Hay huelga de maestros en la sociedad, no sólo en las escuelas. Desde una universidad, la última maestra de la política, Cristina Fernández, instó a “una verdadera revisión y reforma de la educación pública”.
Por Hernán Sassi*
(para La Tecl@ Eñe)
I.
Mi mamá era maestra de puntero, de guardapolvo blanco y muy severa, pero enseñaba bien en una escuela suburbana donde concurrían chicos de clase media para abajo y no muy dotados.
Aurora Venturini, Las primas
Mi vieja fue mi primera maestra. Pero, que recuerde, no fue “de puntero” como la de Venturini. No advertía yo en ella ni sadismo ni envidia a la lozanía de pibes “sanos y flexibles como cañas frescas a orillas del río, pálidos o sonrosados y qué ojos naturalmente humanos en sus rostros capacitados por obra de ser bien nacidos y qué manos”(1). No.
Esa matrona de lomo curtido, jefa del hogar de tres críos, curandera a veces y guardiana del corazón a tiempo completo, fue, como buena maestra, una voz que se hizo escuchar. En los setentas y ochentas, el hacerse escuchar era cosa de soplar y hacer botellas. Hoy día, con más atención a mensajes del celular y a videos de dos minutos que a la palabra contante y sonante de cualquiera, es tarea casi imposible.
Vittorio fue uno de mis maestros. Otro fue Rómulo. Sentía por ellos respeto, y a la distancia, veo ahora, también admiración. Muerto mi viejo cuando yo ni tenía un año, anduve siempre, con radar prendido, a la búsqueda de un “esto sí”, “esto no”, “esto no todavía” y “esto ni se te ocurra”. El almacenero de enfrente de casa me enseñó a confiar en la palabra, incluso, en la de un recién llegado; y el portero del colegio, sin proponérselo, apretando fuerte mis cachetes cuando yo llegaba tarde y mirándome a los ojos toda vez que él me decía buen día, me enseñó que, quien pone un limite, ama, y quien sostiene la mirada, también tiende una mano y a veces abraza.
Cualquiera puede ser un maestro o maestra, no sólo quien está frente a un aula o quien es pilar de una familia. Cualquiera puede también decidir no serlo nunca.
“No fue magia”. Esta vida está cada día más rota, entre otras cosas, por falta de maestros. Políticos, madres, padres, empresarios, sindicalistas, directivos de instituciones relucientes o añejas y docentes, hemos decidido no serlo. Nadie puede sacar los pies del plato. El suicidio juvenil es solo uno de los síntomas de esta Era sin palo en qué rascarse.
Un maestro es una voz, una que vale la pena escuchar y escucharás toda la vida. Al menos en la política hay quienes tomaron el desafío de hacerse escuchar. Como en un aula, vale la pena tomar nota.
II.
Yo he sido presidente, pero en el fondo soy antes que nada un maestro. A mí no me interesó el gobierno administrativo. Eso lo dejé en manos del equipo correspondiente. Yo me dediqué a lo que consideraba principal: el gobierno humano. Y para ello hay que ser maestro.
Juan Domingo Perón, 1965
Su padre deseaba que fuese médico como había sido su abuelo, pero influenciado por sus compañeros de escuela, decidió entrar al colegio militar, donde inició una carrera que desembocó en el pedagogo de masas más importante de la Argentina del siglo XX. Perón fue profesor de Historia militar de la Escuela superior de guerra, instructor en la Escuela de suboficiales y, tras su paso por Europa, en la Escuela de instrucción de montaña del ejército en Mendoza.
Freud creía que, al igual que gobernar y psicoanalizar, la educación era una “profesión imposible”. Si no la conducción –un arte que, como todos, es quimérico enseñar–, Perón probó enseñar la técnica de conducir a las masas, a lo cual se abocó incluso en clases luego compendiadas en Conducción política. Sin embargo, con el propósito sarmientino de educar al soberano, en aulas y libros, en discursos y cartas de exilio, no cejó en esa “profesión imposible”.
En el Siglo XXI, Cristina Fernández siguió su camino. Cadenas nacionales y cartas en Twitter han sido y siguen siendo sus modos de dictar cátedra y de ejercer como maestra, ciruela para algunos, severa para todos, pero también única para quienes extrañamos a los maestros, no sólo en la política.
