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CARPE DIEM – Por Claudio Zeiger

Claudio Zeiger sostiene en este artículo que ante la realidad de la pandemia, la escritura puede reflejar un tiempo de auto-observación austera lo más sincera posible, un paso a paso del presente, un humilde carpe diem, que quizás sea lo mejor que podemos hacer, lo mejor que podemos dar.  

Por Claudio Zeiger*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Otra pandemia, la del vih-sida, cuya fecha de origen se remonta a 1981, generó una multiplicidad de escrituras, retomando en muchos casos las líneas reflexivas que habían sido trazadas por Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas de 1977. Ella misma le anexaría a ese texto que analizaba los estigmas del cáncer, El sida y sus metáforas, en 1988.

Los grandes ejes de los 80 eran el uso de símbolos y metáforas bélicas para escenificar la lucha contra el virus, y las advertencias de cuño foucaultiano acerca de la “medicalización” de la vida de los pacientes, el uso de los dispositivos del sida como una forma de control social de los cuerpos. Entre nosotros, un texto temprano de Néstor Perlongher, El fantasma del sida (1988), es un buen ejemplo de esas líneas de pensamiento.

Con el correr de los años prevalecerían otros tonos, otros registros: testimonios, autoficciones y crónicas como las de Harold Brodkey (Esa salvaje oscuridad), Hervé Guibert (Al amigo que no me salvó la vida, entre varios otros) o Cyril Collard (Las noches salvajes). En América Latina habrá menos literatura específica –ficción y no ficción-, y comenzaría a producirse desde mediados de los años 90 (en Argentina, en línea testimonial y vivencial siempre hay que resaltar los trabajos pioneros de Sergio Nuñez, Marta Dillon y Pablo Pérez).

Ahora bien: la pandemia actual del coronavirus no tiene ni los tiempos arrítmicos del sida -un lento desarrollo larval, lleno de señales y presagios, y una curva vertiginosa que en los malos tiempos se debatía entre la administración del AZT y la muerte por infecciones que se abatían sobre un sistema de defensas devastado- ni los rasgos más evidentes de estigmatización hacia los “grupos de riesgo”, más allá de los (por el momento) demasiado especulativos y algo forzados intentos por asimilar la emergencia sanitaria global, las formas de aislamiento social, a un estado excepcional que va a terminar en un exterminio de los cuerpos descartables y en sojuzgar las libertades individuales. Hay que recordar que, en los primeros tiempos del sida en plena era neoconservadora, se hablaba seriamente de un castigo divino que había caído del cielo sobre homosexuales y drogadictos, o, en el mejor de los casos, un castigo de la naturaleza frente a las promiscuidades y veleidades del amor libre de cuño libertario. Cabe recordar que Ronald Reagan tardó más de un año en reconocer la crisis. Al lado, cualquier atisbo de estigmatizar a los chinos o a los adultos mayores, suena a broma insustancial.

En todo caso, y en comparación con las escrituras del sida, se trata ahora de intentos tan válidos como apresurados en medio de una situación que, paradójicamente, alienta la vena especulativa de todos nosotros, inmersos en una acelerada y dinámica película mundial de resultados todavía imprevisibles. ¿La paradoja? Demasiada especulación en caliente, demasiada especulación en situación de encierro, cuando el aislamiento debería ser óptimo (¡un cuarto propio!) para reflexionar, meditar y escribir en frío. La aceleración es obviamente resultado de la proliferación de medios y una conectividad que en los años del sida estaba muy atemperada, a pesar de que ya existía una fuerte globalización.

En este mismo momento se están produciendo en todo el mundo numerosas formas de intervenciones escriturarias urgentes, seguramente muchas de ellas conformarán un corpus futuro y muchas otras quedarán desechadas por el camino, aunque sobrevivan en el mundo digital. Ahora bien, en tren de especular lo que va a ser el futuro de la escritura en relación a nosotros mismos como sujetos de encierro, aislamiento y productividad en esta breve cárcel que nos tocó en suerte, tendrá bastante que ver el cómo se viva el tan mentado día después, que seguramente no será un solo día ni tan después. 

Creo que no vamos a responder de una forma totalmente original o novedosa, y creo además que quienes intenten una producción más o menos express pero de largo aliento, van a sucumbir a la trivialización de los aspectos vinculares, afectivos, subjetivos, del tándem pandemia/aislamiento. Por ahora, voy creyendo esto. No conviene sumar profecías en medio del clima híper profético que vivimos.

Un primer pulso en plena cuarentena lo vamos teniendo en las redes, que no son otra cosa que el reflejo de nosotros mismos entrelazados con las reacciones globales más o menos parecidas. Una enorme producción, no carente de narrativas y humores de todos los colores posibles, una indagación sobre los alcances y límites de una catarsis colectiva: parece una competencia, por momentos desafiante y cruel, a ver cuánto nos animamos a auscultar, invadir y formatear los estados de inquietud del otro, de los otros. Desde la pionera manía enumerativa de “textos de pandemia” con La peste de Camus a la cabeza, a mostrar los arreglos florales, comidas y manualidades hogareñas, como si detrás de esa exhibición de habilidades se pudiera amurallar la angustia, la ansiedad, la necesidad de soledad dentro de los confines familiares y otros temas más o menos escatológicos, más o menos relevantes.

Lejos estoy de condenar cualquier expresión abierta, comunitaria y catártica de cualquier persona constituida por estos días en escritor, salvo aquellas expresiones tendientes a caotizar el estado de fragilidad psico social que vivimos, generando esquizomensajes, falsedades y violencia simbólica derramada venenosamente, sin filtro. Pero quienes ejercemos las formas de escrituras más reconocibles y que asumen cierta responsabilidad no digamos pública (no seamos pomposos ni soberbios) pero sí con alguna capacidad de influencia sobre el ánimo reflexivo y creativo de algunos lectores, tenemos que aprovechar este encierro para que no sea un desierto vacío de formas y materia.

Creo que es más el tiempo de los apuntes sueltos, las meditaciones breves y en forma de anotaciones, los fragmentos, los borradores, las conjeturas y la precariedad, que creer que cada quien tiene en sus manos LA receta interpretativa para los tiempos que vienen, LA trama, LA historia, la visión exacta de cuándo y en qué se reconvertirá el capitalismo mundial. No se trata de ahogarse en un mar de dudas, pero lo mejor será eludir las respuestas tajantes y apresuradas.

Ya tendremos tiempo de hacer la Gran Novela Pandémica. O nunca llegará. Hoy, no agrega nada al desierto de lo real. Un cuidadoso seguimiento de sí, una autoobservación austera, lo más sincera posible, un paso a paso del presente, un humilde carpe diem, quizás sea lo mejor que podemos hacer, lo mejor que podemos dar.  

 

Buenos Aires, 29 de abril de 2020

Escritor y periodista. Editor de los suplementos Radar y Radar Libros del diario Página/12.

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