La Tecl@ Eñe publica una versión del texto presentado en el Foro de Pensamiento Crítico Situado, “Síntoma 1976-La Repetición”, organizado por el Colectivo Zona de Frontera y la Casa de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, el 12 de julio de 2025, junto a Mario Santucho, Alejandro Kaufman y Eduardo Grüner. “Síntoma 1976” porque esa fecha no es una significación congelada sin consecuencia alguna. El imperio del miedo ha salido, una vez más, a la superficie, un siniestro temor que conocemos demasiado bien.
Por Ricardo Nacht*
(para La Tecl@ Eñe)
“Síntoma 1976”.La responsabilidad política en materia de inconsciente.
“… no sentimos horror porque nos oprime una Esfinge,
soñamos una Esfinge para explicar el horror que sentimos”
Jorge Luis Borges.
Resumo en uno, cantidad de sueños escuchados en estos tiempos: “Soñé que me venían a buscar”.
Para pensar hay que situarse, hay que tomar posición. Si la historia, anacrónicamente articulada, y la lengua son un campo de batalla lleno de violencia no decidido de antemano. Si la historia es también el suelo que pisamos y la lengua que salivamos, “Síntoma 1976” condensa, con su entramado, las coordenadas sobre las cuales está, hoy, jugada nuestra existencia.
Batalla puede ser una palabra bonita, el instante de peligro, la amenaza y el miedo que pasan por nuestros cuerpos ahora que somos el enemigo, dicen que estamos dentro de una guerra, que siempre lo hemos estado, sólo que la socialdemocracia, la estetización de la política, vino a cumplir la función de velarlo, haciéndonos olvidar, por momentos, que somos los derrotados. Haciéndonos olvidar que se trata de una derrota de la que toca hacernos cargo. Somos el enemigo, pero dentro de la misma lengua. El enemigo interno. La guerra, entonces, es una guerra civil. ¿Y no es eso lo que está justo en el fondo fundacional de nuestra historia como nación y luego como Estado? Corrido aquel velo está a la vista lo que se repite. Se acabaron las metáforas. No hay contradicción entre democracia y guerra. La repetición ha corrido un velo y lo peor de nuestra historia, lo que la palabra Dictadura nombra y condensa ha tomado posición, una vez más, en el centro de la escena política. Sólo se reconoce el estatuto de enemigo a lo que resulta situable como “fuera del discurso”. El enemigo, acorralado, puede ser empujado hacia las formas más extremas de violencia. ¿No es posible un discurso que fuera otro y que alcance la dignidad de ser enemigo?
Lo peor, lo más podrido de nuestra historia viene armando una nueva escena. Una escena absoluta en la que estamos todos dentro. Una escena en donde el campo del lenguaje viene siendo colonizado de una manera siniestra. Guerra y lenguaje, ahora juntos, dicen que estamos dentro de una guerra semiótica hecha para persuadir o matar.
La organización perversa de los dispositivos sociales agrega una fuente de malestar que tiene a nuestro cuerpo como caja de resonancia de las pesadillas oníricas y políticas. Una organización perversa que penetra, colonizando, nuestro inconsciente. A pesar de todo hay que ser sensatos y darse cuenta, escribe Lacan -ya viejo-, que la neurosis se sostiene en las relaciones sociales.
Para situarse en el presente hay que saber situar nuestros miedos. Tomar posición es desear. Situarse en el presente para poder aspirar a un futuro. Un futuro que sólo se sostiene en la fuerza del lenguaje. La posición que tratamos de defender es inconfortable y paradójica, pero tiene esa fuerza. Pensar porque, como escribió Sartre, es necesario darle un fundamento a la esperanza.
Lo peor está en el centro, algo Siniestro está en el centro, o sea la manera en la que el fascismo y su violencia están familiarizados en nuestra lengua. Fascismo no es un concepto ni una teoría. Guerra tampoco lo es. El concepto y la teoría no llegan allí donde se juega la vida.
Hacer sonar la vida, la fuerza del lenguaje, allí donde la palabra fascismo ataca, obliga a hacer sonar una particular función de la palabra, aquella que se mueve en el territorio freudiano del Witz, del chiste y su relación con la dimensión social del inconsciente, dimensión que desemboca siempre en un colofón ético y político. El chiste cobra toda su potencia por alcanzar una posición clave, se coloca al lado, a coté, del inconsciente, de su dimensión social, ética y política. La risa como efecto es social, colectiva, política, destituyente. Es lo contrario del miedo y la identificación. Una política del síntoma y de la lengua que toca seguir abriendo, dado que el pasado no deja de irrumpir en la repetición de un pasado ahora sintomatizado.
