El miércoles 9 de octubre María Moreno fue reconocida como Personalidad destacada de la cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. María Pía López comparte con las y los lectores de La Tecl@ Eñe el texto que leyó durante el homenaje realizado en la Legislatura.
Por María Pía López*
Mas porteña que María, no se consigue. Ella, la que habitó el banco de plaza y la que le cantó al Once desde sus míticas borracheras. La que escribió mi cuna fue un conventillo y mi madre una química higienista. La que recorrió bares y presentaciones, siempre con ese desdén sobre la fama que enmascaraba en fobia. María, esta porteña, amasó su lengua en Buenos Aires. Una lengua que encuentra en el cotilleo maledicente su ritmo y en el derroche barroco de la asociación libre su desmesura. Una lengua un poco trava, un poco marica, un poco loca, siempre con el brillo inesperado, menos de un neologismo que de algún anacronismo que viene a incrustarse como joya rara en su manto de pedrerías. María es ensayista del modo más intenso: buscando en las palabras un resbalón hacia el inconsciente. No es el ensayo controlado de una autora, sino el sincopado acompañamiento de un sujeto que se rinde ante la fuerza de la lengua. Lo digo mal, se rinde un poco, luego retoma las riendas, porque es en el instante de ese movimiento y no en el desbarranco o la caída que percibimos lo que aparece. Es en el resbalón del lenguaje y no en la caída del sinsentido.
María es cronista y editora. Fundó revistas, fatigó redacciones. Si en la calle Corrientes hizo la Gandhi, hoy en La Plata edita Dardo. Nombres y lugares, porque sin ser sartreana, lo suyo es la situación. Imaginó en Alfonsina la contracara feminista del Alfonsín que gobernaba, y en el mismo movimiento, homenajeó a la poeta que se arrojó al mar. Hizo rendir bien a un solo nombre, cuya potencia provenía de anudar una cosa y la otra: enlazaba, digo, una intervención en la coyuntura política y un decir feminista que no se privaba de genealogía. Toda su obra y su quehacer juegan con ese hacer rendir a las cosas. Nada tiene un único sentido. Pliegue y despliegue, cara y cruz, frente y dorso, porque la lengua es equívoca y en el malentendido de sus significados es posible hacer literatura. Y también política. María se cartonea y lo declara, pone a la vista trozos y suturas, y pienso que es porque sabe que en el fondo no hay escritura que no sea un patchwork, una colección de retazos, que un bricoleur salvaje no deja de componer para que tengan una nueva vida.
La estoy cartoneando un poco yo, porque en una de sus crónicas formidables, sobre la restitución del cráneo de Mariano Rosas a una comunidad ranquel, después de años de ofensiva exposición en el Museo de Ciencias naturales de La Plata, en esa crónica llena de volutas, de desvíos, de senderos que se bifurcan, de ponchos que se apolillan, de vergüenzas que se heredan y desigualdades que persisten, en esa crónica María dice que toda identidad es un patchwork, compuesta de elementos que se traen de distintas culturas y épocas, y que la pureza sólo se aloja en una casa ilusoria. Si la identidad es collage, retazo, revivir los restos y desechos, no hay política de la identidad que no sea un poco engañosa, tretas de esencialismo estratégico para dar algunas disputas. María es astuta, como buena porteña del Once: sabe que a veces hay que traficar con mercadería de falsa marca y otras decir la catadura verdadera de las cosas. Todo en el regateo sostenido para conseguir una libertad más y una vergüenza menos. En general, escribe dando cuenta de una y otra táctica -enmascarar y declarar-, de uno y otro decir, pero los presenta al modo de una coexistencia que requiere una lectura menos literal que entre líneas.
Barroca, también por eso, nuestra reina del Once. Porque es barroca en el derroche suntuoso de la asociación y en el encandilamiento por el significante; pero también barroca porque concibe la escritura como el juego entre planos contrapuestos, que se dejan ver al trasluz, como negociación infinita entre lo visible y lo invisible. María, la de hoy, dice que escribe con un dedo y con una recienvenida lentitud, que le impediría el fluir jocoso por una idea que lleva a otra idea y una imagen que se trae otra bajo el brazo y una palabra que resuena en una muchedumbre de posibles. Que su escritura, entonces, se alivia de desvíos para presentar la trama del argumento. Y puede ser, pero no se despoja del otro modo del barroco, esa comprensión de los pliegues, que hace latir sus textos. No abandona lo que el barroco tiene de gusto por la clandestinidad: presentar algo como si fuera desnuda exposición para ocultar lo más importante entre los pliegues del cuerpo (del texto).
Lo suyo no es la jarra loca sino el loco arrojo. La que imaginó el bullicio lésbico y nómade en El affaire Skeffington; la que regó de autobiografía alcohólica el poderoso ensayo Blackout; la que amplió el horizonte de las discusiones políticas sobre las insurgencias de los setenta; la que hoy escribe e investiga sobre qué es un cuerpo con prótesis, con movilidades recortadas, con imaginaciones ampliadas. Nada es objeto de pudibundo retiro, porque la vergüenza no es coartada para esquivar el deseo de escritura. La Moreno nos dará la literatura del ser disca, como antes nos dio otras, a la vez que anda tentando la nobleza del dispositivo rodante, enorgullecida de un linaje en el que no se considera menoscabo decir lo que nos pasa. Ella siempre escribió sobre el cuerpo o, mejor dicho, sin que la escritura negara el cuerpo, y ahora es una escritura que se trama entre cuidados y composiciones. Nunca estamos soles cuando escribimos, porque, aunque algo resuene en monólogo no dejamos de dialogar con las muchas voces que nos rodean o nos llegan del pasado o nos visitan entre sueños. ¿Qué voces estarán en la nueva escritura de María, en ese libro que esperamos? ¿Qué trama viva estará bullendo en la nueva compostura?
