Luis Bruschtein sostiene que el hecho de que los operadores periodísticos y el gobierno nacional hayan elegido denostar la serie El Eternauta y a su creador, Héctor Oesterheld, resulta un gran homenaje a uno de los hombres más tranquilos, más cálidos y talentosos como fue Oesterheld, un superhéroe de la vida real, enemigo de la supervillana estupidez humana.
Por Luis Bruschtein*
(para La Tecl@ Eñe)
Que Cristina Pérez convoque a cerrar los ojos para no ver El Eternauta, la serie de Netflix, que es la más vista en el mundo en este momento, o que hagan circular una fake news en la que Eduardo Feinmann habla del falso nenito que habría asesinado una de las hijas de Héctor Oesterheld, o que críticas paspadas alcen la voz por la supuesta desnaturalización de la historieta original, o que Luis Majul exhorte al gobierno para que impida la “brutal” utilización política de la serie, o que se desgarren las vestiduras porque la produjo una multinacional, o que Fantino la tache porque es “¡woke!”, o que el mismo presidente repostee un meme como si fuera cierto, resulta un gran homenaje a uno de los hombres más tranquilos, más cálidos y talentosos como fue “El Viejo” Oesterheld, un superhéroe de la vida real, enemigo de la supervillana estupidez humana.
Compartí con Oesterheld un grupo de militancia gremial del Bloque Peronista de Prensa en los años ’70. Las reuniones se hacían en el departamento que alquilaba en La Boca y, de los que recuerdo, además de Oesterheld, en ese grupo estaba mi compañera de ese entonces, Ana Villa, Mempo Giardinelli, Jarito Walker, que había sido secretario de redacción de la revista Gente y jefe de redacción de Nuevo Hombre, y que en ese momento estaba en El Descamisado. También participaba el “Yaya” Azcone, un gran periodista de la sección de Economía de La Opinión. De los seis que nombré, Oesterheld, Jarito y el Yaya son detenidos-desaparecidos por la dictadura y los otros tres partimos al exilio.
Asistí a unas pocas reuniones porque me habían asignado una tarea en el local central de la Juventud Trabajadora Peronista y no me dejaba más tiempo. Muchas veces, cuando llegaba a mi casa, los demás se estaban yendo, pero el Viejo se quedaba a comer, se metía en la cocina para charlar entre platos y sartenes.
El responsable del grupo era Jarito, cada quien opinaba o discutía, pero Oesterheld intervenía poco. Le gustaba más hablar en la cocina, donde la política se mezclaba con los gustos de la comida y los temas afectivos, el trabajo y el fútbol. Por la diferencia de edad y por esa actitud cálida y relajada, el Viejo se hacía querer.
Desde los años ’50, la historieta era el género más popular de pibes y adolescentes. La televisión ofrecía poco y la radio algo más. Pero la historieta era pura imaginación y aventura. Sin embargo, se la consideraba un género menor muy por debajo de la literatura. Oesterheld era un gran contador de historias, lo llevaba en la sangre, una especie de Jack London local.
Sus personajes eran apasionantes, desde el corresponsal de guerra Ernie Pike, que no odiaba a los japoneses y sus soldados que amaban la paz, hasta el Sargento Kirk, que era amigo de los sioux y los apaches, cuando en el imaginario mediático cultural de la época no había nada más odiado que los japoneses de la Segunda Guerra Mundial y los indios del Farwest.
El Eternauta fue un hito en esa producción prolífica. No sólo contaba una historia fabulosa de ciencia ficción, sino que además era contemporánea, no futurista, y la ubicaba en Buenos Aires. El mensaje, sencillo y evidente: nadie se salva solo.
El boom de la literatura latinoamericana estaba en su apogeo. Podría haber buscado un lugar en ese espacio con muchas posibilidades de ocuparlo. Pero era muy consciente de la popularidad de la historieta. Lo sabía por la circulación de las revistas donde publicaba.
Le interesaba la difusión. Era un contador de historias y creía en la inteligencia de sus lectores, en la capacidad de reflexionar sobre la vida. No sé si fue en broma, pero alguien escribió en las redes que, si quería ser bien argentino, en los festejos de grupo en la serie, tenía que haber alguien que gritara “¡Viva Perón, carajo!”. Si hubiera sido panfletario o, en contrapartida, un conformista mediocre o un oportunista del poder, como muchos comunicadores, no hubiera trascendido.
No era así. Pero sí hizo historietas sobre los próceres de la Revolución de Mayo y las montoneras criollas en la revista El Descamisado. Y una tira diaria de ciencia ficción, Los Antartes, que se publicaba en el diario Noticias. Se trataba de una historia sobre la resistencia a invasores alienígenas y el guion se mezclaba con el proceso político de la época.
El pase de la historieta a una serie implica un cambio del lenguaje. Nunca será igual, y por eso es tan difícil. Pero el director Bruno Stagnaro captó las facetas más importantes. No la hizo en el momento en que fue escrita, sino en la actualidad. Se filmó en Buenos Aires, con actores argentinos y con parlamentos y modismos locales, con lo cual respetó el apotegma tolstoiano de pinta a tu aldea y pintarás el mundo.
Cuando se publicó a fines de los ’50 del siglo pasado, no provocó el revuelo que suscitó ahora la serie. Los periodistas del oficialismo reaccionaron como si Juan Salvo fuera Néstor Kirchner y ellos, los Ellos invasores.
La tragedia de ese hombre entrañable y talentoso siempre me pareció uno de los hechos más dolorosos de la dictadura. Estaba en México cuando me enteré que lo habían secuestrado al igual que a sus hijas y yernos. Imaginé la demolición de un hombre tan bueno.
Y surgieron algunos mitos sobre su encierro. Uno decía que el jefe del campo de concentración lo admiraba y trataba de darle una ocupación para evitar su traslado. Decían que le ofreció hacer historietas para los soldados sobre “la lucha antisubversiva”. “Mire Oesterheld que fuera de aquí lo van a matar”. Decían que se negó y que lo mataron. Otros decían que sus guardianes lo torturaban contándole cómo habían masacrado a sus hijas o cómo las habían tirado al mar.
Por eso me alegré cuando vi la serie en la tele y por Netflix para que la vieran millones de personas en todo el mundo. Y que millones de personas hablaran de Oesterheld y su tragedia en la dictadura. Y me alegré porque además está bien hecha. Y me alegré cuando las cacatúas oficialistas empezaron a cacarear, “no la miren”, “impidan la brutal utilización política”, “es woke”, o “¡las hijas eran asesinas!”
No les preocupa el cartel de Nadie se salva solo o el grito de Juntos podemos resistir y no sé si les preocupa que se difunda la tragedia de la familia Oesterheld. Pero es evidente que les preocupa que se difundan las dos cosas juntas, que es donde se produce el salto del tiempo: aquellos querían lo mismo que éstos, la dictadura y Milei. Pero cuanto más patalean, más quedan en evidencia. Extraordinario.
Me alegra que esos mediocres consideren que Oesterheld está de vuelta entre nosotros y que es su principal enemigo en la batalla cultural de los berretas. Me gustaría que lo pudiera ver desde algún lado. Le pagaría a Majul o a Feinmann para que den grititos y que el Viejo los vea y los escuche. Pagaría por recuperarle esa sonrisa de hombre bueno con que lo recuerdo.
Buenos Aires, 8 de mayo de 2025.
*Periodista.