La psicoanalista y ensayista Yael Noris Ferri realiza una lectura de la novela Los comensales, de Libertad Demitrópulos, como obra de testimonio y resistencia. Aquí se destaca la capacidad de la novelista por visibilizar a los oprimidos, a los mestizos, a las mujeres. En un Jujuy conservador, esta novela reivindica a los borrados dándole un lugar en la patria literaria.
Por Yael Noris Ferri*
(para La Tecl@ Eñe)
«Yo conozco otra tarde en
este cuerpo,
otra tristeza más muerta.»
Libertad Demitrópulos
Libertad a las 3
Hace unos días que me despierto a la madrugada, insomne, con la terca idea de armar una cronología, un mapa, un artefacto que me permita recordar cómo llegué a cada escritor o libro que leí y marcó mi vida. El ritual se repite cada noche. Me despierto sentada en la cama con la idea de que no tengo un libro, por ejemplo, La Revolución es un sueño Eterno de Andrés Rivera. Luego camino hacia la biblioteca, verifico, miro mi escritorio, tomo un vaso de agua y con la inutilidad que despierta el fracaso me acuesto y me duermo.
A todo fracaso le opongo la escritura. El reloj indica las 4:01 am, escribo esta reseña en el silencio de la noche, con cuidado para no despertar al resto de la casa, descalza, pisando el piso de madera tibio.
A Libertad Demitrópulos la conocí una noche en un bar, hace poco más de un año por medio de un amigo. Tanto hablar de Libertad y su obra terminamos bŕindando por ella cada viernes en un típico bar de mi ciudad. Y se hizo coro y se hizo brindis, esperando que saliera al público una reedición de su primera novela Los Comensales.
“¿De dónde vienes Libertad?”, cuentan que le preguntó una vez la mismísima Eva Perón, en el tiempo que ella se acercó para trabajar en el hogar que llevaba su nombre. Ella le respondió: “de su corazón, Eva, que también es el del norte argentino, tierra de wawas”. De esa tierra esta escrita Los comensales, publicada por primera vez en el año 1967. Su reedición la llevó adelante EUDEBA, el texto está dividido en tres partes con 110 páginas y forma parte de la Serie de los dos siglos. Me llegó de la mano del amigo Jorge Bracamonte, doctor en letras, quien además de investigar la obra de Demitrópulos, escribió el prólogo.
En él leo un rescate temporal de Libertad traída a nuestros días. El prologuista afirma que esta obra se podría ubicar dentro de las novelas de testimonio y resistencia. La narrativa se destaca por el camino que realiza: “Desde María del Rosario Valero (Los comensales) hasta María Muratore, su más reconocido personaje (Río de las congojas), las obras de Demitrópulos ficcionalizan episodios históricos a través de personajes femeninos que condensan la trama con personalidades fuertes, ambiguas, desbordantes”. Me interesa esta introducción ya que podría pensarse en estrecha conexión con aquellas palabras que escribe Libertad en su tercer novela, La flor de hierro, “Escribir es vana cosa en una mujer, una necedad”. Este dicho fue revertido en una bella venganza de la autora, al escribir en cada oportunidad, al nombrar y rescatar mujeres de ese anonimato que hace masa. Sólo el valor de la literatura posee la capacidad de hacerlas existir, de hacer acto en la ficción.
La novela retrata las dificultades de los trabajadores del ingenio Ledesma. Pero también me interesa la voz de otros desvalidos, la presencia de los pueblos originarios que en sus voces resuenan el barro de la opresión, lo que implica ser mestizo, pobre o mujer. La novela problematiza el sometimiento a los humildes retratado en su narrativa como en la literatura de Daniel Moyano, otro escritor que desplegó su fuerte aprecio por los oprimidos, pero en otro escenario como La Rioja.
