CADÁVERES – POR CONRADO YASENZA

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CADÁVERES – POR CONRADO YASENZA

Ilustración: Carlos Alonso. Serie Manos Anónimas.

Por Conrado Yasenza

(para La Tecl@ Eñe)

– Todo esto no viene así nomás
– ¿Por qué no?
– No me digas que los vas a contar
– ¿No te parece?

…Hay cadáveres.

Néstor Perlongher. Cadáveres.

En 1976 tenía 9 años de edad. Se sabe que los años de la infancia son fundantes en el desarrollo de una vida y que nueve años son poca edad para enfrentar el terror. Cómo evitarlo, sortearlo, si en aquellos años el horror tomó por asalto el país y se volvió cotidiano. Hablo del horror y preciso no dejarlo embellecido por la imagen metafórica de lo tenebroso despojado de su carnadura humana. Quizás debería referirme al horror materializado en el terror. La infancia puede ser el territorio de la felicidad. También puede ser el espacio extraño en el que conviven el juego y el terror. La vida atravesada por una canchita de tierra ganada al baldío para jugar a la pelota junto a vivencias del espanto sobre las cuales no se hablaba. Ese silencio, o esa palabra obturada, no pudieron evitar la fuerte percepción del miedo, aun a tan corta edad. Lo evidente, por horroroso que sea, no escapa a la curiosidad de un niño. Aquella era una presencia latente, constante. Ruidos de autos acelerando con ferocidad, frenadas chirriantes, voces gritadas y confusas, disparos y finalmente un silencio atronador. El largo silencio de esas noches era interrumpido sólo por el sonido lejano de un automóvil que pronto pasaría por la puerta de casa. Silencio, alarma y temor.

Viví esos años en una zona semiurbana o casi rural, las afueras del barrio Corimayo, entre Ministro Rivadavia y Longchamps, zona sur del conurbano bonaerense, sobre la avenida que por entonces llevaba el nombre de un patriota, Belgrano. Frente a mi casa se desplegaba un inmenso maizal – cuando somos niños todo nos parece gigante – que se extendía por las tierras de la estancia Roca (sí, los campos del militar-presidente erigido en ángel exterminador) Parajes extraños para alguien que hasta los siete años vivió en un barrio de ciudad, en el pueblito o barrio La Mosca, Avellaneda.

En las zanjas cavadas luego del alambrado del campo de los Roca, hacia la ruta, tuve mi primer contacto con la muerte: allí encontramos con mis hermanos un cadáver (muchos años después quedaría atrapado por la potencia del poema de Perlongher) Los sentidos se agudizan con la tierra en la que se habita. La curiosidad también. Recordé inmediatamente la madrugada de los coches, las frenadas y los gritos. Ese cadáver era la manifestación de la poderosa existencia de lo siniestro.

Un episodio posterior da cuenta de la cotidianeidad de ese terror que comenzaba a ser habitual. Volvíamos, no recuerdo de dónde, creo que del dentista – se llamaba así antes, no odontólogo – con mi madre en el colectivo. Era tarde, casi noche. El colectivo se detuvo. Subieron hombres vestidos de fajina y armados. Nos hicieron bajar. Los hombres por un lado, de espaldas y con las manos apoyadas en uno de los laterales del colectivo. Las mujeres y los niños por otro, formando una hilera. Quedé al final de esa larga hilera, tomando con firmeza la mano de mi madre; después de mí, cerrando la fila, un soldado y su fusil. Sólo pude decir: -Mamá, ¿nos van a matar?

Mi madre quedó perpleja. Los niños intuyen lo infausto con pasmosa claridad.

Podría contar algunos hechos más pero me detengo aquí.

Crecí sin entender cómo en el mundo adulto que me rodeaba, el terror era la figura espejada del silencio. Comprendí muchos años después, que ese mundo estaba tabicado por el terror en algunos casos, y en otros la complicidad era el santo y seña del país normal, o normalizado por el silencio y la paranoia. Mientras los campos de exterminio se extendían por todo el territorio nacional, la especulación financiera volvía ricos de la noche a la mañana a algunos y fundía a otros que vivían de su trabajo. En el medio del desastre, se sobrevivía. Por fuera de él, la pobreza, el hambre y la muerte eran el rostro sombrío del país.

