En una nueva entrega de sus Silbidos, que hemos llamado Aguafuertes Pandémicas, Noé Jitrik aborda procesos de cambio a nivel territorial, cultural y social. De los movimientos de descolonización a los cambios en el lenguaje hasta políticas redistributivas que son rechazadas por las élites que huelen en ellas resabios de comunismo.
Por Noé Jitik*
(para La Tecl@ Eñe)
Supongo que en las dos primeras décadas del siglo XX, considerando que el gobierno de México, que estaba empezando a tantear su organización y sus conflictos, no podía cuidar mucho sus territorios del norte, algunos audaces norteamericanos empezaron a instalarse por ahí, ganadería y acaso agricultura, no lo sé. Décadas después, eran tan poderosos que consideraron que el territorio de Texas podía pasar a sus manos: lo lograron, los nombres de varias ciudades de ese estado, que pretendió antes ser un país independiente, dan cuenta tanto de la apropiación como de lo que consiguieron: Austin, Houston, Dallas y otros. Instalarse en territorios en apariencia vacíos se instauró en otros lugares: lo mismo ocurrió cuando Francia colonizó Argelia y Marruecos y tantos otros lugares, Inglaterra la India y aledaños, Bélgica el Congo aunque, claro, España y Portugal se les anticiparon en varios siglos; en el siglo XX Israel instalando “colonos” en tierras palestinas. La colonización, el colonialismo. ¿Las Islas Malvinas? No hay problema, siguen la misma línea. En algunos lugares ni Dios los pudo sacar: España y Portugal nunca se fueron de América, Estados Unidos de territorios mexicanos, larga historia, gran parte de la población del planeta, visitante no deseado, ha olvidado el origen de su visita y hasta se siente patriota del territorio que ocupa. Pero en otros lugares, los movimientos de descolonización han sido tan fuertes que han logrado desprenderse del yugo colonial y constituirse en naciones. Algunos, que yo sepa, no han tenido inconveniente en hacer que los colonos, ahora extranjeros, tuvieran que irse teniendo que abandonar –perder- todo que habían acumulado en varias generaciones: ¿les preguntaron su opinión al respecto? En el norte de África, en el sudeste asiático, en Sudáfrica y la India. ¿Alguien puede pensar que, para descolonizar, los nuevos ciudadanos, en realidad más viejos que los otros, propondrían una consulta, un plebiscito que comprendiera a los ocupantes-usurpadores- colonizadores? ¿A quién se le ocurre? Se tuvieron que ir y se fueron nomás. ¿A qué viene todo esto? A que algunos opinadores calificados sostienen que para determinar si las Malvinas vuelven a la Argentina hay que consultar a los kelpers. Si a algún gobierno concesivo se le ocurre que eso debe hacerse, ¿no se puede prever la respuesta? Los kelpers son ingleses, ni que vayan a renunciar a los beneficios que eso les implica; algunos podrían aceptar la nueva situación y argentinizarse pero a quién se le ocurre que puedan opinar otra cosa que seguir como están, qué Argentina ni nada. Sólo a quienes ya dan por perdida la causa y que seguir bregando por lo de “las Malvinas son argentinas” es una estupidez, que no hay nada que hacer y por eso la idea de esa fantástica consulta.
De paso, no es fácil registrar lo que los colonizadores dejaron en los países que tuvieron que abandonar, con escasas ganas sin duda; algunas cosas importantes, el castellano y el portugués en lo que nos concierne directamente, pero casi nada, según he leído, en el Congo los belgas. Pero sin duda deben haber dejado un sentimiento de minusvalía del que no es nada fácil desprenderse; en el intento de hacerlo basan su fuerza movimientos intelectuales y políticos, y hasta teorías, “la descolonización”. Pero lo que es evidente es que permitieron a las metrópolis construir casi todo lo admirable que muestra. Se cumpliría la clarividente frase que acuñó Walter Benjamin y que no hacemos más que repetir porque nos pone en la miserable realidad histórica: “Todo documento de civilización descansa en un documento de barbarie”. No vamos a hacer como los furibundos islámicos, que destruyeron viejas culturas, que incluso podían no ser producto de colonización pero sí de remotos despotismos, y quemar edificios y bibliotecas o lenguas que usamos pese a haber sido impuestas. No es un tema ni una propuesta, no haremos nada de eso pero eso no quita que pisamos permanentemente un terreno inseguro. Y, para bajar a tierra, seguramente no hacía falta que se pintara a nuevo el exterior del Teatro Colón pero a quién se le ocurriría volver atrás y ensuciarlo.
