El filósofo Diego Tatián sostiene que en la Plaza del último 10 de diciembre se planteó la más urgente pregunta política de América Latina: ¿cuáles son las pasiones de la democracia que la cuidan, la extienden, la hacen durar y la llevan a la plenitud de su promesa? La respuesta quizá se halle en el discurso que pronunció Lula da Silva, en el que ofrendó lo necesario para acompañar la vida de las ideas que orientan el mundo de anhelos y esperanzas populares: una fraternidad, un compañerismo y una felicidad de saber que nunca se está solo, y que ello se manifiesta, finalmente, en gratitud.
Por Diego Tatián*
(para La Tecl@ Eñe)
La Plaza del 10 de diciembre último fue impresionante por muchas cosas, pero quisiera detenerme solo en una de ellas. Algo irrepetible, en efecto, volvió a manifestarse allí concerniente a la que tal vez sea la más urgente pregunta política de América Latina. Esa pregunta no es en mi opinión de orden económico ni estrictamente institucional, sino esta: ¿cuáles son las pasiones de la democracia –que la cuidan, la extienden, la hacen durar y la llevan a la plenitud de su promesa?
Ese interrogante encripta otros del mismo registro: ¿cómo es posible dotar a la experiencia democrática de una afectividad popular más fuerte y de sentido contrario al odio, el resentimiento, el deseo de venganza y la destrucción de las vidas más precarias que las brutales derechas vernáculas estimulan a través de las redes sociales y los medios de comunicación? ¿Cuál sería esa afectividad alternativa capaz de hacer prosperar y de construir una forma de existencia en común que no reduce su horizonte político al daño de las demás personas? ¿Qué afectos comunes, en fin, tienen la fuerza de sustraer la vida social de los mandatos que imponen el puro autointerés y el individualismo posesivo?
“Querido compañero Pepe Mujica; querida compañera Cristina Kirchner; querido compañero Alberto Fernández…”, comenzó Lula su discurso de casi diez minutos para enseguida decir que no leería lo que había preparado por escrito: “voy a intentar hablar despacito para que todo el mundo pueda entender”. El “querido compañero” o “querida compañera” como modo de trato mutuo expresa una rareza política que trastoca cualquier protocolo de las relaciones internacionales; trasunta un cariño que solo es posible si se ha compartido y se comparte una larga lucha en común. Cuando hayan transcurrido los años, será ese el tesoro perdido de las democracias que las generaciones por venir evocarán, como un don irrepetible del tiempo, para transitar las futuras adversidades políticas.
“Tuve la felicidad de gobernar Brasil en un período en el que…”, continuó. La palabra felicidad remite aquí no a otra cosa que haber coincidido en la historia con Néstor y Cristina; con Tabaré, Mujica, Chávez, Lugo, Evo, Correa, y hasta Lagos y Bachelet (que no suscitaron igual entusiasmo entre los miles de concurrentes). Si ese cariño y esa felicidad resultan en el discurso de Lula tan convincentes, tan fundamentales, tan importantes, es porque dotan a la política de un sentido y una afectividad que interrumpe la retórica burocrática de los tecnocratismos “competentes” y posibilistas, por un lado, y las pasiones de odio -en las que esas retóricas encuentran muchas veces su compensación emotiva-, por el otro.
En seguida Lula pronunció otra palabra importante, al hablar de la necesidad de construir una democracia “fraterna” –además de “justa”, “igualitaria” y “humanista”. El anacronismo de las tres mayores palabras atesoradas por la tradición revolucionaria (libertad, igualdad, fraternidad), ofrendan siempre una “esperanza en el pasado” que renueva una y otra vez sus promesas incumplidas y mantiene viva la pregunta por la emancipación humana.
Si libertad e igualdad son ideas que trazan el horizonte de la acción política emancipatoria, fraternidad es lo que provee a esa acción de una imprescindible inscripción afectiva común, sin la cual sería frágil, impotente e ineficaz. La expresión “fraternidad latinoamericana” es el reverso exacto del racismo -en el sentido más extenso del término (como desprecio de los otros y las otras)-, que perpetúa el privilegio y reacciona contra el avance de la igualdad económica y social. Libertad, igualdad y fraternidad -al igual que memoria, verdad y justicia- son palabras que se protegen entre sí y adquieren su significado pleno cada una por relación a las otras. La memoria de un viejo anhelo de fraternidad popular y el deseo de un internacionalismo latinoamericano por construir, acaso contribuyan más que nada a revitalizar los combates por la igualdad y las libertades que las minorías dominantes del dinero y el poder denuestan. Y acaso logren dotar a las luchas sociales con una afectividad -y por tanto con una efectividad- de la que los puros conceptos carecen.
El discurso de Lula, no únicamente por su contenido, ofrenda lo necesario para acompañar la vida de las ideas que orientan el mundo de anhelos y esperanzas populares: una fraternidad, un compañerismo, una felicidad de saber que nunca se está solo y finalmente algo que, creo yo, fue el centro de lo que vino a explicitar en Plaza de Mayo: una gratitud. “Vengo aquí para agradecer desde el fondo del corazón a cada hombre y a cada mujer de la Argentina que manifestaron su solidaridad conmigo cuando fui puesto preso en Brasil, por la misma persecución de la que fue víctima y es víctima la compañera Cristina en Argentina”. Y sobre todo, emocionado, llegar al centro de ese reconocimiento: la gratitud a Alberto Fernández por el “coraje” y el gesto sin cálculo de visitarlo en 2019, siendo ya candidato a Presidente, en la sede de la policía de Curitiba donde estaba preso.
Esa gratitud, que es la que se prodigan las personas cuando se cuidan mutuamente, no se hizo simplemente explícita ante el pueblo argentino que concurrió a la plaza por miles. También renovó un compromiso intenso y una confianza que solo es posible entre hombres y mujeres cuya acción política se halla animada por una idea de justicia en común: “Quiero decirte compañero Alberto: podés tener la certeza de que en cualquier situación, en cualquier situación -repitió-, este señor que está hablando ahora, con 76 años pero con la energía de un joven de 20, estará a tu lado para mejorar la vida del pueblo argentino”.
Esa trama preciosa de fraternidad, gratitud, confianza, coraje y compromiso lleva el antiguo nombre de amistad. Nada de eso sería posible en un palco compartido por Bolsonaro, Macri, Áñez, Piñera… ¿se imaginan? Lo que muchos filósofos clásicos encontraron en la palabra amistad es exactamente esa potencia contra el sometimiento que reduce a millones de seres humanos no únicamente al deterioro material de sus vidas sino también a la retórica que la dominación impone. Solo una afectividad como la que el viernes se vio en la plaza es capaz de impulsar y volver común las ideas de igualdad y libertad para hacer un boquete en la dominación, mirar por fin del otro lado, y mostrarla como lo que es.
Córdoba, 12 de diciembre de 2021.
*Doctor en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y doctor en ciencias de la cultura (Scuola di Alti Studi Fondazione Collegio San Carlo di Modena, Italia). Investigador del Conicet.
3 Comments
Excelente! Alma y corazon en lo politico!!!
Siempre un maestro Diego
Gracias
Los gobiernos nacionales, populares y democráticos de la región han sido fraternos en esa década gloriosa. Se descuido o se confió en que nada cambiaria en mas, pero las fuerzas malignas están siempre al acecho, y uno a uno fueron volteando dirigentes y proyectos progresistas.
Lo veíamos en el segundo periodo, 2011/2015…el anodino y apático rol de los entes regionales creados como Unasur, Mercosur, Celac…y la nula o poca relación entre nuestros presidentes. Nunca lo entendí.