Claudio Véliz sostiene en esta nota que el espesor del daño infligido por el gobierno mileísta al tejido social es de profundas dimensiones, hecho que exige una tarea que no solo requiere respuestas al daño, sino que también necesita del compromiso activo para una praxis transformadora.
Por Claudio Véliz*
(para La Tecl@ Eñe)
Posee tales dimensiones el daño que venimos sufriendo la gran mayoría de los argentinos, desde diciembre de 2023, que pretender dar cuenta de tamaño despropósito, en estas breves parrafadas, resulta, como mínimo, irresponsable. No obstante, permítanme enumerar/denunciar algunas pocas prácticas, decisiones, discursos y gestualidades, para comenzar a aproximarnos a esta catástrofe anunciada y producida. Luego de un proceso electoral democrático y transparente, se alzó con el poder una horda de patéticos odiadores prometiendo, con una retórica estridente y desaforada: destrucción, sacrificio, venganza y aniquilación. Aplicaron el ajuste más severo y ortodoxo de toda nuestra historia sobre los bolsillos de jubilados, pensionados, docentes, empleados públicos y científicos; pero también sobre el presupuesto de las universidades, los institutos de investigación, la obra pública, las cajas provinciales y municipales, y todos los organismos dedicados a la protección, el cuidado y la atención de los más vulnerables.
Les quitaron los medicamentos a los viejos, las prestaciones a los enfermos terminales y las pensiones a las personas con capacidades reducidas. Privaron de alimentos a los comedores y merenderos populares, reprimieron todas las protestas sociales y desfinanciaron todos los programas de ayuda a las minorías, las mujeres violentadas, las diversidades estigmatizadas, los estudiantes y los pacientes oncológicos. Decididamente, aplastan los salarios, desconocen las paritarias, reducen los aranceles habilitando un festival de importaciones que destruye la industria nacional. Nos endeudan hasta niveles escandalosos y promueven la bicicleta financiera incluso desde la TV pública. Cada miércoles, les pegan y gasean a los jubilados que protestan, pero también a los niños, familiares y amigos que suelen acompañarlos. Organizan visitas a los milicos, los mudan a refugios de lujo, reivindican el genocidio, amenazan de muerte a los familiares de desaparecidos, desmantelan y/o cierran los espacios de memoria.
Estimulan un odio desmedido hacia los periodistas críticos, los militantes y todos aquellos que no interpretan adecuadamente sus planes criminales. Admiran explícitamente a Margaret Thatcher, reniegan de cualquier reclamo soberano, alaban el expansionismo norteamericano, ensayan gestos de genuflexión hacia cualquier proyecto de apropiación de nuestro suelo y de sus recursos naturales. Aman la servidumbre, niegan el cambio climático, los planes de vacunación y hasta la redondez de la tierra. Consideran héroes a los grandes empresarios, a los evasores y fugadores. Incitan deliberadamente a la timba mientras estafan, a cielo abierto, a los ingenuos apostadores. Avasallan nuestros derechos humanos, sociales y laborales. Malversan los fondos públicos, viajan recurrentemente por el mundo con el único objetivo de recibir algún premio por parte de alguna fundación de derecha extrema. Amenazan a los zurdos, justifican los saludos nazis, abrazan el genocidio de Gaza, se arrodillan ante los amos del mundo.
Mienten deliberadamente, difunden noticias falsas, difaman, gritan, odian, destilan veneno, amenazan, vomitan racismo y segregación, habilitan la compra de armas y el lavado de dinero. Exhiben, una y otra vez, su obsesión por sepultar al kirchnerismo, por extirpar ese virus maligno. Convierten a la crueldad en una panacea, gozan de las desgracias ajenas, las incitan, las promueven, las producen, las administran. Si algo pone en evidencia el presente panorama es el hecho de que resulta tan absurdo como erróneo intentar divorciar las formas de los contenidos (el deporte preferido de los cobardes y los “amigables”). Solo mediante las formas más violentas y autoritarias es posible anunciar y poner en práctica los contenidos del saqueo empobrecedor. Las formas hablan por y a través de los contenidos, los con-tienen, los explicitan, los constituyen, los configuran.
