Brasil: el PT y una breve historia cultural – Por Horacio González

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Brasil: el PT y una breve historia cultural – Por Horacio González

Horacio González analiza en este articulo la relación entre el surgimiento del PT y los movimientos culturales, políticos e intelectuales del Brasil de los 70. González afirma que un vasto aprendizaje está ocurriendo ante millones de brasileros y latinoamericanos que develará una fuerza social, cultural e intelectual nueva en Brasil, que será torbellino inspirador para el resto de los países.

Horacio González analiza en este articulo la relación entre el surgimiento del PT y los movimientos culturales, políticos e intelectuales del Brasil de los 70. González afirma que un vasto aprendizaje está ocurriendo ante millones de brasileros y latinoamericanos que develará una fuerza social, cultural e intelectual que será torbellino inspirador para el resto de los países.

Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)

 

En los comienzos del Partido dos Trabalhadores, no parecía fácil acertar con un tono cultural, un compuesto mayor de horizontes que contemplaran la riqueza de signos musicales, poéticos, teatrales y filosóficos que se imbrican en la historia brasilera. Surgido el PT del ambiente industrial e intelectual de la ciudad de San Pablo, en medio de las grandes huelgas metalúrgicas de finales de la década del 70, hubo un tajo en su origen. La nueva clase trabajadora no aceptó fácilmente una conjugación con el movimiento intelectual que emanaba de la mayor universidad brasilera, la universidad de San Pablo. Luego de salir de las primeras detenciones en los departamentos de la policía política de San Pablo, Lula –con el aspecto de un barbado anarquista del siglo XIX, rostro ceñudo y atravesado por tupidos presagios-, insistía en que el movimiento sindical y el movimiento estudiantil debían marchar separados. Eso duró poco.

Ya no había pasado mucho tiempo, que la novedad del PT –o lo que de inmediato sería el PT-, mostraba la realidad indisimulable de una nueva clase obrera movilizada que ante las patronales de la Volkswagen pedía más, haciendo de la barriada donde estaba el sindicato –no el voluminoso  edificio que veíamos días pasados por televisión, sino un modesto local acorde con la poca importancia que les deparaba a la vida sindical en el país-, un constante pulular de obreros movilizados dispuestos a las “últimas consecuencias” y grupos estudiantiles que enseguida habían visto allí un nuevo despertar del “sujeto de la historia”. En algún momento Lula dirá que la solución para el movimiento obrero era tener su propio partido, lo que seguramente hubo de ser una ardua discusión. Porque Lula, aun con su  estilo ultrista –lo que fue motivo de reflexión en su último discurso antes de marchar a la ergástula infame que le propinó el juez Moro-, atraía la atención de los partidos políticos que en pleno régimen militar ya declinante, se preparaba para saltar a escena. Uno de esos partidos era el MDB, formado y tolerado por los propios militares como “oposición consentida”, que se movía con un pequeño abanico de candidatos de modestos opositores republicanos al régimen militar. Uno de ellos era el conocido profesor Fernando Henrique Cardoso, que en años anteriores debió marchar al exilio y se había hecho conocido en toda Latinoamérica por su Teoría de la Dependencia.

Se puede decir que el primer choque importante de Lula con la política establecida, fue su paso elíptico y bien elaborado para evitar ser enlazado por ese partido de antiguos políticos provenientes de viejos partidos social-liberales previos al golpe del 64, que a través de la incorporación de Cardoso, no se les escapaba que Lula podía representar un “brazo social” o una “prolongación trabajadora” de esa timorata burguesía civil, a la manera de un frente ante los militares en declinación, que a la vez, lentamente acariciaban una sucesión civil segura. Parecía incluso que Cardoso, que en la época era tenido como un enhiesto hombre de la centroizquierda latinoamericana -aunque para entonces se lo escuchaba con énfasis apartarse del “tercermundismo revolucionario”, denominando así el ámbito de ideas al que para algunos parecía estar filiado-, consideraba el movimiento sindical nuevo como un modelo socialdemócrata a ser integrado a lo que imaginaba como las nuevas democracias acauteladas en última instancia por licencias sigilosas otorgadas por militares y empresarios.

