FRANCISCO EN EL II ENCUENTRO DE MOVIMIENTOS POPULARES.
Este 2025 se cumplen 10 años de una de las piezas discursivas de Francisco que edifican con más intensidad su doctrina social y política, leída en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en ocasión del II Encuentro de Movimientos Populares del Mundo. La vigencia del mensaje Francisco marca un camino para esta América Latina nuestra, en un momento tan turbulento como el que transitamos.
Por Carlos Raimundi*
(para La Tecl@ Eñe)
1- Presentación
Este año 2025, se cumplen 10 años de una de las piezas discursivas de Francisco que edifican con más intensidad su doctrina social y política. Entendido este último término en su sentido más abarcador, más noble y altruista. Fue el 9 de julio de 2015, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en ocasión del II Encuentro de Movimientos Populares del Mundo.
Ante una concurrencia multitudinaria y multicultural, de la que formó parte el entonces presidente de Bolivia Evo Morales, Francisco inició su mensaje reiterando su pedido a toda la Iglesia –obispos, sacerdotes y laicos- de profundizar el encuentro con todas las organizaciones sociales, urbanas y rurales, en el marco de una Iglesia de puertas abiertas.
Desde el comienzo, las palabras del Santo Padre expresaron conceptos muy claros y fuertes, como la necesidad de unirse a la voz de los pueblos que claman por las “famosas Tres T: tierra, techo y trabajo, como derechos sagrados”. “Primero de todo –dijo el Papa- necesitamos un cambio”, porque “los problemas de la Humanidad tienen una matriz global”.
En mis palabras, se trata de un sistema que se está tornando cada vez más agobiante e insostenible. Una matriz global de la que deriva la sensación creciente de malestar en vastos sectores de la población del mundo, dado que responde al único objetivo de maximizar la ganancia del capital. Para lo cual es necesario aplicar un modelo de desarrollo basado en la sobre explotación de la naturaleza, con las terribles consecuencias que el mismo Francisco describe en su primera encíclica “Laudato Sí”.
A todo aquello que Francisco describió en ese mensaje, sobrevino unos años después el Covid-19, que actuó como un revulsivo más en medio del orden imperante, alteró las relaciones sociales, y motivó que Francisco escribiera “Fratelli Tutti”. Ya en aquel momento, hace casi una década, Francisco describía los rasgos de una guerra que se expresaba en distintos niveles y con distintas formas, pero que alcanzaba prácticamente a la totalidad del planeta.
2- La respuesta a un modelo global
“Las ´Tres T´, tierra, techo y trabajo, para todas nuestras hermanas y hermanos, son derechos sagrados”, repetía Francisco. Es decir, no hay interés particular que pueda sobreponerse a esos derechos. “Y vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra. Los problemas comunes de todos los latinoamericanos, y en general también de toda la humanidad, tienen una matriz global. Las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad. En un mundo donde estallan tantas guerras sin sentido y donde la violencia fratricida se ha adueñado hasta de nuestros barrios, digámoslo sin miedo, necesitamos y queremos un cambio.”
“Y no se trata de un cambio parcial o específico, porque hay un hilo invisible que une cada una de las exclusiones, no están aisladas, responden a un sistema que se ha hecho global, que ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o en la destrucción de la naturaleza.
Por lo tanto se requiere un cambio de estructuras. Este sistema ya no lo aguantan los campesinos, los trabajadores, las comunidades, no lo aguantan los pueblos. Y tampoco lo aguanta la Tierra, la Hermana Madre Tierra, como decía San Francisco.
De una globalización que ha estafado las expectativas que originalmente había despertado, y que se ha convertido en la globalización de la indiferencia debemos oponerle la globalización de la esperanza. Porque incluso dentro de esa minoría, cada vez más reducida, que cree beneficiarse con este sistema, es allí donde reina la insatisfacción, y especialmente la tristeza, la tristeza individualista.”
