El politólogo Maximiliano Fernández Grau sostiene en este artículo que la contingencia de esta pandemia es una oportunidad que invita a reflexionar acerca del agotamiento del sistema, la concentración de la riqueza, las desigualdades económicas, el ambientalismo, el rol del Estado y las relaciones con los otros como un nuevo punto de partida para ponerle fin al autoritarismo neoliberal.
Por Maximiliano Fernández Grau*
(para La Tecl@ Eñe)
Una contingencia es un acontecimiento que irrumpe de forma imprevista poniendo en crisis cierta normalidad. El intempestivo provoca una situación de inestabilidad que conduce a algo “nuevo”, abriendo una posibilidad para que los sujetos se reconozcan como tales y, a la vez, sean interpelados por una realidad, su realidad. De esta manera, una contingencia es considerada política cuando se impone como marco que impulsa una acción pública transformadora.
Comprendido así, un hecho contingente es lo que permite configurar lo político a partir de la acción política, haciendo que los sujetos tomen parte y puedan incidir sobre lo que los afecta. En este sentido, permite obturar la totalización de lo privado sobre lo público. Esto opera en dos dimensiones. Por un lado, produciendo un momento reflexivo (de comprensión de lo social). Por otro, accionando para modificar lo establecido, como son los debates públicos y las movilizaciones. Esto, a su vez, posibilita el cuestionamiento a la subjetivación neoliberal del “individuo emprendedor” otorgándole un mayor sentido a la comunidad y a la ciudadanía.
Su importancia radica en que, como hecho movilizante, limita la subjetivación que ejerce el neoliberalismo, donde el individuo, a diferencia del ciudadano, es comprendido como objeto carente de derechos sociales y políticos. De esta forma, los seres humanos se configuran como homoaconomicus. La caracterización del filósofo Byung Chul-Han resulta esclarecedora: la explotación ya no requiere de un otro coercitivo como sucedió en la sociedad disciplinaria del siglo XX, sino que es ejercida por los propios sujetos bajo la figura del emprendedor. Así, el objetivo de la existencia pasa a ser la maximización de la mercancía, convirtiendo al capitalismo en una verdadera fe ciega que no tiene otro destino que el vacío existencial. Esta lectura permite pensar cómo ciertas enfermedades vinculadas a la salud mental, como la depresión, la adicción a los psicofármacos y ciertos trastornos, están relacionadas con la etapa actual del sistema capitalista.
La mercantilización de la vida es el destino del neoliberalismo. En este sentido, el sistema funciona como un productor de goce que genera adicción y compulsión al rendimiento del sujeto como objeto empresarial. Una dependencia a la gula de la mercancía que se enquista bajo un discurso sin brechas, ni alteridad, a partir de una potencia totalizadora: la mercancía es un fin. Por eso el capitalismo comprende a los sujetos como objetos de sí.
En este punto, me parece pertinente poder pensar a la pandemia del COVID-19 como un hecho contingente donde lo inesperado sacudió al sistema de producción, las lógicas de mercantilización y a las relaciones sociales poniendo en crisis distintos aspectos del orden existente. Este hecho produce una abertura que da lugar al momento reflexivo: ¿nos dimos cuenta que la salud pública no es un gasto? ¿somos conscientes de la relación de nuestras sociedades con el ambiente? ¿coincidimos en que el Estado debe garantizar las condiciones mínimas de existencia? ¿qué hacemos con los movimientos reaccionarios que apelan al odio? ¿cómo construir un nuevo horizonte común que incluya a una mayoría social sobre los valores de la solidaridad, la igualdad, la democracia y la justicia social?.
El ejercicio reflexivo implica salir de un lugar pasivo, de televidente de la realidad, para actuar desde un lugar crítico, a través del pensamiento. Porque crear una alternativa superadora al desenlace fatalista al que nos conduce el capitalismo requiere de organizar una voluntad colectiva que sea capaz de justificar la pertenencia de una mayoría social a un destino común distinto al de la desigualdad, el hambre y la explotación propuesta por el neoliberalismo. Se trata de construir un populismo de izquierda o una izquierda popular que dispute el poder con una propuesta de radicalización democrática.
