Del conflicto Israel-Palestina, “Las hermanas alemanas” de Margarethe von Trotta y los movimientos revolucionarios de los 60/70, hasta La Tablada y el ejército de resplandecientes sombras.
Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
¿Decir algo sobre el nuevo brote bélico entre judíos y árabes, o mejor dicho, entre Israel y Palestina, cuando todo parece estar dicho? ¿Quién no desearía la paz en ese tormentoso núcleo? Pero ¿será posible lograrla considerando la historia del conflicto? Por supuesto, lo más inmediato es echar culpas, no sólo quién comenzó sino por qué lo hizo y qué acarreó. ¿Habrá que remitirse a los orígenes, los judíos expulsados y dispersados, los árabes que ocuparon el territorio durante siglos, el colonialismo, el nazismo y su caudal de atrocidades, el antisemitismo raigal, planta venenosa que parece imposible desarraigar, el lento regreso de los judíos al territorio perdido pero ya ocupado, los dos territorios, los antagónicos cielos que prometen las religiones y, parece evidente, el cambio de mentalidades que desde que se instalaron los dos territorios infecta las políticas, todo eso junto conduce a lo que estamos presenciando hoy. Israel avanza y pareciera negar todo límite empleando el instrumento de la colonización como si fuera un dictado histórico y renunciando desde hace rato, a la defensiva, a ese ideal socialista que pregonó en sus comienzos; Palestina disminuida, acorralada, con escasas posibilidades de futuro, cada vez más, inevitablemente, fundamentalista, no es de extrañar que un odio ponzoñoso se manifieste físicamente, destruir al otro pero para qué, esos actores ya deben haber perdido la noción. Y la memoria. ¿Qué otra cosa que los respectivos pueblos se hagan esas preguntas? En Israel, como siguiendo un movimiento mundial, la derecha parece no recordar su propia historia; en Palestina, la idea de negociación parece abolida y la de sobrevivencia desesperada. En otras palabras, de una manera u otra, el pueblo de Israel debería tomar otras decisiones, más allá de añosos mesianismos, el pueblo de Gaza proponerse otras metas que sólo lanzar infructuosos misiles. ¿Asistiremos a semejantes figuras? Por eso es difícil decir algo no retórico sobre el nuevo brote que además de muerte y desolación implica dejar que regrese el desierto y fracase lo que podría ser una de las más nobles tentativas de la civilización humana.
Fenómenos que sacuden a la sociedad y parecen calar profundamente en su estructura, muy pronto se van disipando, se deja de considerarlos, nuevos problemas concentran la atención; si de aquellos se hablaba sin cesar en su momento, posteriormente, como es el caso de la pandemia, de la que se habla sin parar desde hace poco más de un año, sólo están reservados para historiadores o melancólicos. De modo que si alguien brega por el precedente porque entiende que no se ha terminado del todo de entenderlo, es considerado un anacrónico, si antes hubo conmoción ahora hay distracción, no hay modo de volver atrás; es un poco como la vida de la pasión, fue quemante cuando despertó y luego se desgasta y es un remedo triste de la intensidad que tuvo.
Ahora, a propósito de una película de los 70, de Margarethe von Trotta, Las hermanas alemanas, un tema me reaparece, me hace evocar lo que fue el movimiento de revuelta en muchos países en la década del 60 y hasta casi la del 70 -Mayo del 68 en Francia, Berlín, México, Cordobazo en Argentina y otros, al que siguieron grupos armados, Baader Meinhof, Montoneros, ERP, Ligas y Ejércitos Rojos y otros más- y el lugar que ocupaban en la atención política y pública. No sólo por lo que declaraban que se proponían y las acciones que llegaron a ejecutar, sino a causa de sus integrantes, jóvenes por lo general, de clases medias intelectualizadas, que consagraron su tiempo y sus vidas a las causas proclamadas, muchos de ellos miembros de familias muy próximas a mí, a veces trazando abismos generacionales, otros arrastrando a sus progenitores, un complejo panorama de relaciones a veces interrumpidas, siempre dramatizadas, sobre todo cuando la muerte se hacía presente.
Creo que todo eso aparece en la película, de ahí el interés que me suscita. Y, para ser franco, porque pude haber sido arrastrado yo mismo por todo eso pero algo, un destino, la suerte, o quizás porque mis hijos eran demasiado chicos en ese torbellino, me lo evitó y puedo pensar en todo eso sin culpa.
«Las hermanas alemanas” de Margarethe von Trotta.
Lo que se desprende de las escenas finales de la buenísima película declara lo que señalo en el primer párrafo, esa disolución: “eso ya no interesa más”, dice socarronamente un editor de un periódico que antes publicaba “todo” lo que implicaba, “ahora es otra cosa”.
