La propuesta de este texto escrito por el politólogo Eduardo Medina, es que el kirchnerismo lleva años autonomizado del peronismo, descolgado de esa estirpe, parado sobre sus propias bases y su propia historia, construyendo una identidad original, singular, con límites definidos, aunque no definitorios.
Por Eduardo Medina*
(para La Tecl@ Eñe)
El kirchnerismo es una identidad, una práctica política, un fragmento de la historia reciente argentina, una cultura y un movimiento social diverso y heterogéneo. Ahora bien, cada uno de estos puntos se puede discutir, también se puede acordar o disentir si el kirchnerismo contiene todos esos términos o bien algunos, o uno solo, por ejemplo. Lo que parece resistir el debate, adentro mismo del kirchnerismo o en sus contornos, es si este movimiento está autonomizado del peronismo o forma parte de su estirpe, de su mito, de su propia identidad. La propuesta de este texto es que el kirchnerismo lleva años autonomizado del peronismo, descolgado de esa estirpe, parado sobre sus propias bases y su propia historia, construyendo una identidad original, singular, con límites definidos, aunque no definitorios.
Escollos
Para pensar que el kirchnerismo está autonomizado se nos presentan varios escollos. El primero, son las propias palabras o frases de sus líderes, tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández. Por lo general, para eludir la cuestión, se toma la frase de Kirchner cuando manifestó en cierta ocasión, “nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio”. También se puede aludir a las constantes declaraciones de Cristina cuando dice “Nosotros, los peronistas…”, aunque, en este último caso, es muy común que la referente utilice esa expresión para apuntalar hechos o gestas pasadas, pero también, vale decirlo, la utiliza para cuestiones de coyuntura actual. Como bien se sabe, el peronismo no tuvo este problema en su nominación, ya que el propio Juan Domingo Perón hablaba muy sueltamente de “los peronistas”, a quienes enmarcaba dentro de una doctrina construida para el caso como fue el “justicialismo”.
El segundo gran escollo es la pérdida de una historia, de una tradición y de una identidad ya asentada. El peronismo le da al militante, al referente o al intelectual la posibilidad de recostarse sobre todo aquello y trabajar un relato, un discurso, un ensayo, etc. ¿Cómo defender una idea o una política que surge del kirchnerismo si éste apenas arrancó en 2003? El que enuncia necesita poder sostener “x” causa en una tradición que la contiene, que la enmarca. Desde luego, la pregunta y la suposición son tan banales como aparentan. Sin embargo, los mecanismos del discurso político se manejan por marcos conceptuales que, entre múltiples dimensiones en las que se mueve, tienen a la historia y a la temporalidad como alicientes, como datos no menores.
El tercer obstáculo puede sonar por demás curioso, pero en sí contiene la semilla misma de la identidad kirchnerista. El discurso opositor, mediático, partidario, de derecha, no tiene dudas al respecto: el kirchnerismo es una cosa y el peronismo es otra. Mientras muchos actores que iniciaron sus militancias con la Resistencia y la Vuelta allá por los ’60 y ‘70, y que acompañaron férreamente tanto el gobierno de Néstor Kirchner como las administraciones de Cristina Fernández, se esfuerzan por enmarcar al kirchnerismo dentro de la estirpe peronista, el discurso opositor trabaja con dos identidades separadas, contemplando solo algunos espacios del imaginario social para una unificación de ambas vertientes. Allí aparecen, por ejemplo, las voces constantemente requeridas de Eduardo Duhalde, Julio Bárbaro o la de Miguel Ángel Pichetto, que fungen como mecanismos de escisión entre una identidad y la otra. El obstáculo aquí no es la operación que hacen estos actores ni quiénes las promueven, esto más bien es un aliciente para nuestra postura, sino que lo que aquí se da es una imposibilidad de parte del kirchnerismo de asumir su rol, su función, su lugar en el cuadro general de la política, persiguiendo en desventaja a estas voces para demostrarles que están equivocadas, que “ellos” no son peronistas y que el kirchnerismo sí lo es. O, tal vez, que tanto esas voces operacionales como los propios kirchneristas, desde diferentes espacios, son igual y masivamente peronistas.
Seguido a este punto, está el escollo de la vergüenza, propulsado por el discurso opositor a través de algunos tips como la “corrupción”, “La Cámpora”, “el cepo”, “el tonito”, etc. Por todos es conocida la innumerable información extra-textual generada a partir de este anti-kirchnerismo rabioso desplegado desde fines de 2015 hasta la actualidad. Cada vez que alguien puede o podría asumirse como “kirchnerista” aparece rápidamente este con-texto móvil que presiona y condiciona cualquier posibilidad de afirmación. Entonces, rápidamente, el que enuncia prefiere guarecerse en lo seguro que es utilizar una identidad aceptada socialmente y sólo rechazada por otras identidades desde lo formal. Es ahí cuando también aparece un viejo clásico, “apoyo pero con críticas”, a donde se asumen que esas “críticas” vienen a tapar cualquier posibilidad de reclamo del interlocutor por algunas jugadas o acciones negativizadas de la gestión de Cristina Fernández principalmente.
