes. Lo supo también el Día de la Alegría[14], el último 17 de septiembre, que había habido fiesta en lo del Toño y se habían embolado[15] hasta el amanecer. Había mezclado cerveza y guaro, ese día, y mientras vomitaba sobre los poliedros concéntricos del adoquinado de una remota callejuela de Eldorado, una confusa insatisfacción le recorría el cuerpo por dentro, bien metida, poro a poro, entre las vísceras, apretándosele en torno de los huesos. Era la misma tristeza que le salía, a veces, por los ojos azules, dándoles un aire de cansancio seco y sin retorno. Y encima, la Lisbeth. Aquel día, en lo del Toño, hacía siete meses que le faltaba.

Se alistó de nuevo, voluntario, pero esta vez para siempre –pensó–, porque en estos tiempos, sólo en la milicia se está seguro. Intuía que su deber era concurrir en ayuda de los suyos, allá en las cooperativas, hostigadas, día a día, por los contras, jueputas…

Sí…, nunca debió cambiar las armas por la gris tranquilidad burocrática de un ministerio, pensó el Chele, mientras la larga fila de Ifas se internaba ya en el corazón de la sexta región y la espesura, silenciosa y lóbrega, tendía un pesado manto de incertidumbre sobre los soldados que marchaban hacia el Bocay, hacia la frontera.

***

-¡Va pué…! Siempre solemne vos Chele… Cuando no estás pensando, leés el diario…

-¿Mmm…?

-Va de viaje, oíste…? Va de viaje…! Eso dije… Va de viaje…![16]

 

Sin responderle, el Chele dobló en dos el Barricada y lo dejó, indolente, sobre la mesa, mientras se ponía de pie, cadencioso y grave. A través de la ventana del cuarto de oficialía apenas se podía ver, del otro lado de la calle, la casa de protocolo del ministerio, semiescondida entre una vegetación exuberante.

Alvarito, el pequeño hijo de la mujer que se encargaba de la limpieza de la casona de funcionarios y visitantes, correteaba, a esa hora,  por la vereda de tierra y hojas secas. Estaba nublado.

 

-¿Sabés qué día es hoy, Toño…?

-26 de febrero, Chele. Parece que perdió el Frente y que ganó la Violeta nomás…

-No me refiero a toda esa puñetería, Toño.

-¿…?

-26 de febrero, Toño. También un 26 de febrero murió la Lisbeth. Hoy hace un año.

 

Hablaba mirando a través de los vidrios, sucios y viejos, dando la espalda a su amigo de toda la vida. Se dio vuelta lentamente.

El Toño adivinó en esos ojos celestes que ahora lo miraban con fijeza, un dolor universal. Le pareció que por las claras pupilas de su amigo desfilaba el sufrimiento ancestral de muchas personas, incluso el suyo.

 

-Estoy cansado, Toño, dijo el Chele, y mientras lo decía echaba sobre su hombro el bolso militar con las blancas iniciales del Mint.

 

Con la mano en el picaporte repitió, a modo de despedida: muy cansado…

El Toño bajó la vista y, sin querer, la posó sobre el Barricada que acababa de leer el Chele y que  comentaba la elección del día anterior. Un primer plano de Daniel, casi viejo dentro de su uniforme verde, proclamaba: Ha ganado la democracia. Más abajo, una mueca de Violeta Chamorro parecía una sonrisa, y lo era.

Una fina llovizna comenzaba a caer sobre Managua.

El silencio era ahora pesado, casi infinito.

 

Referencias:

[1]  Ni modo…! Expresión popular nicaragüense. Una alocución equivalente en el idioma de los argentinos podría ser ¡Qué va…!, o ¡Y bueno…!

[2]  Chele: en Nicaragua, de tez blanca, rubio.

[3] Valencia: marca de cigarrillos.

[4]  Vigorón: alimento popular nicaragüense.

[5]   Garrobo: especie de reptil, más pequeño que la iguana y con algún parecido con ésta.

[6]  Chigüines: derivado de “El Chigüín”, apodo con que se conocía en Nicaragua al hijo menor del dictador, que lo sucedió en el poder. Mientras Anastasio Somoza Debayle estuvo en el poder, su hijo, Anastasio Somoza Portocarrero, fue jefe de la EEBI, Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería, cuerpo represivo especialmente brutal y sanguinario.

[7] Ampronac: acrónimo de Asociación de Mujeres para la Problemática Nacional. Con el ascenso al poder del sandinismo, pasó a llamarse AMNLAE (Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinosa). Hoy llamaríamos a ambas “oenegés”.

[8]  IFA: marca de camión.

[9]   Todo mundo: así, es sinécdoque nicaragüense que equivale a “todo el mundo”.

[10]  Barricada: órgano oficial del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

[11]  Marca de fusil. Puede ser de origen  ruso o chino.

[12]  Epeese. Modo coloquial de denominar al EPS, Ejército Popular Sandinista.

[13]  MINT. Ministerio del Interior.

[14] Día de la Alegría: efemérides sandinista que recuerda el día del ajusticiamiento de Anastasio Somoza, por un comando de guerrilleros argentinos, el 17 de septiembre de 1980, en Asunción del Paraguay.

[15] Embolarse: emborracharse.

[16] ¡Va de viaje!: expresión de fastidio, de despreocupación, de desinterés, según las circunstancias y el contexto de la conversación. Podría equivaler a ¡Qué me importa…!

 

Buenos Aires, 19 de Julio de 2021.

*Abogado, periodista y escritor.

[email protected]

2 Comments

  1. Ese no llorar a su madre muerta ahí mismo y bañada en sangre, es la bella resignación de un hijo que no derrocha lágrimas.
    Cuento y metáfora del largo cuento latinoamericano. Destino, utopías y distopías se entrecruzan. Y la ideología y la política
    y el cuento de nunca acabar. Literatura. Juan Rulfo -creo-lo aprobaría. La Nicaragua profunda-que es toda- también.
    Gracias por incitarme a leerlo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *