“Proletario” y budista, el surcoreano Mu-san Baek escribió un poema llamado “El tiempo humano” (incluido en un libro que lleva ese título), emblema de una búsqueda política impregnada por la historia reciente de su país. La poesía vivida como forma de atesorar una fidelidad y una insistencia por la vida justa.
Por Diego Tatián*
(para La Tecl@ Eñe)
Nacido poco después del armisticio que puso fin a la guerra entre las dos Coreas, el poeta surcoreano Mu-san Baek tenía veinticinco años cuando en 1980 se produjo el alzamiento -contra la ley marcial, contra la persecución política, contra la censura y otras reivindicaciones- que motivó la sangrienta masacre de Gwangju. Miles de estudiantes, profesores y obreros que habían tomado la ciudad entre el 18 y el 27 de mayo de ese año fueron brutalmente reprimidos y asesinados por la dictadura surcoreana del general Chun Doo-hwan. Si bien la cifra exacta de muertos se desconoce (durante mucho tiempo, quienes cuestionaban la tergiversación oficial de este número eran encarcelados), distintos organismos de derechos humanos calculan que hubo entre mil y dos mil. La dictadura de Chun logró mantenerse hasta 1987, cuando la intensidad de los estallidos obreros logró forzar elecciones libres.
En los años previos, Mu-san Baeck (seudónimo que significa “proletario” y “el que no tiene nada”) había sido encarcelado en varias ocasiones por su militancia revolucionaria. Antes de convertirse en uno de los más importantes representantes de la llamada “literatura obrera” (sus primeros libros de poemas, Proletarios de todos los países y Dejando atrás el amanecer de la bahía de Mipo, son de 1988 y 1990 respectivamente), Mu-san Baeck trabajó en un astillero y se graduó en la escuela politécnica. La poesía surgió de manera espontánea como parte de la lucha política, como manera de estar junto a quienes resisten todas las formas de la explotación humana.
Tras una primera época de poesía combatiente puramente realista que buscaba dar voz al mundo obrero, su trabajo radicaliza la pasión revolucionaria con una reflexión de la naturaleza y una aproximación al budismo de la que resulta El tiempo humano (1996) -el único de sus libros hasta ahora en castellano-, en el que con una paciente atención de la naturaleza se propone recuperar la experiencia del tiempo de las vías muertas de la historia. La primera vez que Mu-san Baek salió de Corea fue en 2012, para ir a Buenos Aires a presentar la traducción de este libro realizada por la filóloga Sun-mee Yoon.
En esa ocasión dijo: “Llegué a los conceptos de la perfecta armonía de los seres vivos, la encarnación y el tiempo cíclico a través de la meditación, que me hicieron cambiar mis ideas sobre el conocimiento. Pero estos cambios no debilitaron mis anhelos de revolución social, sino que me hicieron dar cuenta de que el cambio debía provenir de una transformación vital integral. La lucha revolucionaria que se centra sólo en la resistencia da paso a una dialéctica negativa y puede caer en la lógica de la recurrencia infinita del poder, con la consecuente degeneración política. El tiempo humano refleja estas prevenciones”. La objetivación del cuerpo, el trabajo alienado o mecánico, el despotismo del Capital, el pensamiento antropocéntrico y un progresismo normalizador de la historia como un proceso regido por una finalidad -que impregnó el ideario socialista- han convertido al ser humano en una abstracción.
El poema que da título al libro es complejo y extrañamente conmovedor. Su contenido es el tiempo, un tiempo distinto, que podemos sentir no solo porque sus versos hablan de él sino también por una cadencia alojada con fortuna en la traducción. Hay un momento del tiempo en que todo parece detenido, contenido, pendiente, o incluso fuera del tiempo mismo, como si no perteneciera a él. Así es ese instante en el que algo que sube se detiene justo antes de comenzar la caída, pero en este caso al revés. Aquí es ese instante misterioso antes del estallido, en el que parece que no sucede nada -apenas un tris casi imperceptible- siendo que todo está por suceder.
Si como querían los clásicos, la común morada de los hombres es un modo de estar en el tiempo, la inspección de la naturaleza es también una atención política. Quizá alguien crea ver aquí un poema que habla de la revolución. No es seguro que sea eso de lo que habla, pero si lo hace, lo hace a condición de recuperar una sensibilidad olvidada por el tiempo de “desgaste y muerte” que condujo a la desdicha. A tanta desdicha en la vida de los pueblos y de las personas. Lo copio. Es hermoso. Todo lo anterior es un solo circunloquio para poder escribirlo aquí, tras la emoción intacta de su lectura.
EL TIEMPO HUMANO
Sobre el pasto seco, suaves gotas de lluvia
caen como plumas.
Las nubes han bajado hasta las laderas de las montañas
y están atentas como guerrillas.
Por su lado, los vientos lavados por la lluvia
están buscando con mucho cuidado un lugar donde aterrizar.
Los arroyos caminan en punta de pie
para no despertar siquiera a una semilla de pasto.
Por desconocer su morada, el tiempo vacila.
Los árboles se desvisten.
Aquellos que solo se quitaron el abrigo el otoño pasado
se desabrocharon hasta el último botón.
Se desvisten por dentro sin hacer ruido.
¿Qué está pasando?
¿Qué conspiración se está desatando en la tierra?
Hasta los pájaros callan.
¿Cuándo darán la orden?
¿Quién ordenará la salida?
Hasta el tiempo obedece al tiempo.
No es una cadena de mando perfecta,
es una cadena en la que todos obedecen al todo.
Cada grano de tierra es liviano como el hidrógeno.
Hasta los pájaros callan.
El tiempo de la tierra desobedece al tiempo humano,
derroca al tiempo muerto,
que ha recorrido un camino de desgaste y muerte
y ha impulsado solo páramos y podredumbres.
La tierra sueña con un corte.
Una cadena de mando en la que todos obedecen al todo,
así hace la revolución la tierra.
No es la primavera la que convoca
a las semillas dormidas y a las raíces de la tierra helada
sino que ellas mismas se empujan hacia arriba.
Encerrando plenamente el fuego de la vida,
con los ojos abiertos por dentro, no aflojan el estado de alerta máxima.
El tiempo y la primavera no son más que el telón de fondo de la vida,
¿Crees que la historia fluye como el río?
No es así.
Lo que empuja a la historia es el sueño de un corte.
Hace pocos días, en un encuentro de filosofía en el que siempre pasan cosas fuera de la filosofía (una amistad inesperada, por ejemplo), Pablo Sabogal me obsequió este libro y el descubrimiento de este poeta hasta entonces desconocido por mí. Como una escultura, como una sonata, como una pintura, un poema es un objeto pensante, una “cosa que piensa” y (porque) alberga un tiempo que es promesa de tempestad -palabra que significa tempus finalmente liberado, luego de haberse acumulado imperceptible mientras parecía que no sucedía nada. Mientras todos creían que solo hay lo que hay.
Córdoba, 13 de diciembre de 2024.
*El autor es investigador del Conicet y docente de la UNSAM.
4 Comments
Precioso
Bellísima escritura!!!
Bellísimo todo.
Un placer leer el artículo y el poema.
Gracias.
Apellido Lorea