¿Hay diferencia de fondo entre el siniestro fuerte de Joux, calabozo en el que Toussaint l’Ouverture, líder de la revolución idependentista haitiana, languideció hasta morir, y la cárcel británica de Belmarsh, en la que Julian Assange padece el calvario del encierro y espera la extradición a EE.UU.?
Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
En un reciente artículo, publicado en La Tecl@ Eñe, Marcelo Percia evoca una reflexión de John Berger sobre un tema que en varias ocasiones me motivó. La frase es esta:
“La emigración no sólo implica dejar atrás, cruzar océanos, vivir entre extranjeros, sino también destruir el significado mismo del mundo (…) Claro está que, cuando no se realiza a la fuerza, la emigración puede verse impulsada tanto por la esperanza como por la desesperación”.
En principio, el modo de referirse al tema me parece algo frío aunque en su laconismo implica varias capas de sentido, sobre todo si considero las emigraciones africanas, centroamericanas y asiáticas, cuyo carácter difiere de las que cambiaron en su momento la faz de países como los Estados Unidos o la Argentina aunque en ambos casos regidas por la necesidad y, acaso, la esperanza: las actuales pertenecen a la clase de los desesperados y despojados de sentido y de futuro; las de fines del siglo XIX y principios del XX respondían a la insostenible situación de masas de personas atropelladas por la miseria y la persecución y gozaban de cierta organización, así fuera pirateril y, correlativamente, los países a los que se dirigían necesitaban de esos ejércitos de esperanzados y, sea como fuere, les permitieron construir vidas y progenies y un alto grado de integración que, a su vez, hizo olvidar el “dejar atrás” que menciona Berger. En cuanto a las actuales no es sólo el modo en que se produce la emigración africana o asiática o centroamericana, casi la esclavitud y la condena y, por supuesto, la muerte en la travesía como un destino, sino que aparece como una burla a lo que se dejó atrás, qué nostalgia pueden sentir los que al ser arrojados a una costa deben tratar de comprender rechazo, menosprecio, humillación, represión y nuevas formas de miseria. Ahí, en ese punto, Berger tiene razón, qué significado tiene el mundo para ellos. Es claro que me estoy refiriendo a esta tragedia y que, en momentos anteriores, algunos africanos o asiáticos o europeos del este, lograron una integración más o menos semejante a la de los emigrantes de principios del siglo XX y en ese caso pudieron seguir cultivando la nostalgia, el recuerdo, la idealización, las costumbres y hasta la incomodidad por estar en un sitio que no terminaban de comprender y que, recíprocamente, tampoco los comprendía.
Hartos de ser explotados hasta el exterminio, los esclavos que habían sido acumulados, esa es la palabra que corresponde, en la isla de Santo Domingo, de pronto, a fines del siglo XVIII, se levantaron, dijeron basta e iniciaron una revolución independentista que precedió la argentina, la mexicana y todas las demás. Fue dos años después de la Revolución Francesa cuyos ecos había llegado hasta esas lejanas colonias. Revolucionarios o no, para los franceses no fue una lógica consecuencia de su proyección sino una lamentable lesión a los intereses de los plantadores que ya no podrían seguir teniendo trabajo gratis e intentaron reprimir el movimiento por varias vías, incluido Napoleón que se proclamaba profeta y ejecutor de la libertad universal. Los franceses no pudieron detener el movimiento, en 1803 había nacido la República de Haití y en todo el proceso había desempeñado un papel importante Toussaint l’Ouverture que, por haber sido la cabeza de ese histórico movimiento, fue llevado a Francia, encarcelado y encerrado por vida, que duró poco –murió en 1803- en el lóbrego castillo de Joux. Historia compleja la del nacimiento de Haití así como la de la vida y acciones de Toussaint, no es éste el lugar para entrar en esa historia, para ello se puede acudir a “La oscuridad y las luces: capitalismo, cultura y revolución”, el libro de Eduardo Grüner, quien se internó en ella con la lucidez y la pasión de todos sus trabajos. Lo que me mueve es un recuerdo, el calabozo en el que Toussaint languideció hasta morir y al que entré con reverencia y tristeza, en una tarde sombría de 1969. Una inscripción lacónica en muros impenetrables, una especie de florero donde sufrían algunas flores secas, humedad y encierro, aquí murió un revolucionario, así paga la historia, así fue la suerte de otros que intentaron lo mismo. Y, lo que queda pendiente, la crueldad, la implacabilidad, lo repugnante, la mancha. Lo recuerdo y quise evocarlo porque sentí que eso que se aplicó al haitiano es lo que se está aplicando ahora a alguien que no se pretende libertador ni intenta crear un país sino sólo mostrar una verdad, aterradora, que revela la ferocidad de una guerra que no tiene justificación, ni en sus propósitos ni en sus métodos: me refiero al martirio al que se está sometiendo a Julian Assange, condenado por haber mostrado lo que estaba registrado e intentado que se tomara conciencia; de cárcel en cárcel, con condenas sin juicios, en una repulsiva complicidad de gobiernos y de jueces. ¿Es desmedida la comparación? ¿Hay diferencia de fondo entre el siniestro fuerte de Joux y la cárcel británica de Belmarsh? Las revelaciones que hizo están ahí y castigarlo tan duramente no las elimina ni cambia, ¿por qué, entonces, tanta dureza? Si los Estados Unidos logran por fin extraditarlo con la anuencia británica, prometen un castigo ejemplar además de lo que ya le han ocasionado física y espiritualmente. ¿Qué mundo es éste? podría clamar y seguramente no obtendría respuesta: su situación ofende a la civilización, hace de la verdad una utopía y de la evidencia un enceguecimiento. Cinismo y temor: los custodios de la democracia asesinos despiadados de seres humanos: ¿en qué termina la democracia?