Un último punto que nos gustaría marcar es la mirada del analista, del observador, del intelectual que reflexiona. La mayoría de los ensayistas, sociólogos, politólogos, enrolados dentro del campo popular, tienden a obviar, a dejar de lado la pregunta por el kirchnerismo, para decirlo heideggerianamente. Parten de la idea que siempre estamos hablando de peronismo, soltando a veces no de muy buena gana la expresión “kirchnerismo”, tratando de que la misma solo tienda a caracterizar a “ese” periodo específico, para comodidad tanto de ellos como del lector. La pregunta se evade generalmente con un argumento endeble, la propia auto-identificación de los líderes o referentes. Es decir, si ellos mismos se dicen peronistas, entonces estamos hablando de peronismo. Los menos avezados pueden incurrir en algo peor, en sugerir que es el Partido Justicialista el que unifica o tiende puentes en la historia entre el peronismo y su faceta kirchnerista. Como el kirchnerismo utiliza el PJ para ganar elecciones, eso lo vuelve peronista. A veces también puede utilizarse la idea que afirma que como el kirchnerismo estuvo compuesto originalmente por actores que venían del peronismo menemista, de la renovación o el de la Resistencia, eso no le da márgenes para el escape. Como sea, son pocos los intelectuales que se han arriesgado a ahondar en esas líneas. De nuevo, el temor a realizar un corte, pero también, en el actual estado de cosas, siendo Alberto Fernández el presidente, el temor a la posibilidad de socavar parte de la legitimidad que lo sostiene. Porque si el kirchnerismo es una identidad autónoma ¿qué fue lo que quedó en el espacio simbólico y cultural de lo que antes se conocía como peronismo? Muy poco, y a nivel intelectual y de praxis política, muy pobre. Se necesita integrar al kirchnerismo al esquema para enriquecer el campo de acción del peronismo.
Quién es el kirchnerismo que ha vuelto
El movimiento que lidera con mano férrea Cristina Fernández contiene los mejores cuadros dirigentes, las ideas más sofisticadas de la época en materia social, política y cultural, el apoyo muchas veces incondicional de diversas organizaciones, movimientos, referentes y principalmente una línea política que roza la izquierda, que permite confrontar, inquirir, que hasta puede contener ciertos gérmenes revolucionarios, radicales o transformadores.
Llegamos aquí al eje del problema. La pregunta actual más interesante que podemos hacernos no es qué es el peronismo ahora, sino más bien quién es el kirchnerismo que ha vuelto a partir de diciembre de 2019. La propuesta que sostenemos es que, efectivamente, el kirchnerismo es una identidad singular, original, que tiene una autonomía en su desarrollo como movimiento político, independiente de otras tradiciones nacional-populares, principalmente del peronismo. Esa autonomía se genera a través de una matriz de pensamiento colectiva (no individual) que le permite su trascendencia en el tiempo, en donde la arcilla con la que se opera o se trabaja es la cultura en el sentido gramsciano de término.
Podemos tomar este fenómeno político argentino como matriz para pensar el conjunto. Es decir, lo que se genera internamente, adentro del kirchnerismo, y lo que éste movimiento o cultura genera en la sociedad, siendo ésta una idea no muy lejana a la propuesta por Perón en su momento con respecto al Justicialismo. Tomar entonces el movimiento liderado por Cristina Fernández efectivamente como una matriz de pensamiento, como lo definió Argumedo a principios de los ‘90, es decir como un espacio, primordialmente simbólico, en donde se articulan categorías y determinados valores que le dan forma y que constituyen una trama lógica y conceptual de base, para así dar fundamento a esta corriente de voluntades, siempre en movimiento y transformación, que llamamos kirchnerismo. En donde además los fenómenos sociales son interpretados de una manera propia; en donde las memorias sociales le otorgan legitimidad a sus concepciones y valores; a donde hay una reivindicación constante de esas ideas, llamadas “las nuestras”; y por último, una autonomía y una diferenciación con el pensamiento exterior, el norteamericano principalmente, pero también el europeo o neocolonial.
