Tan camaleónica en su imágen como en sus posturas políticas, Lilita siempre ha sabido sacarle el jugo político a su aspecto: desgreñada y pobretona en los momentos de su discurso más progre (con un touch cristianuchi); cuero, botas y apliques simil esvásticas para su alianza con Macri. Siempre vestida para la ocasión, desde que era niña. Por ahí va este capítulo 23 de la biografía molesta «LA CARRIÓ – Retrato de una oportunista» que viene titulado con una pregunta: La pinta… ¿Es lo de menos?. Entrele nomás, con confianza, aunque a ella le quede incómodo y le tire de sisa.
Por Carlos Caramello*
(para La Tecl@ Eñe)
“Podemos hacer una estimación de nuestra imagen
observando a quienes nos rodean”.
“El gran desafío contemporáneo es cómo encontrar la libertad en el mundo de la imagen y en el mundo de la comunicación. (…) Ayudemos a la gente a que pueda desentrañar los mensajes ocultos, los discursos ausentes; qué se quiere trasmitir”. La frase, que bien podría ser atribuida a un aspirante a semiólogo populista o a las pretensiones intelectualosas de algún tuitero oficialista pertenece, sin embargo, a Elisa María Avelina Carrió y fue pronunciada allá por 1994, cuando todavía no existía y buscaba su lugar en una Asamblea Constituyente llena de voces importantes.
La idea es imaginar qué sería hoy de Lilita si el genio maléfico de la botella le hubiese concedido aquel deseo. Si los ciudadanos y ciudadanas hubieran podido “desentrañar los mensajes ocultos” y encontrado “libertad en el mundo de la imagen y en el mundo de la comunicación”, ella, tal vez, hubiera integrado el panel de “6,7,8”, programa de TV que tanto hizo para enseñarnos a leer la entrelíneas discursivas de los diferentes medios de comunicación y que la chaqueña, dicen los mentideros, odiaba… cordialmente, claroi.
Ella, que ha cuidado y cuida con devoción su imagen, hasta cuando trabajaba la anti-imagen. Ella que seguramente será más recordada por su álbum de fotos absurdas que por sus miles de discursos falaces. Ella que pasó de hacer un cotidiano desfile de modelos en sus días como constituyente en Santa Fe a convertirse casi en la clocharde de la Cámara de Diputados para luego, en campaña presidencial, volver a ser un dechado de cuidados personales y un maniquí de vestidos y trajecitos de diseño. Ella, que ha dicho que Dios le puso esa panza para que no fuese muy puta…
Hagamos la trampa cinematográfica de apelar a una especie de shot-reverse-shot (plano y contraplano) de dos Elisa Carrió en el tiempo. La de 2002: desgreñada, vestida descuidadamente, con un crucifijo de plata de tamaño descomunal sobre su pecho y una mirada entre ausente y despreciativa que dialoga con otra parada en 2018, en la Bolsa de Cereales, anteojos rojos vintage que hacen juego con su labial y un foulard de seda colorada con manchones de violetas y amarillos. ¿Qué se dirían esas dos mujeres? ¿Tendrían algo de qué hablar?
“Soy gorda, periférica, provinciana y marginal”, se auto-atacaba en defensa propia la diputada que había llegado a la política bajo el ala de don Raúl Alfonsín y ahora se paseaba del brazo de Alfredo Bravo. La muerte de Coco, su padre, en 1994 y, unos pocos años más tarde la de su hermano mayor Roly, la habían depositado en un mundo místico, de cierta desidia personal (como exteriorización del abandono) que, para ser parte del círculo de la política, requería de ese y otros tipos de socorro.
Su cuerpo pagaba el costo de algunos excesos y ella defendía su gordura como si fuese una redención. Cuentan que el propio Fredy Storani, presidente del bloque de la UCR, la apañaba en ese discurso que, según él, le ganaba la simpatía de la gente que “no cumplía con el estereotipo de belleza común” y, entonces, la alimentaba con datos e información como para que empezara a ocupar un espacio en las radios de la mañana. Ella siempre sacando ventajas de su imagen.