En 1949, Perón abrió un congreso de filosofía. Dejó de lado las formalidades que hacen del presentador un convidado de piedra y usó el espacio para ubicar al peronismo en el olimpo de las filosofías de Occidente. Frente a un desafío más urgente que teórico, Cristina Fernández aceptó este año el convite del Congreso Educativo Nacional llevado a cabo en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
A diferencia de Macri y de Milei, que se han referido poco y nada a educación (solo para agitar el fantasma progresista), como buena maestra, para ella, la educación ha sido una preocupación constante(3), presente tanto en discursos en ejercicio de su función(4) y luego de dejar el cargo(5), como en sus últimos documentos de trabajo(6). Quien instó a que tomemos el bastón del mariscal, sabe que un maestro no nace, se hace. En pos de que tomemos el coraje de serlo algún día, dijo unas palabras.
III.
La reforma estructural del sistema educativo y científico-tecnológico debería ser la punta de lanza de una estrategia de desarrollo nacional basada en el conocimiento.
Después del derrumbe. Teoría y práctica política en la Argentina que viene, Néstor Kirchner
La exposición de Cristina Fernández abre con una verdad no asumida. Hay un “malestar en la educación”, dice. Ese malestar se manifiesta en las familias por la falta de clases y porque buena parte de las escuelas no están en condiciones; en docentes porque pibes y pibas no cuentan con mínimas normas de conducta y están más conectados a sus celulares que atentos a sus obligaciones escolares; y en estudiantes porque, en esta etapa del capitalismo, la escuela no brinda el horizonte de ascenso social de antaño.
Junto a la generación del ochenta y al primer peronismo, fueron las gestiones de Néstor Kirchner y Cristina Fernández las que más recursos destinaron a la educación. La ex-presidenta hace el relato de probanzas(7), no sin compartir el sabor amargo que dejan resultados desalentadores, el reverso del saldo en materia de trabajo(8), cine(9) y obra pública(10), para mencionar algunos ejemplos de gestiones cuyos cuantiosos logros fueron compendiarlos en libros. No ocurrió lo propio en educación. Al respecto, más de una vez Cristina Fernández ha planteado que no hubo “una verdadera revisión y reforma de la educación pública”(11). Hubo nueva ley y, como se dijo, más recursos. Hasta ahí llegó nuestro amor.
Se ha referido con anterioridad a la necesaria revisión en la formación docente, que no tendría por qué ofender a los responsables ni a quienes estamos a cargo de esa tarea en un aula, cuando la verdad es que, con cuatro años de estudios, nuestros docentes salen más flojos de papeles que la vilipendiada maestra normal, que con menos de la mitad de años quemándose las pestañas con la lectura, se las arreglaba para hacer un digno papel en la escuela.
Agrega, en esta ocasión, que sería necesaria la revisión en la selección de directivos, que, señala, llegan a sus cargos “con solo dejar pasar el tiempo y alguna que otra capacitación”. Si bien valdría incluir en el análisis que un director o directora de escuela cobra, peso más, peso menos, como un docente (lo cual resulta ridículo para tamaña responsabilidad), no falta a la verdad en lo que dice.
Respecto de la excelencia en los cuerpos directivos, es entendible que las dirigencias, no solo escolares, ya no estén formadas intelectualmente. La cultura del libro murió y hoy ni siquiera los futuros profesores de literatura los leen. Otrora, en el antiguo Egipto y en la China imperial, al aspirante a servir al monarca se le exigía reponer la sabiduría condensada en libros sacerdotales, de filosofía y poesía. Esas lecturas y esa memoria atesorada terminaban forjando el carácter de autoridades a las que valía la pena servir. Por el contrario, a los futuros miembros de la burocracia escolar de hoy día los evalúan como a abogados replicantes. Quien mejor recuerda el inciso 10 del artículo 3 de tal o cual resolución es quien obtendrá el cargo mayor. Como se ve, si es que queremos algo más que abogados al frente de las escuelas, es imprescindible una revisión en este rubro. Tampoco a nadie debería ofender el planteo que ella hace.
Por otra parte, Cristina Fernández propone “dualizar el secundario”: que exista uno para futuros universitarios y otro con horizonte en la inserción laboral, destino este último previsto tanto por la generación del ochenta, cuanto por el peronismo del capitalismo industrial, pero, salvo por el retorno a cuentagotas de la escuela de oficios de antaño, está pendiente en esta etapa de dominio de la empresa.
Al respecto, la derecha anti-sarmientina tiene claro el vínculo escuela y empresa. La primera debe estar al servicio de la segunda. Aún no lo hemos pensado seriamente quienes nos oponemos a esa claudicación. Y menos hemos pensado que el mundo laboral hace tiempo ya no es el que era.