Pero a la primera  prueba electoral –la elección por la intendencia de San Pablo- el PT presenta su propio candidato. Fue su prueba de fuego, el acta de nacimiento. Cardoso pierde la elección ante el caricaturesco ex presidente Jânio Quadros, pues le faltaron los votos que estrenaba el PT como “partido político de los trabajadores”, votos que fueron al joven legislador Suplicy, desde entonces acompañando a Lula en el largo ciclo que vino después.

Modelo político para estudiar: si Lula hubiera aceptado el frente más anchuroso contra un candidato tan dudoso como Quadros –para no exponer al progresismo alivianado a que perdiera su candidato Cardoso-,  no hubiera habido nunca PT. A lo largo de todas las circunvalaciones de la historia, la actitud del PSDB –el partido que luego fundó Cardoso, hoy con 85 años-, durante el juicio a Dilma, podría considerarse un demorado y oscuro resarcimiento, tan sibarítico como comprometido con las derechas más alucinadas. El partido de Cardoso le dio el primer Canciller a Temer, una figura hoy opaca y taimada que como Cardoso había revistado en las izquierdas “antidependencia” en los años 60.

Por la época en que nace el PT –con al apoyo de diversas izquierdas políticas y estudiantiles, y muy en especial por las comunidades eclesiales de base-, esta clase obrera no reclamaba reflejarse en raíces antiguas, el capítulo anterior del Trabalhismo de Vargas, luego de Goulart y luego de Brizola –ese operariado de la preindustrialización de Brasil, y para más datos, del “populismo” con aquellos dudosos aires populistas, pero acompañado por antropólogos como Darcy Ribeiro, con su gracejo de apologista de la cultura del mestizaje brasileño como categoría nacional y popular. No eran estos temas del PT.  Entraba a la historia sin recelos ni autolimitaciones.

 

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Lula y Guattari

 

Todo se presentaba fácil, masivo, alegre, orgulloso. Los políticos se inclinaban pero los que buscaban los votos de esos torneros mecánicos y autopartistas de las fábricas alemanas de los suburbios paulistas, volvían trasquilados. En esos momentos de fines de los 70, años felices fundacionales, Guattari iba a Brasil a enseñarle a los petistas cómo instalar redes de radios “rizomáticas” y daba conferencias sobre porqué “los grandes movimientos colectivos no toman necesariamente un rumbo emancipador”. Advertía, con razón, algunos riesgos.

El tejido cultural petista, más ligado a la gran metrópolis paulista, con su poderosa universidad –sostenida en la bibliografía corriente basada en las nutritivas ondas de lectura universales de la época, muchas de las cuales aún perduran-, relativizó no siempre sin válidas razones, las corrientes artísticas que se venían amando desde los años 60, acompañando los aires de aquellos momentos en que también en Brasil actuaban los “asaltantes del cielo”. Pero, musicalmente, ya se escuchaba no solo en Brasil sino en toda Latinoamérica el Funeral de Labrador, una de las partes del magnífico poemario “Muerte y vida severina” de Joâo Cabral de Melo Neto, con música compuesta por el joven Chico Buarque. Era un oratorio fúnebre de rigurosa elaboración poético-musical, que de alguna manera contaba la historia del propio Lula. Los migrantes acosados por la seca y el latifundio, emigrando a las grandes ciudades acompañados por el sufrimiento y la muerte. Lula aún no sabía que ya su vida era un tema de la gran poesía nacional.

Por la misma época, Glauber Rocha daba a conocer una de sus grandes películas –de las más importantes del cine del siglo XX-, a la que Deleuze es una de las pocas que incluye en su estudio sobre el tiempo, el movimiento y el cine-, “Dios el diablo en la tierra del sol”, basada en el milenarismo del bandolerismo social nordestino. Este fundamental cineasta muere al comienzo de los años 80. El PT ya estaba asentado, y poco después gobernaría la nación mediante variadas alianzas, sobre la base de conocimientos donde predominaban las ciencias sociales, encuadres económicos y lenguajes político-sindicales ajenos al cine alegórico-épico de Rocha, quien había criticado la “sociología del profesor Cardoso”, como demasiado cerca de la Fundación Ford y demasiado lejos del acervo literario brasilero, Guimarães Rosa o Jorge Amado.

