El autor de la nota sostiene que existe una reserva moral e ideológica que anida en todos aquellos sectores sociales que, puestos a prueba y sin una conducción orgánica que los unifique, no consienten que les arranquen la Patria ni que los sometan a la más brutal explotación sin antes librar una lucha sin cuartel contra la ofensiva neocolonial.
Por Carlos Girotti*
(para La Tecl@ Eñe)
Las Abuelas de Plaza de Mayo encuentran a su nieto 140. Las y los jubilados hacen de los miércoles un monumento a la dignidad, mientras la ministra de la Represión descarga sobre sus cuerpos miles y miles de dólares, pero en gas pimienta, perdigones de goma, bastonazos y, si te descuidás, choques eléctricos con las pistolas Taser. Las científicas y científicos del CONICET, en tanto están obligados a mirar con un ojo el aeropuerto de Ezeiza -porque Sturzenegger, el demoledor, les achica sueldos y subsidios para la investigación- con el otro ojo continúan explorando, sin rendirse, las últimas fronteras del conocimiento. Las y los docentes universitarios vuelven otra vez, tercos y rotundos, a marchar contra el vaciamiento y la destrucción de las casas de estudio, contra los sueldos de miseria que cobran y, así y todo, no permiten que la calidad de la universidad pública argentina pierda posiciones en el tablero regional. Las actrices y actores, poetas, músicos, bibliotecarios, bailarines, escritores, periodistas, pintores, fotógrafos, escultores, historietistas, cantantes y todo ese mundo multiforme que el puteador serial y padre de hijos con cuatro patas no puede acallar, se emperra (vaya la expresión) en impedir que los bienes culturales dejen de ser patrimonio público y se conviertan en botín de guerra del neocolonialismo gobernante. En las barriadas más pobres y castigadas por el abrumador enriquecimiento de unos pocos en detrimento de las grandes mayorías, hay un empeño en no bajar los brazos, en no entregarse a la extorsión de los narcos cuando el Estado desaparece allí donde el hambre se enseñorea. En el vértice sur de la esperanza, “nuestros paisanos, los indios” -como fraternalmente les dijera José de San Martín- se aferran a la mapu, la tierra de la que son y que les pertenece, como forma de resistencia indómita que se hace nombre en las sangres de Rafael Nahuel y Santiago Maldonado.
Por donde quiera que uno mire, una asta se levanta para que ondee la divisa de las y los que eligen luchar ante tanto atropello, ante tanta patria eviscerada. No tienen -no hay- una dirección confiable que los aglutine y que impida que semejantes esfuerzos se desperdiguen porque la organicidad de la resistencia todavía es un objetivo pendiente. Pero insisten. Una y otra vez, como si respondieran a un mandato atávico e invisible, vuelven a los espacios públicos. Ahí es donde comprueban, y al cabo demuestran, que la unidad no es una palabra intercambiable según pinten las circunstancias. Si alguna certeza tienen cuando se sienten hombro con hombro y espalda con espalda, es que no existe otro camino para forjar la unidad que no sea ése, el de enfrentar a este gobierno neocolonial jugándoselas sin especulaciones.
Porque también hay que decirlo para no que no haya confusiones: en esa certeza de quienes pelean hay un cuestionamiento, a veces explícito, otras no tanto, a los modos que ha adoptado la representación política desde la restauración democrática. Se trata de un cuestionamiento por la positiva: si vos, representante, no estás aquí donde peleamos a brazo partido, no podés representarnos. Hay, desde luego, otro tipo de cuestionamiento. Es el del ausentismo electoral, pero en este no hay propuesta; por el contrario, en la recusa a votar sólo hay desesperanza porque la noción de futuro sucumbió en la promesa incumplida, se autocensuró cuando debía chocar de frente contra los dueños del miedo y del capital, se abroqueló en el aparato estatal como si eso, de por sí, pudiera sustituir al protagonismo ciudadano.
La diferencia entre los que salen a pelear, resisten y se rebelan, y aquellos que no van a votar como único modo de expresión, es que los primeros intuyen o saben que la esperanza está en la lucha colectiva, mientras que los segundos se fragmentan en tantos pedazos como electores ausentes hay. Piénsese, sin más, en las miles de personas que ganaron las calles y plazas -sin estar afiliadas al PJ o siquiera encuadradas en alguna otra organización política o social- cuando los tres jueces de la Corte dictaminaron la prisión para Cristina. Es posible, cómo no, que muchas de ellas no hayan ido a votar, pero vieron en la presencia multitudinaria un imperativo de la hora que el llamado electoral no logró concitar. Por el contrario, la reciente experiencia electoral rosarina, aun teniendo como contrapeso el ausentismo de una parte considerable del padrón habilitado, puso de relieve que la originalidad del frente encabezado por Juan Monteverde y su partido, Ciudad Futura, renovaba la esperanza hasta convertirla en derrota del mileísmo y sus aliados.
Es imprescindible subrayarlo y repetirlo. Existe en esta realidad una reserva moral e ideológica que no ha podido ser alcanzada por la ofensiva neocolonial: es la que anida en todos aquellos sectores sociales que, puestos a prueba y sin una conducción orgánica que los unifique, no consienten que les arranquen la Patria ni que los sometan a la más brutal explotación sin antes librar una lucha sin cuartel contra sus enemigos declarados.
La posibilidad de renovar la política y de situarla, en la conciencia ciudadana, como la palanca confiable de todos los cambios, estriba en que en aquel fermento moral e ideológico en el que se constituye hoy la resistencia, nazca un verdadero proyecto de poder popular que acometa las tareas de la liberación nacional y la justicia social que tan bien enunciara John William Cooke.
Leila Guerriero, en su tremendo texto “Teoría de la gravedad” -una colección de artículos publicados en el diario El País que va por su novena reimpresión en Argentina- dice en el que lleva por título Cuidados: “¿Dónde está aquel sueño imposible, tan enloquecido? ¿A qué pila de escombros hay que ir a buscar? Cada vez que veo en las caras la prudencia, la resignación, el miedo, me digo: cuidado… Me miro la sangre y los tendones. Me entreno para estar despierta. Dicen: ‘Les sucede a todos: el tiempo pasa’. Me dirán loca. Yo siempre estaré buscando, bajo los adoquines, la arena de la playa”.
7 de julio de 2025.
*Sociólogo. Secretario de Enlace Territorial de la CTA de los Trabajadores.