En este artículo Carlos Caramello afirma que los proyectos de ley que se aprobaron por la noche en sesión virtual del Senado, deben ser considerados una inversión que el país todo hace a favor de la salud y el equilibrio de su cuerpo social. Y son, también, el reconocimiento de la Argentina a la falta de inversión de los últimos años en sectores estratégicos.
Por Carlos Caramello*
(para La Tecl@ Eñe)
“Difícil es gobernar como amigo de los amigos,
sin ser algo enemigo de la equidad.”
Santiago Ramón y Cajal
Decía Serrat, allá por 1974, en un bello tema titulado Soneto a Mamá que “no hay que confundir valor y precio”. Parafraseando a aquel catalán -que me caía mucho mejor que el Joan Manuel de hoy-, digo que no hay que confundir “Inversión” y “Gasto” porque todo empieza a confundirse cuando se falsea el sentido de las palabras.
Durante años (y mucho más en los últimos cuatro) escuchamos hablar del “gasto social” como algo que había que achicar, recortar, reducir, eliminar. Seguramente, en todos los gobiernos, hay gastos evitables. Millones de pesos pagados a consultoras que replicaban las tareas de modernización ya realizadas por trabajadores del Estado; viandas suntuosas en reuniones ministeriales; la utilización de un helicóptero del Estado para que lleve a una hija del poder a un recital y hasta el importe de las galletitas de arroz que comía un miserable ministro del gabinete de Cambiemos, son algunos de los “gastos” en los que incurrían los funcionarios del gobierno anterior: los defensores a ultranza del “recorte del gasto”. Claro, era posible porque lo que no se hacían eran las inversiones necesarias. El Coronavirus ha venido, entre otras cosas, a demostrar con toda claridad, esa ausencia en rubros tales como ciencia, tecnología, salud e infraestructura.
Pero lo tremendo es que, por los oídos y los ojos de los argentinos, se metió la palabra “gasto” como sinónimo de la corrupción del Estado: los entusiastas del Mercado usaron y siguen usando la palabreja en sus estrategias comunicacionales (todavía circula por los medios uno que otro cruzado de la economía neoliberal echándole la culpa de todo al gasto público). Porque todos derrapamos en algún gasto en nuestras vidas cotidianas; todos los que podemos (y yo se bien que hay mucha gente -cada vez más- que NO puede) “gastamos” en cosas superfluas, innecesarias la mayoría de las veces. Y a fin de mes, nos arrepentimos, claro.
Sin embargo, ninguno de nosotros se arrepentiría nunca del “gasto” que implica la educación de los hijos, ni las mejoras a nuestra casa, ni la salud de la familia. Porque eso no es gasto: es “inversión”.
De la misma manera, el Estado invierte en Educación, en Infraestructura, en Seguridad Social y, sobre todo, en Salud, porque en ellas se apoya la contextura del cuerpo social: un cuerpo social enfermo es la certeza del fracaso de una nación en su proyección política, económica y cultural.
Los proyectos de ley que se aprobaron por la noche en sesión virtual del Senado deben ser considerados desde esa óptica: una inversión que el país todo hace a favor de la salud y el equilibrio de su cuerpo social. Y son, también, el reconocimiento de la Argentina a la falta de inversión de los últimos años en sectores estratégicos.
Yo se que varios ya están mesándose los cabellos mientras murmuran preguntándose de dónde van a salir los recursos que se pierden al eximir al personal de salud del impuesto a las Ganancias o los que se destinen al programa de la ley Silvio, que tiende a proteger al personal médico del contagio de esta pandemia.
Deben salir del bolsillo de quienes, en su momento, se enriquecieron con el dinero de esas inversiones que el gobierno no hizo: los que participaron de la timba financiera; los que obtuvieron ganancias extraordinarias con la venta de energía, servicios o commodities; los que, en definitiva, hicieron ese inmenso “agosto” que duró cuatro años y dejó al país en default técnico.
Ojalá esa inquietud de cómo se va a sostener el equilibrio fiscal ante la baja de un ingreso sirva para introducirnos en un debate que deberemos dar más tarde que temprano, que es el del aporte extraordinario que deben hacer las familias ricas de este país: alrededor de 12.000 argentinos que tienen fortunas en dólares y que, al parecer, hasta el momento, pretenden hacerse los desentendidos.
La idea es tan sencilla que hasta ofende a la inteligencia estar discutiendo sobre el tema: en un momento de crisis, quienes más tienen, quienes más han ganado a costa del hambre de los otros, quienes han “fugado” 86.000 millones de dólares (sólo teniendo en cuenta lo que sale por derecha), tienen una mayor responsabilidad social y, por lo tanto, son quienes más deben aportar en función del bien común mientras la crisis tenga al país congelado… y acaso, luego, también.
La materia es simple: se llama responsabilidad social. En nuestro barrio también se conoce como Justicia Social, pero no todos viven en las calles del peronismo, por eso explico: una suerte de empatía sugerida por el Estado para aquellos que no sólo no la practican sino que se miran el ombligo todo el tiempo.
No hace mucho, a fines de 2015, cuando el gobierno de Cambiemos iniciaba su gestión, el presidente Macri pronunció una de las frases que, seguramente, lo pondrán en la historia: “Hay lugares donde falta el agua y lugares donde sobra”.
No es así para nosotros. Podremos sufrir sequías e inundaciones pero el agua no habrá de faltar donde podamos hacer que no falte, porque estarán las inversiones necesarias para que llegue ese elemento vital a la mayor parte de la población. Mucho más si un caño maestro de agua corriente pasa a escasos metros de donde el agua falta, con su nefasta consecuencia para la higiene y la salud de un grupo de ciudadanos.
No faltará el agua ni sobrará el agua si el Estado, con su presencia moderadora y su convicción de equilibrio se hace presente más allá de los anuncios y las puestas en escena.
Si las obras se vuelven hechos, si el reparto torna más equitativo, se estará haciendo lo necesario para que nada falte y para que nada sobre.
Para que los que tienen más agua, repartan un poco con los que tienen sed.
Buenos Aires, 21 de mayo de 2020
*Licenciado en Letras, escritor y autor junto a Aníbal Fernández de los libros “Zonceras argentinas al sol” y “Zonceras argentinas y otras yerbas”, y “Los profetas del odio”. Su último libro editado es “Zonceras del Cambio, o delicias del medio pelo argentino”.