Rocco Carbone propone en este artículo una reflexión en torno a la pregunta por la caracterización del actual experimento libertariano como fascismo, haciendo foco en el modo psicológico o emotivo de ser fascistas.
Por Rocco Carbone*
(para La Tecl@ Eñe)
Si lo miramos bien, en él podemos reconocer a un fanático o, tal vez, mejor, una especie de adolescente malcriado: sometido y rebelde, patético y ridículo, fanfarrón y empático. Eso podemos reconocerlo y de hecho lo hacemos, pero frecuentemente no queremos ver más allá. Nos pasa por haber olvidado. Por eso mismo, ante el olvido -lo que hoy se nombra cínicamente como “memoria completa”- la condición democrática afirma y sostiene tres divisas que no cesan de ondear. Sobre la primera se inscribe la palabra memoria, frecuentemente acompañada por un cántico: “Como a los nazis les va a pasar…”, que se coreó en el acto en el Centro Cultural Haroldo Conti. Me parece que ese acto planteó al menos una pregunta: ¿todo lo que pasó en la ExMa, es decir, en la Argentina, es sólo parte de nuestra historia, de nuestro ayer, de lo que quedó a nuestras espaldas? ¿Nos persuadimos a lo mejor de que ya somos distintxs o que hemos cambiado y de que el fascismo arqueológico es solo un fenómeno histórico, una época de la historia política, somnolienta, de la cual hemos salido “milagrosamente”, nacidxs de nuevo gracias a la democracia y que ésta es un derecho radical inalienable? Me parece que aún no hemos salido completamente de ella, que aún no hemos derrotado a ese espectro, que resurge con soplidos de aire fétido. Porque cierto tipo de poderes nos obligan a olvidar, por disociar adrede su historia de la verdad; por disociar la verdad (de lo sido) de la historia de nuestra comunidad inmediata de referencia. Por eso atravesamos un gran río de ignorancia y una gran confusión. También es cierto que a veces las cosas no caen necesariamente en el olvido sino en la confusión. Horacio Verbitsky habla de eso, dice que confundimos cuando decimos fascismo para identificar el experimento libertariano sobre las existencias nacionales, pero se engaña, se fascina, porque no discrimina una de las acciones centrales -ley histórica profunda- de ese poder: que es confundir/nos. Es la historia de siempre, que sería deseable escrutar sin inhibir debates ni polémicas.
No deberían dejarse de lado las catástrofes sociales, económicas, ecológicas/climáticas y mediáticas reticuladas que estimularon el renovado advenimiento del fascismo ahora sigiloso (porque rechaza la categoría para autonombrarse), un poder transhistórico, que lo que hizo en el siglo XX con la estatalidad resulta apenas en una declinación posible entre un abanico de posibilidades. Lo que me interesa aquí es el modo psicológico o, si se quiere, emotivo, de ser fascistas. Esa modalidad se verifica a través de una especie de detención del devenir humano en la etapa de la adolescencia. Ese momento de transición se caracteriza por la duplicidad. Por un modo de sentir y de pensar dualista, binario, contradictorio, controversial, por la convivencia, en un mismo ser, de dos dimensiones opuestas -una infancia aún no concluida y una adultez en ciernes-, la fusión de dos extremos, como desapego y arrojo, rechazo y adhesión, ternura y crueldad, afecto y fastidio, beso y abrazo y puñalada trapera. Pero que tal vez se caracterice, sobre todo, por la desresponsabilidad. Por los actos de lxs adolescentes aún responden otrxs, sean individuos, pequeños colectivos (las familias) o instituciones más o menos complejas. En ese momento de la vida todavía se desplaza o se proyecta la responsabilidad propia sobre alguien más. Y ese sujeto o institución responsable pasa a ser una especie de zona de confort, nos disculpa de lo que nos falta (de lo que adolecemos) y por lo que hacemos sin tener plena conciencia. También toma decisiones por nosotrxs.