“La tristeza individualista esclaviza”, dice el Papa, erguido en el paradigma inverso al lenguaje que pregona el puro y engañoso goce de la libertad absoluta.
“Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero lo tutela todo, especialmente los deseos de las personas más jóvenes, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad, enfrenta pueblo contra pueblo”. Es la codicia desenfrenada, para utilizar términos del Presidente de Colombia, Gustavo Petro.
Ahora bien –y estas son mis palabras no las de Francisco- ¿cómo se llama ese sistema que responde a una matriz global y que domina al mundo alrededor de la idolatría del capital? Se llama capitalismo. En este caso, no circunscribo su significado al modo de producción industrial que genera empleos socialmente inclusivos, organiza la vida de las personas alrededor del trabajo y les otorga ciertas posibilidades de consumo. Me refiero a esa faceta del capitalismo que convierte al capital en el centro de toda expectativa de vida, y que por lo tanto deforma las intenciones con que lo fundamentaron sus teóricos del siglo XVIII, y ha convertido al mundo, o quizás más específicamente al occidente geopolítico, en un mar de insatisfacción.
Francisco califica a ese sistema como una “sutil dictadura”, y luego dirige un mensaje de esperanza a personas específicamente señaladas por su condición de vida, que son las primeras a las que debemos representar. Y habla del cartonero, de la recicladora, del artesano, del vendedor ambulante, del transportista, del trabajador excluido de sus derechos laborales, discriminado y marginado. Y también habla de los militantes y de los estudiantes, y les dice: “no se achiquen”.
3- Una economía a escala humana
Su primera respuesta al ¿Qué hacer? es ejercitar la capacidad de organizarse, que está en sus propias manos.
No es la primera vez que Francisco remplaza el slogan del bienestar por el concepto del buen vivir o vivir bien. Un vivir bien que no solamente responde a indicadores económicos, sino que apunta al corazón, a ese amor fraterno que tiene no sólo el derecho sino también la obligación de revelarse contra la injusticia social.
El Papa dirige su mirada al rostro mismo del “campesino amenazado, del trabajador excluido, del indígena oprimido, de la familia sin techo, del migrante perseguido, del joven desocupado, del niño explotado, de la madre que perdió a su hijo en un tiroteo porque el barrio fue copado por el narcotráfico, del padre que perdió a su hija porque fue sometida a la esclavitud”. Es como si nos tomara de los hombros y nos sacudiera, porque no podemos dejar de conmovernos de eso.
Y de allí pasa a un plano con más contenidos propositivos, en los cuales el trabajo de la tierra, la agricultura campesina, una economía popular dignificada, la urbanización de villas y asentamientos a través de la autoconstrucción de viviendas y el desarrollo de la infraestructura barrial como opciones de actividades comunitarias, pasan a formar parte de los cimientos de un sistema alternativo a esa matriz global de injusticia que nos gobierna.
En ese mismo tono propositivo, a esa dictadura del capital que esclaviza a cada ser humano y lo convierte en el mejor de los casos en un competidor, cuando no en un antagonista de su hermano, y destruye la noción de comunidad, le contrapone la doctrina del encuentro, y una apelación a reconstruir una cultura humana a la globalización.
Es decir, remplazar a las grandes cadenas de valor, a la estandarización que beneficia a las grandes corporaciones, a la uniformización de los hábitos, a la concentración de las cadenas de alimentos, bebidas, indumentarias y consumos electrónicos, que despilfarran irracionalmente los limitados recursos naturales del planeta, por una organización económica y productiva de escala humana. Con cadenas de valor más cortas, economía de la proximidad, fuentes y formas de desarrollo local, empresas recuperadas por sus trabajadores, presupuesto participativo, gobierno de las comunas. Una economía basada en el precio justo y el comercio responsable que nos aleje del frenesí del consumismo.
