
A una semana del fallecimiento del filósofo Paolo Virno, Diego Sztulwark repasa marcas e influencias teóricas y enfatiza la calidad finamente política de su palabra, que tuvo su presencia en la argentina de 2001 en torno a las discusiones –lamentablemente nunca saldadas– sobre la importancia de pensar de otro modo, por fuera del par Mercado/Estado, las capacidades creativas de «los muchos».
Por Diego Sztulwark*
(para La Tecl@ Eñe)
Reconocer la influencia del pensamiento de otro suele ocurrir bajo condiciones de examen, de homenaje y quizá también como parte de un sentimiento de agradecimiento que, para ser honesto, debe verse precedido por una reflexión sobre el modo en que esa actividad intelectual, que viene de otra subjetividad, pasa a funcionar en la propia. La reciente partida de Paolo Virno –hace hoy justo una semana– me lleva a explicitar, de un modo obviamente insuficiente y breve, la conciencia que siempre he creído tener del valor de sus aportes para pensar lo político de otra manera. Es quizá parte de esta “deuda” contraída la que me lleva a anticipar una explicación preliminar, relativa al hecho de que la “enseñanza” de Virno no estuvo restringida entre nosotros a lo que convencionalmente imaginamos como situaciones educativas –escuelas o universidades– de las que surge la idea del profesor (o el “maestro”, que es otra cosa), ni por tanto del pensador como detentador de un sistema de saberes que se imparten para que otro los incorporen a fin de actualizar su valor en un futuro profesional. No. La escena que habría que evocar aquí –muy distinta– es una a la que cabría llamar –realizando las aclaraciones pertinentes– escena política. A diferencia de la pedagógica habitual, por escena política podemos entender aquello que hace que nos descubramos como compartiendo problemas propios de la vida pública más que ideas pertenecientes de antemano a campos disciplinarios y profesionales de saber en los cuales nos insertemos (o ensartamos). Virno, en cuanto teórico y militante, fue, en este sentido, un político cuyas reflexiones suponen un fuerte deseo de política –y uso “deseo” para señalar lo político como aquello que escasea o cuya existencia directamente peligra– presente en sus descripciones de fenómenos sociales contemporáneos, a los que no cabe –precisamente por su filo político– reducir a saber de tipo sociológico. Lo que sigue es un intento de reproducir cinco ideas virnianas que pueden funcionar como marcas indelebles para la política, escritas en cinco párrafos, que no intentan reenviar a sus libros de origen (aunque al final agrego una bibliografía) sino reparar en el modo en que –insisto en esto– han circulado influencias o enseñanzas:
Comunismo del capital: la expresión realza el gusto de Paolo por la paradoja y se apoya en una cita de Marx sobre “la superación de la propiedad privada sobre el mismo terreno de la propiedad privada”. Para construir esta idea es preciso tener en cuenta que los años dorados del capitalismo no se dieron sin un costoso aprendizaje impuesto por el desafío que representó la gran Revolución de Octubre y la consecuente crisis del 29. Lo que hemos conocido entonces bajo el nombre de “socialismo del capital” fue la interpretación burguesa –keynesiana– del rol centralizador y planificador del Estado en el ciclo económico. Décadas más tarde, la derrota de la revolución que trabajadores y estudiantes preparaban en los años setentas contra las formas del trabajo asalariado, la alienación individual y la coerción estatal, fue el terreno –contrarrevolucionario, neoliberal y “postfordista”– de una nueva interpretación pérfida –el “comunismo del capital”– que incorporó el elemento comunista (que, como preveía Marx, se expresaba ya en la cualidad transindividual propia de la moderna cooperación social tecnificada o General intellect) ya no como premisa material de una política emancipativa sino bajo el modo invertido de un despótico sometimiento de la riqueza de la praxis humana al “chaleco capitalista” de la antigua medida del valor-trabajo, y a la destrucción de toda esfera pública. De modo tal que en el “comunismo del capital” el capitalismo subsiste como regla vigente (mando y medida) pero no verdadera (contenido de la cooperación humana), mientras que el comunismo insiste como verdad de la actividad colectiva, aunque no vigente (bloqueado como política efectiva).
