
Ni el triunfo en la elección provincial del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires era invencible, ni la derrota del 26 de octubre será eterna. La madurez de un movimiento social no se mide por sus burbujas de autoafirmación, sino por su capacidad para analizar sin intriga, corregir sin venganza, y recordar sin odio.
Por Rafael Bielsa*
(para La Tecl@ Eñe)
Fue un lunes encapotado y críptico. Pensé en arrancar escribiendo esta frase: “los argentinos somos virtuosos en el sombrío arte de elegir a nuestros verdugos”. Pero eso es lo que habría hecho un mal perdedor; los argentinos también estamos dotados para el categórico oficio de despreciar a quienes buscan antifaces para la derrota. En un lunes nefasto, ¿para qué sumar otro elemento de estorbo? Como dice el viejo proverbio ruso, “Caer está permitido; ¡levantarse es obligatorio!”.
Desde ya que los modos son individuales (al comienzo), y luego deben ser colectivos. Para el principio, pocas cosas son peores que la presuntuosa figura del maestro ciruela. No alcanza con exhibir influencia para arrogarse autoridad; este no es el tiempo de girar la mirada como un periscopio en busca de culpables, sino el de la responsabilidad compartida y la solidaridad respecto de aquellos a los que nos parecemos. La madurez de un movimiento social no se mide por sus burbujas de autoafirmación, sino por su capacidad para analizar sin intriga, corregir sin venganza, y recordar sin odio.
En democracia, perder no es eterno; excusarse, puede serlo. Comprender es el mejor antídoto para combatir la permanencia de la capitulación. Así, es una verdad de Perogrullo decir que las sociedades caminan lento, y que en ese andar cuidan como un bien personal el último voto que emitieron. Esto significa que necesitan tiempo, y que no cambiarán sólo porque alguien se haya enfrentado con aquella decisión y diga que, lo elegido ayer, hoy es un error.
Pensar en el resultado de una elección es como visualizar una compleja estructura geológica de origen volcánico y tectónico, con sectores subterráneos y algunas zonas a cielo abierto, circulando entre fallas, pliegues y zonas.
Fragmentos del triunfo oficialista en la votación del domingo 26 de octubre están hechos del ritmo del tejido social y de nuestra falta de encanto como oposición. No alcanzó con haber hecho hincapié en los ultrajes de La Libertad Avanza; ese pasivo ya estaba en el bolsillo del votante, que necesitaba reemplazarlo por algo más esperanzador. No lo encontró y no lo reemplazó.
Una mujer cruzó a un compañero, candidato a diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires, y le dijo: “si no consiguen la unidad, al menos vayan todos juntos”. La frase, ingeniosa el sábado 25, fue inexacta el lunes 27. El resultado de la elección muestra que juntos no es lo mismo que unidos, y que se nota. Con un sentido del humor que cuando estalla alegra, y cuando se recuerda alerta, se dijo del último gobierno del peronismo que más que el “Frente de Todos”, era el “Frente de Todos contra Todos”, por las divisiones intestinas y las facturas epidérmicas.
Es cierto que el anti-peronismo se parece a una devoción, y tal vez lo sea. Además de vivirse como una identidad política intensa, no necesita argumentos, no tiene convicciones sino certezas, creen porque tienen razón, y por lo tanto no concita creyentes sino fanáticos. Al modo de Paul O’Neill, metodista y Secretario del Tesoro estadounidense, ven a los peronistas como él veía a los argentinos: ovejas descarriadas atravesando el desierto; O’Neill dijo que no era justo utilizar la plata de los carpinteros y los plomeros para rescatar bancos y empresas que habían invertido en países de alto riesgo, como la Argentina. Para el anti-peronismo, la frontera blindada de la libertad tiene enfrente al peronismo.
Si existe el anti-peronismo, entonces el peronismo no llegó a decantar su anti-mileísmo como clivaje. Un racimo de delitos contra la administración pública, un canasto con desdenes frente a la protección social, una bandeja colmada de entreguismo, no fueron cosecha. En el acto en el Movistar Arena del 6 de octubre, una joven, montada a horcajadas sobre un muchacho, registraba extasiada con su teléfono celular el fulgor del escenario; hubiera debido ser suficiente si hubiésemos sido mejores, estado más atentos, menos vueltos sobre nosotros mismos. La rodeaba un concurso de jóvenes de sectores populares, franjas de las clases medias y altas del campo y las ciudades, todos movilizados por el apoyo al oficialismo y enfervorizados contra lo que se le opusiera. Prefirieron participar y dar otra oportunidad.