Libertad a las 2
En la segunda parte de la novela, Libertad denuncia el abuso y el acoso a las mujeres en Jujuy. Todas podrían estar representadas en el personaje principal de Rosario Valero (Charito). Popular y nacida en un hogar humilde, con el destino marcado de las que nacen mujer en un pueblo. Escribe Libertad: “Por las tardes, después de regar la vereda, se paraba junto a la puerta de su casa vestida con sus ropas ordinarias, sumamente maquillada, mientras en la esquina alguno le hacía la parada, recorriendo ida y vuelta el trayecto hasta la otra esquina, innumerables veces, piropeándola al pasar junto a ella. Ella contestaba a los requiebros: ‘otra vez la aplanadora’, con expresión de fastidio y cuando ya entrada la noche el galán de turno le hacía la última pasada: ‘quisiera dormir con vos y despertarme soñando’, entraba a su casa aturdida de dolor, anhelante, incapaz de aceptar su juventud”.
¿Qué es ser una mujer en Balderrama? Vuelvo a repetir esa voz que subyace en la novela, la pregunta insistente, delineada, fulgurante. Algunos fragmentos asoman respuestas: “La lucha era sin cuartel. Una mujer necesitaba hacerse de valor para vivir. Ya su llegada al mundo no era aceptada por los padres: ser chancleta era una maldición para el hogar (…)”. O en la página siguiente: “(…) primero hay que crecer, un día llamar la atención con el cuerpo y concitar la lujuria, después aparecer con el fruto de la caída (ya la han voltiao)”.
Pese a tanto destino aplanador Charito rompe el estereotipo, se enamora, se embaraza, tiene un hijo, pero a pesar de ello, nunca será ese cuerpo que desean comer los comensales. Subsistirá a la máquina trituradora de sentido para armarse de una vida desfamiliarizada de ese tinte consumidor que destila Balderrama. Tomará la carta que le queda: “La felicidad está bien lejos de Balderrama. Hay un tren que parte por la madrugada con los que se atreven a escapar. Pero hay que tener decisión para tomar ese tren”.
En ese mutismo absoluto, una huelga parece ser el tren que tomará Charito. Una lucha colectiva, una revuelta como una perforación que la lleve a la salida.
Las páginas de la novela ilustran que nunca se vió en todo el pueblo azucarero indios que se han yuguiao. Gritan y protestan los terratenientes. Todos temen qué represalias tomará el patrón. Balderrama es huelga, polvo levantado, cuerpos y azotes que ruedan, grito que suena, protesta encabezada por el personaje de Suárez. Pero hay un detalle insólito, extravagante, que se comenta con miedo en el cuchicheo de todas las casas, así lo escriben en lengua jujeña: “¿Sabe quién se ha yuguiao con uno de los agitadores?: La Charito, la hija de doña Encarna, aquella que vivía con Valentín Riquelme. Supo tener un hijo con él, en soltera. Y mire usté, de la noche a la mañana sale yuguiándose con el repartidor de pan, Suárez, que no era repartidor de pan ni cosa que se parezca sino uno del Sur venido aquí con quién sabe qué propósitos. Parece que han escapao por la banda del río San Francisco (…)”
¡Ni sumisa, ni inerte! El nombre de Rosario Valero es sinónimo de la que no se doblega frente al patrón de estancia. Una mujer en rebeldía parece un insulto de coraje a un Jujuy conservador.
¡Libertad!
Ya es de día mientras el sol encandila mi libro por la ventana y el mismo rayo brinda calor. Camino rumbo a la cocina. El noticiero anuncia un paro de docentes en Jujuy. Me refriego los ojos mientras bato un café y me pregunto si estará allí el espíritu de Libertad. El locutor muestra unas imágenes que se parecen a la novela. Transmiten el dolor y la injusticia de un pueblo que sufre el derecho a la protesta y a una vida digna. Hay represión. Me siento para asegurarme que esto no es una terrible pesadilla. La historia no puede repetirse, no.
Vuelvo a la reseña que escribo.
Las palabras de Libertad perforan el lienzo que invisibiliza a los oprimidos. La literatura es una presencia anacrónica. Su relato en esta novela reivindica a los borrados dándole un lugar en la patria literaria. Rosario Valero, es la mujer que estuvo en huelga en Jujuy mientras desde el escritorio de gobierno buscaban reprimirla.
Córdoba, 19 de junio de 2023.
*Psicoanalista en la ciudad de Córdoba. Adherente al C.I.E.C, asociado al Campo Freudiano. Escribe y publica en revistas literarias y de cultura.