Tonalidad afectiva. Una fenomenología de los muchos que como tales participan de la producción social contemporánea remite, pues, a una realidad común que Virno pensó como “situación emotiva”, es decir, como los “modos de ser y sentir” que actúan en la experiencia colectiva del trabajo, la recreación o la política. El tono afectivo de la multitud posee –para Virno– un grado cero o un corazón “neutro” –pues se trata siempre de capacidades vitales previas a sus conjugaciones concretas–, una naturaleza irremediablemente histórica –dado que hablamos siempre de la socialización de una multitud metropolitana realmente existente– y una condición ambivalente –que se determina en el modo en que el tono afectivo se conjuga en modalidades de aceptación y sumisión o bien de crítica o conflicto (es decir: que adquiere valores operativos en políticas concretas, incluso de signo opuesto). La situación emotiva de la multitud es para Virno tanto el “oportunismo” –la capacidad de captar y aprovechar oportunidades–, como el “cinismo” -aptitud para calcular (más que solo obedecer) reglas– y también la capacidad de “charla” (o “avidez de novedades”), que remite a las capacidades verbales de la multitud, y a la actualización de una epistemología popular, de una mundanidad de los sujetos –la búsqueda de repaso, de orientación práctica–, y al peso de los fenómenos comunicativos que han devenido centrales en la producción contemporánea. De este modo Virno describe la realidad de la multitud en términos de una intelectualidad de masas que se vale del uso del lenguaje y de las capacidades comunes de abstracción para orientarse –en el sometimiento tanto como en la rebelión–, pero también de “un conjunto de memorias” (aspecto mal discutido durante el debate pueblo/multitud que se dio en Argentina en torno a 2001), pues “nadie puede hacer una huelga siquiera de diez minutos sin contar con una gran tradición a sus espaldas”.

Tiempo histórico. Los discursos del “fin de la historia” se han valido, piensa Virno, del éxito frecuente de una operación ideológica de primera magnitud consistente en distorsionar la riqueza de la experiencia del tiempo histórico. Allí donde la praxis humana respalda sus actos inventivos en potencias –formaciones colectivas del poder-hacer tales como la memoria o el lenguaje–, el llamado “fin de los tiempos” impone una clausura de la historia y una nostalgia por la potencia (como si ella fuera algo ya sucedido). Hace como si la potencia no fuera un componente estructural del tiempo histórico –contemporáneo al acto–, sino un elemento ya-sido, pasado transcurrido, un ayer sólo evocable por medio del recuerdo. En esta presentación de las cosas los sujetos ya no cuentan como portadores de potencias sino como seres sujetados a una serie de actos sucesivos, habitantes perpetuos de un mundo sometido a un continuo incesante de “ahoras” (un “ahora” tras otro, sin pausa) que da por resultado una actualidad ininterrumpida e inmodificable, sin acceso alguno al fondo virtual en el que esos “ahora” (esos actos en apariencia incuestionables) podrían ser puestos en suspenso, bajo revisión o reapropiados en sentidos diversos. La correlación o isomorfía entre tiempo histórico y fuerza de trabajo (ambos constituidos como términos de una relación estructural entre potencia y acto) supone la captación por parte de Virno de los mecanismos de objetivación del “trabajo vivo” humano (objeto de explotación precisamente por ser creador de valor, es decir portador de la interacción inventiva entre potencia y acto, es decir, actualidad de la potencia o recuerdo del presente) y de su sumisión al capital que captura esa capacidad creativa reduciéndola a servidumbre. La operación ideológica del fin de los tiempos sella toda aspiración de apertura histórica (vaciando palabras como “revolución” o “comunismo”) e impregna de nostalgia del pasado toda cita a la naturaleza libre de la actividad humana.
Instituciones post-estatales.Tras la dolida declaración de Carl Schmitt sobre la ruina de esa joya del derecho público europeo que fue el estado moderno –la soberanía nacional como monopolio de la decisión política– se abrió una discusión sobre las categorías políticas fundamentales. ¿Cuál era la causa de aquella bancarrota? Virno pensó que había que buscar las razones de aquel colapso en la movilización de las facultades vitales que el postfordismo introdujo en la producción: al incluir las potencias antropológicas de la especie en los procesos de valorización –el devenir locuaz del trabajo–, la praxis de la multitud se tornó compatible en los hechos con aquella concepción del derecho que pretendía imponer la obediencia a priori al poder normativo del Estado. La post-estatalidad se proyecta, desde entonces, para Virno, en un horizonte abierto con el mundo, es decir, en una interrelación no resuelta entre regularidades de la praxis y esfera normativa. La incompatibilidad entre conectividad y locuacidad de los modos de vida contemporáneos y la pretensión hobbeseana de un orden soberano basado en la capacidad de represión legal, ha dado paso a una situación nueva en la que la guerra y los dispositivos de mercado instauran mecanismos de subordinación colectivos mediante formas de gobierno cambiantes e informales –a veces negociadas y otras hiper-violentas– que el derecho llama abusivamente “estado de excepción” permanente. Al contrario del consenso político colapsado que explica lo político por el poder legítimo del mando soberano (sobre el que se parapetan hoy las derechas extremas y no pocas izquierdas soberanistas, en reacción a la globalización neoliberal en crisis) Virno ofrece, por medio de una mirada benjamiana de la historia, una contraposición distinta, en la que al derecho de excepción barbárico se oponen “instituciones del éxodo” para las cuales gobernar implica organizar la condición revocatoria y reversible entre norma y hecho, regulación y regularidad, regla y saber empírico.
