La fotografía del magno acontecimiento del cumpleaños de la “Primera dama”, un tema “olivodense” que amenazó con convertirse en “hollywoodense”, todavía no tiene una respuesta al acertijo de cómo impactará en las próximas elecciones; recién entonces se podrá medir hasta dónde llegó este episodio.
Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
Cuando era chico bastaban algunas nubes amenazantes y un conato de lluvia para no ir a la escuela; otra razón poderosa eran los cumpleaños, no sólo el propio, sacratísimo, sino el de prójimos en una escala bastante amplia, los hermanos, los padres, los abuelos y hasta los tíos. Los maestros, fieles del mismo credo, aceptaban respetuosos esos argumentos haciendo temblar los restos de Sarmiento que se había desgañitado codificando las obligaciones escolares. Pero Sarmiento fue derrotado, el cumpleaños sigue siendo venerado en las clases medias argentinas y celebrarlo no es algo cuya importancia se discuta en las honestas casas donde comparte, como si fuera una verdad revelada, otras instancias igualmente potentes, la fiesta de los 15 años de las niñas, el viaje a Disneylandia, los viajes de fin de curso y las enjundiosas bodas en las que esforzados padres se endeudan para que parientes y amigos de los novios ingurgiten la inevitable lengua a la vinagreta y en el no menos previsible lomito con papitas esféricas, regado el todo por el nacional y popular Bianchi, un conjunto de destacadas acciones del pensamiento mesocrático. Pero no es que “todo el mundo” acepte esos rigurosos capítulos; quienes se rebelan son descalificados, “no comprenden lo que esas celebraciones significan”. El problema se presenta cuando no habiendo condiciones propicias para tales prácticas algunos se empeñan en llevarlas implacablemente a cabo: una fiesta de 15 cuando se ha muerto en la casa el abuelito solicitaría al menos una postergación pero si se celebra cerca del féretro del muerto resulta algo chocante: es el triunfo de la ideología por sobre su enemigo predilecto, la realidad. Y cuando algo semejante tiene lugar en época de una pandemia para conjugar cuyos riesgos “no debe haber reuniones”, darse ese amable gusto de ser objeto de regalitos y de buenos deseos se convierte en un problema político. Me estoy acercando, como se puede comprender, al tema “olivodense” que amenaza con convertirse en “hollywoodense”. Extraída una fotografía del magno acontecimiento del cumpleaños de la “Primera dama”, del arcón de los recuerdos un año después, con el diabólico propósito de condenar al Presidente por aquello de “haz lo que yo digo, no lo que yo hago” y su variante “borrar con el codo lo que se escribió con la mano”, en las cercanías de un proceso electoral, se armó un tole tole de contenido aparentemente ético del que, si uno es realmente sincero, no se escapa casi nadie: el único problema es ser descubierto pero, salvo eso, habría que visitar todos los confesionarios, los juzgados y los consultorios de los psicoanalistas, para confeccionar un mapa de esa contradicción tan tradicional. Cuando la esposa del presidente de México se hizo llevar en un avión ad-hoc un piano de cola de color blanco a otro país para ejecutar interesantes solos, muchos se burlaron pero nadie cuestionó al mandatario.
Claro que aquí es otro cantar: tratándose de un presidente que trasunta virtudes la cosa cambia y el panorama se hace barroso, cada explicación es peor que la precedente y no se le ve la salida: el Presidente no puede aplicarse la ley que él mismo estableció pero tampoco puede mirar para otro lado y meramente declarar que “no se dio cuenta” y asistió benevolentemente a una fiestita que se hizo en su propia casa: pocos admiten una excusa, quienes lo hacen incurren en lo mismo, miran para otro lado y el malestar se reproduce. ¿Será que se dejó llevar por la ideología mesocrática? ¿Será que no controla lo que se decide en su propia casa? ¿Es tan grave el punto como para afectar una credibilidad que, por otra parte, es permanentemente atacada por los enemigos de sus propuestas más importantes?
Podría ser pero habría que ver: para la oposición es un favor que le ha hecho, para sus amigos un incordio, un inesperado dolor de cabeza que deberá resolverse, pero cómo. ¿A quiénes el asunto les importa? ¿Qué debería decirse y hacerse para quitarse el mal gusto de la boca?
Puede ser un incidente de ruta, un momento de debilidad, después de todo se trata de seres humanos que no cuentan con otros recursos que los que están en su cabeza, valores heredados, creencias, pasiones, pero, contrariamente, podría ser más decisivo, pero quién tiene la medida. Y no mucho más: la respuesta al acertijo se producirá en las próximas elecciones, entonces se podrá medir hasta dónde llegó este episodio y, en consecuencia, unos quedarán satisfechos y otros decepcionados, siempre ha sido así y muchas veces por cuestiones harto más importantes que un cumpleaños.
Por fin, el Presidente se hartó del manoseo y declarándose culpable del espantoso delito se enojó; un seguramente probo fiscal, no parece que sea el transparente Stornelli, investigará lo que ya está declarado y pondrá a disposición del Señor Juez la causa. Si dicho magistrado es el impecable Ercolini examinará el extraño caso y dictaminará sin duda con todo el rigor de la ley, “Dura lex sed lex”, más severo que cuando juzgó a los pobres “necesitados” coimeros de Techint; no podrá meterlo preso, aplicará una multa, y entonces el Presidente, con toda elegancia, la pagará y asunto terminado.
Hasta por ahí nomás, porque tras el golpe vendrá, ojalá, el contragolpe que consistirá en poner en las manos de quizás el mismo Juez una demanda contra los que a propósito del cumple propiciaron sedición, golpe de estado, renuncia del Presidente, sapos y víboras que brotaron de las bocas de los límpidos periodistas y los políticos que no tienen ninguna cuenta que pagar en sus sacudidas trayectorias, entre políticas y monetarias. A ver cómo se las arregla para moverse entre tanta basura y encuentra el modo de salir del paso, cómo hará para enfrentarse con todos los éticos que tuvieron su momento de gloria en La Nación, Clarín, Infobae y sus réplicas televisivas. Al menos estará ocupado y convocará a los que ocuparon la escena del “anticumple” dando trabajo a los abogados que, como se sabe, tienen mucho menos trabajo a causa de la pandemia. Como conclusión del episodio teatral y retomando la respiración, el Presidente podría decir, recordando al inmortal Quijote, “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”.
Buenos Aires, 21 de agosto de 2021.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.
1 Comment
Como siempre brillante Noe Jitrik