En el dramático acto de Sâo Bernardo do Campo, hace unos días, alguien le dijo a Lula que estaba Glauber Rocha filmando. Era un error, quien filmaba era su hijo. Lula exclama ¡Glauber Rocha! La historia como todos sabemos tiene raros vericuetos. Los nombres son muchas veces la sintaxis atrancada de nuestra conciencia. Lula quizás pensó que Glauber vivía, pero estaba el hijo con su cámara, y en ese fundamental acontecimiento donde todo se arracimaba sobre su cabeza, su corazón y sus recuerdos, en su error acertaba.  Y entonces, igual se iba produciendo un gran evento, que era el máximo dirigente popular brasileño anudando en su memoria todos los lienzos sueltos, volátiles de la compleja cultura brasilera. Glauber tenía en su poder un secreto sobre Lula, y sus valoraciones diferentes sobre el decurso histórico los separaban. Pero no demoró mucho para que Lula hubiese abierto su conciencia a todos los rumbos pasados y presentes de la cultura brasilera, y estaba despojado de los prejuicios sobre Glauber que una parte aligerada de la vida intelectual paulista seguía manteniendo, por acentuar más el peso incómodo de las opiniones políticas del gran director de cine, antes que sus enigmáticas y preciosas filmaciones.

 

Glauber Rocha

 

Otro caso a ser considerado es la relación más estrecha que encarna Chico Buarque con Lula, luego del episodio del enjuiciamiento parlamentario a Dilma. Chico Buarque es hoy, probablemente, la máxima figura cultural de Brasil, no solo en el ámbito de la música y la poesía conjugadas, también en el de la novela y el compromiso público. Vástago del movimiento de la bossa nova, de algún modo recogiendo también las tradiciones del tropicalismo pero inclinándolas hacia un fuerte lirismo social, Buarque es hijo de un gran historiador del liberalismo republicano brasilero –tomando muchos temas de los libros de su padre para sus canciones-, un inspirado libretista de obras teatrales, y sus canciones tienen un reverbero de extraordinaria exaltación cauta e ingeniosa en los temas sociales y amorosos. Mantiene viva la memora de Tom Jobim, sus novelas no son un simple agregado a sus grandes canciones sino originales piezas con ribetes vanguardistas y excepcionales vislumbres de lo que es la novelística contemporánea. Durante décadas mantuvo un conjunto de definiciones democráticas, socialmente avanzadas y llamativamente asociadas a un sistemático coraje para defenderlas, lo que combinaba con la alta calidad de su obra. Ejemplo poco común en Latinoamérica, pues de los tantos casos parecidos, éste descuella por la profundidad de su poética social, de su reflexión sobre la escritura y las ironías de la historia que infunde sentido a sus temas. Los últimos acontecimientos bañados con el ácido infausto del golpismo lo vieron en la primera fila del apoyo a Lula, de símbolo a símbolo.

Un vasto aprendizaje está ocurriendo como comedia y como tragedia ante millones de brasileros y latinoamericanos. “Mais cedo que tarde” se develará una fuerza social, cultural e intelectual nueva en Brasil, que será torbellino inspirador para el resto de los países. La derecha brasilera es dura, granítica, educada por Tradición Familia y Propiedad, proviniendo de los integralismos protofascistas de los años 20, pasando por rebordes del varguismo en los mediados de los treinta, cuestión muy delicada que tiene dos caras, el golpismo del ejército brasileño en los años 60, influido por el generalato norteamericano, del cual depende su formación, y el suicidio de Vargas, ya cercano a una visión soberanista del Brasil, de vuelta de sus efusiones corporativistas, dejando una clase trabajadora anterior al PT cuya memoria no es desdeñable.

 

 

Son hilos a ser tejidos nuevamente, fibras sueltas que implican debates sobre estrategias políticas y culturales por igual, que por un momento, sin caudillismo ninguno, sin una voz única que apague a las demás sino que las reponga multiplicandamente, pasan por la voz ruda de Lula haciendo desfilar por sus recuerdos minuciosos y sutiles, varias historias al mismo tiempo. Las que él protagonizara en el vórtice de los acontecimientos y las que quedaron en el camino, que un nuevo y fino cordón de enhebrar podrá nuevamente aglomerar. 

 

Buenos Aires, 18 de abril de 2018

*Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional

2 Comments

  1. Claudio Javier Castelli dice:

    ¡Excelente, Horacio González!