Ese último modelo de telefonía celular que se supera a sí mismo cada seis meses y nos crea una nueva necesidad dirigida al hiperconsumo, que para eso demanda que tantos miles de personas, especialmente jóvenes, se aboquen con centralidad a especular con monedas virtuales, para cuyo sostén tecnológico y energético hacen falta de millones de litros de agua dulce de la que carecen cientos de millones de niños y niñas. Y hacen falta nuevos materiales que profundizan, en un temible círculo vicioso, la depredación del planeta.
Se trata de un sistema que “además de acelerar irresponsablemente los ritmos de la producción, además de implementar métodos en la industria y la agricultura que dañan a la Madre Tierra en aras de la productividad, sigue negándole a miles de millones de hermanos los más elementales derechos económicos, sociales y culturales”.
Su mensaje es también anti-imperialista, aunque ecuménico. Señala textualmente que “ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social ni la propuesta de soluciones a estos problemas contemporáneos. La historia, en cambio, la construyen los pueblos que marchan buscando su propio camino”, es decir, hace un llamado al destino autónomo de los pueblos, independiente, soberano, sin un patrón o modelo universal, aunque nunca los pueblos deben estar incomunicados entre sí.
Por el contrario, los pueblos sufrientes de las distintas latitudes del mundo se encuentran en la profundidad de sus problemas comunes, de sus luchas comunes. Encuentran inclusive similitudes en algunas de sus propias tradiciones por distantes que parecieran en la superficie. Por lo tanto, no son los causantes de las guerras y los conflictos, sino sus víctimas, tanto por la horadación económica y espiritual que sufren, como por ser carne de cañón de los conflictos que se planifican en los escritorios de las grandes corporaciones, las financieras y los fabricantes de armamento.
La primera tarea es poner la economía al servicio de los pueblos. “La economía no debería ser un mecanismo de acumulación, sino la administración adecuada de la casa común, la distribución de los bienes universales para todos en todas las manos. Lo cual no es únicamente asegurar la comida, sino también garantizar a los pueblos dignidad y prosperidad”.
En esta parte de su mensaje cita más de una vez a Juan XXIII y su encíclica Mater et Magistra de 1961, escogiendo una línea de continuidad con la prédica de aquel Papa bueno quien, entre 1957 y 1963, con el Concilio Vaticano II y con todas sus reformas no sólo litúrgicas sino institucionales y conceptuales, le abrió las puertas de la Iglesia a la militancia social y su compromiso con la pobreza. Permitiendo la formación de grandes movimientos de liberación en lo cultural, en lo pedagógico, en lo filosófico, y también en lo económico y lo político. La filosofía y la teología de la liberación, la teoría de la dependencia, la epistemología del sur, la opción de los curas por la pobreza, son derivados de aquel caudal conceptual que se liberó durante los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI durante los años sesenta. Y que hoy, a mi juicio, retoma Francisco salvando las diferencias de contexto que impone el tiempo trascurrido.
Francisco clama por “dignidad y prosperidad, también tener acceso a la educación, a la salud, a la innovación, a las manifestaciones artísticas y culturales, a la comunicación, al deporte y a la recreación. Con plenos derechos durante los años de actividad, y plenos derechos también a través de una jubilación digna en la ancianidad”.
Esta economía de escala humana no sólo es deseable, sino necesaria. “El mundo posee los recursos gracias al trabajo inter-generacional de los pueblos. Por eso, se trata de devolver a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece”.
4- El estado, la propiedad, los impuestos
Aquí quiero detenerme un instante, porque estos conceptos confrontan clara y valientemente con las nociones de propiedad y de ilegitimidad de la paga de tributos con las que pretende convencernos el paradigma que llamamos libertario.
Si hablamos de propiedad, los pueblos, y no los monopolios, son los propietarios de los recursos naturales y de los frutos que emanan de los mismos. La ganancia extraordinaria que obtienen las trasnacionales de la tecnología vinculada al agro-negocio en las áreas más fértiles del planeta (como la pampa argentina) es producto de esa fertilidad, y no únicamente del capital y la tecnología que utilizan. Porque si ese mismo capital y esa misma tecnología se aplicaran en el desierto, no solamente no recogerían dicha ganancia sino que anotarían como pérdida toda su inversión. Es decir, tienen el derecho legítimo de cobrar por su trabajo, pero no de apropiarse de la ganancia extraordinaria, porque este último factor proviene de la naturaleza, y la naturaleza está unida a los pueblos, no al gran capital.
