
Ricardo Aronskind advierte sobre los efectos negativos que genera, en la vidad del campo popular, pensar las estrategias políticas desde una táctica política cortoplacista y mezquina. Y sostiene que la única respuesta seria es que se debe trabajar para construir una mayoría social sólida para el cambio, y no creer en alquimias transitorias de dirigencias iluminadas.
Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
Los resultados de las elecciones nacionales de octubre merecieron muchas lecturas, y dieron origen a interpretaciones con marcado sesgo político-partidario en el caso del kirchnerismo.
“Gracias a que desdoblamos le dimos un fuerte golpe a Milei en setiembre”
“Si no hubiéramos desdoblado, el golpe se lo dábamos en octubre y no lo podían revertir”.
“Si no hubiéramos desdoblado, con la ayuda de Trump perdíamos hasta en los concejos deliberantes”
Muchos de estos debates dependen de un conjunto de supuestos, muchos de los cuales nadie está en condiciones de controlar.
Parte de estos debates reflejan una realidad de la cual muy pocos parecen sustraerse: la adicción al cortoplacismo, la pérdida completa de una brújula que señale un norte más allá de la coyuntura (que siempre se rige por los tiempos electorales, además). Siempre se está corriendo detrás de los acontecimientos.
Como todo se piensa en el corto plazo, toda acción política se limita a alguna táctica para obtener un rédito más o menos inmediato.
Esto no es nuevo en el espacio kirchnerista.
Ya es una tradición no saber en qué rumbo se está, cómo se caracteriza la situación, y qué es lo que tiene que hacer cada persona que se siente comprometida con el espacio.
Nunca hay tarea concreta, salvo hablar bien del pasado y estar a la defensiva, defendiendo el legado de los 12 años. El gobierno de Alberto, que es parte de lo que Cristina definió para salir del macrismo, no entra en la lista de los problemas de los que se debe dar cuenta. Pero la derecha no duda: del 19 al 23 “gobernó el kirchnerismo, y fue el peor gobierno de la historia”.
Ya no se puede pensar que la falta de discusión interna es efecto de una coyuntura negativa: nunca hay disposición real para abordar los problemas –serios- que se encontraron en las pasadas gestiones, y se percibe incapacidad de mirar de frente los desafíos que se le presentan al movimiento popular, a futuro, para elaborar estrategias realistas.
Disimulemos
En el fondo, se trabaja sobre el ocultamiento o el disimulo de los problemas, de las diferencias, de las inconsistencias, para sostener el mito de que “el peronismo unido jamás será vencido”, cosa que ya se ha demostrado falsa reiteradamente.
¿O el peronismo no fue unido a la elección donde lo derrotó Javier Milei?
El ocultamiento de los problemas, hacia adentro o hacia afuera, parece ser una actitud arraigada.
Incluso la discusión sobre la unificación o no de las elecciones recientes, está atravesada por la idea, no explicitada, de evitar que se note que hay una proporción importante del electorado que se siente convocado por opciones de derecha, o antiperonistas, o que compra, en una forma completamente ingenua, todos y cada uno de los buzones que se le ofrecen desde la derecha.
O peor aún: disimulemos que hay una franja generacional muy importante, joven, donde el discurso peronista, o kirchnerista, carece de relevancia. Están en otra frecuencia, lo que no quiere decir que sean anti: expresan otra subjetividad. Entre otras cosas, no se están disponiendo de categorías útiles para describir los fenómenos y poder encararlos con eficacia.
Claro, es feo que ocurra eso, que parte del “pueblo” vote contra el pueblo.
Pero hay que ver esas cosas de frente, y pensarlas.
En el corto plazo, puede ser que se encuentren formas tácticas de evitar que se junten todos esos votos existentes por los proyectos reaccionarios, pero en los momentos definitorios esos votos serán convocados y unificados por el comando del dinero o de los norteamericanos, y se verá, entonces, la verdad verdadera.
Es simple: si existe un público alienado, envilecido, o telecomandado por los predicadores mediáticos derechistas y sometido a manipulación sistemática en las redes, ese público indefectiblemente jugará contra cualquier proyecto popular, y oficiará de masa de maniobra de los enemigos de los intereses populares.