Para Argumedo, el punto de partida de una matriz de pensamiento se da en torno a la forma en que concibe lo social. Lo social sería entonces la relación entre los sujetos en un determinado marco espacial y las relaciones entre sociedades. Aunque sea redundante, vale reafirmar que estamos ante un concepto relacional y no estático, perenne o idealizado. Sobre el punto, Argumedo decía textualmente que “las matrices de pensamiento son formas de reelaboración y sistematización conceptual de determinados modos de percibir el mundo, de idearios y aspiraciones que tienen raigambre en procesos históricos y experiencias políticas de amplios contingentes de población y se alimentan de sustratos culturales que exceden los marcos estrictamente científicos o intelectuales”. Nos interesa de esa definición la idea de que una matriz de pensamiento se “alimenta” de determinadas experiencias (posibles) de la cultura de un lugar, pero no de cualquier experiencia, sino de aquella que está en la base o en el origen de una cultura; “sustrato” le llama Argumedo entonces. Existe una necesariedad entre la matriz de pensamiento y la cultura, una complementación y superposición obligada. Y hasta podríamos llegar a afirmar, emulando arriesgadamente a Lacan, que es muy posible que la matriz de pensamiento del kirchnerismo por ejemplo, o cualquier matriz nacional-popular, esté estructurada como una cultura. Que la voz kirchnerista digamos, sea una cultura, un modo de hacer o forjar cultura. Dispersar elementos en el discurso social que luego pasaran a formar parte de una idiosincrasia o de una postura o de cierta subjetividad constitutiva y muchas veces irrenunciable del sujeto militante o adherente.
Argumedo afirma también que “las matrices buscan más bien establecer líneas de continuidad histórica de determinadas corrientes de pensamiento, vinculadas con la recuperación explícita o implícita de concepciones y valores fundantes que se reproducen en distintas vertientes o actualizaciones desarrolladas a partir de un tronco común”. Para esta socióloga, las matrices de pensamiento brindan una coherencia a todas estas líneas que transcurren temporal y espacialmente en un determinado universo simbólico, quizás una sistematización a ciertos saberes y prácticas. Es una forma de enriquecer el saber y de desarrollar cierto sentido común. Hablamos entonces de un proceso en donde a determinados acervos colectivos que se transmiten de generación en generación, se suman nuevas experiencias, conocimiento e ideas que complejizan la concepción cultural para el análisis, aunque no así para el sujeto que vivencia esa experiencia.
El kirchnerismo como cultura
El kirchnerismo es un movimiento político que produce significaciones y sentido constantemente, es decir, produce cultura. Democrática en primer término, utilizando los canales institucionales desde adentro pero también en sus límites, y por sobre sus límites. Una cultura aguerrida y contestaría, incómoda, que toca todas las esferas de la praxis, recordando lo vivido, lo perdido y lo buscado. Así es que cuando una película, un tema, una pintura o una novela tienen determinados rasgos que encuadran dentro de la matriz de pensamiento de la que hablamos, sus más acérrimos detractores dirán con enjundia “es kirchnerista”, mientras que los que operan dentro de esa misma matriz dirán con beneplácito “es kirchnerista”, y a continuación la incluirán dentro del decálogo de sus obras “compañeras”. Como Horacio González escribió hace algunos años, “la cultura, si tal concepto puede esgrimirse unívocamente, es escape pero también un paciente escarbar en lo que el ánimo colectivo formula como inconcluso y no cicatrizado”.
El kirchnerismo ha realizado primeramente un gran trabajo de recolección y rápida reapropiación de amplios espacios de la memoria social y colectiva, generalmente de aquella que se da en el orden nacional y, escasamente, de la que se encuentra en el contexto latinoamericano. Ese trabajo de recolección y reapropiación que se produjo en los primeros años de este movimiento permitió, en principio, la adhesión de un variado número de actores sociales que no congeniaban demasiado con la perspectiva peronista que solo apuntalaba el “poder por el poder mismo”, ni tampoco con una glorificación estanca y añejada, de alguna manera vacía, de las figuras de Eva Duarte y Juan Domingo Perón, de sus grandes gestas o hechos victoriosos. En la perspectiva de un historiador o teórico liberal, esta operatoria del kirchnerismo sobre las memorias sociales es visto como un trabajo maniqueo por parte de sus líderes. Sin embargo, son sobradas las muestras de que la conjunción de este ideario fue conformado por sus referentes, adherentes, espacios culturales, pequeñas luchas intestinas, producciones artísticas, etc., sin una primacía ostensible de unos sobre otros. Un clima cultural que, más o menos entre 2008 y 2015, se lanzó en la búsqueda de pequeños y grandes fragmentos de la historia que ilustraran o sirvieran de soporte a pequeños o grandes trazos que el gobierno de Cristina Fernández iba entretejiendo. La “gran crítica” interpretó esto como una desviación o tergiversación de algunos valores que hasta entonces observaba como sagrados o inmaculados.
