Acerca de la “interna” en el Frente de Todos, la “Universidad de la Ciudad” como proyecto de producción de engendros empresariales, y el silencio como necesidad y como refugio, y hasta como estrategia.
Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
Me resulta muy extraño, y poco interesante, el asunto de las pugnas en el FDT –las que se producen en JxC carecen de relieve “histórico” diría, son meras cuestiones de poder, mientras que las que ocupan la escena en el campo de la izquierda son esperables- o sea lo que en la jerga política local se conocía como “internas”. Lo siento como la expresión de un llamado al fracaso: a la mitad del mandato de una administración que apenas ha podido respirar brotan las discrepancias, que no se sabe bien en qué consisten pero que han de ser gravísimas o bien intrascendentes, se puede elegir unas y otras para explicar que hayan surgido cuando parecía, languideciente –ojalá- la pandemia, que se podía esperar el esplendor del gobernar. Brota como para que no se pueda, incontenible manifestación de actitudes finalistas, las puertas del fracaso abiertas y luego un laborioso recomenzar como, tediosamente, tantas veces ha ocurrido. Y no es cuestión de echar culpas me parece, ocurre fatalmente en experiencias de esta índole, por oposición al drama, si es que lo es, de las derechas, que jamás frustrarían voluntariamente la posibilidad de recuperar lo que pueden haber perdido, vaya uno a saber si realmente perdieron algo.
No sé si ya existía o es una novedad una llamada “Universidad de la Ciudad”. Se ve, si es el anuncio de algo nuevo, que la ciudad, o sea la CABA por mal nombre, no quiere quedarse atrás respecto de las nacionales que proliferan en los alrededores de Buenos Aires aunque lo que ofrecen es una muy otra cosa. Las nacionales se sabe lo que son y lo que buscan, ésta hace propaganda, quiere vender. Su filosofía, o sea los fundamentos de su creación y su propuesta es un conjunto de afirmaciones recogidas de lo que podría llamarse el discurso progre: no aranceles, no exclusiones, investigación, intereses nacionales, formación para la competencia, etcétera, ninguna novedad que pudiera ser cuestionable: palabras, palabras, palabras. Llama la atención que en el ofrecimiento de las carreras junto a sus nombres, “Profesorado Universitario ‘para’ el secundario” es un ejemplo, aparece, en todas, esta preposición, “para”, como si estuviera clara la finalidad del curso que se quiera seguir y, además, contrariamente a lo que se espera de las universidades ya establecidas, el nivel que sería académico, aquí es la enseñanza secundaria: formación para enseñar. El lenguaje es melifluo, como de buena gente, como si se quisiera hacer pasar como Universidad lo que podría ser una preparatoria pero, aceptada como Universidad, pasa a formar parte del conjunto, el CIN, con voz y voto, lo mismo que poseen en ese conjunto las más viejas y consolidadas. El objetivo no deja de ser político y se parece bastante, aunque en mayor silencio, con la que pasó y pasa en el Consejo de la Magistratura. Tal vez no sea para desconfiar; en todo caso, parece evidente que el espíritu que guía a esta Universidad es muy semejante al que rige las diversas Universidades, o algo así, de la empresa, creo que así se llaman, y otras semejantes, cuyo proyecto, su telón de fondo es el ”animus macristae”, es producir engendros empresariales, robots del dinero y olvídense de pensar, de saber y de comprender.