Su propuesta es un hecho en Alemania prácticamente desde que Alemania existe como nación tan severa que decide, a razón de las calificaciones de los infantes, quiénes serán ingenieros y quiénes operarios. En esta Argentina en la que sobran quienes se guardan de evaluar por miedo a estigmatizar, no faltará quien diga que un secundario como el que la ex-presidenta plantea, discrimina. No faltaremos quienes diremos que un secundario como el actual, sirve de bien poco como sabe el nutrido número de estudiantes que abandona o van a la escuela sin compromiso alguno, y como prueba hasta la solicitud de personal del dueño de un supermercado chino(12). Se tome el camino salomónico propuesto por la única valiente que no tiene pelos en la lengua en esta jornada, o se tome el caso extremo de abolirlo por inservible y moralista, como proponía Pasolini en los 70, el planteo insta a ir más allá de reformas parciales para repensar de una vez el secundario en relación con el mercado laboral.
Fernández subraya que “la sociedad defiende lo que cree útil”. Si defendió la universidad, y no la escuela pública, compara, es porque no cree útil a esta última. Y la prueba es que el abandono de la escuela pública, a favor de la privada, no cesa. “Lo peor que podemos hacer es negar la realidad”, dice, no sin evocar a sus maestras de grado para destacar que sólo tuvo una suplente: “Porque estaba embarazada. Siempre titulares, nunca suplentes”, subraya también.
No es la primera vez que se refiere al ausentismo docente. No lo hace en ataque a uno de los colectivos que más tuvo a bien cuidar en su gestión (con salario siempre por encima de la inflación, recursos y más recursos para el trabajo en el aula y para la formación docente, etc.), sino tanto en defensa de los hijos de la clase trabajadora –sin clases cuando el o la docente no viene–, cuanto a favor de la mejor administración de un erario público malgastado en erogaciones para aficionados a suplencias a las que no van y a cursos en donde nunca se los ha visto. Entre colegas docentes, creemos que esos pocos que “hacen pagar a justos por pecadores” y dejan tan mal parada a nuestra vocación, no son “compañeros”, sino, lisa y llanamente, enemigos del pueblo.
Si en Sinceramente atribuía las derrotas electorales al poder de los medios hegemónicos, últimamente Cristina Fernández pone el foco en la educación pública. Como dijo en una de sus últimas intervenciones, buena parte de los jóvenes que votaron a Milei estudiaron en escuelas públicas.
Así como Sarmiento confiaba en que la escuela libraría al país de un nuevo Rosas, ella confía en una escuela en la que se enseñe a pensar no puede dar pie a que, quienes por ahí pasaron, voten a un presidente que celebra la ignorancia y desprecia lo público. Si Milei es la cara de la nueva barbarie, la ex- presidenta sugirió que la escuela debió haber sido antídoto y no foro inocuo en su ascenso.
Mujer de la Modernidad como Perón, la jefa del PJ pertenece a la cultura letrada. Abre sus documentos con citas (de Alberdi, de John Adams, etc.), escribe y recomienda libros y películas (cinéfila, es quien más hizo por la cultura audiovisual de nuestro país). Pero pide que pensemos la educación en la Post-modernidad. Insta a “no hacer como el avestruz” y a asumir, de una vez, la digitalización de la cultura, proceso soslayado en la educación, incluso con la generosa entrega de millones de netbooks(13). A propósito, en la escuela desestimamos el giro algorítmico. Si no hay que dimitir frente a un avance tecnológico que está cambiando nada más ni nada menos que la especie, tampoco podemos hacer de cuenta que no existe.
En contraposición con una pedagogía que, anclada en la Modernidad, aún habla de sujeto de derecho (cuando no hay sujeto sujetado a nada, ni derecho alguno en esta post-demorcacia) tanto como con diseños curriculares que hacen caso omiso del giro digital, y en sintonía con bibliografía olvidada pero pertinente para abordar esta problemática(14), Fernández afirma que “los pibes y las pibas son consumidores digitales”, y que bien haríamos en transformarlos en “creadores, productores y desarrolladores digitales”. Con una visión contraria a la de Milei, que acoge con brazos abiertos la Inteligencia Artificial que reemplaza trabajo humano, la ex-presidenta propone apuntalar la formación en el campo de la informática, un sector de la economía que impulsó en sus gobiernos.