Un habla kirchnerista
El kirchnerismo como movimiento político se forma entonces con cinco pilares fundamentales que nutren a su matriz de pensamiento. Un liderazgo fuerte, carismático, cerrado, irrenunciable y apasionado llevado adelante por Cristina Fernández. Una tradición que le da sustento, significada por los propios como nacional-popular, en donde el peronismo, con sus victorias y tragedias, opera como principal alusión, pero no como la única. Una historia común, compartida y reciente, fácilmente recordable y memorizable, basada en “doce años” vividos de grandes y buenos momentos. Un antagonista que, como supone el propio kirchnerismo, trasciende la historia argentina, siendo siempre el reverso de lo nacional-popular; en donde un sistema de ideas negativas y adversas al “pueblo” recorren estructuralmente la trama social para ser habladas por diversos sujetos que les dan forma y realidad presente, siendo este sistema de ideas removible y reubicable según las circunstancias y la contingencia. Y, por último, una mitología que explica con sus propios signos los espacios más complejos o tecnificados de la política, a través de discursos, escritos, fotografías, pinturas y pintadas, memes, imágenes, canciones, etc., estableciendo así lo que para Barthes sería un habla, en donde elementos del lenguaje apagados o silenciados pasan a formar parte de un panteón común y escenificado, contextualizado, apropiado sentimentalmente en muchos casos. Pensamos entonces en un habla kirchnerista fácil de identificar en el imaginario, basada en las “recuperaciones” (AFJP, YPF, Aerolíneas), las “afrentas” (Conflicto con el Campo, 2009, Buitres) la “Memoria” (ESMA, 30.000, Madres y Abuelas), las “conquistas” (AUH, Matrimonio Igualitario, Arsat) y “Néstor Kirchner” (discurso de asunción, abrazos entre la multitud, su muerte).
Sin dudas que cada uno de estos párrafos puede mencionar cosas que merecen una mayor profundidad o argumentación. Además, la diversidad de temas que toca la entidad kirchnerista es inmensa. Pero no menos inmensa es la necesidad de pensar este fenómeno que día tras días produce efectos que nos maravillan o extrañan.
Entre Ríos, 16 de junio de 2021.
*Politólogo. Facultad de Trabajo Social. Universidad Nacional de Entre Ríos.
1 Comment
Gracias Eduardo porque tu nota me interroga. Reivindico el rol del Partido Comunista en China desde 1949, Cuba desde 1959 y el período 1917/89 de la Unión Soviética. En otro nivel valoro los procesos políticos de nuestras colonias latinoamericanas, porque creo en el carácter acumulativo de esas experiencias. En nuestro caso el peronismo del 45 al 55 es singular, con la particularidad que es conducido por un Perón con Evita en el 45, totalmente diferente al Perón sin Evita del 55, donde el «ni yanquis ni marxistas, peronistas» se especializó con los comunistas y con los yanquis hizo negocios, y abismalmente diferente al Perón con Isabel reaccionario del 74 que, con la Triple A, inició la matanza de compañeros propios y otros partidos, luego continuada utilizando la estructura estatal para masacrar clandestinamente a nuestros 30.000 por las mismas fuerzas armadas que bombardearon la Plaza de Mayo el 16/6/55. Ni te hablo del peronismo neoliberal de los 90, con amplio apoyo de toda la estructura partidaria, para comenzar con la destrucción del Estado, continuada desde 2015 por la oligarquía vernácula dependiente y consustancial con los dictados de la embajada. Con la frutilla de Menem abrazando a Isaac Rojas en 7/9/1996. El kirchnerismo es el legítimo heredero de la historia peronista del 45 al 55. La cantidad de impresentables que se asumen peronistas es insólita, contra natura. LLoro cuando veo a mi admirado Guillermo Moreno hablar de la Doctrina como si fuera la biblia, el talmud, el corán, el bhagavad-guita, pergeñada para un determinado momento histórico. Todo argumento cristalizado, congelado en el 45. El capitalismo financiero le lleva más de 70 años de ventaja a la doctrina y está destruyendo al planeta. Y ya están pensando en rajarse del planeta. Necesitamos planes quinquenales globales. Generar nuevos organismos funcionando simultánea, sistemática y sistémicamente acorde a la tecnología disponible. Esos cotos de poder como naciones unidas, fao, oms, fmi, y cientos similares hoy son inútiles.
Hoy no debería existir ni una persona humana con hambre, sin techo, en condiciones deplorables sanitarias y de higiene. Esta locura consumista para una 1/4 parte de la humanidad implica el desprecio de las 3/4 restantes. Y a esto no lo arregla ningún dios u ídolo ignoto. Lo arregla la humanidad toda. Allá vamos!!! Tenemos que descartar el lastre europeísta que nos pensaban sin alma. Centro y Sud América y Äfrica son el futuro. Y Asia, también históricamente sometida, nos marca el rumbo.