En este sentido, la potencia del capitalismo como sistema teológico hace necesaria la organización de una identificación subjetiva en base a lo comunitario. Esto significa la articulación de un sujeto colectivo que no renuncie a lo divergente, sino que sea contenedor. Cerrarse en un todo absoluto reduce las fronteras de representación. Por eso es inadmisible pensar la emancipación desde una identidad definitiva, ya que la sociedad está en constante mutación y no es un ente fósil. Sobran los casos históricos en los que las fuerzas de izquierda cayeron en una clausura identitaria perdiendo su capacidad interpelar a las mayorías.
En términos lacanianos, lo totalizador es el discurso circular del capitalismo, donde la mercantilización de la vida niega la divergencia. De este modo, nada se sitúa por fuera de la lógica del capital. Sin el reconocimiento de la diferencia es imposible construir una alternativa al neoliberalismo sobre las bases de un proyecto colectivo conformado sobre los valores de la igualdad, la solidaridad y la justicia social.
Ernesto Laclau realizó un gran aporte a la teoría política pensando la articulación de un sujeto transformador situando a las demandas insatisfechas como unidad analítica. Desde una lectura populista, sostengo que es imposible concebir al pueblo como una totalidad, ya que el pueblo nunca está constituido, siempre está en articulación. Nunca es un todo, siempre es una parte que intenta representar a la totalidad. Desarrollar una lógica de lo común implica no obturar la diferencia entre los distintos colectivos sociales y sus demandas. El punto de inflexión debe ser la construcción de un proyecto teológico que antagonice con el capitalismo en la búsqueda de la universalización de la solidaridad democrática. Bien se sabe que hoy las principales víctimas del neoliberalismo son los pobres, las mujeres y los inmigrantes. Todos estos movimientos son objeto de ataque de los grupos neofascistas, la clara demostración de que el capitalismo abandonó su interés por la democracia y se está transformando desde hace años en un sistema cada vez más autoritario.
Quienes hoy gritan “libertad” se oponen a que el Estado garantice los derechos esenciales de las personas en situación de vulnerabilidad porque temen perder sus privilegios. Son la expresión de un liberalismo meramente economicista, que insiste en fórmulas fracasadas, y que abandona todo reconocimiento por los derechos humanos. En su esquema de poder, opera el capital especulativo, grandes grupos económicos y los medios masivos de comunicación, quienes funcionan como nuevos partidos políticos contribuyendo a la difusión de fake news, convocando a movilizaciones y participando de escraches.
Este neoliberalismo autoritario abandona toda una historia de reivindicaciones por los derechos civiles que caracterizaron al liberalismo tradicional para cuestionar a la democracia y desafiar al conocimiento científico con teorías conspiranoicas que no resisten fundamentos. El surgimiento de estas expresiones delirantes deben leerse en relación a la decadencia del sistema: el capitalismo ya no mejora las condiciones reales de existencia, por el contrario, produce cada vez mayor desigualdad y dependencia de los países subdesarrollados. Este es un síntoma que, si fracasan los intentos emancipadores, con el tiempo se irá profundizando.
Es por eso que creo que el verdadero desafío consiste en articular una fuerza transformadora que sea capaz de emanciparse del capitalismo. Se trata de habitar la incertidumbre actual desde una identidad subalterna que, diferenciándose del fantasma totalizador del sistema, plantee un horizonte de fraternidad hacia otras relaciones de producción. Entendiendo que no es posible romper con el discurso circular del capitalismo, que produce inacción, insensibilidad e inestabilidad, si no se reconocen y articulan las diferencias en un espacio común. En este sentido, la contingencia de esta pandemia es una oportunidad en la desgracia que invita a reflexionar acerca del agotamiento del sistema, la concentración de la riqueza, las desigualdades económicas, el ambientalismo, el rol del Estado y las relaciones con los otros como un nuevo punto de partida para ponerle fin al autoritarismo neoliberal.
Buenos Aires, 4 de diciembre de 2020.
*Politólogo