Si el inconsciente es la política, el acontecimiento político no es un chiste que se cuenta, es un chiste que se hace. Un acto contingente que llega siempre luego de una espera incierta, activa y comprometida. Es la función de la palabra sostenida por un deseo que no se gasta, que abre a lo inesperado y a la sorpresa como respuesta.
Lacan acerca ambas prácticas, la de psicoanalistas y la de políticos, porque comparten un mismo rasgo de estructura: “No hay episteme de la virtud política […] lo que hay en ella de verdadero no es aprehensible por un saber ya ligado […] y todo lo que opera en el campo de la acción analítica es anterior a la constitución del saber”. La afirmación de que el inconsciente es la política tiene fundamentos claros.
Si para Adorno no hay modo de entender qué es el fascismo sin antes poner a jugar la hipótesis del inconsciente, quizás entonces una respuesta capaz de resistirlo deba tomarla en cuenta. Tomar en cuenta que el inconsciente nunca triunfa mejor que al fracasar. Con el fascismo, escribe, “se produce una revelación simbólica de la identidad, una identidad que los oyentes sienten y comparten mentalmente, un acto de identificación de los impulsos y pulsiones individuales. El yo, -afirma y destaca-, desempeña un papel demasiado importante en la irracionalidad fascista”. A esto se debe, agrega, que al final sus seguidores serán embaucados, practicantes ahora de la religión del Yo, de la renegación y la desmentida.
Lo peor, situado el miedo que tenemos adentro, es un tejido de tiempos heterogéneos que componen las relaciones entre historia, memoria y política. Sabemos que estamos amenazados, también sabemos que tenemos miedo. Decimos “Síntoma 1976” porque esa fecha no es un símbolo, o sea una significación congelada como si no tuviera consecuencia alguna. Estamos desde siempre bajo el imperio de un miedo ahora salido, una vez más, a la superficie y que conocemos demasiado bien. ¿No le ha tocado a cada generación conocerlo con sus diferencias a lo largo de toda nuestra historia? Hubieron estaqueados hasta morir en 1830 tanto como en 1976.
“La responsabilidad política en materia de inconsciente”: este nombre (robado, y ahora repetido) dice que a los psicoanalistas nos toca tomar posición dado que allí queda dicho, y de manera clara, que el inconsciente es la política. Ese fue el título de tapa de la revista Conjetural en diciembre del 2000. Un nombre ahora repetido porque mucho de lo escrito allí está para ser leído 25 años después.
El inconsciente, transindividual, está estructurado como un lenguaje. Habla en una lengua siempre local que tiene a la segregación y a la violencia, a la economía y a la lucha de clases, a la historia, adentro.Lo político se juega siempre como un efecto de lenguaje y el poder se ejerce sobre la lengua, que deberá ser hablada por muchos. El inconsciente estructurado como un lenguaje es el lugar por donde lo excluido, (nuestro fascismo) retorna y la repetición es la persistencia de lo excluido en retornos que hacen surgir lo nuevo. “Síntoma 1976” es un nombre posible. Condensa lo peor en un tiempo donde estamos siendo atacados por lo peor cocinado en nuestra lengua. Con un agregado o condimento: el lenguaje está hecho, según Lacan, para semiotizar la confusión de sentimientos. La semiótica es lo que constituye sentido y comporta sentimientos y emociones, cosquilleos en la lengua, dado que las palabras están hechas para ser plegadas en todos los sentidos. El fascismo es propaganda, escribe Adorno, y así está construido. Se trata de los semas, de ese “algo”: un goce semiótico que se encarna en la lengua de cada uno y la que tenemos en común. La violencia está en la lengua, se la va comiendo y la mayor violencia es la palabra degradada a signo, momento en que el significante, la palabra, sucumbe plegándose al signo, momento en el que todo el andamiaje simbólico queda aplastado, es puro significado y la palabra representación sólo produce obediencia. La política se rompe y la razón poética desaparece. Vivimos dentro de esta “fatalidad semiótica”. Asociados signo y significante el hecho de apuntar a uno o a otro “hace cambiar el fusil de hombro”. Ahora el hombro desde el cual dispara la poesía.
Si hay lo que Benjamin llama la “violaciónde las masas” y si las palabras guerra y enemigo están entre nosotros estamos dentro de lo que venimos llamando una “guerra semiótica”. Una violencia ideológica que puede ocultarse tras la más normal y aparentemente inocua operación cognoscitiva escribe Carlo Ginzburg. El fascismo tiene método, es un procedimiento hecho para producir la tecnocolonización del inconsciente, de la subjetividad, para producir zombis, ese es su objetivo. Según Bejamin el fascismo arranca cuando están todos subidos al tren.