Aunque no nos hemos privado de criticar y valorar (después de todo, de eso se trata), no hicimos más que ensayar una enumeración apresurada de acontecimientos y prácticas gubernamentales que, por otra parte, suelen ser encendidamente reivindicadas por sus perpetradores. Son ellos quienes validan, orgullosos, todas y cada una de las anteriores apreciaciones. Aunque no podamos dejar de sorprendernos por tales grados de agresividad destructiva, lo que verdaderamente nos preocupa es el escenario de complicidad, frustración y resignación (e incluso, de algarabía y beneplácito) que subyace a esta trama disparatada, la celebra, la sostiene, la consolida.
Creemos tener algunas (pocas) explicaciones para tales arquitecturas sociales, para tales mecanismos psíquicos, para tales urdimbres tejidas por los dispositivos de la cultura y los aparatos ideológicos del mercado; respuestas que apenas logramos balbucear, temerosos y obnubilados por un vendaval furibundo de hostilidad inusitada. Por ahora (y solo por ahora), más que recurrir a la prisa torpe exigidos por la urgencia, preferimos formularnos los interrogantes indispensables para comenzar a elaborar, de un modo siempre colectivo, siempre compartido (al igual que todos nuestros saberes) el relato a la vez crítico y utópico capaz de trascender las ruinas en que nos hallamos sumidos.
¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí, al cabo de cuarenta años de democracia?, ¿qué ha ocurrido con aquellas memorias testarudas, con los legados simbólicos, con los lenguajes plebeyos que han constituido nuestra abigarrada fortaleza?, ¿habrán tenido que ver con esto algunos de nuestros tantos errores o se debe, en cambio, a los muchos aciertos que supimos enarbolar?, ¿contra qué estandartes reaccionan los fanáticos odiadores?, ¿cuáles son los baluartes que se proponen destruir?, ¿por qué conciben a su cruzada como una “batalla cultural?, ¿por qué eligen como su blanco predilecto a la justicia social, las conquistas colectivas, los emblemas de la institucionalidad democrática, los derechos laborales, las organizaciones populares, los relatos patrióticos, populares, soberanos…?, ¿qué malestares sociales se traducen en gratificación vengativa contra los más débiles, qué mecanismos psíquicos la habilitan, qué dispositivos ideológicos la consolidan, qué tecnologías la facilitan?, ¿cómo quebrar esta malla neofascista para volver a generar consensos y adhesiones mediante propuestas inclusivas, participativas, justicieras, reparadoras?, ¿con quiénes necesitamos contar?, ¿a quiénes deberíamos interpelar/abrazar?, ¿qué voces vale la pena escuchar con especial atención?, ¿con qué lenguajes podríamos comunicarnos, con cuáles herramientas, en virtud de cuáles presupuestos?
Comenzamos esta nota hablando del espesor del daño infligido por esta turba fascista al tejido social y culminamos insinuando la inconmensurable extensión de nuestra tarea. Una labor que no solo exige respuestas para cada una de las precedentes incógnitas, sino que también requiere, al mismo tiempo, el compromiso activo para una praxis transformadora. Solo nos resta por decir: “manos a la obra”, antes de que sea demasiado tarde.
Avellaneda, 27 de mayo de 2025.
* Sociólogo, docente e investigador (UNDAV-UBA); director general de Cultura y Extensión Universitaria (UTN). [email protected]
1 Comment
Una nota con muchas preguntas sin respuesta, lo que delata el altísimo nivel de incertidumbre y estupor que conmueve aún a intelectuales como Veliz, con sus variadas herramientas para el análisis. Necesitamos construir urgente una voz y un camino.