No dejamos de esperar ese libro, mientras ella va recopilando homenajes. Hace poco le dieron un falso brillante –o más bien el brillo estaba solo en el plano del lenguaje- y ahora le andamos dedicando un reconocimiento a personalidad de la cultura. Todo se me hace poco. O más bien, todo se me vuelve excusa para poner en juego palabras de la admiración que le tenemos. Hace algunos años, la nombramos reina del Once, hoy extendemos el reinado y más que reconocerla personalidad destacada, preferimos considerarla jefa de la ciudad resistente. Entre las catacumbas y las plazas se despliega otra ciudad, diferente y opuesta a la que diseña la derecha que la gobierna y también a la que sueña el anarco capitalista que preside el país. Esta ciudad, la CABA, es cada vez más un sitio policial -andar por Once estos días, da pavor, porque allí donde bullía el caleidoscopio de las migraciones y la tentación de la baratija o el duplicado, ahora se suceden carros y uniformes, militarizado el pobre barrio mío, vuelto azul y no de cielo-, esta ciudad digo, que se quiere ordenada, pero a la vez que no cesa de mostrar las llagas de una economía devastada y la serie sufriente de los cuerpos a la intemperie.
Pero toda ciudad, como supo narrar Italo Calvino o Marco Polo, aloja otras, menos visibles, soterradas. A la vera de la gentrificada siguen las ranchadas, y en los intersticios de la circulación mercantil, otras formas de comunidad. Y frente al protocolo de la seguridad represiva, esas insurgencias de jubiladxs cada miércoles o las profusas movilizaciones universitarias. La ciudad tiembla, también, en ese deseo de que otra cosa ocurra. Una rebelión quizás. Una conmoción de hartazgo compartido. Queremos ser su volcán, claro. El estrépito mostri de un no rotundo. María, la insomne, la nocturna, la insistente, es una suerte de jefa espiritual de esa otra ciudad de las catacumbas. Porque esa ciudad es poética, borrachina, amasada en bares y fiestas, en bailongos oscuros y temblores electrónicos, en asambleas y rondas, en una prolífica y heteróclita vida cultural. Porque esa ciudad es de las existencias que no cuadran en la solitaria autosuficiencia ni en la comodidad del mercado. Porque esa ciudad es de quienes se la pasan golpeando las paredes con los nudillos para ver dónde empieza la resquebrajadura, para que el edificio social de la opresión finalmente se derrumbe. Porque esa ciudad es la de las resistencias feministas, que María cultivó en cada una de sus formas más rebeldes, las hizo militancia, escritura, exposición, imaginación, complicidad. Ella tiene un espíritu genealogista y una atención vanguardista. Esa ciudad, entonces, la de las conspiraciones militantes, la de la confabulación de loques, la de las performances de protesta, la de las vidas dañadas, la de quienes sueñan un temblor o unas nuevas fogatas, la tiene como jefa. Nuestra jefa de desgobierno, reina del cardumen de las amistades políticas.
En un libro, Moreno cuenta una escena en el Tigre: entre mosquitos, camina hacia la casa de su amigo Gumier Maier. Lo cuenta así:
“¿Dónde están mis compañeros?, decía mientras marchaba y, después, lloraba más fuerte”. “¿Dónde están mis compañeros? La frase me era opaca. Se me escapaba. El alcohol no podía explicarla. ¿Se refería a esos entre quienes no realicé nada? ¿O esos otros de cuya reciprocidad también dudo?”
La frase le era opaca, dice. Pero en esa opacidad se cifra una búsqueda. Compañeros, los que murieron en la insurgencia. Compañeras, las que siempre se espera. Compañeres, les que parecen venir de otro tiempo. Ese estribillo repetido, esa pregunta al aire que va ritmando sus pasos en una tarde a la orilla del río, quizás es la que debamos dejar hoy en el aire: ¿dónde estamos compañeres?, ¿dónde, en que rincón nos encontraremos, para ser volcán, furia, fundación, deseo?, ¿en qué memorias y promesas nos reconoceremos? Por lo pronto, en esta alegría compartida, la de este día, la de una reunión con y por María.
*Intervención de María Pía López leída durante el homenaje que se le realizó a María Moreno en la Legislatura de Buenos Aires, en el que participaron Daniel Santoro, Adriana Carrasco y Juan Laxagueborde.
5 Comments
Brillante!!!
Hermosa María. Gracias por seguir iluminando!!!
Hermoso y conmovedor homenaje!!!
Sí, el significante se filtra en la otra ciudad. La que no se ordena. Aplauso al texto de M P Lopez y solidaridad con M Moreno
preciosísimo texto, cálido y brillante , dos genias oncéanicas !