La responsabilidad nos lleva directo a la palabra síntoma en tanto estamos frente a una verdad que se oculta, que se censura, que se reprime y está en lo que se escucha. O sea, un pasado que retorna y de la manera más viva. Toca entonces producir una mirada crítica que sea capaz de ayudar a producir en y con la lengua una estrategia donde la resistencia, la lucha (siempre de clases) encuentre un decir capaz de mirar de soslayo a ese resto podrido al cual pretenden reducirnos. Para pensar el presente, escribe Carlo Guinzburg, hay que poder mirarlo de costado. Aquel que mira a lo real de frente, escribe Pascal Quignard, y no con una mirada que llama oblicua, cae inmediatamente en la petrificación. ¿Se encuentra hoy la política algo petrificada? ¿Estamos nosotros mismos algo petrificados?
Estamos siendo penetrados por un sentido que deposita goce en la lengua y nuestros cuerpos son ese depósito. Ya circulan palabras para nombrarnos con toda la violencia propia de la segregación cuando produce una identidad: la del chivo expiatorio que tiene al exterminio como método y a la cámara de gas en el horizonte. El chivo expiatorio, aquel que será atacado con palabras que están hechas para perforarnos, para matar. Esta vez, este régimen, esta nueva guerra, está planteada como absoluta. Esa es su utopía: dar por ganada de ahora y para siempre la lucha (racializada) de clases.
Estamos siendo atacados con las mismas palabras que fueron y son las que han dado fundamento a la particular relación, en nuestra lengua, entre Estado y crimen. No deja de retornar un orden histórico que tiene a la palabra genocidio en el horizonte. 1976, que no fue el primero, es el primero y hay razones que lo explican, no queda borroneado por el olvido. No olvidamos, ellos menos. El fascismo no es una teoría, se practica atacando, llega por asalto, asalto de lo real. Y es justamente en las relaciones entre lo real y las determinaciones simbólicas donde se abre el campo de una acción fundada en la responsabilidad. La responsabilidad política en materia de inconsciente, para los que somos analistas y para los que practican un pensamiento crítico situado, pasa por introducir lo que la llamada “técnica del significante”, el chiste y el poema, permiten. Una diferencia absoluta allí donde en la lengua queda jugada una equivalencia formal, entonces una diferencia absoluta, una alteridad indestructible, una política ahora separada de lo que una semiosis asesina nueva une produciendo una tiranía de lo real; lo que la palabra Dictadura inseminada en nuestros cuerpos produce. Una semiosis que acompaña la utopía de una destrucción total. Una semiosis asesina que acompaña, una vez más, la implantación en el cuerpo social de una economía de pura destrucción. Es la lógica del equivalente general que alimenta nostalgias tenaces. El inconsciente es la política (Lacan, 1968) y la lengua el campo de batalla. Es así y no de otra manera. El síntoma es un entramado heterogéneo hecho de memoria, historia y política, une lo que se puede distinguir pero no se puede separar. Al igual que el acto analítico, que se puede distinguir, pero no separar del acto poético y el acto político (Lacan, 1969).
Es en el campo del lenguaje donde la función de la palabra cobra todo su valor político: el poder se ejerce sobre la lengua, que deberá ser hablada por muchos. El diccionario, palabra por palabra, es lo que aporta sentido y se mueve de manera dinámica. Las palabras atadas y atacadas por la época circulan, se desplazan, condensando sentidos nuevos. Cuando los tiempos se aceleran los diccionarios se mueven. Si ya la palabra “guerra” colonizó la época, al diccionario de la Real Academia le tocaba actualizarse. El 30 de junio una investigación del diario El País saca a la luz dos protocolos de colaboración, firmados en marzo, entre la Real Academia y el Ministerio de Defensa español. Dice el copete de la nota: “Las últimas guerras obligan a actualizar los términos militares del diccionario” La RAE y el Ministerio de Defensa acuerdan revisar definiciones que han quedado obsoletas o incompletas. Como Miguel de Cervantes combatió en Lepanto, una base militar española en el sur del Líbano lleva hoy su nombre. La relación histórica entre la RAE y las Fuerzas Armadas españolas trabajan la lengua desde sus entrañas. ¿Está hecha la historia de esta relación y sus consecuencias? Esta relación acaba de reactivarse y el detonante ha sido que ahora hay guerras híbridas.
Miércoles 13 de agosto de 2025.
*Psicoanalista. Miembro del Colectivo Zona de Frontera.
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