Potencia-impotencia. Dicho par –que Virno piensa preferentemente con Aristóteles antes que con Spinoza- intenta captar la desconcertante coexistencia entre el sentimiento real de pesadumbre y agotamiento que se abate sobre las personas que –consideradas en su realidad de fuerzas del trabajo precario y lingüístico en todas sus variantes– constituyen la base de una enorme fuerza de producción de riquezas. La exuberancia productiva que alcanza la cooperación social se trasluce en deprimente impotencia cuando los productores no consiguen dotarse a sí mismos de lenguajes e instituciones capaces de organizar la praxis colectiva por fuera del mando despótico del capital. Este contraste desmoralizador entre riqueza expresiva, técnica, dinámica, capilar, comunicativa, inteligente y reticular de la cooperación explotada por el capital y perturbador grado de desarme y sometimiento a relaciones sociales de producción y de propiedad capitalista, provoca el sentimiento de ausencia de potencia que caracteriza el valor presente de lo colectivo. Lo que queda así, una y otra vez destituida, es la capacidad de “eficacia de lo político”, neutralizado en su aptitud para provocar un momento autónomo de articulación inmanente de la praxis social. La filosofía de Virno es un conjunto de ejercicios teóricos a la espera de la comuna.
***
Todas las comillas que he utilizado en este texto remiten a un puñado de libros en los que el lector podrá verificar si en ellas se avala lo que digo, aunque presiento que más fácil será usar Inteligencia Artificial y construir en segundos –segundos que refutan el valor del tiempo de meditación teórica y de práctica activista que no pocos hemos hecho con Virno–una visión de su obra más adecuada a sus propias inclinaciones. Los libros en cuestión son: “Gramática de la multitud”; “Cuando el verbo se hace carne” (que en la edición argentina viene precedida de una inolvidable entrevista hecha por Jun Fujita Hirose); “El recuerdo del presente, ensayo sobre el tiempo histórico”; “Ambivalencia de la multitud”; “Sobre la impotencia, la vida en la era de su parálisis frenética”. De igual modo, a una serie de diálogos como el que Paolo Virno mantuvo con activistas de call center en Buenos Aires –en “Quién habla, lucha contra la esclavitud del alma”–y con trabajadores de la educación en la Escuela Creciendo Juntos de Moreno –“Infancia e institución”, incluido en “Un elefante en la escuela” (Tinta limón ediciones). Estas conversaciones argentinas se asientan en horas de lectura y discusión sobre la base de situaciones compartidas que impiden el facilismo de considerar el vínculo con Paolo como una mera importación de un autor estrechamente europeo. Estudiados, y algunos producidos en la Argentina, los textos de este legado disponible siguen remitiendo a quienes –como escribió Paolo en mayo de 2003– aún vibran “con la Historia de la eternidad de Borges como con el destino de los piqueteros”, es decir, con esa zona existencial políticamente activable en la que la lectura y la sensibilidad ante lucha social constituyen, por común conmoción, la capacidad de actuar de los sujetos.
Buenos Aires, 15 de noviembre 2025.
*Investigador y escritor. Estudió Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía y política.

La Tecl@ Eñe viene sosteniendo desde su creación en 2001, la idea de hacer periodismo de calidad entendiendo la información y la comunicación como un derecho público, y por ello todas las notas de la revista se encuentran abiertas, siempre accesibles para quien quiera leerlas. Para poder seguir sosteniendo el sitio y crecer les pedimos, a quienes puedan, que contribuyan con La Tecl@ Eñe. Pueden colaborar con $5.000 al mes ó $10.000 al mes. Si estos montos no se adecuan a sus posibilidades, consideren el aporte que puedan realizar.
Alias de CBU: Lateclaenerevista