El teatro parlamentario es una actuación para el espacio público, los medios y las redes. La escena es la de la coreo de la crueldad. Hay que volver a fundar, contra la coreo, un modo de la política que suponga una ética y una idea de verdad.
Por María Pía López*
(para La Tecl@ Eñe)
¡Todos al frente! Hora de votar un proyecto de mejora pequeñita para las jubilaciones. Danzan, del bracete, mientras dan discursos encendidos. Nadie quiere quedarse atrás, son cuantiosos los votos de lxs mayores. Ah, ¡no sabían, cultores de la ilusión, que podían ser calificados de degenerados fiscales! Menos aún, que un proyecto de ley escrito por radicales era sólo una mascarada del (pródigo en teatralidades) kirchnerismo. Tuvo que venir el presidente, lapicera en mano y veto fácil, a corregir la situación. Con otra coreografía, salen a escena de nuevo lxs diputadxs: están los arrepentidos -de sus bolsillos saltarines cuelgan títulos y cargos, pero se supone que, en otros bolsicones, más secretos, llevan algo de mayor cuantía-; están los que deciden abstenerse en una pirueta un poco menos obscena y quizás menos remunerada. En alguna otra votación, como premio alguien se llevó una rotonda para las afueras de su ciudad. El bien público tiene caminos insondables y circunvalaciones inéditas. ¡Qué escena nos han puesto ante los ojos! Un pase de comedia que no se exime de picaresca, pero tampoco de una cierta obviedad en el guion: ¡ya conocíamos el teatro de la Banelco, la compra y venta de voluntades! Ahora le agregan unos carguitos medio de tercera línea, pero remunerados que da calambre.
Nada mejor le podía salir al gobierno, que llegó denunciando la inopia y corruptela de lxs parlamentarixs, para regarlas con el mejor de los financiamientos. Los sueldazos se cuentan por millones, el negado a jubiladxs rondaba un aumento de quince mil pesos. La obra tiene un interlineado: cuando vociferan ¡no hay plata!, es para ocultar que lo que importa no es la plata. No, no, no: estrategia del avestruz. Porque con cada carguito entregado a un parlamentario de la -rebautizada- Unión Cínica Radical, en esta semana se cubren muchas jubilaciones. Es otro: la alianza de una política eugenésica que convierte a parte de la población en desecho -porque al ajuste previsional hay que agregar la restricción de la cobertura de medicamentos por parte de PAMI- con la gestación de un clima contrario a la universalización del derecho jubilatorio. Mientras la coreo se desarrolla en su ignominia, me asomo a la red que se compró Elon Musk para hacer política a nivel mundial: arrecian los posteos sobre las ventajas de privatizar los aportes jubilatorios, para no cobrar dos migajas en la edad postrera. Ajá, negocio por acá, negocio por allá. Esto tuvo varios episodios, incluso el feroz castigo contra quien fuera el ministro de economía que impulsó el fin de las AFJP, pero ahora retornan haciendo publicidad con las imágenes y relatos del hambre de lxs jubiladxs. Publicística del shock: que la miseria que el gobierno impulsa, sea herramienta disciplinadora para la sociedad entera.
La coreo fue estrenada en la discusión de la llamada ley bases. Asistimos a movimientos de tachadura: ¡vamos a votar si se saca de la lista tal o cual organismo!, mientras se aprobaban los artículos que le permiten al gobierno vaciar y destruir cada una de esas instituciones listadas. ¡Pero qué orondxs estaban con esos logros! ¡Qué aliviadxs! Poder votar negociando, para que no arrasen con todo. ¿Ingenuidad de nuestrxs actores y actrices parlamentarixs? ¿O mala fe? Digo, ese doblez que un filósofo señalaba en la acción: actuar como si, creyendo un poco en lo que se hace, pero también dejando abierta otra interpretación. En esa ocasión la trama era más compleja o se privó, por lo menos, de estas inversiones abruptas, de estos saltos que sólo una penosa imaginación pecuniaria logra explicar.