Lo mismo cabría decir de la renta monopólica de las grandes cadenas de medios, a las que luego se referirá Francisco. La comunicación es una condición inherente a la persona humana, en tanto ser necesariamente comunitario. Es decir, se trata de un derecho humano –y a su vez social- que es de propiedad colectiva. El espacio por donde circula la comunicación es, por ser público, propiedad de los pueblos, ya sea que esté configurado por elementos tangibles o intangibles o por una vía analógica o digital. ¿Por qué entonces la renta de ese bien público que circula a través del espacio público es acopiada por los grandes monopolios que colonizan la mente de los pueblos a favor de sus propios intereses?
Y así podríamos continuar con los medicamentos, los alimentos, las fuentes de energía, y tantos otros bienes públicos cuyo derecho de goce es universal. Es decir, estamos hablando del mismísimo derecho de propiedad, pero no circunscripto al egoísmo al que guía el puro individualismo que parece estar de moda, sino de una dimensión social de la propiedad que haría mucho más armoniosa la convivencia.
A esta altura de la civilización, la educación, la ingesta de los alimentos suficientes, nutritivos y saludables, la vivienda, las rutas, la conectividad, entre tantos otros, son derechos básicos de propiedad colectiva. Si fuéramos capaces de despojarnos del corsé que coloniza nuestras mentes con el fin de modelar, manipular y adocenar el sentido común de los pueblos, nuestros códigos de justicia penal estarían mucho más atentos a sancionar los delitos contra la propiedad colectiva que cometen las oligarquías gobernantes, como la tolerancia a la evasión fiscal y al endeudamiento crónico al que acuden los gobiernos en rescate de las grandes empresas que han cometido desaguisados inconfesables. Endeudamiento crónico que terminan pagando los pueblos.
Si, en cambio, se sancionaran estos delitos y se repusieran los derechos de propiedad social en cabeza de sus verdaderos dueños o propietarios que son los pueblos que sufren, habría sociedades mucho más cohesionadas y armoniosas, y por lo tanto menos propensas a la violencia y a la comisión de delitos contra la propiedad privada individual.
En el mismo sentido, es necesario construir sistemas tributarios mucho más simples y mucho más justos. Es un grave e intencionado error creer que es justo eximir del pago de impuestos a las grandes empresas, bajo el argumento que son ellas las que generan la riqueza de la sociedad. En su discurso, Francisco sostiene textualmente que, a la inversa de lo que pretende instalar la prensa hegemónica, “los movimientos populares son los creadores de trabajo, los constructores de viviendas, los productores de alimentos”.
Utilicemos para esto algunos ejemplos que pueden resultar ilustrativos. Disfrutar de un recital de música, con todo lo bello y sanador que contiene, no depende únicamente del talento de la banda que está interpretando los temas. Hay un trabajo de iluminadores y sonidistas, de trabajadores que llenaban el tanque de combustible de los vehículos que se acercaban al estadio y así sucesivamente. El disfrute del recital está conformado por partes minúsculas, pero necesarias, de todo un entramado social.
Como expresión de las formas de trabajo más innovadoras, la labor de plataformas digitales, dado que pertenece a un sistema que a menudo se desenvuelve en soledad o en grupos muy pequeños, tiende a invisibilizar el trabajo social acumulado detrás de esa tarea específica. Esa misma creencia le cabe a quienes se han habituado a consumir por medio de las plataformas digitales de comercio electrónico. Al concebir ese hecho como un acto puramente individualizado, tendemos a prescindir y a no tomar conciencia de todos los eslabones de trabajo social que hicieron posible ese último tramo de un entramado mucho más colectivo.