Responsabilidad quiere decir responder por. Hacer algo y responder, responsabilizarse por lo que se hace, ser el sujeto (más o menos) pleno de lo que se hace. Pues bien, en la adolescencia alguien -sujeto o institución- responde por nosotrxs porque el devenir vital aún no ha cumplido enteramente su ciclo (si es que tal cosa es verdaderamente posible). Cuando el ciclo del devenir individual, social o político se detiene en la adolescencia sobreviene una suerte de represión que, como tal, pone en movimiento mecanismos compensatorios. Uno de ellos puede consistir en arrojarse radicalmente contra la zona de confort, que significa arrojarse contra una parte de nosotrxs mismxs: del sí. Y sobre ese sujeto o institución proyectamos las frustraciones propias: descargamos literalmente nuestras responsabilidades: sean padres o madres biológicas, o adquiridas, la escuela, el gimnasio, la ciudad, la política o el Estado. Ese espeso entramado de cosas en la Argentina tiene el nombre de kirchnerismo.
Estas cuestiones, si se quiere, pueden profundizarse con Federico Fellini, en Amarcord (que, en dialecto de Emilia Romagna, quiere decir “Me acuerdo”), que es una película que habla de su pueblo de origen -Rimini- un lugar provinciano, y en un librito suyo sobre cine, que se llama Fare un film (Einaudi, 1980). Allí encontramos un pasaje extraordinario: “Las eternas premisas del fascismo me parece que se encuentran precisamente en el ser provincianos, en la falta de conocimiento de los problemas concretamente reales, en el rechazo a profundizar, por pereza, por prejuicio, por comodidad, por presunción, la propia relación individual con la vida. Jactarse de ser ignorantes, buscar la afirmación de uno mismo o del pequeño grupo propio no con esa fuerza que procede de la capacidad efectiva, de la experiencia, del contacto con la cultura, sino con la jactancia, con las afirmaciones que terminan en sí mismas, el despliegue de cualidades imitadas [miméticas] en lugar de verdaderas. […] No se puede combatir el fascismo sin identificarlo con nuestra parte estúpida, mezquina, veleidosa; una parte […] de la cual deberíamos avergonzarnos […] Porque esa parte está dentro de cada uno de nosotros” (pp. 155-156). A esa parte el fascismo arqueológico ya le ha dado voz, autoridad, divisas y crédito. Desenmascarar su resurgimiento, que se precipita con una sustracción del nombre clásico, es un modo de afirmar nuestra salvación, aunque sea precaria.
Buenos Aires, 7 de enero de 2025.
*CONICET.
5 Comments
Excelente artículo de Rocco Carbone, permite echar luz sobre los modos actuales del fascismo, que nos cuesta ver e identificar. Y qué a veces disimulamos creyendo de esa manera atenuar sus efectos.
Tal cual. La sostenida pretensión de negar el Fascismo de este gobierno y sus aliados Pro y Radicales con peluca, es una forma de la cobardía permanente de una oposición desgastada y miedosa. Sin embargo, las contradicción de intereses económicos de la derecha, está mas cercana a producir una reacción anti- gobierno , que el populismo débil y cada día mas parecido a la izquierda pertinaz y perdedora.
Rocco nos hace mejores aprendices de adultez. Insight necesario para entender mejor, y responder mejor. Gracias
Un escrito breve y esclarecedor. Necesario en tiempo de oscuridad,
Gracias!!!
El modo de vida fascista pervive en la insistencia del mal. Acabar con él supone lograr el equilibrio. Que presupone la razón. La paradoja: a la fuerza prerracional del vindictivismo se la combate con la fuerza del Estado democrático o la paciente fuerza del diálogo. Si el Demos eligió el camino de los daimones, ¿cómo nos apartamos de esa senda que nos conduce al abismo?
Lo malo de ser bueno dice el Cuarteto de Nos.