Una de las “alemanas”, son hermanas, la que designo como M., termina muerta, se ha entregado con alma y vida a, no sé cómo llamarlo, la “revolución”, el “terrorismo” mediante, la “lucha armada” en los años 60. La otra, que denomino J., no, pero que, si bien no comparte las ideas ni las actitudes de su hermana, la sostiene en esa gesta, la acompaña, la cuida, la sufre y comprende el sentido que tuvo su durísima decisión. En la economía de la película J. protagoniza el conflicto pero M. ejemplifica una opción que constituía un tema dramático y candente en casi todo el mundo en esa época, incluida la Argentina. Y, al mismo tiempo, el modo de la decisión: implacable, M. se muestra insensible a todo sentimiento o lazo afectivo, se desprende de un hijo, es indiferente al suicidio de su exmarido, ya en la cárcel no quiere ver a su madre y cuando J. le discute una de sus generalizaciones, “el hambre de los niños africanos”, y le replica que matando burgueses en Alemania no lo va a solucionar, sólo le dice, sin discusión, tan segura de lo que afirma, que la vida misma de J. no tiene sentido, que si no entiende que el “sistema” es lo que hay que destruir nada de lo que hace y vive vale absolutamente nada. Para M. está lógica es irrefutable y si hay que morir por ella es mejor que vivir sin “hacer nada”.
M., ya lo indiqué, termina muerta, no se muestra cómo pudieron haber terminado los que ella llamaba “camaradas”, quizás porque von Trotta quiso poner el acento en el conflicto sororal, pero su muerte tiene el carácter de una alegoría, casi todos los que siguieron ese camino terminaron así, lo cual no exculpa ni redime al “sistema” sino que, al contrario, lo carga con más crímenes aún, pero, flotando, entre la firmeza irreductible de una y las dudas de la otra, la pregunta básica, cómo hacer ¿lleva a alguna parte esa lógica cerrada? Pero también contradictoria porque toda lógica es cerrada e intenta ser perfecta y es el tributo del pensamiento, es la filosofía, es lo intelectual por excelencia pero resulta que para M., y se supone que para todos sus camaradas, los intelectuales son abominables porque no toman la decisión que tomaron ellos.
El tema parece ser europeo o bien occidental pero ¿es muy diferente de lo que preconizaba el Estado Islámico? Y varios despotismos que encontraban sus sostenedores hasta la muerte, que veían en la muerte el sentido de la vida. Menudo problema.
Viví algo semejante en la Argentina unos años después, casi calcado, como si quienes lo protagonizaron hubieran copiado lo que la película de von Trotta había mostrado, semejantes decisiones, parecidos gestos, finales desastrosos, abandonos y discursos encendidos, como si los razonamientos del mismo alcance crítico generaran previsibles finales en todas partes, una especie de fatalismo que en determinado momento brota y arrastra a seres sensibles, de esos que “quieren cambiar el mundo” porque lo encuentran sofocante, injusto y degradado.
Pero estoy hablando de la película y hay quien puede pensar que se trata de una ficción. No lo creo, la realizadora debe haber conocido la historia real y concreta, el grupo Baader-Meinhof, y en gran medida hubiera reproducido alguno de sus aspectos o momentos o se hubiera inspirado en determinados actores: cuando vi en una fotografía, tirado en el piso del patio del cuartel de La Tablada, el cadáver de una muchacha a quien yo había conocido desde su infancia, y cuyos padres no pudieron hacer nada para disuadirla de una entrega a una causa semejante, sentí algo parecido, ahora la película me lo hizo revivir; la asesinaron sin piedad, es cierto, pero si eso probaba dónde estaba el enemigo, su modo de enfrentarlo la había llevado a ese patio y a esa muerte, era como un tributo al enemigo al que, sin quererlo ni pensar que podía ocurrir, le había entregado su vida. Desoladora imagen, insondable dilema.
Antes del hecho que la llevó a ese final, ella y sus camaradas me aterraron con una exhibición de lógica implacable, semejante a la de M.. Sus argumentos, que presentaban como irrefutables ante los tontos, algunos amigos y yo, que no veían tan claro como ellos esas inferencias, del imperialismo norteamericano a la chatura de la vida burguesa, en realidad siguen vivos, pero, cuando trataban de convencernos de nuestros errores, se apoyaban en rostros que habían sido suaves y seductores y ahora eran impenetrables, cegado todo movimiento afectivo, sordos a todo razonamiento.
No se habla de todo esto; en cierto sentido fueron como los primeros cristianos que entregaron su vida “Ad majorem gloriam Dei”, salvo que el Dios era otro, en apariencia más concreto pero tan abstracto como aquél que pide tanto como el que les pedía a ellos.
Ellos, tantos muertos, han formado un ejército de resplandecientes sombras, del que se rescata el sentido que tuvieron sus fervores pero no parecen imitables. Se recuerda su carácter de víctimas pero se les mezquina esa lógica de la que hicieron tan orgullosa exhibición y, sobre todo, que nadie parece estar dispuesto a seguir el camino que habían trazado y emprendido: vivimos un momento de enfrentamientos de otro tipo, distribución o acumulación, ésa es la hamletiana cuestión. Distribución es vida posible, acumulación es sumisión alienada; es poco quizás, pero es lo posible y hace grandes diferencias, cómo enfrentarlas sin perder el alma, más bien haciendo que el alma resplandezca y la vida entera, la propia y la de los demás, la de los que corren el riesgo de perderla, resplandezca por igual.
Asomarme a esta historia no me ha dejado tranquilo: ¿errores?, ¿incapacidad de expresar lo esencial de un conflicto histórico? Acaso Margarethe von Trotta tiene las respuestas, acaso deja abiertas todas las preguntas, tal como le ocurre a J.. ¿Quién es capaz de hacerlo?
Buenos Aires, 16 de mayo de 2021.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.