La apropiación del conocimiento es, en apariencia, individual. Pero la construcción de ese conocimiento es inter-generacional. La enorme fortuna material que los exportadores obtienen a través de la carga y descarga en los puertos fluviales y marítimos, se debe al trabajo de generaciones. Los entes financieros que han escogido la renta agropecuaria como beneficio (y que mañana posiblemente escojan la minería o la mera especulación financiera) no construyeron esos puertos ni esa infraestructura, ni tendieron las redes de alta tensión que les proporcionan la energía.
El impuesto no es un hecho compulsivo y coercitivo del Estado, sino parte de un acuerdo social por el cual el beneficio de una generación responde al trabajo acumulado por generaciones anteriores, y es, a su vez, fuente del progreso que obtendrán las generaciones venideras. La continuidad jurídica y social de la figura “Estado” es lo que garantiza esa convivencia, esa condición social que es inherente a toda persona humana. La ausencia de restricciones, a menos aquellas que imponga el mercado, y el individualismo (no la singularidad de cada persona) son antagónicos respecto del desarrollo integral del individuo. Imaginemos, por ejemplo, que no se tomaran recaudos públicos para limitar la portación de armas. Imaginemos que cada individuo tenga que hacer por sí mismo la inspección técnica de una aeronave antes de abordarla. ¿Cuántos accidentes habría que padecer antes de que las leyes de mercado descarten a las empresas más deficientes? ¿Cómo haríamos sin la auditoría de un órgano competente, sin una agencia centralizada como el Estado?
El capital individual se conforma de una porción muy significativa de capital social acumulado por las generaciones anteriores. Sin embargo, la colonización cultural como herramienta en manos de las grandes cadenas de medios que pertenecen o son financiadas por los grandes conglomerados financieros, visibiliza únicamente el beneficio que una plataforma de comercio electrónico brinda a los pequeños agentes comerciales, pero no el proceso inverso, el aporte de esos pequeños agentes comerciales a la plataforma centralizada.
5. La aparente libertad en redes y plataformas
Todo este tipo de fenómenos tecnológicos, económicos, financieros y también culturales, así como el manejo centralizado de las redes sociales, está enmascarado detrás de la idea de que la comunicación en redes y plataformas es ejercida desde la más absoluta libertad. Cuando, en realidad, constituye la subordinación absoluta de un sujeto social totalmente fragmentado al servicio de un vértice de poder con facultades y atributos omnicomprensivos.
“Cuando tú no pagas por el producto, tú eres el producto”. Esta es la frase que podría sintetizar el proceso que ha convertido al sujeto-pueblo, ese tronco común de percepciones e interpretaciones desde el cual se gestó la lucha por mayores derechos durante las generaciones anteriores, en una mera suma invertebrada de astillas o partículas infinitesimales bajo la apariencia de que pueden ejercer su libertad sin las restricciones que supone el Estado. Un Estado al que se califica como tiránico en el mejor de los casos, o bien se lo descalifica en términos absolutos.
La memoria social es otra de estas condiciones intrínsecas de todo ser humano, y por lo tanto, de toda convivencia, que el paradigma libertario trata de aniquilar y sustraer decisivamente del imaginario popular.
Estar bien parecería ser tener que estar contentos todo el tiempo, y estar contentos pareciera provenir de consumir y consumir y consumir todo el tiempo. Ese no es el mundo en el que, en un sentido profundo, nos gusta vivir.
El discurso de la libertad como ausencia absoluta de inhibiciones y el discurso de la agresión, son mucho más sencillos de reproducir que el discurso de la solidaridad.
6. La soberanía de los pueblos como respuesta al colonialismo
Antes de finalizar, apela, una vez más, al concepto de soberanía de los pueblos, tanto externa respecto de la imposición de patrones ajenos con pretensión universal, como interna, respecto de no subordinarse a las jerarquías económicas pre-establecidas. “Los pueblos no quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil. Los pueblos quieren su cultura, su idioma, sus procesos sociales y sus tradiciones. Ningún poder fáctico tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía, y cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo. Los pueblos de Latinoamérica parieron dolorosamente su independencia política, y desde entonces llevan dos siglos intentando conquistar una independencia plena”.