Dice Marta Dillon, en su libro “Santa Lilita” que ella “no podía evitar sentirse humillada cuando veía en los diarios esas fotos en que su papada parecía un soporte en el que se había impreso un rostro demasiado pequeño”. Pero, además, el esqueleto ya no le deba. Tanto peso corporal la obligaba a utilizar un bastón para desplazarse. Porque las rodillas parecían negarse a sostenerla.
Fue por esos días, cuando era convocada a acompañar a Fernando de la Rúa en la campaña interna de la Alianza para elegir quién iba de candidato a presidente (la otra candidata era Graciela Fernández Meijide, una mujer que en su significante, era demasiado parecida a Elisa), que se puso a dieta. Hay quien dice que fue como una claudicación de su parte. Y hay quien piensa que su estirpe camaleónica era capaz de juguetear con las mutaciones físicas igual que con las mudanzas políticas.
En la campaña de 2003 se la vio todavía excedida de peso aunque algo más atildada. Pero su verdadera mutación se inicia a partir de esa elección en donde entró en 5ta posición, con 14.05% de los votos, pegada a Adolfo Rodríguez Sáa que entró 4to con el 14.11%. «Si uno observa el desplazamiento del voto a Carrió (…) se advierte claramente cómo pasa de concentrarse en el centro y oeste de la Ciudad en 2003-2005, al norte y este a partir de 2007, cuando sale segunda en las presidenciales como principal alternativa a Cristina de Kirchner», explica Andy Tow, uno de nuestros más brillantes politólogos, creador de una joya de las Ciencias Políticas contemporáneas como lo es el “Atlas Electoral”.
Algo de esto tiene también que ver con la imagen. Porque para 2007 nos encontramos con una Elisa Carrió adelgazada, bronceada y con una leve inclinación hacia la derecha. No. No es que renguease, no. Pero poco quedaba de aquella mujer descuidada que vendía casi con altanería su estudiado desdén por lo estético… y su compromiso social.
Le fue bien en esas elecciones. Y ya no se bajó de un look cada vez más cuidado. Cosas que demanda el ser amada por el electorado del norte de CABA. Tanto ahínco puso en estos temas que en los últimos años (y pese al rotundo fracaso en las presidenciales de 2011), parte del énfasis de su construcción (y la de los espacios que va armando y destruyendo) tienen su correlato estético. Al punto de ser la elegida en por el diseñador Jean Paul Gaultier para acompañarlo en la presentación de su muestra “Amor es Amor – El Matrimonio Igualitario”, allá por enero de 2018. Y eso que ella se había ocupado puntualmente de votar contra la sanción de la ley sobre esta cuestión que había presentado el gobierno nacional en 2010.
Claro que no todos piensan ni creen que estos esfuerzos estéticos de Carrió tengan una proyección de imagen. Es más, hay quienes sostienen que la imagen de Lilita es mala. Uno de ellos, uno de los tipos que -se supone- más sabe de estas cuestiones: Don Jaime Durán Barba (a) “El Ecuatoriano Prófugo”. Este asesor la quiso bajar (y de algún modo lo consiguió) dos veces de la campaña de Mauricio Macri aduciendo que era una influencia negativa. Pasó en 2015 y de nuevo en 2019. ¿Será por eso que la chaqueña “concedió” zona liberada para que lo maten?
Ella no se rinde. Y a la hora de darle una nueva vuelta de tuerca a su imagen (acaso inspirada por su amiga “La Hechicera” Awada), a fines del 2020 lanzó “By Lilitas”, su marca personal de prendas femeninas “para todos los tipos de cuerpo”. Obvio.
“Este es mi nuevo emprendimiento como diseñadora”, escribía en Instagram pocos días antes de aquellas navidades, y completaba: “Desde muy chica ideo mi ropa; la mayoría de mis prendas son pensadas por mí y confeccionadas por amigas diseñadoras. Hoy me animo a volcarme entera a esta vieja pasión, con ayuda de amigas que van a modelar mis prendas y de mi familia, que con mucho amor está colaborando en todos los procesos”.
Puede que a quienes apreciaron aquella primera colección les haya quedado un regusto cuasi-nazi en los diseños. Pero, ¿quien podría criticarla? De todos modos, la gran pregunta es quién le confeccionaba la ropa cuando andaba con su look miseria…
Buenos Aires, 4 de marzo de 2023.
*Licenciado en Letras, escritor, periodista y analista político.