Como pocas personas, Cristina Fernández piensa en la educación en función de un cambio de época que incluye, como también subrayó, no solo una caída en la tasa de la natalidad (que trae el perjuicio, mundial como destacó, de que la población económicamente activa es cada vez menor y, en consecuencia, es más difícil sostener las cajas de jubilación), sino la oportunidad de formar jóvenes que “cuidarán a nuestros viejos”, según dijo, dado que se desempeñarán en una economía creciente al paso que crece la longevidad de la población.
Como otros, puede objetarse los escenarios que plantea respecto de la salida laboral. Pero para eso hay que tener claro qué escuela queremos vinculada a qué mundo del trabajo. Según se desprende de lo planteado por Cristina Fernández, esto no está muy claro que digamos en las escuelas que orgullosamente habitamos.
Para resumir, desde muchas aristas, en lo nodal la expresidenta se presenta como una abogada del diablo del lema que ha guiado a la educación por tantos años, el de la “inclusión con calidad”.
La nueva ley de educación del 2006, entre otras modificaciones, amplió la obligatoriedad hasta el secundario. Decisión política e incentivos de todo tipo permitieron cumplir con el cometido y, al cabo de los años, en las aulas hubo más pibes y pibas, lo cual no debe dar sino orgullo frente a una derecha anti-sarmientina que persiste en el claro objetivo de desfinanciar a la educación.
Ahora bien, pero respecto de la calidad, según aquella ley, el organismo encargado de medirla era el Consejo Nacional de Calidad de la Educación, que, duele escribirlo, “funcionó muy poco tiempo, con reuniones esporádicas, sin ninguna función definida ni claridad en sus integrantes [y] que luego de unas pocas reuniones, no volvió a ser convocado”(15). Dicho en criollo: desestimamos las pruebas PISA que tanto gustan a la derecha (con la excusa de que no contemplan una heterogeneidad que brilla por su ausencia en nuestros diseños curriculares y políticas educativas nacionales y distritales), pero no hemos propuesto aún ninguna forma de evaluación alternativa. Tiene razón Cristina Fernández cuando, como una madre de antaño, nos tira de las orejas.
Al comienzo de su gobierno, aquel hombre que dijo “Vengo a proponerles un sueño” y, junto a su compañera, lo cumplió (fueron aquellos años los más felices de mi generación), también había propuesto un Norte para la educación. Con tiempo y recursos, en materia educativa no hubo cambio para lograr que “la educación sea un factor de cohesión y desarrollo social”, ni tampoco hubo una reformulación de la escuela en función de un proyecto de país. En lo nodal, la alocución de Cristina Fernández apuntó a eso, que es lo importante si queremos tener un país y no una colonia.
III.
En la política tienen lugar los que piensan que hay cosas para cambiar.
Cristina Fernández de Kirchner, 2016
Dedo en la llaga, la palabra de Cristina Fernández expone nuestra fe ciega, nuestro voluntarismo y hasta actos de mala fe que son moneda corriente en una comunidad educativa con mayoría de ejemplos de entrega abnegada y fuente de inspiración, pero que es muy recelosa de toda observación o crítica.
A propósito, preocupa que la escuela no sea un foro para pensar la educación. Cristina Fernández habló en una universidad, no en una escuela, donde es moneda corriente atender a caprichos de estudiantes, y a quejas de padres y madres, pero no, salvo excepciones, a planteos de docentes, directivos, estudiantes, madres y padres con ánimo de que algo cambie realmente.
Vivada en nuestra comunidad educativa toda vez que diserta sobre política internacional y compadrea a Milei por Twitter, la ex-presidenta es rechazada, cuando, como maestra severa, nos manda al rincón de pensar.
En un pasaje de su alocución, defendió la escuela normal que la formó, una escuela “enciclopedista que destruyeron, pero nunca sustituyeron”, subrayó a quienes no supimos ni quisimos superar la educación sarmientina que alegremente defenestran quienes no solo no cuentan con un solo resultado que la iguale, sino quienes ni siquiera han leído lo mucho escrito por Sarmiento sobre educación popular y lo importante que fue, incluso, para el proyecto educativo del peronismo.(18)
Cristina Fernández cree que “podemos encarar el cambio que la educación necesita”. En materia laboral, previsional, y otras tantas, no lo hicimos quienes decimos defender al campo popular. Lo ha subrayado, incluso a modo de mea culpa. De no hacerlo en educación, como bien viene advirtiendo en los últimos años la ex-presidenta, los cambios los sigue haciendo la derecha (incluso con nuestro apoyo consciente o no), y sabemos en beneficio de quiénes.
