De las violencias revolucionarias y su complejidad a las intervenciones violentas de los Jóvenes Republicanos.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
En 1972, María Esther Vázquez les hace una entrevista conjunta a Jorge Luis Borges y Eduardo Gudiño Kieffer. En razón del clima de época (del clima y de la realidad de los hechos), empieza por plantearles a ambos un tema más que candente: el tema de la violencia, de “un mundo regido por la violencia” a partir del “empleo de nuevas formas de lucha ideológica”. Ni Borges ni Gudiño Kieffer se pronuncian en contra. En Borges era de prever, ya que es sabida su admiración por el coraje de los hombres que se ponen en juego en escenas de matar y morir; ya sea en batallas, ya sea en duelos (es decir, en distintas escalas, la del despliegue, la de la intimidad).
Los dos se abstienen de condenar la violencia, y así es que en un principio coinciden. Borges se muestra incluso más resuelto que Gudiño, ya que mientras Gudiño moderadamente admite que “nunca tomaría un arma, será cobardía, pero no estoy hecho para eso”, a la pregunta de si teniendo “edad y condiciones físicas” tomaría un arma y saldría a la calle, Borges en cambio contesta: “Creo que sí, como lo hicieron mis abuelos” (en esa frase, apretadamente, se cuenta en cierta manera “El sur”). Coinciden en apreciar la violencia, aunque divergen a continuación en el modo de entenderla. Borges empieza por relativizar su crudeza en ese año ’72: “Esta época, por de pronto, me parece menos violenta que el siglo XIX. Antes las revoluciones eran más cruentas”. Gudiño, por su parte, la reformula como contraviolencia: “es una reacción violenta contra otras violencias latentes, contra un sistema que decae cada vez más y oprime para mantenerse firme”. Borges, claro, no está de acuerdo con esto; para él no hay opresión social, sino al revés, “una libertad excesiva” (el ejemplo que ofrece al respecto es que “las calles están llenas de retratos de Perón”).
María Esther Vázquez pregunta, directa: “¿Entonces la violencia puede ser sensata?”. Gudiño ya ha dado a entender que sí, concebida como contraviolencia frente a la violencia de la opresión social. Y Borges responde igualmente que sí: “La violencia en sí puede ser justificada”, aunque lo hace con una fundamentación muy de otro orden: “Cuando me han sacado una muela era una violencia que me convenía” (no es la única referencia que propone, en cualquier caso. Antes encontró justificación, a diferencia de Gudiño Kieffer, para la guerra de Vietnam, por entonces en curso). Gudiño detecta entonces una violencia solapada, subyacente, latente, la de la opresión social; contra la cual parece justo oponer otra violencia. A Borges la violencia le resulta igualmente justificable pero niega que esa violencia previa exista, y reprueba que esta otra que pretende estar oponiéndosele sea oculta, clandestina (la violencia del poner bombas: sigilosa y no frontal).
Puede ser interesante volver a esta conversación de hace ya cincuenta años; entre otras cosas, porque en el último tiempo han surgido algunos jóvenes aparentemente desinformados, que recién ahora se enteran de que entre las organizaciones políticas que en los ’60-’70 se proponían una transformación radical de la sociedad argentina, hubo sectores que con tal fin apelaron a la lucha armada. Alarmados por esa circunstancia que sienten como una novedad descubierta, que viven como un secreto oculto que recién ahora se les revela, salen a las calles a intervenir determinados lugares (por ejemplo, estaciones de subte), creyendo que ese desconocimiento tan suyo es de todos, general.
En efecto: en las luchas por la revolución social, hubo quienes en aquel entonces recurrieron a la violencia, tal y como conversaron por caso Gudiño Kieffer y Borges. Y es más: en otras luchas revolucionarias, en otras luchas de liberación nacional, se empleó la violencia también (y más cruenta en otros tiempos, según observó Borges). Cuando tomen nota estos jóvenes por lo demás tan bien dispuestos, cuando se enteren de esas otras luchas armadas, de esas otras cuantiosas muertes, ¡que se agarre la Estación San Martín! ¡Que se agarre la Avenida Belgrano! ¡Que se agarre la Galería Güemes! Las intervendrán seguramente con papelitos explicativos de escrupulosa consternación.
Puestos a ahondar, eventualmente, averiguarán también que la opción por la violencia armada como una vía de acción revolucionaria fue descartada por muchos otros grupos políticos en ese tiempo en la Argentina. Y que muchos que se plegaron a ella revisaron sus posturas, las criticaron después. Y que muchos que se plegaron a ella, revisaron esa orientación y la cuestionaron en ese mismo momento y dentro de las propias organizaciones, con todo lo que eso implicaba. Cuando se interesen por tales revisiones críticas, tal vez quieran ampliar y pulir su bibliografía, incorporar por ejemplo Política y/o violencia de Pilar Calveiro, o las entrevistas de Roberto Mero a Juan Gelman. Y si se interesaren por las críticas a la militarización de Montoneros, planteadas en ese mismo momento y dentro de la propia organización con todo lo que eso implicaba, se encontrarán sin dudas con este nombre: el de Rodolfo Walsh. Y entonces acaso quieran regresar a la estación subterránea del caso para agregar más papeletas explicativas, profundizando así en la complejidad de los hechos del pasado, asumiendo que en el “es más complejo” no deja de haber una verdad, aunque la moda hoy por hoy sea burlarse, reírse de la frase, simplificar y simplificar.
Buenos Aires, 1° de abril de 2022.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.