Ya pasó, va a seguir pasando, y hay que pensar qué se hace con eso.
Por lo tanto, la única respuesta seria –difícil, desafiante, complicada- es que se debe trabajar para construir una mayoría social sólida para el cambio, y no creer en alquimias transitorias de dirigencias que nos llevarían a algún lado fructífero.
En la política popular, hoy es necesario crear, inventar, producir nuevas bases, más que seguir administrando y recombinando protagonistas del fracaso.
Los que votamos a Alberto Fernández, vivimos como un momento glorioso el haber podido evitar la reelección del nefasto Mauricio Macri –y su poderosa coalición de intereses locales e internacionales- para volver a instalar un gobierno favorable a los intereses populares.
Sin entrar a discutir en forma extensa al gobierno del Frente de Todos, podemos decir que no implementó las acciones políticas requeridas para defender los intereses de las mayorías, y que esa impotencia/inoperancia -acompañada por la proverbial incapacidad comunicativa del espacio- contribuyó a un voto exasperado, desesperado o explosivo contra todo, en la figura de Javier Milei.
Ante la falta de voluntad para trabajar abajo, en la base social, siempre aparece el milagrerismo: la unidad, concebida como unidad de los dirigentes. La ampliación del espacio, muy necesaria para superar el tema de la impotencia electoral, siempre se termina convirtiendo en parches insólitos. Ahora, en el caso de la provincia, algunos se lamentaban de no haber incorporado a Santiago Cúneo o a Alberto Samid o a Grei.
No entra en la cabeza que el pan-peronismo es la nada política misma, y que constituye la receta directa al fracaso en caso de que se llegara a tener que gestionar algo.
Política es participar en elecciones (y simular que con eso alcanza)
Además, se ha impuesto casi como único ámbito de acción política, lo electoral.
Seguramente, consultados los mejores protagonistas de las confrontaciones internas actuales, admitirían que “lo político” es mucho más que ganar elecciones municipales, provinciales o nacionales. En realidad, esa convicción debería ser patrimonio de todo el movimiento peronista, dado lo que vivió en sus 80 años de historia. Pero esa claridad parece quedar en el terreno de la teoría políticamente correcta, pero no lleva a ninguna conclusión organizativa práctica.
Hace rato que el kirchnerismo está enclaustrado en el esfuerzo electoral como único instrumento para modificar algo de la tendencia a la derechización y el subdesarrollo que viene mostrando la Argentina. Elecciones, ahora, en 2027, en 2031, etc.
¿Y el país? ¿Y la gente? Lentamente se van perdiendo los parámetros, y realmente se ingresa en una dinámica signada por los aparatos políticos y la política profesional, cada vez más separada del sentido de lo que se pretende lograr. La política para a ser un fin en sí mismo: hay que conseguir puestos, bancas, cargas, y luego se verá para qué se los usa.
Se prefiere fingir demencia: el Poder Judicial está controlado por el macrismo y la embajada. Parte del sistema político responde a empresas locales y extranjeras, o a gobiernos de otros países. Los medios de comunicación y las redes vierten ingentes toneladas de basura comunicacional en los cerebros de muchos que no cuentan con ninguna otra referencia político-intelectual para distinguir lo verdadero de lo falso. Las cúpulas empresarias argentinas apoyan abiertamente a un gobierno que comete crímenes contra la salud y el bienestar de la población, que agrede los cuerpos y las almas, que desmantela el Estado nacional, sin ningún problema ni ninguna objeción.
Estas son algunas cuestiones gravísimas, pero se mantiene al propio público interno en un estado de ensoñación electoralista. “Si ganamos más bancas, vamos a poder hacer más cosas”.
Perdiendo de vista el país
La dinámica de la confrontación interna, que viene ocurriendo ya hace bastante tiempo, genera otro problema, gravísimo, quizás el peor de todos los que venimos listando.
Quiéranlo o no, lo protagonistas son arrastrados a una pelea que, en vez de estar mirando el gran cuadro de la situación nacional, de la destrucción estratégica de nuestras capacidades que está produciendo el gobierno de Milei, el creciente deterioro de las condiciones de vida de las mayorías, y el insólito sometimiento del país a los Estados Unidos, redobla el esfuerzo por atrincherarse en espacios de poder internos “en vistas a las elecciones de 2027”. Prima una mirada partidista, facciosa, electoralista, mientras la aplanadora derechista desmorona el país que nos pertenece, y no le ofrecemos algo fuerte y convincente a la sociedad.
