La elección parece transcurrir entre la promesa de que la cruel realidad ceda un poco y la evidencia enunciada de la crueldad declarada.
Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)
La crueldad parece ser el fantasma que recorre nuestros días. La elección parece ser entre la promesa de que la cruel realidad amaine un poco y la evidencia enunciada de la crueldad declarada. Comencé estas líneas hace unos días, y de repente se amuchan insoportables referencias, cuerpos, balas de goma y de las otras. Aquí y allá. Muere una niña, un militante, un candidato a presidente en Ecuador. El gatillo liberado, aquí y allá, como expresión cotidiana del anhelo a llegar al día después de mañana y dar de nuevo, qué.
Contra pedagogías de la crueldad se llamó un libro de Rita Segato. Una serie de argumentos en los que el capitalismo era descripto en su crueldad constitutiva. «Llamo pedagogías de la crueldad a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. En ese sentido, estas pedagogías enseñan algo que va mucho más allá del matar, enseñan a matar de una muerte desritualizada, de una muerte que deja apenas residuos en el lugar del difunto»
Transmutar lo vivo en cosa es otro modo de nombrar al fetichismo capitalista. Donde las relaciones entre personas se cosifican, deviniendo todo (también lo vivo) cosa, mercantilizable. Lo otro a las políticas del cuidado. Que no casualmente en pandemia fueron criticadas por los que hacen de la crueldad expreso programa de acción y ordenador social.
Que todo sea mercantilizable podría ser la descripción del gobierno de Larreta y el PRO en CABA. Que la vida humana sea coto de caza (electoral) y el desprecio por la vida e incluso del (buen) morir una práctica modélica (una pedagogía) una referencia posible (evidente) del gobierno en Jujuy de Morales. Y ambas cosas (mercantilización y/de la crueldad) son no solo una referencia sino spot de campaña alardeado de Patricia Bullrich, que hace del exterminio (de los jubilados, los mapuche, el kirchnerismo, de la vice presidenta) su máxima -y- propuesta de gobierno.
El entorno de Milagro Sala denunció hace un mes que en el violento allanamiento que le realizaron buscando panfletos de la pueblada jujeña, su compañero Noro, enfermo terminal, sufrió una descompensación. Los médicos llamados de urgencia pudieron ingresar a la casa para atenderlo a Noro (que falleció días atrás, un mes luego de su descompensación) pero luego los policías les impidieron retirarse.
A una situación de crueldad, de responsabilidad extendida, como es la irregular detención de Milagro, inédita en su extensión y condiciones de violencias de todo tipo, el maltrato terminal de su moribundo esposo no se aleja a la crueldad impartida también con el ex cónsul Timerman por Mauricio Macri. Al que le impidieron salir del país para atenderse de su cáncer avanzado y terminó, también él (mal) muriendo.
«Este colectivo no volverá a desviarse por un piquete», se lee en la luneta trasera de un colectivo de línea. Es un textual de Ramiro Marra, candidato de Javier Milei a jefe de gobierno porteño para que sea leído por automovilistas, taxistas, colectiveros, pasajeros, transeúntes. Explora otra/misma forma de la crueldad, la de ubicar el mal en el más débil. Lo hace incluso quitándole la voz, el argumento. No importa por qué se pide, utilizando de las pocas herramientas con algo de efectividad que tiene el que poco tiene. Solo importa que el flujo (del capital) no se detenga. Y quede señalada, con la crueldad propia del impotente, cobarde y buchón, la expiación del conflicto.
Que el otro sea una cosa sin voz que interrumpe la circulación; que al otro, el más desvalido ya en la intemperie socioeconómica se le impida incluso la intemperie de la calle, del espacio público para visibilizar su drama, su voz; y que eso sea slogan de campaña (y no un comentario «incorrecto» que se filtró en alguna charla) ubica a la crueldad como programa, como principio, como promesa incluso palpable. Como un dedo que acaricia deseoso, excitado, palpitante un gatillo.
«Dejar residuos en el lugar del difunto» dice Segato. Matar de a poco, de forma desritualizada. Casi una versión de Antígona pero sin Antígonas. Sin alguien que vaya (al menos) a tapar los restos, darles sepultura, muerte ritualizada (es decir, comunal) y evitar que muera como un perro. Como un perro callejero, porque los domésticos, muchos de ellos, tienen sofisticados y amorosos cuidados.
Que los restos queden a la intemperie, es una definición de lo inhumano, de la asocial. Que se lo prometa como núcleo (a)moral electivo, habla menos mal de quien lo hace que de la sociedad que le da lugar, voz, voto. Y evidencia la primarización (por elemental, en su necesidad básica cuasi insatisfecha) de una elección presidencial que incluye la promesa de lo humano (Grabois) como papel de cambio.
Los dos últimos libros de Horacio González parecían prever este escenario. Humanismo, uno. Fusilamientos el otro. La vida y la muerte en su carácter más llano, craso, endeble. Y eso que uno de los que se propone como candidato llamó Evolución a su agrupación. Claro que no hablamos de su contrario, sino de una mutación antropológica (“etnocidio”, dirá sin ambajes Pasolini sobre el neoliberalismo, llamado por él neofascismo) o retorno trágico de una crueldad que ya no se esconde sino que se enuncia en el cartel, y como dice el tango: vende una ilusión y rifa (arrastra /arrasa) un corazón.
Buenos Aires, 12 de agosto de 2023.
*Sociólogo UBA. Docente UNPAZ/UBA.