Cambios en el lenguaje: pareciera que hay que aceptarlos sin más, impuestos por determinados usos. Algunos, como la tontería de las impronunciables Arrobas, las difíciles Ex y las inocentes E, resultan de ocurrencias que parecen, sólo parecen, tener sentido, o sólo encendidas explicaciones, revindicar la lucha de las mujeres por ser consideradas sujeto y no objeto pasivo del lenguaje: si no se obedece a la corriente, se genera un sentimiento de culpa, tanto que para no ofrecer una resistencia hasta algunas universidades han adoptado esas variantes. Las cárceles –es un hecho histórico- generan cambios o producen invenciones verbales de acotada circulación y trascendencia, sirven para la picardía en las conversaciones o para los actos cómicos, pero no le hacen daño al idioma, lo enriquecen si hay ingenio de por medio. Pero hay otros más importantes; uno de ellos afecta una expresión que tenía una enorme profundidad: “clase obrera”. Ya no se usa más y en su lugar se habla de “trabajadores”; incluso, y casi diría que sobre todo, lo emplean sin ninguna vergüenza, quienes se declaran herederos del pensamiento marxista, ignorando que designa algo muy diferente. Es más, la propia palabra “trabajador” es ya reemplazada por “laburante”, que si bien no suena muy bien, es disipatoria, designa más una ocupación que un lugar en la sociedad. ¿De dónde sale? No ha de ser porque el italiano, de donde sale, se ha pegado tan íntimamente al lenguaje nacional que se ha difundido, quizás pronto entre en el lenguaje de la Corte Suprema de la Nación, seguramente algunos Ministros la emplean o la emplearán y, sin duda, periodistas y políticos que suponen, seguramente, que son más naturales y sencillos diciendo “laburantes” y serán por eso mejor comprendidos. ¿Y qué decir de la palabra “inteligencia”? Ha corrido la oscura suerte de ser aplicada al espionaje. Y así siguiendo. Si Borges calificaba, en un momento de debilidad, al castellano como “mero español”, hoy se revolvería en su tumba, si existe, escuchando todas estas distorsiones porque, después de todo, el castellano es el de Góngora, Machado, Borges y tantos otros, de soberbia belleza.
Andrea Camilleri, padre del Comisario Montalbano.
En cada uno de los episodios de la excelente serie “El comisario Montalbano”, se encuentra, si se lo sabe detectar, alguna referencia literaria de alto nivel, desde equívocos de pronunciación hasta alusiones casi directas. Supongo que eso se debe al autor de los libros, Andrea Camilleri, de quien sé poco y nada, que siempre pone algo que remite a una experiencia previa o a un pensamiento, la izquierda italiana, se puede reconocer. Me detengo en uno que parece poco significativo, sólo parece: el buen Montalbano, policía inteligente y humano cuya imagen contrasta con lo que se piensa corrientemente sobre la policía, encuentra junto a la puerta de su casa a un hombre que ha pasado la noche en el portal. Le ofrece un café, le ofrece bañarse y el episodio le da para comentárselo a su novia mientras desayunan; ella, que está de visita, no es su casa, escucha y sin decir palabra se dirige a una cómoda y empieza a sacar camisas y otras ropas que no se distinguen; a Montalbano no le gusta lo que está haciendo, se lo pregunta y ella le responde “estas camisas le pueden ser muy útiles”, como si explicara claramente lo que está haciendo. Se podría pensar que es un capricho, un desplante, incluso una falta de respeto para con su amante, una anécdota graciosa, “fíjense lo que se le ha ocurrido”. No conoce a ese hombre, no sabe quién es y, sin embargo, le saca algo a quien tiene para entregarlo a quien supone, con bastante razón, que no tiene. ¿Cómo interpretarlo? Evidentemente, hay unos cuantos que tienen y muchos más los que no tienen: ¿no habrá en ese gesto un mensaje de otro tipo, por ejemplo, puesto que el mero gesto individual se agota pronto, que una instancia superior lo debería hacer, tal vez un Estado que debería tratar de darle algo a quienes no tienen aunque deba quitarles un poco a los que tienen demasiado, superado desde hace rato el gesto de la “beneficencia”, tan hipócrita? Restos de comunismo primitivo. Y aunque parezca arbitrario de mi parte, debe ser eso lo que está pasando a propósito del “Aporte Solidario Extraordinario de las Grandes Fortunas”: los ricos que se niegan a pagar huelen el comunismo residual de esa medida y no les gusta nada pese a que para ellos se trata tan sólo de unas pocas camisas.
Buenos Aires, 6 de junio de 2021.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.
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Excelente síntesis. Imperdible lectura. Un lujo Noé Jitrik