A fuerza de admisión social el show del freak actual ha llegado a ocupar nada menos que el aparato de Estado y su poderosa máquina represiva.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
El show del freak, en la televisión argentina, tuvo algunos de sus puntos más altos (más altos también significa más bajos) en los programas de Chiche Gelblung, en los programas de Anabella Ascar. Desfile de rarezas, de estrambóticos, de delirantes, nunca quedaba del todo claro de qué lado caía la famosa distinción, de tenor ético, entre reírse con o reírse de (o sí: era claramente reírse de). En los programas de Roberto Galán, ya fuera porque querían cantar, ya fuera porque querían casarse, aparecían cada tanto personajes de esta índole, medio penosos, medio risibles, que ofrecían por un rato el espectáculo más bien patético de su peculiaridad circense, para retirarse al cabo irremediablemente unidos a la desafinación o a la soltería. A veces eran locos lindos, pero incluso en los locos lindos, aunque lo fueran, alcanzaba a percibirse un resto más bien sombrío que recordaba que en la locura existe siempre un componente terrible (pocos episodios tan tremendamente tristes, en la historia de la literatura, como ese en el que Don Quijote, en ese libro tan de diversión por otra parte, se da cuenta de que está loco y se dedica a reflexionar al respecto).
No sé si en los Sábados Circulares de Pipo Mancera hubo algún aporte en este género, pero en los sábados de larga duración del Beto Badía la variante se resolvía en parodia: la gran sección del Profesor Lambetain, profiriendo desquiciado cualquier cosa, transcurría netamente en esa clave, y sus intervenciones daban más risa en el contexto en el que se insertaban: el de distintos columnistas que, antes o después, en ese mismo programa, hablaban razonablemente de cosas de las que sabían mucho. La parodia de Lambetain resaltaba por eso mismo, y a nadie se le iba a ocurrir tomar en serio los disparates que decía. Los decía para que nos riéramos, no para que los tomáramos en serio. Y eso hacíamos: nos reíamos.
Me pregunto cuándo fue que en la televisión argentina (en su formato tradicional o en alguno de los formatos nuevos) se produjo ese viraje hoy tan patente: el show del freak se acrecentó, pero cambiando decisivamente de tenor. Sin dejar de prestarse a risa, estos personajes estrafalarios empezaron a ser tomados en serio, y a sus devaneos funambulescos se los empezó a atender como si tuvieran alguna consistencia. Es como si, en aquel programa de Badía, la columna de política, en vez de hacerla Pepe Eliaschev, la hubiese hecho Lambetain; y la de cine, en vez de hacerla Alan Pauls, la hubiese hecho Lambetain; y la de cultura, en vez de hacerla Telerman, la hubiese hecho Lambetain. Pero ya no como parodia, sino de veras. La primera vez como farsa, la segunda como tragedia (como tragedia cultural).
En la televisión argentina actual, la sección del show del freak (que a menudo ya es más que una sección) se destina por ejemplo a explicar qué es el comunismo, o a enseñar economía, o a desbrozar la historia política argentina reciente, o a expedirse sobre libros sin leerlos; la deriva sin sentido desplazó en la consideración general el lugar de aquellos que, sin ser dueños de la verdad, porque nadie lo es, ni encaramarse en ningún pedestal, porque no se trata de eso, simplemente tienen idea de aquello de lo que están hablando, pueden darle un fundamento, abrirlo a una eventual discusión. A esos se los suele invitar a bajarse del pony, aunque no se trate de un pony ni tampoco se hayan subido, o se les pregunta con aspereza quiénes se creen que son, suponiendo que se creen algo y no que son meramente. Ese recelo, hoy por hoy bastante extendido, creo que explica, al menos en parte, el éxito creciente del show del freak, el hecho de que haya traspasado a lugares donde antes no tenía cabida, el hecho de que se presuma que en esos desatinos chirriantes hay algo que merece ser considerado de veras.
A fuerza de admisión social, ha llegado a ocupar incluso nada menos que el aparato de Estado y su poderosa máquina represiva, que es real y también virtual, y que opera infatigablemente.
Buenos Aires, 11 de diciembre de 2024.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.