“En estos últimos años, después de tantos desencuentros (recordemos que este discurso data de 2015, cuando eran presidentas y presidentes Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales, Dilma Rousseff, Michelle Bachelet, Rafael Correa, Tabaré Vázquez y Nicolás Maduro), muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de la Patria Grande. Cuiden y acrecientes esa unidad”.
“El nuevo colonialismo adopta diversas fachadas, corporaciones, tratados llamados de libre comercio, medidas de austeridad. Los obispos latinoamericanos lo denunciamos con total claridad en el documento de Aparecida, cuando afirma que las instituciones financieras y las empresas trasnacionales se fortalecen al punto de subordinar a las economías locales y subordinando a los Estados” (IV Conferencia, Aparecida, 2007).
“Del mismo modo, la concentración monopólica de los medios de comunicación social se traduce en colonialismo ideológico y pretende convertir a los países pobres en piezas de un engranaje gigantesco. El colonialismo reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la mano. Una violencia que no habrá recursos policiales, militares o de inteligencia capaces de detener”. Aquí se pronuncia, implícita pero claramente, partidario del desarrollo industrial de nuestros países.
7. Corolario
Como una forma alternativa de fundar nuestra convivencia, Francisco propone que el Estado y las organizaciones sociales asuman juntas la misión de las Tres T. “Los gobiernos que asumen como propia la tarea de poner la economía al servicio de los pueblos deben promover la economía popular y la producción comunitaria, mejorar los procesos de trabajo, proveer infraestructura adecuada y garantizar plenos derechos a sus trabajadores”.
Y reafirma que ninguno de estos problemas de la humanidad se puede resolver sin interacción entre los Estados y los Pueblos. La denostación del Estado, su demonización deliberada, persigue la finalidad de inhibir la construcción de una alianza inquebrantable entre Pueblo y Estado para detener la depredación que llevan adelante las grandes corporaciones financieras, mediante esa “tercera guerra mundial, portadora de un genocidio en marcha que debe cesar”.
Y se dirige “a los hermanos y hermanas del movimiento indígena latinoamericano, donde las partes conservan su identidad construyendo juntas una pluralidad que no atenta, sino que fortalece la unidad, en una búsqueda de esa interculturalidad que combina la reafirmación de sus derechos con el respeto a la integridad territorial de los Estados, lo que nos enriquece y nos fortalece a todos. Siempre en defensa de la Madre Tierra: no se puede permitir que ciertos intereses, que son globales, pero no universales, se impongan, sometan a los Estados y continúen destruyendo la creación”.
Ese pueblo que estaba presente en Santa Cruz de la Sierra hace diez años, interrumpió el discurso del Papa en 47 oportunidades para manifestar su respaldo con aplausos esplendorosos.
En defensa de la democracia plena y profunda y de la soberanía popular, Francisco concluye en que “el futuro de la humanidad está fundamentalmente en manos de los Pueblos y de su capacidad de organizarse. Repitamos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez”.
Entre 2015 y este 2025 que comienza han sucedido en el mundo muchas cosas, pero la sustancia de aquellas palabras de Francisco no sólo se ha mantenido, sino que se profundiza con enunciados como, entre tantos otros: “con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un Fondo para acabar de una vez con el hambre” (Cumbre del Clima, Dubai, diciembre de 2023) o “pido a los gobernantes que cancelen la deuda de los países más pobres” (Jornada Mundial por la Paz, Roma, diciembre de 2024).
La vigencia del mensaje Francisco marca un camino para esta América Latina nuestra, en un momento tan turbulento como el que transitamos.
Buenos Aires, 4 de enero de 2025.
*Abogado y docente, exdiputado nacional y del Mercosur, y último embajador en la OEA.