Carlos Caramello afirma en este artículo que los sudamericanos, en especial los Argentinos, y particularmente sus dirigentes, no entendemos qué es la social democracia mientras que los Republicanos de los Estados Unidos, los “populares” españoles, el “bolsonarismo” en Brasil o el “cambiemismo” argento, tienen características fácilmente identificables. Caramello sostiene que negociar con esa derecha que aglutina actores sociales con poder, es asistir a una cena a la que te invita un grupo de caníbales.
Por Carlos Caramello*
(para La Tecl@ Eñe)
“Un verdadero dirigente
no concibe su táctica
guiándose sólo
por el estado de ánimo momentáneo
de las masas”
Rosa de Luxemburgo
“Cartas y Amigos”
De la misma manera que los europeos no suelen comprender el peronismo (basta con recordar las recomendaciones que le hiciera Alain Turaine a Cristina Kirchner para terminar “con todos los males de la Argentina”), los sudamericanos, en especial los Argentinos, no solemos entender la social democracia. Ni el pueblo ni, mucho menos, los dirigentes.
Probablemente allí radique uno de los mayores inconvenientes para unificar en una identidad política a los partidos denominados de “centro izquierda”, cuestión que la derecha, no importa cuál sea la nomenclatura que el atento lector elija, tiene perfectamente resuelta.
Los Republicanos de los Estados Unidos; los “populares” españoles; el “bolsonarismo” en Brasil o el “cambiemismo” argento tienen características fácilmente identificables que los hermanan: dirigentes y líderes prácticamente borderlines, brutos en el sentido más amplio del fonema; vacuos, tarambanas y, fundamentalmente, peligrosos, por todo esto y por otras cosas peores.
El hito de esta semana, sin ir mas lejos en el almanaque, son los cientos de estadounidenses intoxicados por seguir las recomendaciones de Donald Trump de ingerir desinfectante para curarse o prevenirse del Coronavirius. Sin descartar, claro, la versión vernácula de la bestialidad representada por la senadora PRO Felicitas Beccar Varela quien sostuvo, muy suelta de cuerpo, que los presos que fueron liberados esta semana por el avance del COVID-19 “son futuras patrullas que amenazan jueces y que los largan para tomar tu capital”. Lo peor es eso: hay muchos dispuestos a creerles a estos psicópatas disfrazados de líderes políticos. Han hecho tanto daño a través de los instrumentos formales e informales de educación y comunicación que hay un sector de la sociedad planetaria tan limada como para tomar lavandina o creer que el virus es un invento kirchnerista para “cerrar la economía, cerrar las fronteras y que todos los comercios e industrias fundan para luego empezar a estatizar. Compran las empresas a precio muy barato y si no te las pueden comprar te la sacan”, según las conclusiones de Beccar Varela.
Hay, además, en los fieles a estos partidos, una suerte de veneración salvaje al dios Mercado y una devoción -digna de las civilizaciones más atrasadas-, a las nuevas calañas de un pseudo-cristianismo que en nada se parecen a la Doctrina Social de la Iglesia. En síntesis, uno podría identificar a un representante de la “nueva derecha lela” (Lela de boba, de imbécil… nada que ver con Lelita) acá, en La Quiaca, en Texas o en Jerusalén.
Incorregibles
En cambio, nuestra dirigencia (incluso mucha de la que se supone peronista, al menos en su origen), difícilmente podría establecer la naturaleza misma de la Social Democracia. Hay, en principio, un error de base en la idea, o mejor dicho, en la síntesis de la idea.
Muchos de los políticos que se auto proclaman de centro izquierda (y bastantes de los que se dicen neo-peronistas o, sencillamente kirchneristas) cree que ser socialdemócrata es ser gentil con el adversario; considerado, nada revanchista. Respetar los modales políticos. Bailar una suerte de minué pleno de gestos con aquellos que, en el poder, trataron de destruirlos (y no hicieron nada por disimularlo). Intuyen que se trata de guardar las formas; disentir de manera educada; escucharlos para tratar de encontrar acercamientos ideológicos; comprenderlos para no aparecer, ante la sociedad, como energúmenos políticos.
Conformar, finalmente, a Jorge Luis Borges demostrándole que no somos “incorregibles” sino todo lo contrario. Y desmentir definitivamente a Domingo Faustino Sarmiento cuando nos ponía del lado de la “barbarie”. Tanto esfuerzo hacen esos que llegan gracias al voto de las clases menos acomodadas por congraciarse con las clases más pudientes, que uno hasta llega a dudar…
Acaso sea esa fe cuasi devocional que manifiestan en los medios de comunicación, el marketing político o el coaching ontológico, pero lo que seguro no es, es social democracia en ejercicio. ¿O alguien cree que el “milagro portugués” se hizo con un Antonio Costa rindiéndose incondicionalmente a las privatizaciones que promovía la derecha lusitana? ¿O alguno imagina que la alianza socialdemócrata que sacó a Islandia de la quiebra económica y social tuvo algún empacho en condenar a 99 años de prisión a 31 de los responsables, acusados de “manejar información privilegiada y manipular los mercados”?.
La politóloga María Esperanza Casullo sostiene, en su news letter “Populistas Somos Todos” que “La verdadera frontera entre nosotros/ellos no se traza entre gobierno y políticos opositores sino entre gobierno y actores sociales con poder”. Una manera de advertir sobre los peligros de bailar con un enemigo que suele leer las ofertas de paz en tono de claudicación y los acercamientos como avisos de que estás en la mesa de saldos y retazos. Y por algo será: habrá comprado muchas pichinchas y, seguramente, espera conseguir otras más baratas aún. Negociar con ellos es asistir a una cena a la que te invita un grupo de caníbales. Mucho más si estás convencido que el chef… lo pusiste vos.
Buenos Aires, 30 de abril de 2020
*Licenciado en Letras, escritor y autor junto a Aníbal Fernández de los libros “Zonceras argentinas al sol” y “Zonceras argentinas y otras yerbas”, y “Los profetas del odio”. Su último libro editado es “Zonceras del Cambio, o delicias del medio pelo argentino”.
2 Comments
Muy buena descripción de donde estamos actualmente.
Entusiasma imitar el juicio islandés y condenar a todos los manipuladores argentos.
Me gustaría agregar que falta reconocer el fracaso de los sistemas educativos argentinos dónde no se ha podido instruir eficientemente, o proveer las herramientas necesarias, al pueblo para que pueda diferenciar a los diferentes actores políticos y sus perjeñadas estrategias de destrucción interna.
CONCISA LECTURA AFORTUNADA DE LA DESAFORTUNADA SUERTE DE LOS ARGENTINOS