Es curioso como razona cierta gente: practica la incongruencia pero la ignora y es capaz de hacer lo que recomienda a los otros que no lo hagan. Es la historia de las vacunas y la gesta de los antivacunas: empieza a sostener que el Covid no existe, es un invento de no se sabe bien quién, cuando los números y los pariente y conocidos mueren sin posibilidad de ser velados, gritan que la vacuna es una mentira de los rusos que quieren inocular comunismo pero cuando la empiezan a producir otros sostienen que no produce ningún efecto sobre eso que nop existía, luego, hartos de combatir su aplicación, denuncian que no llega suficientemente y que la retienen para hacer negocio con ella; cuando ahí está por todas partes y millones de personas se la han aplicado, cuando llega, como el miedo no es tonto, se la aplican lo más pronto que pueden aunque siguen vociferando que todo es una mentira de un gobierno mentiroso. Antes, en Italia, los campesinos decía “Piove, governo ladro, non piove, governo ladro”. Y así les iba. Razonamiento como ése está emparentado con el de los terraplanistas: como no ven la curvatura del planeta la niegan y, como prueba, muestran como una pelota sólo se desliza si hay un pie que la propulsa, si no, no hay curvatura. No deberíamos ocuparnos de comentar ninguna de esas tenaces convicciones pero tampoco es cuestión de dejar pasar la ocasión de verificar hasta qué punto y en qué formas se manifiesta la estupidez humana. Y hasta aquí sobre estos dislates pero en ellos toma forma un tema más interesante: la relación entre cercanía y lejanía. Pareciera que sólo nos convence lo que está cerca y ante los ojos y, en cambio, a lo lejano lo podemos ignorar, ojos que no ven corazón que… habría mucho que decir sobre lo que significa comprender lo lejano en todos los órdenes de la existencia pero no lo voy a hacer aquí y ahora. Pero, quizás, no lo sé.
Cuando logramos dejar de hablar de la pandemia y regresamos a lo que, pese a ella, importa de la vida del país, cunde, cada día con mayor frecuencia un sentimiento de insatisfacción, corrosivo y molesto. ¿Qué impide que un gobierno, en el que muchos pusimos nuestro deseo y nuestra confianza, tome de una vez por todas y con decisión determinadas medidas acerca de cuya necesidad y urgencia nadie con alguna capacidad de raciocinio puede dudar. Se comprende que un arreglo conveniente con el FMI no es pan comido pero que no se pueda nombrar un juez para completar el elenco de la Corte Suprema no entra en una cabeza como la mía, tan fácil por contraste que se le hizo a Macri instalar no uno sino dos jueces “a piacere”; que no se pueda de una vez hacer efectiva la deuda hipermillonaria del correo no me entra en la sesera, así como no comprendo por qué un fiscal procesado sigue ocupando su sitio, impermeable a toda denuncia de sus fechorías y cobrando su sueldo; y que el afligido río Paraná siga llenando las arcas de empresas que como sanguijuelas se llevan la sangre del país. No lo entiendo y quienes lo dicen todos los días a modo de advertencia pronto empezarán a pensar en “sálvese quien pueda” porque la falange de los “todos juntitos” no perdonará cuatro años en que no pudieron seguir atropellando al país. No basta, me parece, con explicar cuán perversos son esos bandidos: acciones se necesitan y pronto. Lo demás vendrá por añadidura. Pero ¿a quién se lo estoy diciendo? ¿A mí mismo?
La Cumbre, 16 de enero de 2022.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.