Desde mi punto de vista, con recesión, salarios en declive y una desocupación que se expande, nos ganó la política, aunque esté personalizada por un amateur que tiene cierta propensión por la economía. El liderazgo puede ser una comodidad, y por eso también puede serlo la polarización. Pero el denuedo físico y el arrebato propios de la expresión “cargarse la campaña al hombro”, fueron más seductores que aplicar como principal estrategia la frase atribuida a Bonaparte: “Nunca interrumpas a tu enemigo mientras está cometiendo un error”.
El miedo de muchos de los votantes abigarrados, aunque se vista de económico, político queda. Trump, que conjuró por un tiempo esos temores, tomó una decisión política, y también lo fue su amenaza de levantar campamento si el gobierno no ganaba. El regreso del peronismo y la eventualidad de un estallido al día siguiente son evaluaciones políticas, usadas políticamente como instrumentos de comunicación. En un mundo nacional y popular que se resquebraja entero, hay que ser fuerte para ocupar los lugares rotos, no para disimularlos.
Importa pensar que las elecciones nunca son gratuitas. ¿Cuál es el paso posterior para haber asumido un riesgo votando lo que ganó? ¿Cuánta deuda, miseria, insensibilidad, represión y corrupción estamos dispuestos los argentinos a convalidar para no temer por un rato, y para “borrar al peronismo de la faz de la Tierra”?
Hoy los peronistas hemos profundizado nuestra crisis, y conocemos el precio que hay que pagar por no habernos dispuesto a superarla. El voto ganador también pone en riesgo cosas que nos fueron queridas a los argentinos, como nuestra inclinación por los inmigrantes, de los que descendemos; el valor de la amistad, que no es individual sino colectiva; el orgullo nacional, que se remonta a las invasiones inglesas, la primera gran movilización popular autónoma en defensa del territorio. En algún momento, la bronca será más fuerte que el pánico de aceptar que dos veces se votó en vano.
Lo que hoy parece diluirse, en el futuro será alta modernidad, porque está en la condición humana comprometerse con el interés nacional, defender el desarrollo productivo local y el control de los recursos estratégicos, y reducir las desigualdades económicas y sociales. Industria, universidad, ciencia, energía nuclear, satélites, reactores, educación y salud pública. Los argentinos también nos parecemos a un centauro, con un cuerpo de caballo que embiste a fuerza de mármol y metal, y un torso de organillero napolitano, con su camiseta marinera, sus tiradores de cuero, su bigote oleoso y su acordeón con incrustaciones de nácar, que pone el grito en el cielo. Ni el triunfo en la elección provincial del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires era invencible (como puede verse), ni la derrota del 26 de octubre será eterna.
Un lunes de nubes grises, y el dolor del apaleado, me trajeron a la memoria una imagen de “Blade Runner”, la película de Ridley Scott. Roy Batti, el replicante actuado por Rutger Hauer, frente a Rick Deckard (Harrison Ford), pronuncia uno de los monólogos más bellos y conmovedores del cine. “He visto cosas que ustedes no creerían”, recuerda Roy Batty, “naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. Observé rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”. Batty no puede evitar su muerte, y el peronismo está vivo. Para ser expectativa, no es bueno rechazar el reseteo, cuando se convirtió en deseo mayoritario. La porfiada voluntad de la historia deberá traducirse en la circulación de la sangre del futuro.
Hay una sociedad astillada que apostó a los vencedores del lunes, creyendo que ellos pueden superar la osteocondritis de años de desinterés, reposo ajeno, amputación de expectativas, y escepticismo. El peronismo no lo comparte, pero ¿cuándo hemos rechazado o aborrecido nosotros la credulidad de las mayorías? Allí están nuestro anhelo y nuestra fuerza.
Pensar en los demás es una tarea poco transitada; será la mejor empresa militante.
Miércoles, 29 de octubre de 2025.
*Abogado y escritor.

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