La Palestinofobia y la geopolítica del odio ha permitido que Israel se arrogue la autoridad moral de víctima.
Por José Luis Lanao*
(para La Tecl@ Eñe)
El horror camina con nosotros. Es un animal áspero, afilado. No descubre palabras, sino lágrimas. Hay algo excesivo que deforma la áspera desnudez de los muros, la concavidad oscura en la que se pierde la mirada, lejos de la belleza nítida de las cosas reales, de la excepcionalidad de lo común, de la plenitud de los sentidos. El presente pesa y se desfigura, como árboles desnudos castigados por el viento. Es inevitable no pensar en la enorme asimetría entre nuestra colosal capacidad de desarrollo, el potencial de nuestra inteligencia y el primitivismo de nuestras pasiones e impulsos más primarios.
Observe la foto. No son hormigas. Son seres humanos. Hombres, mujeres y niños hambrientos agitándose alrededor de camiones de ayuda humanitaria. En la imagen se los ve vivos, ahora ya están muertos. Más de cien. Entre 700 a 800 heridos. Todos revueltos, exterminados. Puntitos satelitales de carne magra a punto de ser fumigados. La imagen fue facilitada por el Gobierno israelí disculpándose por los “daños colaterales”. En fin, mucha muerte, mucho horror, muchos cuerpos desmembrados, muchas piernas amputadas, muchos brazos mutilados. Mucho huérfano, muchos viudos y viudas, muchos ciegos, muchos sordos, muchos desplazados, muchas operaciones sin anestesia, muchos quirófanos pulverizados, muchos bultos por aquí y por allá. La pesadilla en Gaza es más que una crisis humanitaria, es una crisis de humanidad.
Resulta difícil llevar la contabilidad de civiles abatidos por el ejército israelí desde el brutal ataque de Hamás del 7 de octubre del pasado año. Se estima entre 25.000 y 30.000 fallecidos. En un solo mes el número de muertos superó los que la ONU confirmó en Ucrania durante 20 meses de guerra: más de 9.000, el 62% de ellos niños y mujeres.
Se recibe de la imagen la amargura de quien ha experimentado el efecto intimidante de ese discurso político histérico que ve antisemitismo por todos lados y que busca acallar la crítica sobre la deshumanización del pueblo palestino. ¿En qué momento se mezcló la crítica a Israel con el odio a los judíos? ¿Quién alimenta el hocico de la bestia? El dogma no es liberador. Nos enfrentamos a un espacio recluido en la creencia, y con las creencias no se juega. Las creencias, por definición, no dialogan, no se modifican, no se inmutan. Solo se hacen viejas. En nombre de su soberanía, Israel transforma la más pura violencia irracional en autodefensa de pareceres legítimos. Así, toda solidaridad con Gaza se identifica como una adhesión cómplice con Hamás. Una pasión vengativa e inquisitorial que amenaza el destino de todos los palestinos. Miles de muertos y detenidos que no han cometido otro delito que ser lo que son, y lo que desean ser: un pueblo con Estado.
Es de temer que no se reconozca la criatura que nacerá de esta carnicería… Si levantaran la cabeza los dos juristas polacos y judíos que fueron los que sentaron las bases del derecho penal internacional. Raphael Lemkin inventó el concepto de genocidio, y Hersch Lauterpacht prefirió el término de crimen contra la humanidad. Definieron el genocidio como el asesinato de alguien motivado por su pertenencia a un grupo humano caracterizado, mientras que el crimen contra la humanidad incluye un amplio catálogo de atrocidades entre las que se halla el exterminio, la esclavitud, la violación, en que no se requiere indagar sobre la intencionalidad sino meramente sobre los hechos. Todo dicho.
Sin embargo, la guerra de Gaza nos ha hecho comprender que no hace falta molestarse por ocultar lo que ya no despierta vergüenza.
Hace unos años visitaba por tercera vez este país pequeño atravesado por muros visibles e invisibles que envuelven, todavía más, el espacio marcado por los límites, por los puestos de control, por los contrastes tan bruscos como los que podría separar épocas lejanas entre sí y, sin embargo, contiguas. En la tumba del patriarca Abraham, en la ciudad de Hebrón, los musulmanes (y al revés) observan a través de una pequeña ventana enrejada a los colonos ortodoxos judíos con su kalashnikov en el hombro rezando en su sinagoga. Los separa el féretro del patriarca, nada más, una yuxtaposición espacial que es el reverso de una insalvable distancia teológica y política. El santuario es una mezquita, una sinagoga y una iglesia cristiana, todo a la vez. Las veces que visité esa ciudad sujeta con alambre, la alta tensión se pintaba como se veía, no como se imaginaba.
Uno se pregunta cuándo el gran caudal que contienen los libros sagrados se convirtió en un manantial de maldad y de odio inagotable. Tal vez cuando los tres dioses monoteístas cebados con pólvora y dinamita se encarnaron en el cerebro perverso de unos servidores fanáticos.
La mirada universalista, la que trata de ponernos en el lugar del otro, es seguramente el mayor regalo que hemos recibido de nuestra historia pasada. Los costes de perder de vista esa perspectiva, de lo que dejamos atrás al sustituirla por un modo de mirar al mundo que anula el rechazo crítico a la barbarie porque nos acostumbra a ella.
La historia de la humanidad está plagada de atrocidades tan salvajes y primitivas como las cometidas por Hamás, pero las estampas de destrucción de Gaza, en cambio, eran desconocidas desde la segunda Guerra Mundial. La Palestinofobia y la geopolítica del odio instrumentalizada por el imperio, por la sumisión vergonzosa de Europa, y por la traición de una parte importante del mundo árabe, ha permitido que Israel asumiera su posición arrogante y falaz con la que, paradójicamente, se arroga la autoridad moral de víctima. Lecciones que Arendt jamás toleraría. La intelectual judía no tradujo su legado como “Nunca más contra los judíos”, sino desde la universalidad del “Nunca más”, a secas. “Nunca más”, porque todos podemos ser víctimas. “Nunca más”, porque todos podemos ser verdugos. Solo queda espacio para un Dios en esa tierra de corazones cansados, el de la guerra o el de la paz.
Logroño, España, 1° de mayo de 2024.
*Periodista. Colaborador de Página 12, “Las Mañanas” de Víctor Hugo Morales, y “Sin Lugar para los Débiles” de Fernando Borroni en C5N. Ex Jugador de Vélez Sarsfield, clubs de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979.
2 Comments
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PERFECTO, IMPRESIONANTE. GRACIAS POR COMPARTIRLO. Un abrazo