Además de errores y cerrazones, habrá que asumir un cambio de época, tener ideas claras y el coraje, entre otros, de Sarmiento y de Carrillo, maestro de la educación uno y en materia de salud el otro. Son los que planteo como modelos a contrapelo de esta Era orgullosa de no tener maestros.
En tiempos de fe ciega, propia y ajena, Cristina propone realmente, como reza el subtítulo de la jornada, “imaginar y transformar”. Demostremos que también en la escuela “tienen lugar los que piensan que hay cosas para cambiar”(19). La jornada en la que participó continuó con mesas abiertas a la comunidad de docentes, investigadores, estudiantes y funcionarios. Seguramente, es la primera de muchas que vendrán en pos de un cambio verdadero.
Referencias:
(1) Venturini, A. Las primas, Bs. As., Tusquets, 2021.
(2) Peicovich, E. Hola Perón. Bs. As., Jorge Álvarez, 1965.
(3) https://www.elcohetealaluna.com/fingir-demencia-en-educacion/
(4) Kirchner, N; Fernández de Kirchner, C. Vengo a proponerles un sueño. Palabras en actos de asunción de mando y en las aperturas de sesiones del Congreso de la Nación, Bs. As., Presidencia de la Nación, 2015.
(5) Por ejemplo, en el Plenario de estudiantes secundarios de la UTN de Avellaneda del 30 de julio de 2016. Ver el volumen que compendia sus discursos: Fernández, Cristina. Una idea, una esperanza, Bs. As, Ediciones Capiangos. Peronismo militante, 2019.
(6) En “Argentina en su tercera crisis de deuda. Cuadro de situación” (febrero de 2023) propone que pensemos por qué buena parte de los sectores medios y bajos envían sus hijos a escuelas privadas “para que tengan clases todos los días”.
(7) La repatriación de científicos, la financiación de la escuela técnica, la política del Educación Sexual Integral (importante a punto tal que la gestión macrista de CABA reconoció que 3 de cada 10 abusos fueron descubiertos gracias a una clase de ESI), el fondo docente hoy retaceado por el gobierno de Milei a los docentes, los 57 millones de libros entregados en escuelas, los millones de becas a pibes y pibas para terminar el secundario, el incremento de presupuesto destinado a formación docente y la creación de 19 universidades nacionales.
(8)Un legado de trabajo. 12 años de Carlos Tomada.
(9) La creatividad desatada. Gestión audiovisual 2008/2013 de Liliana Mazure.
(10) Néstor y Cristina Kirchner. Planificación y federalismo en acción de Julio De Vido y Federico Bernal.
(11) “Es la economía bimonetaria, estúpido” (septiembre de 2024).
(12) Foto real (y no meme) sacada por la profesora Daniela Parra.
(13) Nunca es tarde. El año pasado se realizaron las primeras Jornadas en Educación Digital realizadas en La Plata. Junto a Natalia Huanco, presentamos una ponencia con una reflexión sobre cuánto nos queda por recorrer respecto del desafío que propone Cristina Fernández. https://educaciondigital.abc.gob.ar/experiencias/ni-tecnofilia-ni-tecnofobia-por-un-buen-uso-para-no-ser-usados/
(14) Lewcowicz, I; Corea, C. Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas, Bs. As., Paidós, 2004.
(15) Rivas, A. “Las batallas de la calidad educativa”, en Cuadernillo de la UNIPE (2016) a 10 años de la Ley de Educación Nacional.
(16) Las citas corresponden a Kirchner, N; Di Tella, T. Después del derrumbe. Teoría y práctica política en la Argentina que viene, Bs. As., Galerna, 2003.
(17) Plenario de estudiantes secundarios de la UTN de Avellaneda del 30 de julio de 2016.
(18) Al respecto, vale recordar el lugar que ocupaba “el padre de la escuela” en los libros de texto del primer peronismo. Ver: Corbière, E. Mamá me mima, Evita me ama. La educación argentina en la encrucijada, Bs. As., Sudamericana, 1999.
Lomas de Zamora, 13 de abril de 2025.
*Prof. y Dr. en Letras, y Mag. en Comunición y Cultura, es docente en profesorados del Conurbano, ensayista y crítico de cine. Publicó Hoteles. Estudio crítico (2007), Cambiemos o la banalidad del bien (2019), La invención de la literatura. Una historia del cine (2021). Estuvo a cargo de El Nuevo Cine murió (2021) y prologó Escritos corsarios de P. P. Pasolini (2022). Su último libro esditado es «P3RRON3. El Corsario».