Claudio Zeiger reflexiona en esta nota sobre la relación entre el periodismo y la literatura, géneros que querellas históricas han presentado como antagónicos, y atravesados por recelos hacia el mercado editorial, hacia el escritor que vende y hacia el periodista que escribe.
Por Claudio Zeiger*
(para La Tecl@ Eñe)
Desde mediados de los 80 y durante los años 90, la literatura argentina se intersectó con el periodismo de unas formas que, sin ser del todo originales, ya no respondían a los modelos de épocas anteriores.
El periodo correspondiente a las primeras décadas del siglo veinte dejó como emergente más nítido y brillante a Roberto Arlt. Los años 60 plantearon un momento de fulgurante modernización con la revista Primera Plana a la cabeza. Si tengo que elegir un ejemplo individual de esos años (los 60, y entrados los 70), me quedo con Enrique Raab como un todo terreno en el periodismo cultural. Los 80, los 90, ya fueron otra emergencia, marcada a fuego por los años previos de censura, listas negras, represión y autocensura. Apareció un nuevo jugador antes silenciado y cada vez más fuerte: el mercado editorial, en el contexto mayor del mercado de producciones culturales.
Desde el ámbito universitario –un territorio donde se gestaban poéticas, escrituras y del que también surgían escritores de carne y hueso-, específicamente desde las carreras de Letras, no sólo la de la Universidad de Buenos Aires, se tendía a desconfiar de ese cruce entre periodismo y literatura que muchas veces ensalzaban como productivo y “de izquierda” cuando estudiaban su funcionamiento en el pasado. Había una idea generalizada, en parte legítima pero muy enraizada en prejuicios elitistas, de que se estaba produciendo una alianza de mercado entre medios culturales y secciones literarias, las editoriales y los escritores. Fue en ese momento que quedamos atrapados en el sambenito de que toda literatura que vendía era mala por definición, lo que también legitimaba su reverso: toda escritura poco visibilizada, todo autor secreto, era bueno, y más que bueno, la verdad de la literatura.
El devenir del siglo 21 vino a deshacer estos nudos, aunque en verdad nunca se volvió a rearmar un nuevo relato acerca de las relaciones entre periodismo y literatura. Los últimos años demostraron que quienes escribían sobre libros y literatura desde los medios, habían pasado -muchos de ellos y ellas- por las aulas universitarias de letras, de comunicación, filosofía, historia; que aquellas viejas glorias inofensivas, amantes de las bellas letras, el diletante amateur y culto, sencillamente ya no existían o estaban en vías de extinción; que a pesar del esfuerzo de editores y escritores, de varios emprendimientos notables como Biblioteca del Sur, las colecciones dirigidas por Ricardo Piglia y la tracción de autores como Juan José Saer o César Aira, la trama de vínculos entre lectores y autores nacionales (salvo la breve primavera democrática que algo de eso hizo resurgir), estaba rota. Y estuvo rota mucho tiempo, y hasta podría decirse que hoy sigue siendo bastante frágil. Así que las redacciones, los suplementos, las secciones de reseñas, algunos programas de televisión dedicados al libro, los espacios radiales, quedaron llenos de críticos literarios y despoblados de lectores.
Este páramo empezó a recomponerse por distintas causas sobre las que podría discutirse largamente, pero es evidente a esta altura del nuevo siglo, que el libro pasó la prueba del ácido frente a todos los desafíos comunicacionales del mundo digital y las nuevas tecnologías.
Los libros siguen siendo portadores de potencia, de prestigio, de ideas, de ficciones, y eso permite pensar que si bien es casi imposible un retorno al paraíso de los años 60, lo que viene no es tan malo, y que no es cierto –nunca lo fue del todo en la cultura argentina- eso de que “nadie lee”. Pero sí es cierto que todavía queda mucho por hacer para recomponer los lazos entre la literatura argentina y los lectores argentinos.
Y ahora sí, volvemos a las relaciones entre periodismo y literatura. Si se dejan los prejuicios de lado, esos que señalan que los medios culturales son apenas sucursales de las editoriales encargadas de difundir las novedades y posicionar a determinados libros y autores, si se atiende a que desde 2001 las editoriales (las grandes, medianas y pequeñas) fueron arrasadas más de una vez y que sólo algunas políticas públicas las han sostenido, si el libro y las librerías, como sucede ahora, son productos y reductos que deben ser apoyados no por ser cachorritos indefensos o especies en extinción sino porque siempre encierran un potencial intelectual y formativo excepcionales, bueno, es hora de señalar entonces que el periodismo cultural tiene un excelente nivel y le suele redituar a los medios ventas extras, inclusive ¡en papel! Sin caer en una visión idílica o ingenua, actualmente cumple un rol altamente positivo hacia la literatura, aceptando incluso que más de un escritor juegue su papel de despreciar a la crítica literaria (que nunca está a la altura) y a los periodistas (esas bestias analfabetas). Ojalá el periodismo político de la actualidad tuviera los mínimos estándares de formación y escritura que el periodismo cultural, de cine, arte y literatura.
Lo demás –el bajarle el precio a un escritor porque tiene estilo “periodístico”; los vestigios románticos que “venden” figuras de escritores raros, góticos, encerrados en castillos o lejanías suburbanas; los mitos y los chismes de viejas glorias como Borges, Sabato, Silvina o Manucho-pertenece a un pasado que nos fascina pero que es tan irrecuperable como irrepetible. Los escritores argentinos hoy en actividad, aunque de diferentes generaciones, pasamos ya tanta intemperie que no vale la pena siquiera reflotar esas divisiones que antes del nuevo siglo todavía tenían un poco de condimento y generaban comidillas picantes.
No está mal que haya conflictos, tensiones y pujas creativas, desde ya. Pero que pase por lo que cada uno pone por escrito y no por discutir posiciones, sellos editoriales o visibilidad en los medios. O sea, los eternos tironeos por el capital simbólico.
Todos podemos escribir, siempre.
Buenos Aires, 19 de junio de 2020
*Escritor y periodista. Editor de los suplementos Radar y Radar Libros del diario Página/12.
1 Comment
Excelente nota. Clara, amplia y con aristas para pensar👏👏👏👏