En vez de pensar cómo crear poder nacional, cómo fortalecer en todos los planos el ánimo y la voluntad popular, se pasa a promover debates tacticistas para preponderar en una lucha que, en todo caso, será por la sucesión de lo que quede después de que la derecha cipaya haga buena parte de su tarea de disolución nacional. No hace falta decir que el conflicto interno amarga y desalienta a miles y miles de leales miembros del espacio nacional y popular, que están en él por convicciones, por historia, y no por cargos.
El otro día, un amigo me envió por Instagram un breve video de una joven china, que en buen castellano se dedicaba a desmontar todos los argumentos entronizados por la derecha sobre los “vagos”, los que “no laburan”, sobre que en el capitalismo “el que se esfuerza, progresa”, etc. etc. China.
Me resultó paradójico que nos llegara, desde afuera, un material dedicado a combatir contra la estupidez sistemáticamente sembrada por los poderosos en las cabezas de las mayorías.
Y me recordó, por enésima vez, que el vasto espacio nacional y popular se dedica muy poco a esa actividad crucial, a pelearle la cabeza de la gente a la derecha, que hace rato está muchísimo más organizada para esa tarea.
A pesar de que muchos hablan de la “batalla cultural”, en realidad se ha desertado de la misma, porque no se la encara en serio y metódicamente, como debe ser. Las redes están inundadas de “espacios compañeros” donde muestran cómo tal “destrozó” a algún político o periodista derechista. Vivimos de premios consuelo. Todos los que intervenimos en algún espacio público nos podemos hacer ilusiones de que estamos “haciendo algo”. Pero es porque hemos perdido la noción de efectividad, que sí existe en la derecha cuando disputa poder.
Creemos que es hora de una introspección, de preguntarnos si es posible que, así como está el espacio popular, se podrá revertir algo.
La tendencia de una parte del propio kirchnerismo ha sido “esperar a que se caiga”, y no hacer demasiadas olas, como si de los restos putrefactos del libertarianismo fueran a florecer jazmines. Pareciera que la línea de conducta es hacer lo menos posible, y exponerse lo menos posible, “para que no nos echen la culpa”.
Mientras tanto, el poder judicial puso presa a Cristina. Y avanza hacia nuevas demostraciones de arbitrariedad y de impunidad judicial contra ella.
¿Quién le da señales a quién?
La salida: convicciones
Puede ser una mirada muy subjetiva, pero tengo la impresión de que todo el campo nacional y popular exhibe un estado de desmoralización. Como si hubiera extraviado el sentido de su existencia.
Justamente cuando el país está peor que nunca en muchos sentidos, zozobra la fibra política de un espacio político necesario para revertir la situación, que vuelca sus pasiones en la pelea interna. Pelea que no convoca ni estimula a nadie más que los involucrados directos, y que nos hace recordar en el ejemplo inevitable de Bolivia.
No hay recetas para superar estos momentos. Pero una cuestión es clara: la oposición a la aplanadora del capital concentrado que hoy gobierna la Argentina no puede estar constituida por una pléyade de políticos profesionales sin garra ni entusiasmo. Esa dirigencia transmite una sensación de derrota y de falta de energía que fortalece aún más la audacia de la derecha reaccionaria que hoy gobierna.
El triunfo de Zohran Mamdani en la alcaldía Nueva York, es una muestra de que muchas de las teorías que circulan en el espacio propio, auto exculpatorias para justificar la inacción política, no son ciertas.
Es la fibra personal de una camada de dirigentes en todos los sectores y rincones del país, las convicciones profundas y personales, la que puede restaurar el entusiasmo por cambiar las cosas y sanear el aire viciado de un espacio que no le está encontrando la vuelta para encaminar a la política popular hacia la victoria. Victoria que, por si hace falta aclararlo, debe ser mucho más que electoral.
Sábado, 8 de noviembre de 2025.
*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.

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