Ante la irrupción de lo aciago, que se expresa hoy en aromas rancios presentados como novedosas fragancias libertarias, estos recuerdos personales quizá sean algo impropios para acercarse al peligro de percibir lo siniestro como lo aceptado por muchos, casi como algo fatal que se ha vuelto cotidiano, que está ahí nomás, cerquita, tanto como el delivery que llega a la puerta de tu casa. El terror deja huellas en el cuerpo individual y colectivo, pero, a veces, el sonido de la furia barre con esas marcas y entonces aquel terror, esos asesinatos y desapariciones, que tuvieron y tienen rostros y nombres, sufren el asedio del rugido segador que se ha instalado en este tiempo de apatía e ignorancia: la huella profunda de las hienas que sonríen, otra vez, ante el avance del desencanto y la desmemoria.

Cae la noche junto a las pizarras donde alguien explica algo que no llegará nunca a aquellos que pedalean con rabia, y algo de alegría, para llegar a las puertas de un presente que augura un futuro de emprendedores suicidas.

El horror que desconoce su condición, con su rostro amigable, toca el timbre de mi casa. Hace rato que es tarde. Hace mucho que dejamos de ver y escuchar. Ellos no tienen la culpa, o sí; no lo sé.

Acecha un Bonaparte delirado, y tal vez una Victoria, que desconoce tanto la tragedia como la farsa.

Cae la noche, y estoy solo junto a mi perro negro.

Avellaneda, 24 de septiembre de 2023.

14 Comments

  1. Laura Gersberg dice:

    Felicitaciones, un texto maravilloso, conmovedor

  2. Muy bueno, estoy pensando, y escuchando atentamente los testimonios en los Juicios de Lesa Humanidad, del daño psíquico que vivieron las infancias durante el Terrorismo de Estado. A veces, sin ser conscientes de esas huellas en su subjetividad. Gracias.

  3. Andrea dice:

    Siento que el texto me invade en la incertidumbre temerosa de este presente con remembranzas del periodo nefasto que abruptamente nos quitaron alegrías de la infancia, como el corso del barrio , no poder cantar en el cole las canciones de Cesar Isella,Horacio Guaraní,Piero;los festejos con golosinas y carreras de embolsados del día del niño y el bombo legüero con el ponchito acurrucando el vinilo del reino del revés
    Vinilo del reino del revés.

  4. Gracias por tus bellas palabras. La atrofia de la experiencia, esa artimaña ideológica del capitalismo de desastre ha borrado de la memoria colectiva las experiencias de violencia fascista vividas por los sucesivos gobiernos de corte liberal y por ende estimulado la despolitización de vastos sectores populares que se resisten a darse cuenta del horror que esta doctrina apocalíptica conlleva.
    Casi sin darnos cuenta, nos han ubicado en el peor de los mundos, un mundo en el que la velocidad del placer estimulada por los medios de comunicación no deja tiempo al nacimiento del deseo y sólo acumulamos frustraciones que el tiempo se encarga de borrar o esconder en los rincones más recónditos de nuestra conciencia.
    Por suerte, a pesar de la fragilidad de nuestra memoria, aún persisten periodistas como vos, que a través de la escritura, continúan dándole sentido a la lucha por un mundo mejor.

    • La Tecl@ Eñe dice:

      Síntesis atinada, Alejandro. Muchas gracias por la lectura y el comentario.
      Saludos.
      Conrado

      • Estela Grassi dice:

        Tremendo el horror, el miedo y el silencio. Horrible experiencia para un niño. Sabemos qué nos pasaba a los adultos y nunca nos preguntamos qué dejó el horror en los entonces niños… qué bueno que puedas compartir lo tuyo.

  5. Estela Grassi dice:

    Tremendo el horror, el miedo y el silencio. Horrible experiencia para un niño. Sabemos qué nos pasaba a los adultos y nunca nos preguntamos qué dejó el horror en los entonces niños… qué bueno que puedas compartir lo tuyo.

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