Vi, con reticencia y temor, en altas horas de la noche y en el compacto silencio del frío del mes de mayo, la película de Bergman “Persona”. Con temor pues sabía que podía hacerme daño esa situación angustiante de una mujer que no habla, no quiere o no puede, sencillamente no sale sonido de su boca. Pero más que eso temor a sentirme por debajo de la densidad filosófica que propone, de acobardarme por mi propia superficialidad que, con benevolencia, puedo creer que obedece a que yo soy solar, o de tierra cálida, y la hondura es propia de los países fríos en los que la muerte vigila a todo lo que camina y conduce a pensar sólo en eso, como si eso fuera el objeto y la materia del filosofar. Creo que eso, esa peligrosa densidad no está ausente en lo que puede desencadenar el silencio de esa mujer, que no parece arbitrario, no está fuera de una historia y quizás de lo que la llevó a ese gélido rincón de un sí mismo: ese silencio es helado y no ratifica nada, no lleva a ninguna conclusión, de nada sirve la vieja y gastada relación del efecto y su causa. ¿Impotencia del psicoanálisis? ¿O Suecia como zona atormentada y en el cine de Bergman metaforizada por las rocas sobre las que se vuelca un mar feroz y la nieve que, por su lado, encarna igualmente un silencio invencible? Porque si el mar ruge la nieve calla y nada se puede reclamar. ¿Es difícil ser, o es sólo incomprensible, así como somos todos incomprensibles en nuestros intentos de ser? El silencio, entonces, como angustiosa respuesta en ese caso pero, por otro lado, indispensable como la pausa, como lo que hace inteligible la voz humana. Y más aún, el silencio como necesidad y como refugio y hasta como estrategia, ”sobre lo que no se puede hablar es mejor callar”, sostenía Wittgenstein en una frase que se consagró, y el remoto Abate Dinouart, que proclamó “El arte de callar”. Y, por fin, un silencio que “aturde”, como me señala Facundo Giuliano y que, por lo tanto, obtura una revelación que se espera y no se produce cuando de quien se espera, como Cristina Fernández, que hable, guarda silencio cuando debería saltar la voz que lo rompiera y diera lugar a una decisión.
Hay tres caminos que recorremos durante nuestra vida: el de las obligaciones, el de las rutinas y el de los atractivos. En ciertas ocasiones se entrecruzan, un atractivo puede convertirse en rutina, una obligación en atractiva, depende, creo, de momentos y circunstancias y de cómo se encaran. En su conjunto, discurrir sobre estos conceptos permitiría comprender, así sea muy parcialmente, un poco más en qué consiste vivir y, en los actuales tiempos, sobrevivir. Las obligaciones no son equivalentes a la necesidad: hay algunas impuestas por la vida social, pagar los impuestos por ejemplo, votar; otras son las que cada uno se impone, cuidar a un enfermo, respetar normas de salud, aprender y cientos más, difícil enumerarlas. Pasamos gran parte de nuestro tiempo cumpliendo con ellas aunque también puede suceder que algunas adquieran otro carácter, verificar que el Banco no se haya aprovechado de nuestros errores nos puede generar cierto placer, votar por determinado candidato nos puede regocijar y así siguiendo. Las rutinas son más difíciles de abordar: se trata de la repetición de ciertos actos que no es que carezcan de sentido ni de función pero lo que las caracteriza es que se establecen, comienzan con actos que parecen justificarse y que luego es difícil abandonar; lo obvio de su efecto es en parte la autosatisfacción de quien las realiza, preparar diariamente el desayuno, tomar todas las píldoras, llamar a la familia o pasear todos los días con el perro o cumplir con determinados ritos, los cumpleaños, produce cierto ambiguo placer, es posible que se sienta que las rutinas son como riendas que dirigen la cabalgadura que somos y de las que no podemos, ni queremos liberarnos porque completan de algún modo el empleo del tiempo sin que estrictamente sean una admisión de lo que es vivir el tiempo y en el tiempo, en otras palabras la vida misma. El camino de los atractivos es, en principio, el del espacio de la libertad: se produce y parece, por eso, ser elegido pero quizás esté sólo determinado por la naturaleza: para un niño que despierta a la vida todo es atractivo, la cara de los padres, el sonido del cascabel, la hoja que cae y, luego, el dibujo que se diseña, el libro que se lee, el amigo que apunta, el temblor de la mirada del otro, el juego. Pero con el paso del tiempo otros objetos devienen atractivos, incluso algunos obligatorios y rutinarios hasta que comienza a disminuir esa energía y de pronto, sorpresivamente, muchas cosas que la tenían pierden intensidad, poco va quedando, el universo se va achicando y poco y nada atrae. Y si esto describe un recorrido no es de desdeñar el papel que desempeñan ciertos acontecimientos que poseen un poder vampírico, la decepción, la renuncia, la enfermedad por ejemplo: no es un misterio que la pandemia ha desempeñado ese papel sin que en la mayor parte de los casos se lo haya medido del todo y atenuado su efecto devastador. Quizás se termine pero quedará un regusto a un “ya no más”, a “ya no importa”, amigos, bellezas, sobresaltos, sueños.
Buenos Aires, 23 de julio de 2022.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.