Allí supimos algo que ahora ratificamos: el teatro parlamentario es una actuación para el espacio público, los medios y las redes. Cuando se va a votar o se vota adentro del recinto, la escena se continúa en la calle: las grandes organizaciones encolumnadas salen de la escena y las fuerzas de seguridad se convierten en protagonistas. Hartas de esperar, todo el día ahí. ¡Quieren su momento de gloria, transformar la comedia en épica o por lo menos en tragedia! Con sus motos, sus gases, sus escudos, sus palos, en busca de cabezas de jubiladxs que hacer sonar o incluso de niñxs a quienes lastimar. A veces parecen salirse del guion y cultivar el exceso porque sustancias diversas y una pulsión de visibilidad los mueven. Pero la mayoría son verdaderos profesionales del show: hay que verlos en fila, ordenados, avanzar.
Y ahí el tema es evitar el protagónico: que no te agarren de los pelos, que no te atropellen, que no te golpeen. No ser sustraída de la masa ciudadana y protestona para ser arrojada a la inmortalidad de la imagen filmada o fotografiada. Lejos de esconderse para dañar, lejos de producir un dispositivo de invisibilidad, el poder teatral – ¡la coreo! – funciona exhibiendo su costado más cruel. El show de la crueldad legitima, ampara, consigue likes, se replica, aumenta el embrutecimiento social, instala la violencia en la lengua. No sabemos qué hacer ante eso, porque el pensamiento crítico -oh, ¿qué lugar tendría en este guion desquiciante?- es experticia en tratar lo velado, en mostrar lo encubierto. ¿Qué hacer cuando todo se exhibe, se publicita lo ominoso? ¿Qué contrapunto hay entre la circulación de las imágenes de represión como denuncia y su distribución como apología de la crueldad gubernamental? La misma imagen, ¿dice cosas distintas, permite anidar la contradicción?
La coreo nos está desquiciando un poco, porque así como los actores aparecen sosteniendo posiciones contrarias en cada escena, otrxs bastardean el uso de la lengua y la hacen chapalear en imágenes feroces, y la idea de objetividad y verdad son acorraladas por las frases vueltas consignas y banderas de “es lo que yo creo”, “a mí me parece”. Estamos en problemas, claro. Porque hay que reponer o volver a fundar, contra la coreo, un modo de la política que suponga una ética y una idea de verdad. Sin eso, estamos fritas y descuajeringados. También porque es tan fuerte la maquinaria puesta en juego, que nuestros modos sabidos de movilizar, protestar y manifestar están al borde de ser capturados como parte de la escena: entonces a la coreo interior del parlamento -con sus trastadas y negocios-, al show previsto desde la crueldad, se le podrían sumar nuestros movimientos en el exterior. No ocurre, aún, porque está el nervio político, el modo en que movilizamos impulsadxs por lo intolerable de la injusticia, por la decisión de no dejar solxs a quienes salen, por la memoria de un común que se trama en esas resistencias; pero la amenaza existe. Pende ahí: la de convertirnos en una multitud que sigue los ritmos de un parlamento que es vaciado y declarado inocuo, convertido en maloliente show, a disposición de la billetera gubernamental. Y que va y se retira, mientras lxs más osadxs o más lentxs quedan a merced del protagónico cruento.
No todo el parlamento es la coreo y hay bloques que están haciendo el esfuerzo de sostener una oposición digna. Intuyo que hay que liberarlos a ellxs también de participar de modo secundario en esa escena y que para ello el ritmo no debiera ser puesto por lo que ocurre adentro, sino por una composición de fuerzas exterior, para que la impotencia que producen las más penosas negociaciones no inficione la necesaria rebeldía popular. Si no, a cada derrota se le suma otra, al desánimo se lo profundiza, y las imágenes de la crueldad van cumpliendo no solo el destino de denuncia, sino también el de provocar el miedo a salir. Dejo de escribir, para ver qué coreo están haciendo hoy, los habitués de la transfugueada, con el presupuesto universitario.
Buenos Aires, 12 de septiembre de 2024.
*Socióloga, ensayista, investigadora y docente.
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Extraordinario texto, cuando perdimos a Horacio González, cuando se nos fue el querido José Pablo Feimann, quedamos un poco huérfanos, por suerte existen plumas como la de María Pía López.